viernes, 28 de mayo de 2010

"Ni una pela, coño, joder"

Carlos Rehermann  (foto; Montevideo, 1961) es dramaturgo, novelista y periodista. Publicó las novelas Los días de la luz deshilachada (1991), El robo del cero Wharton (1995), El canto del pato (2000) y Dodecamerón (2008). Asimismo, escribió seis obras de teatro (Congreso de sexología, Minotauros, A la guerra en taxi, Prometeo y la jarra de Pandora, Basura, El examen) de las cuales dos fueron publicadas en libros. Todas fueron estrenadas. Entre 1993 y 2008, publicó alrededor de 600 artículos de cultura en diversos medios de prensa. En la actualidad publica regularmente artículos en El País Cultural, suplemento del diario uruguayo El País. Dirige el Centro de Escritura, unidad docente dedicada a la enseñanza de la escritura en niveles introductorios, profesionales y terciarios. Coordina la Cátedra de Guión en la Escuela de Cine del Uruguay. Desde fines de 2008 es Coordinador del área Dramaturgia del Centro Nacional de Creación e Investigación del Ministerio de Cultura en Dramaturgia, Dirección y Coreografía (Laboratorio). Con todo eso, no ejerce su profesión de arquitecto. El texto que se transcribe a continuación nos fue enviado por Maria Iruzurmendi (cfr. la etiqueta ¿Elena Rius? en la columna de la derecha), quien lo halló casualmente  en el blog Henciclopedia (http://www.henciclopedia.org.uy/autores/Rehermann/Traducciones.htm), el cual a su vez lo ha levantado de la revista Insomnia, Nº 16.

¡Que me aspen!

Nadie habrá dejado de observar que si un tipo se llama Jordi, es mejor que se dedique a otra cosa, en lugar de traducir libros al castellano.
Para empezar, se llama Jordi por escrito, pero oralmente es un tal Yordi. ¿Es posible tolerar semejante atropello fonético? Así pues, si un traductor se llama Jordi (o sea, Yordi) pondrá un "¡Anda!" donde un ser plausible colocaría un "¡Que lo parió!"
Con todo, hay quienes se alegran de que Yordi (Jordi) ponga "¡Anda!" y no "¡Chispas!", "¡Hostia!", "¡Rayos!" o "¡Repámpanos!". En fin, que el caso aquí es el de la joven pareja que anheló siempre tener un hijo traductor. Logrado su objetivo se apropincuan al mostrador del Registro y dicen:
–Yordi –que significa: Jordi
Jordi crece y se desquita: escribe "¡Anda!" sobre cuantas páginas vírgenes puede.
De modo que llamarse Jordi (pronúnciese "YORDI") y simultáneamente dedicarse a traducir libros al castellano no resulta conveniente.
Pero el Universo tiene unas reglas que desconocemos. La abundancia de Jordis en las planillas de traductores de las editoriales españolas es un oscuro signo del final del milenio, imagen fatídica de alguna maléfica constelación del nadir.
Hay que decir, pese a todo, que vale más un Yordi (léase "JORDI") que diez Jesuses (un Jesús, dos Jesuses, etc.) Aunque en este caso la jota goza de buena emisión, los Jesuses propalan sin vergüenza abundantes "¡Hala!", "¡Merluzo!", "¿Vale?", "Ni una pela, coño, joder", etc. Pero lo peor es el amor.
Es lo peor, porque antes no se sabe qué hacía la gente, pero de ningún modo, "hacían el amor". ¿Cómo es posible "hacer el amor"? En Historia de un amor turbio, los personajes de Horacio Quiroga hacían el amor, es decir, cortejaban. Pero luego vinieron los hippies y los traductores y ahora "hacemos el amor". No sé que hacemos, porque el idioma castellano tiene quince sinónimos para "trabajar" pero ninguno para "copular", al menos razonablemente paralelo a lo lindo, sano y entusiasmante que resulta tal contacto humano.
Pero bueno, viene Jesús, conduciendo a Raymond Carver y dice "magrearse", "follar" y otras eructaciones góticas. Y los adolescentes hablan de "hacer el amor", los escritores uruguayos escriben en serio "su chica" en lugar de su novia, y ya esta aldea global tiene montaña de basura que no sé. Ya que no somos casi nada, qué más da ponerse a hablar como si fuéramos escolares de Aragón, universitarios de la Rábida o pasotas de Alcudia. ¡Hala!


11 comentarios:

  1. Al margen de otras consideraciones, lo cierto es que somos imperfectos. No todo el mundo puede elegir nacer en Bilbao ni, para el caso, llamarse Carlos.

