lunes, 10 de enero de 2011

Una afortunada consecuencia del exilio de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez en Cuba


El 24 de septiembre de 2010, la investigadora, ensayista y traductora cubana Lourdes Arencibia publicó el siguiente artículo en Cuba Literaria. Aquí se habla de una imprenta y editorial española, dirigida por Manuel Altolaguirre y su primera esposa, la poeta Concha Méndez (ambos en la foto), y de su capítulo cubano.

La Imprenta “La Verónica” y sus traductores

Quienquiera que se anime a accionar la moviola de la historia con la intención de iluminar la trayectoria de la edición en Cuba de libros y de revistas culturales, marcará con piedra blanca no pocos hitos a lo largo y ancho de la Isla desde la temprana introducción de la imprenta, y con ello marcará también el tesón industrioso, la puntería de los dardos y la decidida vocación de sus hombres de plancha y tinta.

Sin ir tan atrás, en un recordatorio que está a la espera de algo más enjundioso que un  mero pase de lista en un siempre acotado espacio, involuntariamente excluyente, evoquemos los nombres de Úcar García, el Avisador Comercial, la Imp. Siglo XX, la Moderna, Alfa, Oliva, Las niñas huérfanas, Ed. Trópico, Ed. Cárdenas, Ed. Lex,  Quirós y Estrada (Matanzas), la Universidad Central  de Las Villas, Miguel de Villa eds., Carlos Habre tip, puesto que  son éstos algunos botones de muestra, detrás de los cuales hubo hombres, y hasta alguna mujer, que pasaron muchas horas prácticamente “fundidos” en  una sola pieza a la maquinilla de ruedas, en muchos casos trascendiendo con creces la labor de un editor al uso, para poner en manos del lector y del bibliófilo criollo miles de páginas —hoy amarillas por el tiempo o achicharradas por el clima implacable— en serio peligro de desintegración o sencillamente títulos inencontrables.

Para no descuidar entonces el valor didáctico de lo que Lezama calificara de “rasguño en la piedra”,  debo señalar que son muy pocos los autores cubanos —incluidos los más reconocidos—, cuyos trabajos destinados a la estampa en el patio se acompañan —cuando lo hacen— de una bibliografía correctamente constituida, en cuyas entradas suele omitirse el dato de la editorial, lo que dificulta la localización de la consulta y suscita en el investigador ulterior serias dudas sobre el real manejo de las obras citadas, amén de que contribuye  a ir borrando, poco a poco, e injustamente, la huella de estos anónimos hacedores de nuestra cultura. ¡Y ni hablemos de los traductores! No sólo se excluyen sus nombres, privándoseles de identidad, sino que con frecuencia, ni siquiera se indica que se trata de una traducción. ¡Como si el proceso de internacionalización de la creación de una obra producida en un ámbito lingüístico acotado pudiera realizarse por arte de magia, como quien saca un conejo de un bombín!

Todos aquellos empeños fundacionales que históricamente han luchado en nuestro país con dificultades de variado calibre mantuvieron muy en alto el listón de la edición, tanto en la capital como en provincias, y allanaron los saltos del  camino a la labor ulterior de la Oficina del Historiador de la Ciudad, el Consejo Nacional de Cultura, la Moderna Poesía, el Ministerio de Educación, la Casa de las Américas, la UNEAC y por supuesto a lo que hoy lleva a nivel del país, de manera directa o sesgada, el toque editorial del Instituto Cubano del Libro.

