viernes, 16 de diciembre de 2011

Sin arrepentimiento

Una columna de Ricardo Bada, publicada en El Trujamán, del 12 de diciembre último.

Traducir contra natura

En una invitación al Augsburg Brecht Connected aparecía la siguiente cita de Brecht: Wenn der Sinn für Literatur in einem Menschen sich erschöpft, ist er verloren, traducida de una manera tan genéricamente correcta como odiosa: If a person does no longer see any sense in literatur, he or she is lost.

En español puede optarse por «si a un ser humano se le agota la afición a la literatura, está perdido» o bien «si a una persona se le acaba el interés por la literatura, está perdida». Otras posibles variaciones para traducir Sinn für serían «gusto por» o «inclinación hacia». Y erschöpft también podría traducirse como «acaba», pero en cualquier caso el verbo final siempre con un solo sujeto, como en el original alemán.

La cuestión no es baladí porque incide en uno de los temas más vidriosos del mundo de la traducción: el de la traducción rehén de una Weltanschauung, de una ideología, de una censura.

Pienso por ejemplo en Las armas miran atrás, del húngaro Lajos Zilahy, una novela bastante gárrula en ocasiones, confusa algunas veces. Ahora bien, lo que más llama la atención es que su acción se inicia en 1935 y discurre hasta por lo menos 1938, y casi toda ella en escenarios europeos: Budapest, Praga, Viena, Berlín, Lucerna, Londres, París… mas en ningún momento aparece la palabra «nazismo» (todo lo más, en algún pasaje, se habla muy en general de los nacionalismos), y además el protagonista es un gran financiero cuya fortuna se basa en la fabricación de armas, y sin embargo tampoco hay una sola mención de la Guerra Civil española, ni del rearme alemán bajo Hitler, ni del problema de los sudetes, ni del Anschluss.

Ignoro si podré conseguir un ejemplar de esta novela en otro idioma asequible para mí, pues  tengo la impresión de que a Zilahy ya no lo reeditan, pero estoy seguro de que la censura franquista le metió mano a Las armas miran atrás como a muy pocos otros libros de esa época, y la traducción lo evidencia inapelablemente.

Distinto es el caso cuando un traductor decide afrontar la versión de una obra con la que está íntimamente en total desacuerdo, pero emprende la tarea justamente para obtener un efecto contrario al deseado por el autor del original, y eso sin necesidad de manipulación ninguna.

Cierta vez en Buenos Aires, allá por marzo del 67, en la Editorial Kraft buscaban a alguien para traducir un libro del alemán. Un amigo mío recomendó mi nombre, y me ofrecieron la traducción. Por mi gusto, y después de ver de qué se trataba, hubiese dicho que no, pero no podía hacerle ese feo a mi amigo, y acepté el contrato, que tampoco era nada malo, no. Sin bromas, no era nada malo.

Lo malo, era el libro. Se trataba de un mamotreto de unas 500 páginas, titulado Hinduismus und Christentum (Hinduismo y cristiandad), elaborado por un equipo de jesuitas que habían vivido décadas en la India, estudiando a fondo aquella religión y terminando por elaborar el siguiente tour de force del casuismo:

Cuarenta páginas de explicación del admirable modo en que  los hindúes entienden el fenómeno de la creación del mundo, y a continuación diez páginas contundentes decretando que el Génesis contiene la verdad absoluta acerca de cómo se fizo este mundo en que habitamos.

Cuarenta páginas aclarándonos qué maravilla es la fe en la transmigración de las almas, y a continuación diez páginas lapidarias aclarando que todo eso es una elucubración mental y que hay que creer a ciegas en la resurrección de la carne y en el día del Juicio Final a las 5 p.m.

Cuarenta páginas de deslumbrante cal, y diez páginas de opaca arena.

Y así una y otra vez sucesivamente, con una regularidad no ya exasperante sino mucho peor, ¡predecible!, hasta llenar aquellas 500 páginas. Después de las cuales cualquier lector inteligente, aunque hubiese sido cristiano a machamartillo al comenzar la lectura, promediando la misma habría mandado a freír espárragos al cristianismo… ¡y justo esa reflexión fue la que a fin de cuentas me hizo firmar el contrato! 

Se lo confieso aquí a mis lectores cristianos de la manera más contrita posible. Pero sin el más mínimo arrepentimiento.

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