jueves, 9 de junio de 2011

La traductora de Bolaño al inglés no baja las luces ni pone a Barry White mientras lo traduce

Las novelas de Roberto Bolaño Los detectives salvajes y 2666 traducidas al inglés por Natasha Wimmer aparecieron en las listas de los “Diez mejores libros del año” que publica el New York Times. En diálogo con Ollie Brock, la traductora se refirió al mundo inquietante y a la vez extrañamente conmovedor de la prosa de Bolaño así como a la atmósfera tan singular de sus escenas de sexo. Originariamente publicada en Granta, el 17 de mayo de 2010 (http://www.granta.com/Online-Only/Translating-Bolanyo), la entrevista fue traducida al castellano por Julia Benseñor.  


Cómo traducir sexo


–La obra de Bolaño está plagada de indiferencia y humor negro, quizás especialmente cuando habla de sexo. “La pelirroja” —ese pasaje de Amberes publicado en el número 110 de la revista Granta dedicado al sexo, en el que una muchacha tiene sexo periódicamente con un policía del área de narcóticos— no es una excepción. Una frase dice: Escena teñida de morado: aún sin bajarse las medias hasta los tobillos, relata lo que le ha pasado durante el día. ¿Hasta dónde tienes que dejarte absorber por la atmósfera del libro y cómo lo consigues?
–Si te refieres a si tengo que bajar las luces y poner una melodía de Barry White, lamento decepcionarte. Con esto no quiero decir que no me afecte la atmósfera de una escena, pero  yo no soy el equivalente de un actor del método Strasberg que se sumerge en su personaje. Y afortunadamente no creo que la ficción de Bolaño –ni siquiera sus escenas de sexo– requiera de la propia ficción del traductor. Como bien dices, su trabajo está colmado de indiferencias y humor negro, lo que significa que hay una sensación de distancia, incluso en sus partes más gráficas. Y esa capa de frialdad es lo que hace que sus escenas de sexo sean poco románticas y a la vez curiosamente realistas y conmovedoras. Eso también me permite traducirlas de manera más o menos convincente, o al menos eso espero. Fue más complicado cuando traduje al cubano Pedro Juan Gutiérrez, otro novelista afecto a las descripciones de sexo no convencional, porque su tono es menos controlado y más hedonista, lo que francamente me resulta más ajeno (después de todo, soy la hija de un pastor metodista).

–Siempre supuse que se requería mucha empatía para ser traductor. ¿O acaso es algo puramente técnico, en cuanto a que se trata de entender las palabras y pasarlas por la picadora de carne? Sé que estuviste un tiempo en la ciudad de México mientras trabajabas en Detectives salvajes, la primera novela de Bolaño... ¿De qué manera influyó en tu interpretación del libro?
–Estoy convencida de que se necesita empatía, pero discrepo con la idea tan divulgada de que el traductor, de alguna manera, se convierte en el autor o tiene una especie de relación telepática especial con él. Sinceramente pienso que es un poco presuntuoso y grandilocuente y que enturbia ese proceso delicado por el cual el traductor ajusta su voz a la del autor. Se requiere cierto tipo de sintonía, y lo que quiero decir con esto es que el traductor debe encontrar un tono dentro de su propio registro que, de alguna manera, se adecue al autor. Es más fácil, al menos para mí, traducir a un autor o a un personaje con el que tengo cierta afinidad natural. En cuanto a México, el tiempo que pasé allá transformó por completo mi comprensión del libro. Los detectives salvajes es un canto de amor a la ciudad de México y caminar por las mismas calles que transitaron Bolaño y sus personajes me proporcionó un contacto muy íntimo y visceral con la ciudad y la novela. Hay algo en la ciudad de México, sobre todo, en la noche que es especial. Por un lado, es más oscura que la noche en la mayoría de las otras ciudades que conozco, lo que significa que las cosas parecen acecharte mientras caminas, y uno tiene la sensación de que está a punto de tener un encuentro bizarro del tipo que tienen los personajes de Bolaño todo el tiempo. También estuve en el Café La Habana (en la novela, el Café Quito), que no cambió mucho desde los tiempos en que Bolaño paraba ahí, y me topé con toda clase de detalles culturales que me salvaron de numerosos traspiés en la traducción (Por ejemplo, yo había garabateado “El Santo???” en mi primer borrador de la traducción y allá enseguida me enteré que es el luchador enmascarado más famoso de México).

 

El chileno Roberto Bolaño

–Tus traducciones a veces resultan muy líricas, en las que te mueves al ritmo de una sintaxis del original que conservas pero que, de alguna manera, logra una excelente legibilidad  en inglés. Me interesa saber cómo lo logras. ¿Podrías darnos un ejemplo de una oración en español y que nos muestres la primera y la última versión en inglés, si es que trabajas así?
–Me alegra que pienses que mis traducciones se leen con naturalidad en inglés a la vez que conservo algo de la sintaxis original del español, ya que me esfuerzo mucho por lograrlo, aunque no siempre es posible. Al igual que muchos escritores de habla hispana, Bolaño tiene un umbral de tolerancia alto a lo que podríamos llamar “oraciones de corrido”. No siempre puedo conservar esto en inglés, pero es más fácil cuando expresan la voz de un determinado personaje, porque el lector en inglés está más dispuesto a aceptar esa lectura de corrido cuando viene en formato de habla discursiva. En el ejemplo de Amberes que cito, la voz corresponde a un policía que tiene sexo con una mujer sin nombre:

“Metió los dedos hasta el fondo, la chica gimió y alzó la grupa, sintió que sus yemas palpaban algo que instantáneamente nombró con la palabra estalagmita.”

“He pushed his fingers all the way in, the girl moaned and raised her haunches, he felt the tips of his fingers brush something to which he instantly gave the name stalagmite”
.
No conservo los borradores de mis traducciones, pero sí recuerdo algunas de las decisiones que tomé. La palabra que me dio más trabajo fue “grupa”, que literalmente significa “las ancas del caballo”. Quería mantener la connotación campestre, porque le daba a la oración una dosis extra de suciedad. Otra posibilidad podría haber sido rump (anca), pero haunches es un poco más sugerente y sexual. El resto era bastante directo, una vez tomada la decisión (al principio de este breve capítulo) de respetar esa extensión a veces incómoda de las oraciones. Al volver a leerla, se me ocurre que el efecto es casi como cuando uno jadea o se queda sin aliento, lo que no deja de ser pertinente en el contexto.

–Sin duda, una solución puesta en acción.  Y una vez más muestra la marca de Bolaño en esa mezcla de salto abrupto a lo banal y comedia negra. Su mente seguramente es extraña de entender. Si hubieras podido encontrarte con él y hacerle una sola pregunta, ¿qué le habrías preguntado?
–Esa sí una pregunta difícil. Hay tantas pequeñas cosas que hubiera querido preguntarle: ¿qué quiso decir acá?, ¿qué significaba esta palabra en el México de la década de 1970?, ¿cómo debería interpretar tal o cual oración? Muchas veces tuve que tomar decisiones en función del contexto y la consulta y, en última instancia, de mi propia intuición. Y hay todo tipo de preguntas menores para las que me habría encantado tener una respuesta certera. Pero si hubiera tenido una sola pregunta para hacerle, supongo que debería ser una importante, y no estoy segura de cuál sería. De algún modo, siento que sus libros son en sí la respuesta a cualquier pregunta seria que yo podría hacer, y no estoy segura de que él podría decirme, o que me habría dicho, lo que no reveló en la obra que nos dejó.

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