miércoles, 17 de marzo de 2010

Oftalmológicas

Gustavo A. Silva, quien ya había criticado anteriormente a su compatriota Carlos Fuentes por la cantidad de innecesarios anglicismos que utiliza (cfr. la columna de la derecha de este mismo blog) nos envía otra "perla de la traducción", esta vez referida a los errores que cometen algunos traductores de ficción cuando se topan con terminología médica.

La palidez «del tejido conjuntivo» de Nietzsche

El día que Nietzsche lloró (1) es una novela escrita por un psiquiatra estadounidense cuya trama transcurre en la Viena del siglo XIX y tiene como personajes, entre otros, a Friedrich Nietzsche, Lou Salomé, Josef Breuer y Sigmund Freud. La obra contiene muchos conceptos y terminología médicos que, por desgracia, están muy mal traducidos, al punto de que algunos son errores crasos. Por ejemplo, en algún momento de la narración, Josef Breuer somete a Nietzsche a una exploración física minuciosa, de pies a cabeza como mandan los cánones. Al terminar el examen, el autor escribe:

"A pesar de los numerosos síntomas del paciente, Breuer no encontró ninguna anormalidad física, a excepción de [...] algunos síntomas de anemia, como palidez del tejido conjuntivo y de los labios y arrugas en las palmas de las manos." [La cursiva es mía.]

El original (2) dice:

"Despite his patient’s abundance of symptoms, Breuer found no physical abnormalities aside from [...] some signs of anemia: pale lips, conjunctiva, and creases of the palm."

Como todo médico sabe, la anemia se caracteriza por palidez mucocutánea, que en la exploración física se observa sobre todo en la conjuntiva (mucosa palpebral), los labios y las palmas, especialmente en las líneas palmares. No hay tal cosa como «palidez del tejido conjuntivo» ni «arrugas en las palmas de las manos».

Es evidente que conjunctiva debió traducirse como la conjuntiva (el tejido conjuntivo se llama en inglés connective tissue).

Por otro lado, el adjetivo pale califica a los tres sustantivos. De manera que la traducción debió ser algo como:

"[...] algunos signos de anemia, como palidez de la conjuntiva, de los labios y de las líneas palmares."

Notas

1. El día que Nietzsche lloró, de Irvin D. Yalom; traducción de Rolando Costa Picazo. Buenos Aires: Emecé; 1995. ISBN 950-04-1549-6.
2. When Nietzsche Wept, by Irvin D. Yalom. Nueva York: Harper Collins; 1993. ISBN 0-06-097550-4.

6 comentarios:

  1. He aquí uno de esos casos en los que el comentario del error del traductor no conduce a ninguna parte. Más que nadie, los traductores somos conscientes de que hay traducciones erróneas (y sin duda la del ejemplo lo es), pero ponerse a espigar chascarrillos por el puro placer me parece fuera de lugar en un blog donde prima la reflexión constructiva.

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  2. Estoy de acuerdo, David, en que todos nos equivocamos y eso, por mucho que hagamos, parece inevitable. Pero no pienso que el comentario sea irrespetuoso. Fue publicado a modo de ejemplo de la cantidad de saberes que resulta necesario considerar a la hora de traducir y no veo que haya mala intención. Dicho de otro modo, supongamos que uno fuera especialista en algo en particular e imaginermos cuál podría ser nuestra reacción al toparnos con un error conceptual sobre esa especialidad que tenemos al toparnos con una traducción. Entiendo que comentario de Gustavo A. Silva –con quien sólo intercambié un comentario a través de este blog– corresponde a este último caso.
    Cordialmente

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  3. Tampoco yo creo que haya mala intención, ni mucho menos. Pero no hay ninguna reflexión de fondo sobre ese "saber necesario a la hora de traducir". (Es más, el dicho error parece más bien fruto de una tarea apresurada, y no de una laguna de conocimiento.) Creo que a nadie le importa discutir errores cuando de ello puede extraerse algo más que la pura anécdota, pero para constatar sin más la falibilidad de la traducción ya tenemos a los críticos o a los teóricos de la literatura. Un abrazo desde Barcelona.

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  4. entiendo lo que dice david y en gran medida lo comparto. yo también me quedé con un palmo de varices, como suele decirse. cuesta mucho poner en funcionamiento una crítica fundamentada y productiva de la traducción literaria -precisamente por la delicadeza ética y el rigor metodológico con que hay que abordarla- como para que nosotros mismos nos quedemos a medio camino, señalando la mano y la piedra (es decir, la intifada) pero no el sistema en que se inscriben y las posibles vías de solución, una de las cuales pasa necesariamente por que los buenos correctores de estilo no desaparezcan como especie editorial, desplazados de su nicho zoológico por correctores ortotipográficos e incluso automáticos.
    no hay buena traducción sin buena correción detrás, por más que los editores se empeñen en ignorarlo y nosotros dejemos de exigirlo como condición sinecuanónica.
    entre otras cosas, claro.

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  5. La notita comentada se publicó originalmente en una revista de traductores y redactores médicos, pero se explica por sí misma. Comento allí unos errores crasos que aparecen al comienzo de una novela de tema psiquiátrico (es decir, médico), escrita por un psiquiatra (es decir, un médico). Tenía entendido que la fidelidad y la exactitud deberían ser atributos de cualquier traducción, especialmente en cuestiones fácticas como las mencionadas. Me he circunscrito a los hechos porque los he considerado suficientemente elocuentes; que cada uno extraiga las consecuencias que le parezca.

    Da igual que la causa sea el apresuramiento o la ignorancia: el efecto es el mismo. Si el lector entiende un poco del tema (y me parece que eso es precisamente lo que atrae a quienes leen este tipo de obras) y tropieza desde el inicio con semejantes errores de bulto, difícilmente podrá depositar confianza en lo que se encontrará más adelante. Al menos yo abandoné la lectura en ese punto y no me dediqué a espigar "chascarrillos" como se ha dado a entender.

    Confieso que sugerí al coordinador del blog la reproducción de la notita halagado porque espontáneamente él había reproducido antes otra nota mía acerca de la proclividad al anglicismo de Carlos Fuentes. Pero prometo no volver a meterme donde no me llaman.

    Gustavo A. Silva
    Ginebra

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  6. Estimado Gustavo:
    No es para tomar las cosas de esa manera. Usted ha explicado sus razones (que a mí me parecen justas), del mismo modo que otros traductores han señalado los reparos que les mereció su comentario. Son las reglas del juego cuando uno hace público el propio trabajo. Más aún en un sitio frecuentado por gente de la misma profesión. ¿De qué otra manera podríamos entendernos?
    Cordialmente

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