Y por aquí la indagación, vista con la perspectiva que da el tiempo, llegamos al español Manuel Altolaguirre (poeta, impresor, conferencista, traductor y guionista de cine: Málaga, 1905-Burgos, 1959),  a su primera esposa la poeta Concha Méndez, al latinista  Bernardo Clariana y… a la Imprenta “La Verónica” con sus traductores. Corre el año de 1939 y se abre una historia de cuatro (Marzo del 39 a marzo del 43)…

Desde que contrajeron matrimonio en España (1932), Concha y Manolo habían decidido asociarse en una empresa editorial. Altolaguirre ya tenía experiencia en el oficio, pues asociado con Emilo Prados había fundado en Málaga la imprenta “Sur” que todavía hoy funciona con el nombre de “Dardos”, e impreso allí importantes revistas como Litoral, Caracola, o Caballo griego para la poesía. Ella compró una maquinita —cuenta Gonzalo Santonja— y ambos se estrenaron  con la revista Héroe:

Ataviada con ese inevitable y precursor mono azul que tanto admirara Juan Ramón Jiménez (“su mono añil puede ser de cajista de imprenta, enrolada de buque, fogonera de tren, polizón de zepelín, todo por la Poesía delantera que huye en cruz de horizonte ante las cuatro máquinas”) único en el tenso Madrid prebélico, Concha Méndez preside el trabajo de los tres obreros maquinistas…

Manolo, entretanto, combina tipos y alterna colores para iluminar los versos de toda una época”. [1] “Se vivía al pie de la letra” —decía Manuel de la Fuente. Pero estalla la guerra y el único camino posible fue el exilio, así el poeta-editor decide trasladarse a Méjico “(…) ligero de equipaje, pero eso sí, con la imprenta a cuestas.1

Las etapas del exilio político de los Altolaguirre, que por azares de la vida transcurrieron en Cuba, se deben a una súbita enfermedad infecciosa de la pequeña Paloma, que les obliga a hacer escala forzosa en la Isla e interrumpir la travesía y los planes que les llevaban de Europa a la patria de Juárez, en donde pensaban realmente instalarse.

Altolaguirre se estableció entonces en La Habana, con su mujer y su hija, merced al respaldo y la generosidad de algunos amigos, como los poetas Emilio Ballagas, Eugenio Florit, Nicolás Guillén, el pintor Mario Carreño y el escritor Alejo Carpentier, quienes:

(...) entre unos y otros, pulsando distintas teclas, lograron organizar, casi sobre la marcha, una serie de conferencias sobre poesía y poetas españoles, clásicos y contemporáneos, que, retribuidas con cierta generosidad, aliviaron su penuria y le servirían de puente para incorporarse a la vida cultural de la Isla (…) y dedicarse por completo al quehacer tipográfico y editorial.

Así se inició el primer capítulo habanero de la imprenta “La Verónica”, instalada en la sala de una modesta casa interior del Vedado, en el fondo de una farmacia que todavía existe en la calle 17 entre J e I.  La Verónica, realmente había nacido años atrás, en 1935, en la calle Viriato 73, de Madrid. Su nombre es reconocimiento y homenaje a la primera impresión que recogió en un lienzo las facciones cruzadas por el dolor del hombre del Viacrucis.

La semblanza que nos hace el poeta español Ángel Lázaro, de aquellos momentos iniciáticos nos ha parecido más veraz  que cualquier otra descripción:

(...) allí mismo, en el zaguanete, instaló su primera máquina de impresor (pequeñita, manual) —luego vendrían otras—,  y dándole él mismo al pedal de la máquina con gracia de afilador campesino se puso a editar alegremente (…), el primer volumen de una primorosa colección cuyo nombre toma de los Versos Sencillos de José Martí,  justo el título que escoge, no por azar, para inaugurar esa rúbrica y que dice: “mi verso es un ciervo herido/que busca en el monte amparo.

Llegaban los amigos, las visitas… Había trabajo para todos. Uno ayudaba a plegar, el otro —la otra en este caso— ayudaba a coser, se charlaba de arte y de poesía, y, al mismo tiempo, se laboraba. Manolo Altolaguirre, con las manos hermosamente manchadas de plomo, ajustaba galeradas, manejaba el componedor, distribuía ante el chivalete con dedos de sembrador esa semilla milagrosa que es la letra de molde. Un día llegó la gran máquina, una Kelly, señora respetable, que hizo su entrada en la casa con toda solemnidad. Aquello marchaba. ¿Cómo se pagaría tanto hierro? ¡Ah! Dios proveerá. En Cuba, el milagro se produce casi siempre. Se vive sin saber cómo.2

