viernes, 8 de julio de 2011

Marietta Gargatagli vuelve a dar muestas de cordura y aporta su gran conocimiento

Acaso como consecuencia de las últimas entradas, a Marietta Gargatagli –que es  doctora en Filología Hispánica y profesora titular de la Facultad de Traducción e Interpretación desde 1976 y, actualmente, profesora emérita del Departamento de Filología Española de la Universidad Autónoma de Barcelona– le pareció oportuno poner algunas cosas en su justo lugar. Lo hizo, como casi siempre, apelando a la historia y al sentido común. En el siguiente artículo, especialmente escrito para este blog, reflexiona sobre la idea de panhispanismo y ofrece una serie de ejemplos reveladores que harán las delicias de la familia panhispana.

Panhispanismo: ser o estar

Descarto que esta idea nazca de la expansión del castellano en América. Los estados nacionales surgidos de los procesos de independencia de todas las colonias españolas, con la excepción de Cuba y de Puerto Rico, postularon una política educativa y alfabetizaron a los habitantes en castellano, la lengua de las élites criollas, lengua que, hasta esas campañas de alfabetización, era minoritaria y probablemente hubiera desaparecido como sucedió en Filipinas, que alcanzó la independencia más tarde y donde el castellano perdió a sus hablantes.

Cuba, que fue española hasta 1898, se benefició de las políticas educativas de la metrópoli del siglo xix, que corrigieron en parte el analfabetismo que hacia 1810 rondaba, en España, el 90 % de la población. Es un cálculo aproximado porque el primer censo que consigna datos sobre conocimientos lingüísticos es de 1860: sobre una población de 15.673.481 de personas, había entonces 11.837.391 analfabetos y 705.778 semianalfabetos. En Puerto Rico, al terminar el período colonial, el 90 % de la población era analfabeta y el castellano se benefició de la educación del sistema de protectorado de ee.uu, que se hace en ese idioma. En Cuba, la mano de obra indígena, que desapareció en las primeras décadas del siglo xvi, fue sustituida por mano de obra esclava (la esclavitud fue abolida al terminar el siglo xix), cuyas muchas lenguas influyeron en el habla de la isla, pero no tuvieron la implantación de las lenguas nativas americanas. En Puerto Rico, al terminar el período colonial, existía una suerte de créole que competía con la lengua castellana que hablaban minoritariamente, como en toda América, las élites dominantes.

El desconocimiento del castellano por parte de las inmensas mayorías que habitaban América no significa que, durante los largos siglos coloniales, hubiera habido respeto por las lenguas de cada pueblo. Significa que eran analfabetos también en su propia lengua. La alfabetización, tal como la interpretaron las nuevas repúblicas, no tuvo como fin abolir los idiomas vernáculos (aunque fuera la triste consecuencia): resumía la aspiración liberal del siglo xix de que los ciudadanos de esos Estados supieran leer y escribir. Existe —por lo menos desde hace cincuenta años— una extensísima bibliografía (de universidades y organismos latinoamericanos) donde se analizan, de forma crítica, aquellos principios educativos. El punto de partida de esos análisis es, sin embargo, el mismo: la expansión del castellano en América se produjo después de la Independencia.

Esa alfabetización del siglo xix explica la sorprendente similitud que guarda la lengua escrita en España y América Latina. Por una razón: España comenzó la alfabetización de la población al promediar el siglo xix y en ambos continentes se usaron los mismos modelos verbales y los mismos modelos literarios. Los grandes estudiosos de la lengua castellana del siglo xix, todos ellos americanos: Andrés Bello, Rufino Cuervo, Miguel Ángel Caro, Rafael Baralt, utilizaron el corpus histórico literario de la lengua para escribir las gramáticas y diccionarios que todavía hoy son obras importantes de consulta. No buscaron un consenso ni se dijeron panamericanos ni panhispanistas; utilizaron simplemente el sentido común y contribuyeron a la descripción de una lengua heredada, pero que la voluntad de enseñarla había convertido en propia.

Remontarse a los tiempos pretéritos para descifrar si a América vinieron más andaluces, extremeños que vizcaínos, si eran analfabetos o letrados, si “el latido del Imperio hispano llegaba ya sin brío”, como dijo Américo Castro de la Argentina, son diagnósticos que se fundan una vez más en falsos mitos de origen. Los latinoamericanos hablan y escriben castellano porque fueron a la escuela, en América.

Otra vez la valija de cartón

Las crisis económicas y políticas de América Latina llevaron a esos latinoamericanos a muchos lugares del mundo donde no se habla castellano: a ee.uu, a Canadá, a Italia, a Israel, a Australia, a Nueva Zelanda, a Francia y Alemania. Junto con los que viven en América Latina, son la parte esencial de los 400 o 500 millones de hablantes de castellano, como primera lengua, que hay en el mundo. Que exista la idea de que estos hablantes —que huyen de la miseria, de la falta de oportunidades o de las persecuciones políticas— tengan un valor económico, cambia las cosas de lugar.

