jueves, 26 de julio de 2012

Desde México, revista sobre Joyce en castellano

El sábado 1 de noviembre de 2008, en su blog erratas.com (ver), el mexicano Eduardo Mejía –“periodista, escritor y recolector de minucias.”, según él mismo se define– publicó la entrada que se copia a continuación. Trata, justamente, sobre lo que anuncia el título.  

Las dificultades de leer a Joyce en español

El 16 de junio de 1904, a los 22 años de edad, James Joyce se enamoró. Aunque la leyenda dice que ese día conoció a Nora Barnacle, “una joven alta, de cabellos cobrizos y airoso caminar”, según el excepcional biógrafo Richard Ellmann, la conoció unos días antes, el 10 de junio. Lo impresionaron su desparpajo, su atractivo animal y la naturalidad con que aceptó que la abordara y, discreta, dio pie para que le siguiera hablando. El 15 de junio Nora aceptó salir con él al día siguiente. Pasaron los siguientes 37 años juntos, aunque sólo contrajeron matrimonio en 1931; antes de ella había publicado ensayos y poemas sueltos; luego de su primera y definitiva salida, en la que se supone tuvieron un encuentro sexual, Joyce dio como definitiva la fecha del 16 de junio de 1904; en ella transcurre todo Ulises, su obra más famosa.

Nora soportó la vida de pobreza, enfermedades, destierro, persecución, y desde luego la gloria: a su lado, Joyce publicó Música de cámara, Dublineses, Un retrato del artista adolescente, Ulises, Poemas manzana y Finnegans Wake, además de escribir Esteban el héroe, que destrozó a medias pero que Nora rescató lo que se conoce de esa novela tan intensa y tan enigmática.

Joyce, el novelista más influyente en todo el siglo XX, el hombre que dinamitó la estructura de la novela, que introdujo el concepto de poesía en la narrativa, el escritor al que durante casi un siglo han tratado de interpretarlo, imitarlo, descifrarlo, comenzó a escribir Ulises en 1906, dos años después de su encuentro con Nora; la terminó en 1921, y se publicó al año siguiente, en París, bajo el sello de Shakespeare & Co., edición de mil ejemplares patrocinada por Sylvia Beach (las mujeres fueron de vital importancia en la vida de Joyce; a ella y a Nora hay que agregar a la muy bella Harriet Shaw Weaver y a la inteligentísima Gertrude Stein; tan importantes o más que la amistad que sostuvo con T. S. Eliot, Ezra Pound, Ford Maddox Ford); fue calificada de pornográfica, inmoral, antiliteraria, pero despertó el entusiasmo de los escritores vanguardistas, los que después de la Primera Guerra Mundial exploraban nuevos caminos, buscaban diferentes rutas para el arte. (En Iberlibros ofrecen entre siete y diez ejemplares de esa primera edición, llena de erratas por la mala letra de Joyce transcritas por linotipistas franceses; la más barata anda arriba de los 20 mil euros.)

En México fueron los Contemporáneos quienes comenzaron a mencionarlo; Salvador Novo fue el primero en recomendarlo a los lectores de sus escritos juveniles, y Miguel Capistrán llama la atención de que una de sus revistas más importantes se llamó Ulises, nada lejano al espíritu experimentador y renovador de Joyce.

Ha sido difícil leerlo en español; su obra de teatro Exiles, de 1915, se tradujo hasta 1957 en Sur, bajo el título de Desterrados, con la prosa endurecida de Alberto Jiménez Fraud; la versión de Javier Fernández de Castro, de 1970, para Barral, no es mucho mejor; Dublineses, de 1916, la tradujo incompleta Isabel Abelló, en 1942; en 1961 apareció, con el título de Gente de Dublín, una versión de Óscar Muslera, y en 1972 se editó la versión definitiva de Guillermo Cabrera Infante, que circula tanto en Alianza Editorial como en Lumen. Versión definitiva porque Cabrera Infante entendió como pocos a Joyce, pero es aún lejana a la prosa que sobre todo en el ritmo reproduce el de la infancia, con sus temores e inseguridades y su sensación de que todo está por empezar; sin embargo, en “Los muertos”, el último relato del libro, sí se acerca a Joyce.

