miércoles, 11 de abril de 2012

Jaime Labastida vino y dijo

Publicada en la revista Ñ del 6 de abril pasado, la siguiente entrevista con Jaime Labastida, director de la editorial Siglo XXI México y titular de la Academia Mexicana de Letras, se refiere a las restricciones a la importanción, al estado del mercado editorial y a las distintas políticas respecto de la lengua castellana en sus distintas versiones.

"Aunque el libro es un producto mercantil, 
su soporte son las ideas"

Fue una semana agitada la que le tocó al mexicano Jaime Labastida en su visita a Buenos Aires. Menos por los cortes de tránsito que ocasionó la caprichosa carrera que amputó varios carriles de la 9 de julio, y mucho más por las normativas que afectaron a la industria editorial, de la que él es un referente. Titular de Siglo XXI México, con sucursales en España y la Argentina, Labastida le hizo frente al mañoso debate por las trabas a la importación de libros. "No estamos a favor de ninguna traba aduanera", dijo, y repasó la historia de la cultura universal para fundamentar su posición. Del pasado al futuro, la charla derivó hacia el golpe que la revolución tecnológica puede asestarle a las editoriales, algo que no parece preocuparle al mexicano. Para él, en última instancia, los lectores saldrán beneficiados.

También habló Labastida sobre su gestión al frente de la Academia Mexicana de Letras. Desde allí acaba de publicar un diccionario de americanismos, que en 2013 tendrá una nueva edición con el doble de términos que el actual, y que surge de un trabajo consistente en la recolección de  formas lexicales, locuciones verbales, y congresos regionales para incorporar el habla de las distintas regiones del país. "Ustedes podrían hacer lo mismo", sugirió Labastida, y contó otro de sus logros. Cuando asumió en la Academia… lo primero que dijo fue que las respuestas que venía a dar el Fundeu las tenían que dar ellos, y entonces crearon el Espin (español inmediato), un servicio en Internet para aclarar dudas pero de una óptica local, no española. El otro logro es un diccionario escolar, que saldrá en septiembre con una edición de 2.2 millones de ejemplares. Restricciones aduaneras, asimetrías culturales y la persistente duda tecnológica, se baten en esta entrevista.

-¿Cómo está viviendo esta insidiosa discusión sobre las trabas a la importación de libros?
-Desde el siglo XVIII se discute la libertad de circulación de las ideas, se habla incluso del libre comercio de ideas. Acababa de superarse la Inquisición, y estoy hablando de España, que establecía trabas para la publicación y circulación de libros, con imprentas sujetas a las disposiciones gubernamentales, en este caso la Corona que daba licencias. Y la palabra licencias implica su contrario, el que no tiene licencia. Ahora las trabas vienen por el lado arancelario, pero es una clase de censura.

-Sin embargo, usted opina que es necesario fomentar la producción local: deduzco que esta no es la vía…
-Por supuesto, pero por una cuestión lógica. Es mucho más caro imprimir un libro en México o España y traerlo a la Argentina que mandar un pdf por mail y que se publique acá.

-¿Cómo se equilibran estas dos visiones, la de la libre circulación y la del fomento a la producción local?

-Es un problema que tiene que ver con el desarrollo económico. Pero en relación a los libros, estamos en contra de cualquier traba aduanera, pedimos que circulen con total libertad y que paguen aranceles otros productos comerciales: las telas, los automóviles, los zapatos… Los libros, ¿qué tanto representan? Se pierde más con esa traba desde el punto de vista de las ideas que lo que se obtiene de rédito económico.

-¿El libro debe estar exceptuado de los tratados y disposiciones que afectan a otras mercancías?
-Así es. Aunque el libro es un producto mercantil, se construye de manera industrial, tiene como soporte a las ideas. ¿Qué trabas le pones a Internet? ¿O a los satélites, que en la actualidad vigilan todo lo que quieren? Tiene que existir esa libertad en este espacio, principalmente porque tiene que ver con el desarrollo de las ideas.

-¿Qué puede decirnos de los cambios en la distribución, circulación y consumo de libros?
-Hay cambios, pero no todos los libros se pueden editar en todos los países. Nosotros enviamos los pdf para que se impriman en la Argentina, pero dependiendo del mercado que tenga ese libro. Aquí acepta un libro de Foucault, de Barthes o Lacan, pero una producción local mexicana, de la que se vendan 100 o 200 ejemplares, no justifica ir a imprenta, conviene más enviarlos. Entonces hay que esperar a reunir una buena cantidad de títulos para enviarlos juntos y amortizar el costo del transporte.

-Las empresas tecnológicas entraron de lleno en el mercado cultural. Distribuyen y hacen circular muchos de estos productos desplazando a las editoriales, los medios, etc. ¿Le preocupa esta situación?
-Cada vez hay más gente, más libros y un mercado más amplio, por lo tanto hay espacio para todos. En la Biblioteca de Alejandría, ¿cuántos leían, cuántos libros había en la Atenas culta del siglo V AC? ¿Quiénes podían disponer de esos libros? Eran manuscritos.

