martes, 1 de noviembre de 2011

¿Un verbo en lugar de un nombre propio?



Nuestro amigo Juan Gabriel López Guix viene publicando en El Trujamán una serie de articulitos (¿acaso pretexto para un futuro libro?) a propósito de la traducción de la Biblia. Todos pueden ser consultados on line, pero el de ayer –más exactamente, el número 27– ha generado una apostilla de nuestro también amigo Andrés Ehrenhaus, quien, ante la imposibilidad de realizar comentarios directos en El Trujamán por la mecánica del sitio, ha elegido como foro de discusión el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. Dada la calidad del trabajo de ambos traducciones y su probada capacidad para la reflexión, es de esperar que, si se plantea algún debate, éste sea bueno.

Que seré, seré
 
Ya lo he dicho pero lo repito: la excelente y larga serie de notas a la traducción de la Biblia que viene publicando López Guix en El Trujamán es tan pertinente como inspiradora; lástima que el formato de esa magnífica "revista diaria de traducción" (y no digo lo de magnífica porque de vez en cuando asome por ahí mi despareja prosa sino más bien por todo lo contrario: porque nos regala el raro e insustituible placer de leer a los colegas y acercarnos así, como de entrecasa, a sus pre ocupaciones diarias) no permita hacer comentarios al vuelo, aunque bien mirado se entienden perfectamente los porqués. El caso es que algunos trujamanes más que otros suscitan en este lector el atrevimiento de echar un poco más de leña a la caldera, y el foro del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires es un brasero perfecto para la comunicación horizontal rápida y abierta. Así que, después de repartir flores a diestra y sinatra como un mayorista con exceso de stock, allá va mi brasa.

En el último de los mencionados trujamanes, López Guix se ocupa del controvertido pasaje del Éxodo (6:2) en que el dios se significa ante Moisés y, en la versión de Nácar-Colunga, le dice: "Yo soy Yavé" . Tal como refiere el artículo, esta declaración es un eco de la que tres pasajes antes, en 3:14, cuando lo de la zarza en llamas, el mismo dios le ofrece al mismo interlocutor, que le había preguntado que quién es. Y ahí, al menos en la versión que tengo más a mano, que es la de Cipriano de Valera, la respuesta es: "Yo soy el que soy", con una nota al pie en la que aclara que el nombre YHWH se relaciona aquí con el verbo hebreo hayah, ser. Lo cual me recordó que Henri Meschonnic, en una entrevista perteneciente el libro La poética como crítica del sentido (Mármol-Izquierdo, Buenos Aires, 2007, traducción de Hugo Savino), alude críticamente a ese preciso pasaje y a sus sucesivas traducciones a partir de la interpretación determinante de la Setenta. Meschonnic se queja de que incluso la versión oficial del rabinato se deje influir a menudo por el texto griego en detrimento del hebreo, y cita como ejemplo "patético" [sic] de ello esa misteriosa y desafiante declaración divina: ehié / asher ehié, seré que seré.

Reniega Meschonnic también de San Jerónimo, que tradujo "ego sum qui sum", soy quien soy o lo que soy, dando pie a muchas de las versiones posteriores. De lo que se trata aquí es de que donde el dios relaciona como propia seña de identidad dos verbos en incumplido, el vértigo hermenéutico de la tradición que nos ha tocado en suerte no supo o no pudo eludir la angustia del sujeto. ¿Por qué? Siempre para Meschonnic, porque interesa absolutizar lo divino, generar una teología negativa, de la que se desprende inmediatamente que lo humano no puede saber nada de lo divino. Soy el que soy, muchacho. Un ajo y agua de trascendencia absoluta. En cambio (y cito), "a partir del momento en que se respeta el valor de futuro de ehié, se entiende que la promesa hecha por Dios a Moisés es una promesa indefinida. Es lo divino como principio creador de la vida separada de lo sagrado, que abre lo infinito de la historia."

Interesante, ¿no?, que nos estemos peleando filológicamente por un nombre propio cuando lo que había, lo que hay, es un verbo. Un verbo, para más inri, cuya efectividad no es presente. Un verbo que nos remite a otra traducción , más reciente y aparentemente torpe hasta que se la analiza a la luz de la Biblia: cuando Livingston y Evans titularon "Qué será, será (Whatever will be, will be)" la canción que hizo célebre Doris Day en El hombre que sabía demasiado, ¿estaban pensando en cuadrar la métrica de los versos españoles con los ingleses o los que sabían demasiado eran ellos?

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