Un retrato del arista adolescente (en las traducciones omiten el artículo, que sí tiene en inglés) no corrió con más suerte; en 1926, con traducción de Dámaso Alonso, Biblioteca Nueva incluyó en su catálogo el nombre de Joyce; sin embargo, es una versión muy pobre, muy madrileña, muy acartonada; nadie ha emprendido ninguna nueva traducción, aunque en los años sesenta circuló una versión cubaba (cambio de verbos, de tiempos gramaticales, de adjetivos) de Edmundo Desnoes, tan pobre como su antecesora; el famoso comienzo donde se dice “Once upon a times and a very good time it was a moocow” Alonso lo empobrece “Allá en otros tiempos (y muy buenos tiempos que eran) había una vez una vaquita (mu)”, y Desnoes “En aquella época y muy buena época era una vacamúu”. Sobran los comentarios.

Esteban el héroe, que se publicó hasta 1944 en inglés, tuvo una traducción mucho menos desafortunada en 1960 de Roberto Bixio, también por la benemérita Sur, y se reeditó en los años sesenta por Lumen.

Los Poemas manzana, de 1927, tuvieron que esperar hasta 1973, en versión de José María Martín Triana (en Visor); Giacomo Joyce, que apareció hasta 1957, fue traducida al español por Alfredo Mantilla, en 1970, en los Cuadernos Ínfimos de Tusquets, una colección dirigida por Sergio Pitol, quien en su autobiografía confiesa que, cuando reprobó literatura en la preparatoria, se indignó porque él era el único en la clase que sabía de las dificultades de leer el Ulises.

El más importante libro de poemas de Joyce, Música de cámara, de 1907, llegó en español, también en Visor y también con traducción de Martín Triana, en 1971; a mediados de los setenta Premiá publicó todos los poemas en Poesía completa; también en esa década, con el tramposo título de Cartas de amor a Nora, Premiá hizo una selección de la muy intensa correspondencia erótica de Joyce con Nora.
También en los setenta (cuando más entusiasmo había por él), se publicaron los Ensayos críticos (Critical Writing), con muy buena traducción de Andrés Bosch; en él se incluyen críticas y ensayos, comenzando por los célebres “Drama y vida”, que le dio notoriedad en Dublín, y “El nuevo drama de Ibsen”, que hizo ver a los lectores, Ibsen incluido, el talento de Joyce. Pertenece a la colección Palabra en el Tiempo, de Lumen.

Lumen también publicó, en1982, en dos volúmenes, Cartas escogidas de James Joyce, seleccionadas por Richard Ellmann y traducidas por Carlos Manzano. Nada íntimas y sí reveladoras de su amor por Nora y por Ulises.

Es imposible hablar de Finnegans Wake. Publicada en 1939, tiene una versión muy fragmentada, paupérrima, de Víctor Pozanco, en Lumen, 1993; Cátedra publicó, en 1992, en versión bilingüe preparada por Francisco García Tortosa, pero de un solo capítulo, el octavo, del Finnegans, el famoso “Anna Livia Plurabelle”, 40 páginas con un prologo de 125 páginas; no es ridículo, sólo sintomático. Salvador Elizondo intentó en los años sesenta traducir este libro intraducible, como confiesa en el prólogo de Teoría del infierno: “pensaba entonces que la ‘traducción’ de Finnegans Wake era posible; hoy pienso que es innecesaria”; allí recoge su versión de la primera página del libro: poco más de una página, con seis de notas. Hay una versión cruel de este episodio en La mafia, de Luis Guillermo Piazza.

Hace poco más de cuatro años se conmemoró el centenario del Ulises; no de su publicación, sino de la fecha en que sucede la acción de la novela. Llegó a México la traducción de J. Salas Subirats a finales de los cincuenta (en la biblioteca de Sergio Galindo vi una edición creo que pirata de Diana, con el nombre “Joice” en la portada, de finales de los cuarenta). A los joyceanos les parecía una traducción elemental, pobre, muy lejana de la complejidad, inventiva, de la imaginación de Joyce; pero no hay de otra. ¿Cómo aceptar que el poderoso “Stately, plum Buck Mulligan came from the stairhead, bearing a bowl of lather on wich a mirror and a razor lay crossed” terminara en “Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, con una bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja"? Era mejor la versión de Gustavo Sainz en Obsesivos días circulares: “Imponente y rollizo, Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera con una bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja/”, pero tampoco.

Lumen, que se empeñó en publicar a Joyce, le encargó a José María Valverde, traductor de Melville y de Eliot y otros, una versión menos acalambrada, más joyceana; el resultado fue: “Solemne, el gordo Buck Mulligan avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima, cruzados, un espejo y una navaja".