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  2. Por lo visto hay que decir “boludo” (o como se diga en Uruguay), y “chingar” (o como se diga en Uruguay, aparte de “coger”). Por lo visto aquí en España tenemos que hablar por decreto como se habla en Montevideo o como se habla en Bogotá.

    Atizar la sana polémica de las traducciones en un ámbito tan vasto y diverso en modismos, jergas e idiolectos como el del idioma español con ocurrencias resentidas, descalificadoras y sarcásticas -y hasta insultantes- por parte de ciertos intelectuales y gentes de letras de Allá (para ellos Acá) no nace obviamente de la discrepancia ni de la pasión vindicadora sino de la malicia beligerante.

    Yo sí soy de Bilbao, y, por tanto, cuando pongo en boca palabras a personajes de autores norteamericanos e ingleses, les pongo las palabras que se me salen de los cojones -vale decir, las que buenamente considero que tales personajes emplearían en castellano-. Así de clarito se me entiende en este país llamado España.

    Estrictamente personal: tampoco hay que ser Borges para escribir mejor que el autor del artículo de ahí arriba. Se lo juro, señor juez.

    Señor, señor, qué pena de hermanos...

    Jesús Zulaika, traductor de Carver

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  3. Estimado Jesús Zulaika:
    Comprendo su enojo –que es el mismo que experimentan los traductores latinoamericanos cuando el fruto del esfuerzo realizado es liquidado con una línea impertinente en los suplementos culturales de su país–, pero deploro su falta de humor para sobreponerse al enojo y responder con la altura que, de haber querido hacerlo, imagino usted habría tenido.

    En este blog se ha venido abogando por hacer que en ambas márgenes del Atlántico seamos conscientes de que cuando traducimos al castellano existen muchos millones de personas que eventualmente nos leen y a las que nuestras variantes lingüísticas pueden resultarles ajenas. Dicho de otro modo, poner "centavo" en lugar de "perra", etc.

    Entiendo que el posteo critica, justamente, la prepotencia que se ejerce cuando no se tiene en cuenta esta cuestión, sea usted de Bilbao, Montevideo, Buenos Aires o Caracas. Entienda usted que, lamentablemente, en el resto del mundo de la lengua castellana, por una cuestión meramente mercantil, tenemos que leer a Carver con las palabras que, según usted confiesa, se le salen de los cojones. Hay que decir que jamás supe de esa escuela de traducción, pero si me permite, le recomiendo visitar al urólogo.

    Cordialmente y a la espera de que reflexione.

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  4. Estimado señor Fondebrider:

    Ya he reflexionado, gracias.

    En primer lugar, ¿habla usted en nombre de alguien, o exclusivamente de sí mismo? ¿He de entender que su réplica la dicta lo inaudito de mi respuesta, mi insolencia incalificable, la ignominia de lo que digo, la ridiculez de lo que aduzco, la insania de la pretensión de licitud de los vocablos y expresiones que utilizo? ¿O la necesidad de salir al paso de un nuevo atropello del inalienable derecho humano a leer traducciones en la lengua del terruño de uno por parte del imperialismo de la traducción española? En tal caso, le prevengo: se trata de una cruzada inútil (la solución no está en nuestras manos: infiérase por qué). No es más que matar al mensajero.

    En segundo lugar: creí que se me percibiría el sentido del humor -sutilmente gonadal, lo admito-. (Se ve que no maneja los chistes de bilbaínos; no tiene por qué, claro, pero le invito a indagar: son muy divertidos; López Guix ha hecho referencia jocosa a ellos en su réplica.) Así que imputación por imputación (ambas infundadas, quedamos, ¿le parece?). Además, cuando a alguien se le sale algo de los cojones, le sale de lo más íntimo de uno, no como exudación testicular y machista, no, ¡válame el cielo!, sino como coloquial desahogo del corazón. El exabrupto, con todo, aún resulta venial, por cuanto lo motivan unas cuantas infamias amparadas por la impunidad de los blogs -entes efímeros e inconsútiles donde los haya.

    No me erigiré en paladín de los Jordi, a quienes se inflige rastreras chanzas por razón de nombre y supuesta falta de eufonía, pero sí diré que el autor de marras no sólo ha hecho asimismo jueguecitos con mi nombre, multiplicándolo por diez para que dé “Jesuses” (¡qué grotesco, ja ja, vaya nombrecito!), sino que me atribuye palabras que yo jamás he colocado en traducción alguna. “Qué importa -parece decir él-; eso no va a arruinarnos unas buenas risas.”