Sin embargo, la veracidad o la función de este discurso podría ser aceptable, basta que uno abandone los lugares poéticos o trágicos que la imaginación (por lo menos la mía) suele frecuentar, para darse cuenta de que la vida material existe y de que alguien puede gestionarla.

El problema es que esa gestión parece tener un precio. Y recordaba la procedencia de quienes están dando “valor económico” al castellano y su incorporación a la lengua en el siglo xix porque sospecho que ese precio implica la progresiva desaparición de la complejidad de su lengua y de “estos” hablantes.

Por razones de trabajo utilizo, casi a diario, la versión on line del Diccionario de la Real Academia Española (drae) y me sorprenden, también a diario, las definiciones que aparecen de “esos” hablantes.

Para empezar, ¿cómo se llaman esos hablantes?

Leamos la definición de hispanoamericano, que existía hasta 1992, incorporada al drae en 1914.

“Perteneciente o relativo a españoles y americanos. Compuesto de elementos propios de uno y otro pueblo. Dícese más comúnmente de las naciones de América en las que se habla español, y de los individuos de raza blanca, nacidos o naturalizados en ellas”.
¿Raza blanca?¿hasta 1992?

En 1992, se sustituyó “raza blanca” por “de habla española”.
Sin embargo, permaneció hasta hoy el término “individuo”, al que sólo le caben dos significados, según el drae, porque otros dos, que también menciono, deberíamos descartarlos. Los hispanoamericanos no son animales o vegetales, ni tampoco forman parte de ningún Consejo de Estado.

—Cada ser organizado, sea animal o vegetal, respecto de la especie a que pertenece.

—Persona perteneciente a una clase o corporación. Individuo del Consejo de Estado, de la Academia Española.

—Persona cuyo nombre y condición se ignoran o no se quieren decir.

—Mujer despreciable.

Por tanto, según estas definiciones, los hispanoamericanos son personas cuyo nombre y condición se ignoran o no se quieren decir (siempre que sean hombres) y cuyo único rasgo definitorio —no tienen otro— es hablar español.

¿Cómo se llaman quienes viven en América, pero no hablan castellano o lo hablan como segunda lengua?
No tienen nombre.

¿Por qué los hispanoamericanos no se llaman latinoamericanos?

Se llamaron un poco así, ya no.

La palabra incorporada en el drae, en 1970 señalaba: “Se dice del conjunto de los países de América colonizados por naciones latinas, es decir, España, Portugal o Francia. Natural de cualquier de estos países americanos”. En 1992 se eliminó la segunda acepción. Ahora un latinoamericano es sólo un país, no una persona.

Las palabras América Latina no son un nombre nacido de una definición lingüística ni tienen nada que ver con la lengua de las naciones que colonizaron el Nuevo Mundo. Lo que unifica a los países (donde se hablan cientos de idiomas) que empiezan en México y terminan en Argentina y Chile, pasando por Haití, Jamaica, Granada, Martinica, Santa Lucía o Brasil es un horizonte compartido, nacido de una experiencia (la experiencia de América Latina) política, económica y multicultural asombrosamente idéntica. No cabe duda de que América Latina decidió llamarse así y que quienes nacieron en ella se llaman latinoamericanos.

¿Es esta eliminación, sustitución y redefinición de nombres una representación de aquello que los estudios postcoloniales denominan colonialismo epistemológico, más duradero que la dominación material?

¿Qué dimensión simbólica o material tiene esta concepción de panhispanismo (palabra que no figura en el drae) que no incluye a América Latina ni se da a sus hablantes el nombre que se dan a sí mismos esos hablantes?

¿Qué papel tienen las academias latinoamericanas de la lengua en estas definiciones (y las que siguen) que contradicen la abrumadora bibliografía que cada año producen las universidades latinoamericanas o los latinoamericanos que están en universidades de diversas parte del mundo?

La fecha que aparece al final de cada definición refiere el año en que por primera vez se incorporó esta palabra al drae.

Apache
Se dice del indio nómada de las llanuras de Nuevo México, caracterizado por su gran belicosidad.  

Antes decía: “Dícese de ciertos indios salvajes y sanguinarios que habitaban en los confines del noroeste de la antigua provincia de Nueva España.” (1925)

Caribe
1. adj. Se dice del individuo de un pueblo que en otro tiempo dominó una parte de las Antillas y se extendió por el norte de América del Sur. U. t. c. s.
2. adj. Perteneciente o relativo a este pueblo.
5. m. Lengua de los caribes, dividida en numerosos dialectos.
6. (Por alus. a los indios de la provincia de Caribana). m. Hombre cruel e inhumano.

