sábado, 17 de septiembre de 2011

Carlos María Domínguez sobre la traducción que Jorge Luis Borges hizo de William Faulkner

El escritor argentino Carlos María Domínguez (foto), hace ya muchos años radicado en el Uruguay, publicó en el diario El País, de Montevideo, del viernes 7 de diciembre de 2007, el siguiente artículo a propósito de la traducción de Jorge Luis Borges de Las palmeras salvajes, de William Faulkner.

De las novelas de William Faulkner (foto), ninguna como Las Palmeras Salvajes derivó en escenas tan equívocas y ambiguas. Dos historias intercaladas, de cinco capítulos cada una y lectura independiente, dieron a la crítica la oportunidad de liberar un torrente de interpretaciones. Pero a ellas se sumaron dos secuelas rioplatenses marcadas por una tensión criolla. Cuando el mundo hispanoamericano conocía a Faulkner por la traducción que hiciera el cubano Lino Novás Calvo de Santuario y algunos cuentos, Jorge Luis Borges tradujo en 1940 Las Palmeras Salvajes para editorial Sudamericana. Lo distinguía como un hombre de genio -"El ímpetu alucinatorio de Faulkner suele no ser indigno de Shakespeare"- y le reprochaba considerar "que a este laberíntico mundo corresponde una técnica literaria no menos laberíntica", naturalmente, ajena a su poética.

Muchos años más tarde, en Confesiones de un lector, luego de comentar varios ripios en las traducciones de libros de Faulkner, Juan Carlos Onetti escribió: "Y para terminar por ahora, recuerdo que en la traducción firmada por Borges de Palmeras Salvajes, en la parte llamada El viejo, se dice al final que el penado alto, luego de escuchar las peripecias que el Mississippi le impuso a su compañero de prisión (ver nota), resumió su opinión en una sola palabra: mujeres.

Muchas veces, cuando me cuentan alguno de esos pequeños disturbios aldeanos provocados por una dulce señora o señorita, me he limitado a comentar la anécdota o chisme repitiendo: 'Mujeres, dijo el penado alto.
Pero hoy, al documentarme muy severamente para escribir este artículo, descubro que la totalidad del comentario del penado alto fue:
–Women shit.
Con perdón de Borges".

La citada traducción, que acaba de regresar a las librerías en una edición de Sudamericana, durante años probó la omisión de Borges, junto a otras expurgaciones del texto original. Donde Borges, por ejemplo, tradujo estas palabras de McCord (periodista de Chicago, amigo de Wilbourne): "Si me toca la desgracia de tener un hijo…", Faulkner escribió: "If I am ever unlucky enough to have a son, I`m going to take him to a nice clean whore-house myself on his tenth birthday" (Si me toca la desgracia de tener un hijo, yo mismo lo voy a llevar a una limpia y bonita casa de putas cuando cumpla diez años).

Una tardía afirmación de Borges vino a sumar nuevas intrigas. En su "Autobiografía", refirió a propósito de su madre: "Hizo también algunas de las traducciones de Melville, Virginia Woolf y Faulkner que se me atribuyen". La confesión es genérica y corre un manto sobre la autoría del trabajo que lleva la firma de Borges. Conocido el pudor victoriano de la madre y el que asumía, al menos públicamente, el hijo, pesó sobre ambos la versión de una censura deliberada.

La académica argentina Patricia Willson, sin embargo, afirma que Borges no tradujo Las Palmeras Salvajes de la edición norteamericana de Random House, sino de la que en 1939 dio a conocer la editorial inglesa Chatto & Windus, donde los puntos suspensivos, en los dos casos aludidos, ya ocupaban el sitio de las omisiones. Un puritanismo de primera cepa habría sido responsable de las expurgaciones. Diría uno, "con perdón de Onetti".

Como no se trata de la Sagrada Biblia, es posible recordar lo que decía al respecto William Faulkner en el momento de lidiar, ya no con Borges, su madre, o los caballeros de Chatto & Windus, sino con la propia Random House, a quienes les entregó el manuscrito en junio de 1938 con el título "If I Forget Thee, Jerusalem" (Si te llego a olvidar, Jerusalem). Lo tomó del Salmo 137:1-9, elocuente de la fidelidad de los judíos cautivos en Babilonia: "Si yo te olvido, oh Jerusalén/ olvídese de sí mi diestra…", y de su odio a los babilonios: "Dichoso el que tomará tus pequeñuelos/ y los estrellará contra la peña!".