Y así, prácticamente sin recursos,  protagonizó una de las experiencias más hermosas y singulares en la historia de la edición en la Isla: la Imprenta “La Verónica”. Bajo ese sello —nos recuerda actualmente James Valender, el suegro de Paloma— inició entonces dos colecciones de pequeño formato: El ciervo herido, y la otra, de tamaño más grande, la colección Héroe, que daba continuidad a la serie homónima que Concha y Manuel habían lanzado en Madrid en los meses anteriores a la guerra (…). Ahora en su etapa habanera se estrenaba con la publicación de “Momento español”, de Juan Marinello, un título que ya había aparecido en Valencia en septiembre del 37, por la Colección Héroe de la tipografía Moderna, calzando las actividades revolucionarias de Marinello.

La imagen más exacta de La Verónica no es, sin embargo, la que se deduciría de este tipo de obras, de autores contemporáneos y temática comprometida (…) Manuel Altolagruirre y Concha Méndez situaron sus colecciones, en el ámbito inactual –por ser siempre de los más vivos, de los clásicos de la poesía (desde José Martí, hasta Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega, Antonio Machado y Federico García Lorca.3  No tardaron en aparecer  nuevos títulos de autores cubanos como Emilio Ballagas, Regino Pedroso, Nicolás Guillén, Ángel Gaztelu, Lydia Cabrera, Pablo de la Torriente Brau, Jorge Mañach, Alberto Rubiera. Y una cuidadosa selección de autores extranjeros a quienes  hubo,  por supuesto, que traducir. Ahora son joyas bibliográficas, pero entonces les resultaba muy difícil vender uno a uno aquellos ejemplares. Concha recuerda que los libros de La Verónica costaban un peso (…). Cuando el dinero escaseó, lanzaron el suplemento “La Pesada”,  una hoja doblada en cuatro que por el peso daba derecho a un libro (…) Transcurría la Segunda Guerra Mundial y era muy caro el papel. Por eso el formato de esas ediciones era diminuto.4

Las portadas —que se procuraron al menor costo— eran, sin embargo, muy sobrias y elegantes, siempre con el mismo diseño de cubierta, que rápidamente se convirtió en el distintivo de la imprenta, en color beige muy claro, casi blanco hueso, con recuadros en rojo y negro.

Por supuesto que, tanto Altolaguirre como Concha, no sólo eran conscientes de los valores de la profesión de traductor que personalmente ejercieron, como buenos editores sabían que cuando se aspira a conquistar un espacio en la oferta mundial de la edición no se puede hablar de aciertos en la difusión de la cultura universal a través de un sello editorial, o de una publicación seriada, si no se da cabida a obras que irán  a parar, una vez traducidas, a manos de un público de filiación cultural y lingüística  diferentes de aquellas que las gestaron.

Dicha convicción está implícita cuando Manolo funda y dirige  las revistas literarias Atentamente (1940) y La Verónica (1942); y colabora en Espuela de Plata, Nueva España, Tiempo, Universidad de La Habana y Orígenes.

De suerte que el malagueño da a la estampa un centenar de títulos sin soslayar obras de poetas franceses, americanos, ingleses y alemanes, muchos de los cuales tradujo personalmente. Solía desempeñarse como traductor en equipo: con Bernardo Clariana realizó una versión de La canción de Juan sin tierra, del poeta suizo Iván Goll, a la sazón de su visita en La Habana, estrenada por cierto en el teatro Auditorium, hoy Amadeo Roldán, en diciembre de 1939, con arreglo musical de Alejo Carpentier y dirección escénica del dramaturgo español José Rubia Barcia. Con O. Savich, tradujo El convidado de piedra y Festín durante la peste, de Alexander Serguei Pushkin, y de la colaboración que realizó con Antonio Castro Leal, salió nada más y nada menos que el Adonais, de Shelley en varias versiones, una de ellas publicada en La Verónica, en 1941.