Antes decía: “El hombre sangriento y cruel, que se enfurece contra otros, sin tener lástima ni compasión. Es tomada la metáfora de unos indios de la provincia de Caribana en las Indias donde todos se alimentan de carne humana. (1729)

Azteca
(Del nahua aztécatl, habitante de Aztlan).
1. adj. Se dice del individuo de un antiguo pueblo invasor y dominador del territorio conocido después con el nombre de México. U. t. c. s.
2. adj. Perteneciente o relativo a este pueblo.
3. m. Idioma nahua.

Antes decía: “Dícese del individuo de un antiguo pueblo invasor y dominador del territorio conocido después con el nombre de México.” (1884)

Maya  
Se dice del individuo de cualquiera de las tribus indias que hoy habitan principalmente el Yucatán, Guatemala y otras regiones adyacentes. U. t. c. s.
Perteneciente o relativo a estas tribus.
Familia de lenguas habladas por los mayas.

Antes decía: en lugar de “se dice”, “dícese” (1956)

Aimara
Se dice del individuo de una raza de indios que habitan la región del lago Titicaca, entre el Perú y Bolivia. U. t. c. s.
Perteneciente o relativo a esta raza.
Lengua aimara.

Antes decía: en lugar de “se dice”, “dícese” (1914)

Encomienda
En América, institución de contenidos distintos según tiempos y lugares, por la cual se señalaba a una persona un grupo de indios para que se aprovechara, ya del trabajo de ellos (encomienda originaria o de servicios), ya, posteriormente, de una tributación tasada por la autoridad (encomienda de tributo), y siempre con la obligación, por parte del encomendero, de procurar y costear la instrucción cristiana de aquellos indios. Definición de 1984.

En América, institución de contenidos distintos según tiempos y lugares, por la cual se señalaba a una persona un grupo de indios para que se aprovechara de su trabajo o de una tributación tasada por la autoridad, y siempre con la obligación, por parte del encomendero, de procurar y costear la instrucción cristiana de aquellos indios. Definición de 1992.

En la América hispana, institución de características muy diversas según tiempos y lugares, por la cual se atribuía a una persona autoridad sobre un grupo de indios. Definición de 2011.

Cuando antes hablaba de la desaparición de los hablantes y de la simultánea desaparición de las complejidades de su lengua me refería, exactamente, a lo que ilustra el ejemplo último.

América Latina: ese lugar ignoto

La lengua de España y América Latina es una lengua compartida. Los borramientos y las simplificaciones ponen en entredicho que estemos hablando una misma lengua. 

En el pasado, la sustitución de la naturaleza humana por la naturaleza meramente física —el paisaje o las riquezas— fue la condición esencial del colonialismo. Para «desposeer al bárbaro» fue necesario primero construir la barbarie: traducción  renacentista de un antiguo término que definió casi para siempre a la otredad en América. Bárbaro quiere decir «incomprensible» y su etimología, en griego, procede justamente de una onomatopeya que representa ruidos inarticulados e impenetrables. El mérito de «tener alma» no los hizo merecedores de tener «policía», como se llamaba en el castellano de entonces, a la “civilización”. Quinientos años después, este diccionario panhispánico los sigue llamando indios, tribus o individuos. No hay, en ningún caso, ninguna aproximación siquiera remota a quienes eran entonces o quienes son ahora.

Creo que “hispanoamericano” posee la misma fragilidad, la misma desnudez. Qué latinoamericano va a sentirse identificado, nombrado, representado por una palabra que no lo nombra y niega su historia.

Personalmente, soy defensora acérrima de hablar y de escribir bien. Por tanto, aprecio y casi diría reverencio, las obras de consulta que pueda ofrecernos la lengua castellana. 
No cuestiono su existencia y su valor. Discuto la función que dicen tener y que las obras contradicen.

La uniformidad, la unificación, el panhispanismo no me parece que tengan que ver con el fomento de la lengua, con la corrección de la lengua ni con su futuro próspero o modesto. Cada país tiene formas de regular el idioma y la prueba de la eficacia de esos mecanismos es la propia lengua castellana: es sorprendentemente parecida y correcta.

Soy de la insignificante idea de que para que una lengua sobreviva y reproduzca su riqueza (lo que una vez dijo o está por decir) sólo se necesitan buenas escuelas y buenos lectores.

3 comentarios:

  1. Qué bueno! Te felicito Marietta por poner en cuadro lo que algunos pensamos
    Nota: hasta 1729 la Academia escribía con rimas:
    "unos indios de la provincia de Caribana
    donde todos se alimentan de carne humana."

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  2. Enhorabuena por el artículo, Marietta.

    Celia Filipetto

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  3. Interesantísimo artículo (que me ha enseñado algunas cosas importantes que desconocía), Marietta.

    Un saludo,

    Pau

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