A la editorial el título no le gustó –temían que despertase sentimientos antisemitas y eso influyese en las ventas–, y tampoco ciertas palabras de calibre grueso. Molesto con los reproches pero con la expectativa de llegar a un acuerdo, le escribió al encargado de asuntos económicos de Random House, Bob Haas, proponiéndole que sustituyeran las palabras obscenas por puntos suspensivos: "Esto debería ser ya un blanqueo suficiente, ¿no te parece? La gente sólo se conmueve por lo que ve, no por lo que piensa o lo que oye, y puede que identifiquen esas palabras o que no, y en ninguno de los dos casos va a pasar nada grave. Pero estas palabras son exactamente las que utilizan mis personajes y no otras, y hay unas cuantas personas que espero que leerán el libro, entre las cuales la preservación de mi integridad como fiel (aunque no siempre diestro) retratista de hombres y mujeres vivos es lo bastante estimada para que yo desee no traicionarla, ni siquiera en nimiedades". Les ofreció una solución: "¿Por qué no me dejas cambiarte el título por las palabras a las que pones objeción? ¿Qué te parece si haces lo que te parezca oportuno con las palabras y dejas el título como está?" Le explicó también su afán por defenderlo: "Se inventó sólo como título para el capítulo en que muere Charlotte y Wilbourne dice: `Entre la pena y la nada, elijo la pena` y que es el tema de todo el libro, siendo el relato del presidiario sólo un contrapunto para agudizarlo…".

El enroque de la editorial fue, finalmente, cambiar el título por Las Palmeras Salvajes y dejar en el texto las palabras obscenas que, luego, conocerían su eliminación.

LA PENA Y LA NADA
La conclusión de Wilbourne en el final de los capítulos identificados como Palmeras salvajes estuvo en la cabeza de Faulkner desde el inicio. Al menos en setiembre de 1937, durante una crisis alcohólica en un hotel de New York, le dijo a su amada Meta Rebner, entonces casada con un músico y poco dispuesta a corresponderle: "uno de mis personajes ha dicho: entre la pena y la nada, preferiré la pena". El manuscrito tenía poco más de una veintena de páginas, estaba centrado en el médico que atendió la hemorragia de Charlotte en la playa y en su horror a la pasión trágica de la pareja que pedía su auxilio. Luego, todo conoció la fortuna de complicarse.

"Aquello era una historia: la historia de Charlotte Rittenmeyer y Harry Wilbourne, que lo sacrificaron todo por el amor y después perdieron eso –diría Faulkner en una entrevista–. Yo no sabía que iban a ser dos historias separadas sino después de haber empezado el libro. Cuando llegué al final de lo que ahora es la primera sección de Las palmeras salvajes, comprendí súbitamente que faltaba algo, que la historia necesitaba énfasis, algo que la levantara como el contrapunto en la música. Así que me puse a escribir El viejo hasta que Palmeras salvajes volvió a ganar intensidad. Entonces interrumpí El viejo en lo que ahora es su primera parte y reanudé la composición de Palmeras salvajes hasta que empezó a decaer nuevamente. Entonces volví a darle intensidad con otra parte de su antítesis, que es la historia de un hombre que conquistó su amor y pasó el resto del libro huyendo de él, hasta el grado de volver voluntariamente a la cárcel en que estaría a salvo. Son dos historias sólo por casualidad, tal vez por necesidad. La historia es la de Charlotte y Wilbourne."

Por si faltaran paradojas, muchos críticos valoraron más la historia del penado que la de Charlotte y Wilbourne, y aun hoy, cuando se recuerda el título, la inundación del Mississippi vuelve a la memoria del lector con mayor fuerza.

La superficie dura de las palmas agitadas contra el viento una noche de tormenta, parece haber sido inicial, junto a la frase final de Wilbourne, que justificó el primer título. Del Salmo, Faulkner sólo recogía la nostalgia y el afán de los judíos por mantenerse fieles a su dolor. Como le escribió a Meta Rebner más tarde, sólo el dolor mantiene su coherencia porque permanece y es imposible agotarlo. Lo volvió a escribir en otra de sus novelas, Una fábula, en 1950: "…si ellos sufrían no era por la humillación sino simplemente a causa del dolor, cuya única alternativa era la nada y, entre el dolor y la nada, sólo los cobardes eligen la nada".

LAS PALMERAS SALVAJES, de William Faulkner, en traducción de Jorge Luis Borges. Sudamericana/De Bolsillo, 2006. Buenos Aires. Distribuye Sudamericana. 296 págs.

NOTA: Onetti confunde aquí a los dos penados. El que tuvo la aventura en el Mississippi es el alto.

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