Refiriéndonos a los trabajos de Pushkin antes citados, que pertenecen al grupo de obras que se conocen en la bibliografía del creador de la literatura rusa moderna con el titulo de Pequeñas Tragedias, y que La Verónica da a la estampa en la Habana en 1939, en su colección El ciervo herido, me ha parecido interesante destacar que precisamente acaban de ser reeditados para la colección El Manantial Oculto, que dirige el distinguido intelectual y traductor peruano Ricardo Silva Santiesteban, por cortesía de Paloma Altolaguirre e intermedio de James Valender, en el marco de las celebraciones que se organizaron en todo el mundo para marcar un aniversario más del nacimiento de Pushkin.5
Como dato curioso cabe señalar que el trabajo de Altolaguirre y Savich es propiamente de retraducción, toda vez que el Festín durante la peste de Pushkin no es ciento por ciento de su autoría, sino una versión o adaptación, con múltiples supresiones y ampliaciones que el ruso hace, a su vez, de la escena IV del primer acto de la tragedia del inglés John Wilson titulada The City of Plague (1816), práctica por demás muy frecuente en los autores de siglos pasados.  

Según Martinez Nadal,6 hay ya testimonios de otras traducciones del malagueño hechas en equipo en Londres, donde estuvo becado para estudiar las imprentas inglesas (1933), junto con una anglo-brasilera nombrada Mary Allison, quien residía en un piso de la casa que alquilaba el matrimonio Altolaguirre en la capital británica. La Allison hacía la traducción literal del original, y luego se la leía a Manolo para que el poeta captara los ritmos internos de las obras, que eran nada menos que los fragmentos del Adonais de Shelley y The Journey of the Mag de T.S. Eliot.  El método era muy similar al que puso en práctica la célebre pareja de Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubi, y sin ir más allá el que han seguido en nuestro país los conocidos dúos y tríos de Jesús David Curbelo y Susana Haug; de Curbelo, con Ángela Morales  y Rubén Casado; de esta servidora con Keith Ellis para las traducciones de poesía antillana en lengua inglesa, que  forman parte de la Antología de la poesía del Caribe anglófono dada a la estampa por la editorial El perro y la rana de Venezuela; de Omar Pérez y Verónica Spasskaia, tan acertadamente descritos por ésta última en el número reciente de la nueva época de la revista Unión; de la propia Verónica con el traductor matancero Juan Luis Hernández Milián, dos veces premio de traducción “José Rodríguez Feo”; de Jorge Yglesias y Alla Llorens, ganadores por el resultado de su colaboración, del premio Internacional que la UNESCO convocó para reconocer la mejor traducción que se hiciera mundialmente de un poema de Pushkin en conmemoración a la efemérides del clásico ruso.

A juzgar por los propios testimonios de Altolaguirre en su correspondencia, el traductor-editor colaboró también con Stanley Richardson en las traducciones de Thomas Hardy y G-K.Chesterton, que el Instituto Cervantes reporta como perdidas, pero que otros investigadores han identificado en las páginas de la emblemática revista 1916 de la etapa londinense de Altolaguirre, cuyo emblema rinde homenaje al año de la muerte de Cervantes y de Shakespeare y en el que reconocemos la aspiración de Altolagruirre de aproximar la cultura de los dos países. Por demás, el grupo de poetas y traductores españoles de la generación del 27, que contaba entre sus miembros más destacados a Altolaguirre, tiene en su haber una singular tarea de grupo similar a la que se integró en su momento en Buenos Aires,  liderada por Virgilio Piñera, para producir una versión española del Ferdydurke del polaco Witold Gombrowitz, pero con  Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Mariano Brull, para Bosque sin horas de Jules Supervielle, que editó Plutaro en Madrid  en 1932