-No había mercado
-Exactamente, y por eso la llegada de la imprenta democratiza la razón, la inteligencia. Surgieron escuelas, universidades y la gente aprendió a leer y a escribir. Todavía estamos sujetos a la revolución de Gutenberg. No hay nada que temerle a la revolución tecnológica, que está ampliando el desarrollo de la inteligencia. Es posible que afecte a las editoriales en cierto sentido, pero no a los lectores. Cada vez habrá más lectores.

-¿Considera que la accesibilidad es en sí misma fomento para este desarrollo de la inteligencia?
-Sí, y no le tengo ningún temor. Ni desde el punto de vista de escritor, ni del pensador, ni del desarrollo de la inteligencia. Y ni siquiera como editor. Cada quien tiene su espacio.

-Aún así, tenemos problemas culturales y educativos graves, que usted advertirá fácilmente en México…
-Pero ese es otro problema. No tiene que ver con la tecnología. En México no hubo desarrollo de la lectura. ¿Cuántos libros por habitante se producen en la Argentina?

-Alrededor de tres…

-En México, si le restamos los libros de texto, que son aproximadamente 100 millones por año, nos queda menos de un libro por habitante. Y esto viene desde hace muchísimos años.

-¿Y cómo se explica que la Argentina haya perdido peso en el mercado editorial, cuando hace 60 años era el referente para el mercado en castellano?
-Hay que mirar más atrás. La dictadura de Franco en España afectó a la producción y por fortuna México y Argentina recibimos a una gran cantidad de editores e intelectuales, que implicaron un gran desarrollo para estos dos países. Pero después de la muerte de Franco, España empieza a recuperar ese espacio con un gran desarrollo.

-En materia de lectura, todo lo nuevo parece efímero, lo que más se consume siguen siendo los autores del boom y algunos clásicos, ¿cómo interpreta este dato?
-Nos hace falta el estímulo de ideas nuevas. Hay nuevas preguntas, y en consecuencia nuevas respuestas posibles. Desde el punto de vista estrictamente pedagógico, ¿se puede enseñar la cultura, la ciencia, la filosofía o como decía nuestro amigo Sócrates, se puede enseñar la virtud? No se puede, y esa es la gran enseñanza socrática, tienes que aprender a aprender. Cualquiera de nosotros, en términos generales, sabe más que Kepler, Galileo o Descartes, pero ninguno de nosotros ha hecho los aportes que ellos sí hicieron. Ser científico es aportar algo nuevo no repetir lo que ya se sabe. Eso es lo importante, generar nuevas preguntas para encontrar nuevas respuestas.

-Ahora le pregunto como titular de la Academia mexicana: ¿se equilibra de algún modo el desbalance que siempre existió entre España y América latina en materia de normas y vocabulario siendo que nuestro continente reúne al 90 por ciento de los hablantes de castellano?
-No se equilibra del todo. La Real Academia española va a cumplir el año que viene 300 años de vida, que no es poca cosa. La academia mexicana fue fundada en 1875, pero ha subsistido de manera precaria, porque nunca tuvo un presupuesto a diferencia de la española, que tiene un presupuesto altísimo. Pero hubo un hecho que empezó a nivelar la situación, que se produjo en 1951. El gobierno de México convocó al primer congreso de academias, nunca antes había habido uno y ahora, en 2014, tendremos el décimo sexto. Pero cómo se formaron las academias, teniendo a la Real Academia como centro y a las demás como correspondientes.

-Bueno, un virreinato…

-Prácticamente. Con intendencias, virreinatos, capitanías generales… pero lo que ocurrió en 1951 fue que la única academia que no asistió al congreso fue la española. Franco se lo impidió. Exigía que México rompiera con la República, y México no lo hizo. Y allí surgió lo que hoy es una realidad, la asociación de academias de la lengua española. Dejamos de ser correspondientes para tener una relación horizontal con el resto de las academias. A partir de allí empezaron a incorporarse los mexicanismos, los argentinismos, los venezolanismos. Y ahora tenemos productos que se desarrollan por el conjunto de las academias, como el Diccionario panhispánico de dudas, la Nueva Gramática de la lengua española. Claro, hay todavía un desequilibrio, una asimetría, porque desde el punto de vista teórico la Real Academia tiene mayor peso.

-Y usted, ¿cómo equilibra la actividad de ser presidente de una editorial en expansión y de la academia de letras de su país?
-Separo por completo, como si fuera un esquizofrénico. Desde el punto de vista de la editorial tengo que pensar en nuestros negocios no solamente en México sino en Argentina y España. Desde le punto de vista de la academia yo represento un espectro muy amplio de opiniones. Tenemos sacerdotes y ateos, yo soy ateo pero respeto la opinión de un sacerdote. Me eligieron ellos, qué puedo hacer.

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