    Yo no he escrito nunca “¡Merluzo!”, “Ni una pela, coño, joder”. Y así lo hago saber para que conste. Y en cuanto a “¡hala!”, “¿vale?”, y a “magrearse”, “follar”, “hacer el amor”, etcétera, que sí he utilizado y utilizo y seguiré utilizando mientras la autoridad competente me lo permita, sugiero a los cuatro vientos de nuestra amada lengua común que se consulte el Diccionario de la Real Academia Española -que, de momento, y que yo sepa, ninguna academia de ningún país de habla hispana ha declarado herético.

    Si cincuenta millones de personas emplean estos vocablos y expresiones día tras día, oralmente y por escrito, ¿quién es el gallito guapo que se cree con derecho a reírse de ellas?

    La lid sobre qué solución dar a las traducciones destinadas a ambas orillas y sus numerosos pueblos no la rehuyo en absoluto, antes bien la propugno allí donde puedo, pero exijo en mis interlocutores la misma buena fe que yo pongo en ella.

    Jesús Zulaika

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  5. Estimado Jesús:

    ¿Ve? Ahora estamos hablando. Me disculpará usted que no haya entendido su sentido del humor. Tanto el mail como lo que se escribe en los blogs en muchas oportunidades parecen exigir una velocidad de reacción que no es la aconsejable en una buena discusión. Sin embargo, voy a señalarle que usted, al haber utilizado la expresión "salirse de los cojones", que en ambas orillas del Río de la Plata no quiere decir nada, puso el dedo en la llaga. También al considerar que 50 millones de personas pueden imponerle su variedad lingüística a unos 350 millones más, lo cual, convengamos, no resulta simpático.

    Entiendo lo que dice del mensajero. Empiezo por comentarle que si los editores españoles no hubieran inventado eso de comprar los derechos de un autor para toda la lengua, imponiendo luego su particularidad, usted no sería el único traductor de los libros de Carver que tradujo. Entonces, ya que no se puede hablar con los editores, hablemos entre nosotros, traductores, buscando alternativas que nos incluyan de la mejor manera posible.

    De hecho, en el mismo diccionario al que usted invoca –y que escribe "americanismo" cuando la palabra no es de uso español, pero que no pone "españolismo" cuando la palabra no es de uso americano– está lleno de errores y tautólogías, por lo que, amablemente, le recomiendo la consulta del María Moliner, que muchas veces nos permite encontrar la sinonimia común que el DRAE no.

    Si usted recorre este blog en profundidad (blog en el que, por otra parte, colaboran muchos españoles y latinoamericanos de las más variadas latitudes, cosa que en uno y otro caso se agradece), verá que hablamos de responsabilidades en más de una ocasión. Las mismas tienen que ver con que si alguien va a lograr alguna vez que los libros que se publican en una y otra parte nos hablen a todos somos básicamente los traductores y no los administradores de empresas venidos a editores. ¿Me explico?

    Entonces, si este breve altercado sirve para que seamos conscientes de que hay un problema de solución no imposible, que necesita de nuestra común buena voluntad, entonces bienvenido sea. Lo mismo para el texto que sirvió de excusa para manifestar nuestro malhumor ante los excesos locales y para que, en última instancia, podamos estar hablando usted y yo.

    Concluyo diciéndole que escribo esto a título personal, pero como soy el administrador de este blog y como estas cuestiones ya se han discutido, además de invitarlo a leer y participar en él cuando guste, le señalo que no es éste un punto de vista ajeno a las preocupaciones de muchos otros traductores, a ambas márgenes del Atlántico.

    Siempre cordialmente

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  6. Con el mayor respeto, le cito:

    "También al considerar que 50 millones de personas pueden imponerle su variedad lingüística a unos 350 millones más, lo cual, convengamos, no resulta simpático."

    ¿De dónde se saca usted que yo considero eso? Léame bien: he dicho que nadie tiene derecho a reírse ("eructaciones góticas") de la lengua y el habla cotidiana de cincuenta millones de personas. Nosotros -los traductores españoles- no nos reímos jamás del modo de hablar de, pongamos, los peruanos o argentinos. Eso es lo que he querido decir y lo que he dicho.

    Ya estamos hablando, pues, pero quiero serle sincero: creo seguir percibiendo ciertos apriorismos intransigentes en el enfoque del asunto, en muchas de las cosas que tanto usted como muchos otros de sus compatriotas y hermanos del continente latinoamericano sostienen -y repiten a la manera de un mantra-desde hace ya bastante tiempo: lo que usted refleja arriba deliberadamente, o lo que le ha hecho afirmar el subconsciente: que los principales culpables somos los traductores, por no plantarnos ante el patrón y no partir a la conquista solidaria de una lengua más asimilada a la suya (de ustedes).