En la Bibliografía de Altolaguirre publicada por el Instituto Cervantes, con la entrada Traducciones y completada con los datos de las que figuran en el libro de la investigadora francesa Laurence Breysse -Chanet7, aparecen las siguientes versiones:
  • Atala, René y el último abencerraje de François René vizconde de Chateaubriand, Madrid, Espasa–Calpe, 1932,1979 .
  • La canción de Juan sin tierra de Iván Goll. Trad de Manuel Altolaguirre y Bernardo Clariana, La Habana, 1941.
  • Los trabajadores del mar de Víctor Hugo, Madrid, Espasa Calpe, 1932.
  • El convidado de piedra y Festín durante la peste, de Alexander Serguei Pushkin. Trad. de Manuel Altolaguirre y O. Savich, Barcelona, A.E.R.C.U. 1938. Trad de Manuel Altolaguirre y Antonio Castro  Leal, México, Polius, 1938.
  • Adonais de Percy B. Shelley (fragmentos). Trad. de Manuel Altolagruirre, Madrid: imp Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, ed. Héroe, 1936.
  • Adonais de Percy B. Shelley. Trad. de Manuel Altolagruirre y Antonio Castro Leal, La Habana, La Verónica, 1941.
  • Adonais de Percy B. Shelley Shelley. Trad. de Manuel Altolaguirre y Antonio Castro Leal, en: 1916, Nos 5 a 7, Londres, 1935. Recogido también en: Poesías Completas, ed. Luis Cernuda, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, pp. 213-236.
  • A la luna de Percy B. Shelley. Trad. de Manuel Altolaguirre, en: 1616, no. 1, Londres, 1934.
  • El ciclo de la creación de Luigi Sturzo. Trad de Manuel Altolaguirre, y B. Pritchard, Buenos Aires, Tiempos Nuevos, 1940.
  • Bosque sin horas de Jules Supervielle. Trad del francés por Manuel Altolaguirre,  Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén y Mariano Brull, Madrid, Plutaro, 1932. Poema, por  Jules Supervielle, París, Manuel Altolaguirre imp. 1931.8
  • Poemas  de A.E. Housman, S. Richardson, T.S.Eliot y H. Wolfe. En: 1616, Nos. 3, 8 y 9, Londres, 1935.
  • Los emigrantes de Guy de Maupassant, guión de cine con un grupo de estudiantes de ese país.
Según Paloma Altolaguirre, en cuatro años se tradujeron en la Imprenta “La Verónica” unos doscientos  libros, cada uno impreso y encuadernado a mano por el equipo que encabezaron Manolo y Concha. También se sabe que ayudaron  a conformar la primera agrupación teatral universitaria de La Habana, una experiencia que llevó a la puesta en escena las dos obras de Pushkin traducidas por Altolaguirre. Luego de abandonar permanentemente la Isla, el malagueño regresó no obstante varias veces a La Habana, entre octubre de 1953 y principios de 1955, volcado más bien en tareas de guionista y productor de cine, junto a María Luisa Gómez Mena.

¿Qué otros traductores colaboraron entonces en “La Verónica”?
Bueno, para terminar este recuento a vuelapluma, huelga decir que ha sido toda una proeza sacar prácticamente del “baúl de San Jerónimo” 9 con ayuda del detective Mario Conde, de Padura, que por suerte se nos ha vuelto bibliófilo en una de sus más recientes novelas,10 algunas de las fichas bibliográficas que dan fe del trabajo más o menos integral de esa imprenta —insuficientes, aunque relativamente representativas—  de esta, sin embargo, importantísima contribución a la cultura cubana con particular interés en aquellas donde figuren menciones a los traductores. Presumo no obstante,   que no fueron muchos más que nuestros ya conocidos personajes, seguramente imposibilitados  de asumir la remuneración a otros mediadores, por modesta que fuera.  Les dejo pues, con mi agradecimiento por vuestra condescendiente atención, con algunas de las fichas que he podido rescatar tomadas de los propios títulos que se conservan de “La Verónica”. 

1. Los Espitalamios de Catulo / trad. en verso, pról. y notas de Bernardo Clariana. —ed. bilingüe—. La Habana: Publicaciones de la Revista de la Universidad de La Habana, 1941. 98 p.
Libro dedicado a Simone Thalamas.
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 21 de julio de 1941.

