domingo, 14 de febrero de 2010

Recuerdo de un traductor (VIII)

Argentinos, los hermanos Canto fueron descendientes de una familia tradicional uruguaya. Estela (1919-1994), acaso por las numerosas novelas publicadas y por su célebre romance con Jorge Luis Borges (al que ella misma consagrara un libro en 1989) es la más conocida de los dos. Sin embargo, Patricio Canto (1916-1989), ensayista polémico y fino articulista, todavía espera ser redescubierto. Ambos hermanos frecuentaron a Borges, a Bioy Casares y Silvina Ocampo y a José Bianco y, al menos desde 1939, colaboraron asiduamente con la revista Sur, por lo que durante algún tiempo fueron adscriptos a esa galaxia, hasta su decidida vocación por la izquierda. Los dos fueron eminentes traductores. Sobre ellos escribió Edgardo Cozarinsky: “Estela y Patricio Canto atravesaron la vida literaria argentina entre los años 40 y 60 del siglo pasado con independencia altiva y un talento tan desparejo como indiscutible. A medida que van muriendo quienes los frecuentaron, me pregunto quién podrá contarme de dónde venían, cómo se formaron esos seres inteligentes y paradójicos de quienes sólo alcancé a ver fugaces instantáneas. A Estela la recuerdo –atractiva, despeinada, ojerosa– una tarde de 1964 o 1965, despotricando en la librería Letras de la calle Viamonte contra las escritoras ‘que se muestran por televisión’ (eran los albores del imperialismo mediático y estoy seguro de que hoy parecerían tímidas las exhibiciones que entonces la indignaban). A Patricio lo entreví hacia la misma época, discutiendo con Pepe Bianco entre whisky y whisky, en un bar en la bajada de la calle Tucumán, a pocos metros de Reconquista, al que se accedía por tres escalones que le habían merecido el nombre de ‘La Escalerita’... Los había leído, sin embargo. De ella intenté varias novelas sin lograr avanzar; décadas más tarde, sentí que había logrado su mejor ficción con Borges a contraluz, esa memoria sin duda narcisista (como toda memoria) pero impregnada de un dolor verdadero, de una lucidez casi sin complacencia. De él había recorrido la diatriba contra Ortega y Gasset y un ensayo sobre Nietzsche, pensadores tan superficialmente conocidos por mí que no me hubiese atrevido a disentir con su análisis; pero eran menos sus argumentos lo que me estimuló que el acceso tangencial a las ideas, la iluminación particular que les dedicaba”.

El libro en cuestión, citado por Cozarinsky, es El caso Ortega y Gassett (foto; Buenos Aires, Leviatán, 1958), sobre el cual el colombiano Rubén Jaramillo Vélez ha dicho: “Lo más interesante del libro de Canto en lo que propiamente se refiere a la personalidad del intelectual español se encuentra ya en los primeros renglones del libro. Cuenta que cuando Ortega agonizaba exclamó ‘estoy tratando de concentrarme en algo y no puedo’. A lo que aquél agrega: ¡Fue eso precisamente lo que le pasó toda la vida!”.

De todos modos, mientras Patricio Canto espera su reivindicación como hábil polemista en materia de política, filosofía, historia y ciencias sociales, queda reseñar la ingente labor que llevó a cabo como traductor, a lo largo de casi cinco décadas. A tal punto que, muy probablemente, los lectores españoles y latinoamericanos no sepan que muchas de sus traducciones –Los desnudos y los muertos y Costa bárbara, de Norman Mailer, La colina de Watership y La sombra del oso, de Richard Adams, entre otras publicadas por Anagrama y Bruguera, respectivamente– le pertenecen.

Sin la pretensión de la exhaustividad, puede decirse que, como traductor, no le hizo asco a nada y firmó con su nombre desde best-sellers –como Traficantes de dinero, de Arthur Halley, y Justicia salvaje, de Wilbur Smith– hasta libros increíblemente complejos y sofisticados. Tal es el caso de Raymond Roussell, de Michel Foucault, de El ABC de la lectura, de Ezra Pound, de Trémula intención, de Anthony Burguess, o de Hamlet, de William Shakespeare para no olvidar sus versiones de D. H. Lawrence (El hombre que murió/El hombre de las islas/ Cristo y pan), William Saroyan (Cosa de risa), Graham Greene (Una especie de vida), James Baldwin (El cuarto de Giovanni), Leroi Jones (De vuelta a casa), Ray Bradbury (Fantasmas para siempre), Erico Verissimo (Noche), etc,

Pero no sólo las obras de naturaleza literaria conforman su perfil de traductor profesional. Entre los ensayos vertidos al castellano por Canto pueden mencionarse Historia contemporánea de los Estados Unidos, de N. Iakovlev, Robespierre : el primer revolucionario, de David P. Jordan, Sigmund Freud: su exploración de la mente humana, de Gregory Zilboorg, La escena en acción, de Samuel Selden, La Argentina y los Estados Unidos: [1810-1914], de Harold F. Peterson, o Charles De Gaulle, de Don Cook, entre muchos otros.

No sin cierta melancolía, resta mencionar que es probable que Patricio Canto haya formado parte de ese nutrido pelotón de intelectuales que, en casi todos los países, tanto con artículos como con traducciones actúa de manera casi secreta durante algunas décadas, contribuyendo a la formación y a la polémica de varias generaciones, pero sin dejar una obra propia lo suficientemente contundente como para asegurar su lectura y comentario a través del tiempo. Esa estirpe, no obstante, resulta imprescindible.

2 comentarios:

  1. Cordial saludo
    Estaba consultando información sobre Patricio Canto y buscando por google di con está magnífica lectura.
    Gracias por recordar a Patricio Canto. Tuve oportunidad de leer hace muchísimos años la traducción que hizo de Erza Pound y me encantó saber de él de nuevo.
    Me parece un traductor excelente.
    Gracias.
    Otra cosa, les sugiero, muy amablemente que al publicar los comentarios se da la posibilidad de ponerlos anónimos porque aquí aparece, creo que sería bueno quitar esa posibilidad si no quieren anónimos.
    Saludo,

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