    Sus anhelos son muy lícitos, quién lo niega, pero nosotros los traductores españoles no podemos desplazarnos hacia una lengua franca o neutra o aséptica o aesperantada... No podemos, sencillamente. Porque nuestros patronos no nos lo permitirían -y tenemos que comer-. O, lo que es más importante y concluyente: no nos lo permitirían nuestros lectores peninsulares, a quienes en primer lugar nos debemos.

    (Luego, a cierta distancia, pero no menos importante, está el derecho estético: a nosotros nos gusta la variante del español que hablamos y escribimos en España, como a ustedes les gustan las suyas. Legítimo, ¿no? ¿Habremos de renunciar a ella en aras de un panliteraturismo integrador de todas las variantes hispanas existentes?)

    Lo demás son demagogias. O idealismos, o buenas intenciones inanes. Cámbiese el sistema económico; cámbiese la propiedad de los medios de producción culturales. Cámbiese lo que haya que cambiar, y lea al fin toda América Latina a Carver en sus diferentes traducciones locales. O, en su defecto, declaren la huelga general lectora a los magnates de la edición española. (Daño les harían, quién lo duda. Y a lo mejor se les ocurría algo.)

    Le voy a recordar una cosa que seguramente le habrán comentado ya esos ogros del nuevo imperialismo de la piel de toro. Cuando las circunstancias históricas -y económicas, no se olvide- determinaron que los españoles no pudieran leer más que las traducciones de Losada, los españoles las leíamos reverencialmente, a hurtadillas, por mucho que en ellas se hablara de “polleras” y de “autos” y de "minas" y de "almacenes" y de “departamentos” y de un sinfín de cosas con denominaciones y modismos cuando menos exóticos, y tales traducciones quedaron grabadas en nosotros con la marca de lo legendario y con la gratitud por lo gracioso (y no es que en Losada fueran unos filántropos), y con el amor de lo propio aunque distinto. Y a nadie se le ocurría quejarse, ni aborrecer ninguno de sus “pintoresquismos”, ni abominar o reírse de la escritura de los traductores (fiel reflejo del habla de sus pueblos). Ahora las condiciones socioeconómicas dictaminan lo contrario. Y no es culpa del común de los trabajadores culturales asalariados, ni por supuesto de los lectores autóctonos. Es culpa de cómo está montado el mundo.

    No practico el fatalismo, pero las cosas son -están- así, pese a quien pese, y no crea que no me siento impotente por no poder hacer nada al respecto.

    Un saludo,

    Jesús Zulaika

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  7. El problema no es la traducción, que dicho sea de paso no se puede hacer como a uno le venga en ganas o se lo dicte el corazón o los cojones, sino el hecho de que prácticamente las únicas traducciones de autores de otras lenguas de que disponemos en la Argentina últimamente, son las que se traducen en España. Ese problema no lo podemos solucionar ni los traductores de "aquí" ni los de "allá", como bien se ha dicho. Los blogs no son siempre inconsútiles, como lo demuestra este, del Club de Traductores. Es probable que se escuche el malestar en alguna parte mientras haya dónde decirlo. En efecto no creo que la solución sea reírnos los unos de los otros, pero tampoco recurrir a la RAE, que de ningún modo puede ser herética, por definición.

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  8. Mire, Jesús, para cuestiones vinculadas al manejo político de la lengua que se hace en España, le recomiendo el blog español Addenda et Corrigenda, donde se dicen cosas muchas más fuertes que las que decimos en Latinoamérica y todas ellas están debidamente documentadas y justificadas. Verá que lo que usted considera "apriorismos intransigentes" están sustentados en el padecimiento de políticas de las cuales, muchas veces por ignorancia y otras por connivencia, participan algunos de nuestros colegas.

    Y hablando de colegas, como bien ha insistido en otras oportunidades Juan Gabriel López Guix, me parece que tiene sentido sacar esta discusión del terreno de lo nacional para plantearla en términos de lo razonable. Siempre se puede un poco más sin por ello forzar nuestras convicciones. Nadie le dice a usted que deje de ser español, sino que en su manejo de la lengua, cuando traduce, considere que va a ser leído más allá de los límites de su país. Seguramente encontrará la forma. Eso sí, le significará pensárselo dos veces, lo que, al fin y al cabo uno siempre hace, pese al pago que recibimos. Sepa que aunque su patrón es español usted no traduce para España, sino para la lengua castellana, que tiene múltiples variantes, algunas de las cuales funcionan bien en casi todas partes, más allá de la comodidad del giro local. ¿Me explico? No sólo nos estará haciendo un favor, sino que se lo hará a usted mismo.