2. Gaztelu, Ángel (pbro). Poemas. / Ángel Gaztelu; nota explicativa y trad. del latín de Ángel Gaztelu.-- Cuadernos “Espuela de Plata”: La Habana, 1940.
11 p.; 213 /  271 mms
Ejemplar encuadernado.
Libro dedicado a J. Lezama Lima.
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 23 de Julio de 1941.

3. Goll, Iván. La canción de Juan sin Tierra. / Iván Goll; trad. de Manuel Altolaguirre y Bernardo Clariana. --La Habana: La Verónica, 1941.
79 p.--(Colección “El ciervo herido”)
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 23 de Julio de 1941.

4. Pushkin, Alexandr Sergueievich, (1799-1837).  Festín durante la peste. El convidado de piedra / Alexandr Sergueievich Pushkin; tr. de O. Savich y Manuel Altolaguirre; introd. de Antonio Machado —La Habana: La Verónica, 1939.
76 p.-- (Colección “El ciervo herido)
El ejemplar consultado tiene en la página de separación de ambas obras, dedicatoria autógrafa a la “Biblioteca Nacional” por la imprenta “La Verónica”.
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 17 de Noviembre de 1939.

5. Shelley, Percy Bysshe, (1792-1822).  Adonais/ Percy B. Shelley; nota introd. de los editores Concha Méndez y Manuel Altolaguirre. --ed. bilingüe.-- La Habana: La Verónica, 1941.
65 p.: ilus. -- (Ediciones “1616”. English and Spanish poetry)
Ilustraciones de Mario Carreño.
Texto inglés con la versión castellana hecha por Antonio Castro Leal y Manuel Altolaguirre.
El ejemplar consultado tiene exlibris de Don Fernando Ortiz.
Imprenta de Concha Méndez y Manuel Altolaguirre. 29 de Agosto de 1941.

6. Calderón de la Barca, Pedro, (1600-1681). Life is a dream: A play in three Acts / Pedro Calderón de la Barca; tr. by William F. Stirling; pról. de Manuel Altolaguirre.-- La Habana: La Verónica, 1942.
259 p.-- (Ediciones “1616”. English and Spanish poetry) : ilus.
Ilustración de Mario Carreño.
Ejemplar no leído.
Imprenta de Manuel Altolaguirre. 21 de Julio de 1942.

Notas:
1. G-Santonja: El poeta español en Cuba: sueños y realidades del primer impresor del exilio, Círculo de lectores, Barcelona, 1994.
2. “Testimonio de Ángel Lázaro”, en: Rosa María Elizalde, op.cit., pp. 25-26.
3. Véase: Miguel Iturria Savón: Españoles en la cultura cubana, Social Science, 2004.
4. Intervención de James Valender en ocasión del Centenario de Manuel Altolaguirre (nov-dic, 2005), en: Rosa Miriam Elizalde. Encuentro en La Habana, Centro Cultural Dulce María Loynaz, La Habana, otoño de 2007, p. 23.
5. Véase Alexandr Pushkin: Pequeñas Tragedias, Pontificia Universidad Católica del Perú, No. 78, El Manantial Oculto, Colección dirigida por Ricardo Silva Santiesteban, Lima, 2010, pp. 71-135. 
6. Martínez Nadal, Rafael: “Manolo Altolaguirre en Londres: Apuntes para unas viñetas”, en: Insula, 475 (1986), p.11.
7. Véase  la Bibliografía en: Laurence Breysse -Chanet. En la memoria del aire. Poesía y poética de Manuel Altolaguirre. Estudios Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga , 2005, p.255.
8. Tomado de la Bibliografía de Manuel Altolaguirre. Traducciones, Instituto Cervantes, Departamento de Bibliotecas y Documentación, p.2.
9. Santo patrón de los traductores.
10. Alusión a la magnífica novela En la neblina del ayer de Leonardo Padura, Ed. Unión, La Habana.

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