miércoles, 16 de marzo de 2011

Pavo - Guajalote, Pirú o Gallopavo. Pavo (España, Chile, Argentina, Uruguay), Guajalote o Gallopavo (México) y Pirú (Brasil).

El suelto proviene del blog Hermano Cerdo, donde René López Villamar publicó una breve entrevista con la traductora mexicana Selma Ancira, el 18 de febrero de este año.

Para quienes deseen ver la fuente original, http://hermanocerdo.anarchyweb.org/index.php/2011/02/la-traductora-de-tolstoi-y-el-guajolote/

La traductora de Tolstoi y el guajalote

Hoy por la mañana HermanoCerdo tuvo la oportunidad de entrevistar a Selma Ancira, traductora entre otros de Tolstói, Dostoievski, Gógol y la poeta Marina Tsvietáieva —de quien uno de sus más grandes anhelos es traducir la obra completa. Admiradora por igual de la cultura rusa y la griega, Ancira habló de la pasión que debe tener el traductor por su trabajo. Defiende al traductor como un creador y citando a Tsvietáieva nos dice que el mejor traductor es aquel que habría dicho lo mismo que el autor sobre el mismo tema. De ahí nace su amor por la poeta rusa.

Como es un tema recurrente en HC, no pudimos dejar de preguntarle cómo traduce a los rusos una mexicana radicada en Barcelona. ¿Traduce al español peninsular o al español mexicano? Cuando comencé a traducir, nos responde Selma Ancira, los editores españoles me decían cosas como «no se dice “recámara”, se dice “dormitorio”». A ello les replicaba que si los lectores no sabían que era una “recámara” bien podían buscarlo en el diccionario. Restringirse al español peninsular, nos dice, es empobrecer a la lengua. Al contrario, siempre hay que buscar escribir en un español correcto, pero sin dejar al lado los giros y expresiones locales, que enriquecen el idioma, ya que las traducciones se leerán por igual en España, México o Argentina.

A propósito de usar las variantes del español en la traducción, nos pone un ejemplo muy interesante, el de su traducción de Loxandra de María Iordanidu (que en España publicó Lumen y en México la Universidad Veracruzana / Ediciones sin Nombre). La novela, que da cuenta de la vida de las familias adineradas en la Constantinopla de finales del siglo XIX e inicios de XX. Como en parte la novela representa las tensiones entre los griegos de Constantinopla y aquellos de Grecia, cada uno con una forma de hablar distinta, Ancira decidió dar a los de Grecia el habla del español peninsular y a los de Constantinopla la de los mexicanos. Así, en Constantinopla no hay pavos sino guajolotes. «¿Pero qué es un guajolote?», preguntaban en la editorial. «No importa que sea un guajolote», responde Ancira, «lo que importa es que la gente de Grecia no entendería de que animal hablaban los de Constantinopla».

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