viernes, 16 de noviembre de 2012

Una crítica a los "momentos de exaltación lingüístico-moralizante"

El traductor argentino Martín Schiffino escribió en El Trujamán del día de la fecha la presente columna, que en un comentario a la discusión sobre español vs. Castellano elogió enfáticamente Andrés Ehrenhaus (“Nariz”). Y como este blog a Andrés no le hace faltar nada, aquí se reproduce (la columna de Schiffino, claro).

En contra del castellano neutro

Uno de los deportes de sillón de la Argentina ―lo digo como argentino que practica ese tipo de deportes, aunque no éste― es quejarse de las traducciones ibéricas. Editores, críticos, traductores, fustigan a los traductores españoles por escribir en ese imposible castellano «de allá» (también conocido como «gallego»). La variedad que se le contrapone es «castellano neutro» o, en momentos de exaltación lingüístico-moralizante, «castellano ecuménico».  Y la medida que se preconiza es simple: erradicar las expresiones marcadas, para no herir los finos oídos de los demás hispanohablantes. ¿Cuál es la consecuencia de lo anterior? Un castellano que no representa a ninguna comunidad puntual, pues así como sacamos españolismos hay que sacar mexicanismos, chilenismos, etc.

No es algo completamente utópico; un castellano así se usa en las traducciones de las Naciones Unidas, y es obvio que sirve para comunicar cuestiones de geopolítica, economía o medio ambiente. Más peliagudo es mantenerse en el plano neutral al traducir una página literaria de cierta complejidad, cuidando registros de lenguaje, referencias locales, frases hechas, proverbios y demás inris. Tratar, tratamos todos, con resultados mejores o peores, en general honrosos, gratos al oído, muy límpidos y, hay que decirlo, muy normativos, algo a lo que ayudan correctores de un rigor encomiable. Eso no impide, sin embargo, que al leer una novela traducida al neutro se tenga muchas veces la impresión de estar escuchando una sinfonía a través de un teléfono. Linda la musiquita. ¿No se le podría dar un poco más de volumen? Y el problema no está, claro, en el timbre impalpable de los violines originales, ni en la inefabilidad con que el director extranjero movió la batuta. Está en el teléfono.

Mis objeciones a lo neutro son dos. Para empezar, hay una diferencia muy grande entre una lengua y un habla. Cualquier escritor más o menos bueno presta un oído a la primera y el otro a la segunda, y cuando un lenguaje literario es interesante, no digamos innovador, aprovecha los armónicos de ambas (ejemplos, cuantos quieran: Woolf, Céline, Faulkner, Proust, Colette, Valle Inclán, Svevo, Ocampo). A ningún escritor se le critica que utilice la diversidad sonora que oye a su alrededor. ¿Por qué los traductores, que a fin de cuentas usan el mismo material, tendrían que apagar un oído? En una excelente versión que leí hace poco de Un amor, de Dino Buzzatti, el traductor español Carlos Manzano demuestra un fino oído para la potencia emocional de los insultos, usando palabras del habla de la península. De haberse optado por un registro neutral, se habría neutralizado el impacto del texto.

La segunda objeción es más bien ideológica. Al defenderse el castellano ecuménico se cae en la sonsa corrección política y sus insoportables remilgos diplomáticos. De momento, dejemos de lado el hecho de que, con un dialecto que no representa a nadie, pocos quedan conformes. Lo peor es que la corrección política aparece en un contexto de insatisfacción más económica que lingüística: cómo traducen los españoles sería un dato menor si las editoriales de España no se llevaran una tajada desproporcionada del mercado editorial de habla hispana. Se puede decir incluso que el mercado impone una variedad dialectal. Pero no confundamos categorías: el problema es el mercado, no el dialecto. Al exigirse ecumenismo lingüístico, lo que en la práctica pasa por aplanar diferencias y variedades dialectales, se le da más herramientas al monopolio que se quiere evitar. Lo ideal sería un mercado más ecuménico, y de paso más apertura para aceptar la diversidad del castellano, empezando por el propio. No vendría mal, por ejemplo, que las editoriales argentinas utilizaran un poco más el idioma que se habla en ellas. ¿Hasta cuándo vamos a seguir traduciendo de tú? 

4 comentarios:

  1. por abluciones: es verdad, blog del club, que recomendé la lectura de este trujamán de schiffino, así que lo primero es agradecer su publicación. lo segundo, pasar al acto crítico. me gustó del artículo que se apartase del sesgo bipolar en el que suelen caer las discusiones sobre las traducciones naturales de uno y otro lado de la mar y que lo hiciera poniendo en evidencia la necedad cultural de la política neutralizante en el mercado de la traducción. hay, además, en el artículo una metáfora auditiva que, aunque hiperbólica, define bastante bien la percepción depauperada a que obligan esta clase de ediciones. sin embargo, se equivoca schiffino en un aspecto no poco importante: neutro y ecuménico no son, en ningún caso, sinónimos (o no deberían serlo), toda vez que la neutralización de un texto pretende despojarlo de eso que ahora se llaman marcas -y que en mi román paladino se llamó siempre retórica- para aproximarlo, desesperada e inútilmente, al grado cero de la escritura, en tanto que el ecumenismo bien entendido pretende todo lo contrario: dotarlo de un amplio arsenal retórico, del que el léxico y sus particularidades regionales y pintoresquistas son sólo un aspecto más. en definitiva: el uno quita, el otro suma; el uno cercena y regula, el otro recibe y acepta; el uno empobrece, el otro pone en activo el capital cultural en toda su amplitud. por qué privarnos de algunos de los recursos más interesantes que nos ofrece el lenguaje por temor a que en algún rincón de la lengua no nos entiendan? yo abogo por usarlo todo, todo, sin prejuicios ni complejos pero con rigor, elegancia y sensatez, y dejarnos de pendejadas sectoriales. reformulo, pues, mi consigna del post anterior: ecuménicos y honestos, jamás neutros. muy rica la comida.

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  2. Sucribo punto por punto lo que expresa el artículo. Gran acierto traerlo aquí.

    Sólo me gustaría añadir que, en mi opinión, el lector español (me refiero a éstos en concreto porque es la categoría en la que me encuadro) vería muy ampliado y enriquecido su horizonte si pudiera tener acceso a traducciones en otras variantes. No sé por qué tanto miedo a confrontar al lector con otras posibilidades. Pienso que ahí hay una especie de infravaloración y paternalismo por parte del editor que no ve capaz al lector de salir de su zona de comodidad lingüística, que no lo cree capaz de entrar en el juego y de superar el extrañamiento inicial de verse interpelado desde un español con ecos algo lejanos para él. Pero... ¿no reflejaría esta circunstancia casi mejor el hecho de que el texto que se está leyendo, a fin de cuentas, es un texto "lejano" en cuanto que está escrito, originalmente, en otro idioma?

    Creo que los lectores españoles podrían aceptar traducciones escritas en otras variantes mucho mejor de lo que los editores piensan.

    Gracias y un saludo a todos.


    María

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  3. Descartados los significados que vinculan la palabra a cuestiones religiosas, según el Merrian-Webster, "ecuménico" significa "worldwide or general in extent, influence, or application", lo cual coincide bastante con lo que dice el odiado diccionario de la RAE ("Universal o que abarca el mundo entero")y el más científico diccionario del Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales ("Qui concerne l'ensemble de la terre habitée; général, universel" y, por analogía, "Qui rassemble des personnes ou des façons de penser très différentes"). Dicho lo cual, Andrés Ehrenhaus tiene razón: el castellano neutro limita, mientras que el ecuménico amplía. En palabras de Andrés, "uno cercena y regula, el otro recibe y acepta; el uno empobrece, el otro pone en activo el capital cultural en toda su amplitud".
    Por supuesto se aceptan otros puntos de vista.

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  4. La falta que hace un manual de metodología de la traducción para el fomento de la variación retórico-geolectal...

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