No sólo se trata de un ritmo inadecuado, ampuloso y sin brío. Había que buscar una nueva versión. Se le encomendó a Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas Lagüéns, en una edición de Cátedra de la que se encargó el propio García Tortosa, quien ya vimos se encargó del capítulo de “Anna Livia”.

Nos fue peor: “Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban.”

La famosa frase en que Joyce afirma que una mujer guardará rencor al hombre que “her knickers down”, Salas Subirats la simplifica: “que la vea con los calzones bajados”; peor, Valverde vulgariza: “que la pille en un descuido”; García Tortosa y Venegas Lagüéns lograron empeorarla: “Hay que tener cuidado con las mujeres. Las coges una vez con el culo al aire. No te lo perdonan jamás.” En realidad, sería “que le baje los calzones” o que la someta a una posición degradante.

Hay dos ediciones extra, que no son precisamente de Joyce: La noche del Ulises (Ulises in Nightown), adaptación “dramática” de Marjorie Barkentin, versión teatral del Ulises, muy condensada (“Majestuosamente, el rollizo Buck Mulligan descendió la escalera, trayendo una escudilla llena de espuma sobre la que descansaban un espejo y una navaja”), con traducción de Celia Paschero y Juan Carlos Pellegrini, editada en 1961 por Sur, sobre la edición original de Random House en 1958. No se sabe, o no sé, si se representó alguna vez en español.

Para facilitar el harto difícil monólogo final, López Crespo Editor publicó en 1977 el obsceno Monólogo de Molly Bloom, la parte final del Ulises, sin crédito de la traducción porque es la de J. Salas Subirats.

Y hay que anotar que “The Sensual World”, la hermosa canción de Kate Bush que inicia el disco del mismo título, es una adaptación demasiado breve pero muy intensa de este monólogo.

Tampoco hay que olvidar las versiones cinematográficas: la apócrifa de Einsenstein, con Mae West y Cary Grant, anunciada en la revista S.nob con todo y declaraciones de Buñuel y Sadul, y la más verificable, Ulises, de 1967, de Joseph Strick, con Barbara Jefford, Milo O’Shea y Maurice Roeves, que se estrenó en México en el cine Arcadia; Strick hizo muchos años más tarde una versión, que Leonard Maltin califica de mucho más aceptable, de Un retrato del artista adolescente.

El Ulises, divertidísimo, desbordante, de gran erotismo y gran sensualidad, tendría que haberse traducido por alguien que lo entendiera, lo sintiera o fuera tan intenso como Joyce; digamos Villaurrutia (a quien parece que no le interesó mucho) o Novo (quien se aburrió aunque intentó la traducción, según informa Miguel Capistrán), o Rodolfo Wilcox o Jorge Luis Borges; más recientemente Paz o José Emilio Pacheco hubieran hecho una versión a la altura de Joyce.

Ulises siempre va a sorprender, a emocionar y a asombrar: una lectura paralela del original y de las tres traducciones asequibles es un ejercicio divertido, aunque a ratos irritante, pero siempre va a despertar más inquietudes. Por ejemplo, los paralelos y las coincidencias entre Joyce y Ramón López Velarde (hay que fijarse en el año clave de 1921): ambos afirman que la mujer no es ni carne ni pescado, y ambos, al hablar del autoerotismo (López Velarde, caminando del brazo de la novia; Joyce, al espiar a tres mujeres en la cercanía de una playa) mencionen los “fuegos de artificio”.

Hay disponibles varias ediciones de Ulises en español, la mayoría burdas, sin la elegancia que requiere la novela; atiborradas, apretadísimas, demasiado baratas, tipografía rudimentaria; la más elegante, llena de notas no todas inútiles, retoma la traducción de Salas Subirats, pero es demasiado cara, ostentosa, sin el espíritu subversivo de Joyce.

Ulises es, ya lo sabemos, muy difícil, a ratos impenetrable. Pero quien lo comienza no puede dejarlo nunca.
(Ésta es una versión muy ampliada y corregida de la que se publicó en El Financiero, el miércoles 16 de junio de 2004, el centenario de la acción del Ulises; hay más datos, además de la fotografía de Marilyn Monroe leyéndolo, casi por terminarlo. ¿Alguien puede aspirar a una mejor lectora? La fotografía adornó un poster que invitaba a conmemorar el Bloomsday –16 de junio— de 2000, en Australia. Esta versión, como la original, está dedicada al joyceano mayor en México, Marco Antonio Pulido.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario