sábado, 18 de julio de 2009

Taxonomía de los traductores


Hay una anécdota a propósito del poeta, periodista y humorista venezolano Aníbal Nazoa (1928-2001) que probablemente lo pinte de cuerpo entero: un juez expidió orden de detención en su contra porque Nazoa denunció que “en una sentencia [el juez] violaba salomónicamente tanto las leyes de la República como las del castellano”. Por lo tanto, ya sabrá el lector de este blog qué esperar cuando reflexiona sobre la condición del traductor, sus características y modalidades en el fragmento que se ofrece a continación y que proviene del volumen Obras incompletas (Caracas, Monte Ávila, 1969).

Traduttore, traditore

Los italianos, al acuñar su célebre frase «Traduttore, traditore» —traductor, traidor—, se quedaron algo más que cortos: la traición es apenas una de las muchas artes que debe dominar el traductor. Este ha de ser persona versada en historia, sociología, semántica, dactiloscopia, economía política, cocina internacional y, por lo menos, otras diez o doce disciplinas auxiliares. A veces es conveniente también, aunque no indispensable, que posea algún conocimiento del idioma en que está escrita la obra a traducir. Sólo con la ayuda de este arsenal cultural podrá cumplir cabalmente sus objetivos fundamentales, es decir, reescribir la obra llevándole la contraria al autor y convencer al lector de que no existe en este mundo nada tan difícil como aprender una lengua extranjera.

Existen dos clases de traducciones: la literal y la literaria. La primera es la que se hace palabra por palabra y a punta de diccionario, sustituyendo cada término por su equivalente exacto. Esta es la forma favorita de los traductores de cables, quienes podrían ofrecer al lector de habla inglesa un Quijote que comience así: «En cierto lugar de la Mancha, del nombre del cual no deseo acordarme, no hace un largo tiempo vivía un noble hombre de esos con una lanza en un soporte, escudo viejo de cuero y perro corriendo».

La otra es la que nos ocupa, inventada para lucimiento de los traductores, y se basa en una ley general: ningún autor extranjero escribe una sola palabra que no tenga tres o cuatro sentidos cuando menos. De acuerdo con esta ley, un traductor verdaderamente consciente de su trabajo no se limitará jamás a traducir la obra, sino que la acompañará de un «estudio preliminar» encaminado a demostrar que la traducción es mucho mejor que el original y de frecuentes llamadas explicativas con el único objeto de distraer al lector de la lectura del texto de manera que al final se quede sin saber qué fue lo que pasó ahí, pero asombrado ante la vasta cultura del traductor. Aunque también hay, por excepción, el traductor sacrificado y excesivamente generoso que se molesta en escribir un libro magnífico basándose en un original que es una lata insoportable.

El buen traductor no debe atacar las palabras y las frases de frente, sino darles un rodeo lo más largo posible; tampoco debe emplear un vocabulario demasiado corriente en sus traducciones. Así, por ejemplo, si en un texto inglés se encuentra la palabra “toad”, que quiere decir sapo, no la traducirá por sapo sino que por escuerzo; la palabra francesa «vétérinaire», altamente sospechosa de significar veterinario, será traducida por albéitar; la rusa «viesnúshka» de ninguna manera será traducida peca sino efélide, y así sucesivamente. Un recurso muy elegante es aquel que consiste en alargar o acortar las frases de forma que no recuerden en absoluto a las originales. Por ejemplo, si en un texto inglés usted encuentra la expresión inglesa “This way, please”, tradúzcala «Tenga la bondad de venir por este camino»; pero en cambio, si se encuentra con un párrafo que diga: “Madam, I congratulate you on your wonderful achievements”, traduzca simplemente: «Enhorabuena!».

También es altamente apreciada la labor del traductor que toma una obra ambientada en Londres por su autor y la traslada a Praga, porque a él le parece más romántico, o el que traduce las manzanas, melocotones y demás frutas exóticas por las del país y los apellidos extranjeros por criollísimos García y Rodríguez. Y un consejo final: evite en lo posible las traducciones directas: procure retraducir obras escritas originalmente en idiomas desconocidos como el malayo o el albanés y traducidas al inglés o francés. Así tendrá la ventaja de poder achacar sus errores al primer traductor.

Y ahora vamos al ejemplo. Siendo Shakespeare la víctima favorita de los traductores, que le han descuartizado sus obras empezando por los títulos (la pobre As You Like It ha sido traducida como «Según vuestro gusto», «Como os plazca» y hasta «Así es si os parece»), nada nos parece más apropiado para ilustrar nuestro tema de hoy que un fragmento del famosísimo Monólogo de Hamlet:

Hamlet, príncipe dinamarqués

Versión castellana, con numerosas notas y glosario anexo, por Ricardo J. Mastuerzo.

ACTO III - Escena 1
Entra Hamlet
Hamlet. Ser o no ser (1): ese es el asunto (2) ¿Qué es más honorífico (3) para la mentalidad (4): soportar en silencio los lagañazos y las heridas punzopenetrantes (5) de la maleva Fortuna (6), o jalar por los hierros y enfrentarse a un río crecido de molestias (7) y derrotarlo en concurso de oposición? Morir: dormirse: más nadita (8)...

(1) Mucho se ha discutido sobre la forma en que Shakespeare concibió y dio a la estampa esta frase. Aunque en la edición in Quarto de Rugg (Archibald Rugg, Middlessex 1715) el segundo be aparece con mayúscula (To Be or not to Be) es muy probable que el Cisne de Avon lo haya escrito con minúscula, puesto que es claro que no era su intención hacer un planteamiento sobre la irresolución del Ser desde un punto de vista prearistotélico, y en eso está de acuerdo Sir John Porkman, a cuya edición de Roncorough nos hemos atenido.
(2) El asunto: the question, en el original. Entre la cuestión —bastante pobre, por lo demás— de los primeros traductores de Shakespeare, el problema de Astrana Marín y la imperdonable omisión de Madariaga, quien se permite traducir la frase completa por «de eso se trata, en suma», nos quedamos con el asunto por parecernos la forma más próxima al pensamiento del autor.
(3) Aunque Astrana casi alcanzó los límites de la excelsitud shakespeariana al traducir el «nobler» de original por más levantado, nosotros lo hemos traducido por honoríficopor parecernos que con esto la frase cobra algo así como un no sé qué o un estrangote. (Véase Margarito Ledesma - Poesías, México 1963, editado por Leobino Zabala) que nos fascina.
(4) Shakespeare escribe mind, que para algunos traductores es mente y para otros espíritu; nosotros no vemos por qué acudir a esas traducciones de aproximación, cuando disponemos de un término mucho más acorde con el sentido moderno de la tragedia.
(5) Shakespeare habla de slings and arrows, «hondas (o pedradas dadas con honda)» y flechas o venablos. Ante la dificultad para traducir esta oscura frase, hemos recurrido al lenguaje forense en homenaje a la objetividad, temerosos de caer en el error de otros intérpretes que recurren a expresiones colaterales como «golpes y dardos» (Astrana), «maltratos y flechas», etc., por ignorar si el egregio hijo de Stratford-upon-Avon se refiere a una honda primitiva como la del bíblico David o al moderno tirapiedras de goma o «china» de los venezolanos.
(6) Forzando un poco nuestro apego a la pureza del idioma, y arrostrando las iras de maestros como Bergua y Mc.Pherson, nos hemos permitido tomar el término rioplatense "maleva" para representar la idea cabal que envuelve el outrageous shakespeariano, engañosamente emparentado con el ultraje castellano a través del outrage galo. Los propios romanos, que hicieron de Fortuna una diosa, no le hubieran dado un calificativo más exacto (Véase Marcus Flaecus Lambutius, De Coscorronibus Fortunae, XII,5).
(7) To take arms against this sea of troubles, dice Shakespeare. Nosotros ponemos «jalar por los hierros» por cuanto el insigne dramaturgo no explica en su texto si esta expresión incluye armas de fuego; y traducimos this sea of troubles por «este río crecido» primero, porque un río crecido da mejor la idea de enfrentamiento, puesto que el mar bien pudiera estar en calma, aunque lo fuese de dificultades; y segundo porque es obvio que siendo Shakespeare nativo de una Isla, no podría referirse directamente al mar, lo cual habría sido tomado por un lugar común imperdonable en aquella puntillosa Inglaterra de los tiempos isabelinos. Y hemos traducido troubles por «molestias» porque nos dio la gana.
(8) No creemos necesario explicar por qué hemos preferido «más nadita» para traducir el giro «no more»: ¿quieren ustedes algo más definitivo, final, lapidario que «más nadita»? En cuanto al «concurso de oposición» por by opposing, lo ponemos allí por la misma razón aducida en la nota 7 respecto a troubles.

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