    Como ve, soy optimista. Pienso que esto que acabo de recomendarle es lo que los traductores podemos hacer. Si usted en lugar de "perra" pone "centavo", dudo mucho que venga algún editor a corregirle "centavo" por "perra". Ahora, si pone "perra" la primera vez, es poco probable que el editor se incline por "centavo". Yo sé que es poco, pero es un principio. Y en eso, aunque no le parezca, consiste parte de la responsabilidad de la que le estoy hablando.

    Entiéndame, no le esoty enmendando la plana, le estoy pidiendo que considere que, dadas las circunstancias actuales, mientras no pueda haber un Carver en cada país de Latinoamérica, "su" Carver es el que muchos van a leer, sin otra alternativa. Y sé que es posible porque hay muchos traductores españoles que también así lo entienden y obran en consecuencia. ¿O acaso usted leyó algún comentario contra las traducciones de Miguel Sáenz o el mismo López Guix, para citar apenas a dos? Si así fuera, hágamelo saber, por favor.

    Cordialmente

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  9. Estimado Zulaika: no me parece que aquí haya idealismo ni mantras; hay una necesidad de leer un Carver sin regionalismos, ni siquiera los de "aquí". Es cierto que las cosas "son así", "pese a quien pese", y que usted se debe a su púbico, y que tiene sus gustos estéticos, y es cierto quizá que las cosas no cambiarán del todo si no se cambian de mano los medios de producción, pero entre la aceptación de las cosas como son y la revolución hay una distancia considerable, y dejando de lado, "de momento", que no es de buen gusto tirarle a uno la revolución por la cabeza, le diré que lo suyo es como patear la pelota, el balón, fuera de la cancha y lo más lejos posible. Aun en la actual situación de la industria editorial, cabe hacer ciertas cosas, no digo sólo escribir centavos en lugar de perras, sino tener políticas gremiales, que algo han conseguido desde que el mundo capitalista es mundo. En cuanto a las traducciones de Losada -un editor español- no recuerdo regionalismos tan extremos, y si una traducción de Carver hubiera incurrido en "minas" o "colectivos", le juro que me hubiese chocado, tanto como si se hubiese prodigado en perras o quítame allá esas pajas. En cambio recuerdo traducciones anteriores a Losada y al franquismo, que venían de España y que mi padre atesoraba en su biblioteca, donde se leía que azotaba el cierzo helado a unos personajes que atravesaban la estepa rusa, o los nombres de cuyos autores eran traducidos al castellano, de suerte que John Milton pasaba a ser un muy castizo Juan Milton. No me quejo de ello, así como no se queja usted de las traducciones de Losada. Pero le insisto, no es ese el punto, sino que las cosas, optando por la posibilidad que indica usted entre guiones, "están" así, pero bien podrían estar un poco mejor, con algún compromiso corporativo y de amplitud de miras por parte de los traductores y editores del mundo de habla castellana. Le aseguro que abogaría por lo mismo si Buenos Aires fuese ahora la Meca de las ediciones en castellano, o lo fuesen Montevideo o México DF. Veamos cómo tener en cuenta a nuestros lectores de España, diría, y menos "minas", que las mujeres de Carver, al fin y al cabo, no son "minas" ni pelanduscas.

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  10. No sé si los lectores hispanoamericanos tienen enormes dificultades para leerme. O si les desagrada mi pluma localista, o, tout court, toda mi escritura. Pero yo a mí no me veo así. Cuando tengo que traducir a gentes que, para nosotros en España, no hablarían más que como hablan, no hago sino ser fiel a mí mismo (al fin y al cabo son cosas siempre contingentes). En el grueso de mis traducciones los vocablos y modismos conflitivos no son tantos. Lean Principiantes, por ejemplo, y juzguen.

    Ha sido un placer intercambiar estas fintas civilizadas y nunca exentas de bonhomía con usted, Jorge Fondebrider, y también le agradezco sus intervenciones al señor Aulicino y a López Guix.

    Quien no tiene más que mi desdén es el señor de la foto de ahí arriba (él motivó mi intervención "airada", no ustedes), por prepotente, mentiroso y faltón. Su pretendido sentido del humor a duras penas logra esconder su resentimiento.

    Felices sueños (aquí es una mañana radiante).

    Jesús Zulaika

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  11. Dos años después, paso por aquí a dejar el enlace a una nota que comenta la traducción que Zulaika hace de Carver. http://www.lanacion.com.ar/1480700-empecemos-a-exigir El mayor problema, a mi modo de ver, no son solo las expresiones castizas, sino que le cambia el estilo al autor. Carver deja de ser Carver y se convierte en otro. Cariños.

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