sábado, 29 de septiembre de 2012

Desventuras de la traducción del Ulises de José Salas Subirat en España


También del número especial de Ñ dedicado a la traducción es este artículo firmado por Marietta Gargatagli donde, tomando el Ulises de James Joyce traducido por José Salas Subirat como excusa puede historiar el desprecio de cierta ¿clase ilustrada? española por lo que sucede en los otros dominios de la lengua.




La traducción neutra no es una pipa

José Salas Subirats tradujo el Ulises de Joyce entre 1940 y 1945, en la equívoca paz argentina de la Segunda Guerra Mundial, como si el escepticismo de ese tiempo encontrara la metáfora perfecta en el escepticismo de ese preciso y extraordinario libro. Es raro que la primera traducción de una obra clásica sea la definitiva, pero así fue. Lo mismo ocurrió con las primeras versiones de John Dos Passos, William Faulkner, Virginia Woolf o cierto Franz Kafka, los autores, junto con Joyce, que más influyeron en la mejor prosa del siglo xx. Podrán volver a traducirse, reproducir con ilusoria precisión matemática el original, rodearse de rotundos aparatos críticos, pero nada será parecido al encuentro inicial de esas escrituras con los escritores que entonces eran el porvenir, los de América.

El pasado imperfecto no contiene el futuro que todavía no llegó y nos oculta qué podrán hacer nuevos lectores con los nuevos Joyce o Faulkner o Kafka traducidos después. Esas incógnitas no existen con el primer Ulises. Sabemos perfectamente qué pasó. Lo editó Rueda en Buenos Aires en 1945, lo reprodujo Diana en México en 1947, pasó de biblioteca en biblioteca y quedó incorporado para siempre a la experiencia de la lengua narrativa de América Latina, entonces todavía un work in progress.

A la manera paródica de Roberto Arlt, el castellano de Salas Subirats no reproducía de forma naturalista el habla de ninguna parte: era un idioma que no existía (ni existe) y justamente por su fisonomía desplazada podía adoptar la apariencia de un griterío contemporáneo, una suerte de voz o aullido completamente nuevo que definía y reproducía de modo profundo y definitivo el Ulysses original. Salvo en algunos diálogos y no siempre de forma coherente, los personajes repetían palabras reales porque eso, como observó Carlos Gamerro, convenía a la representación: había que marcar la diferencia entre la voz narradora, más áulica, de las voces de la calle, donde cabían los políticos de esquina, los fulleros o los predicadores. Pero incluso ese argot no tenía un solo origen y si alguien se dedicara a hacer cómputos vanos no tardaría en comprobar que de las casi cuatrocientas mil palabras del libro, las exclusivamente locales no superan el dos por ciento. Prodigios de la escritura: una traducción puede ser funcional a una lengua, a una tradición, a una literatura, sin que sea necesario descargar sobre los lectores las peculiaridades verbales de la tribu, el barrio, la ciudad o, desde luego, el país.

No porque sea incomprensible: el castellano es un idioma perfectamente comprensible de los Pirineos a Guinea Ecuatorial y las islas Chafarinas, de las tierras más australes de la Argentina al río Bravo y los desiertos de Sonora y de Chihuahua. La transformación de irlandeses o franceses o norteamericanos en los abundosos y dicharacheros y fraseológicos habitantes de las Chafarinas, por poner un ejemplo, no resultaría impenetrable. Sólo que proceder de esa manera desvirtúa el carácter ficticio de lo ficticio. Lo destruye.

Es fácil traducir “al modo más natural de decir algo” basándose en la mera experiencia personal o sostenidos por la creencia de que la mera experiencia personal contiene una centralidad universal. Lo laborioso es que un discurso parezca natural sin serlo: que un personaje parezca de Denver sin decir una sola palabra propia de Denver. O, como es el caso, que este Ulises parezca muy argentino aunque se llame maritornes o criada a la sirvienta en lugar de mucama o muchacha o sirvienta. Y etcétera.

A este modo de traducir en la Argentina se le llamó neutro y nada tiene que ver esta denominación con ese engendro presente y comercial llamado castellano neutro o, según la función, traducción neutra que, a lo Frankenstein, aspira a juntar formas de varios lugares para dar la impresión de un idioma ecuménico.

La neutralidad de la escritura
Existe la idea, aunque llamarlo idea es exagerado porque se trata más bien de una rutina comercial, que lo que desuniformiza la lengua castellana (y por tanto arruina el negocio) es que los hablantes persisten en la molestia práctica de no llamar a las cosas por el mismo nombre.

Hasta no hace muchos años se dio por hecho, ¡incluso hubo quienes pusieron estas afirmaciones por escrito!, que el castellano de España (rebautizado como “español” como parte de una operación política del tardofranquismo) era la forma neutra que podía resolver las diferencias llamadas dialectales. Sin defender esta curiosa e inane fantasía, muchos artífices, ignoran o persisten en ignorar que sus libros —y por tanto sus traducciones— publicadas en Madrid o Barcelona se venden por toneladas en América Latina. Aunque haya profesionales que no compartan el principio de que el dialecto central norteño peninsular es una suerte de versión óptima del idioma, lo cierto es que al escribir obras en esta modalidad que se destinan en su casi totalidad a la exportación están contribuyendo a la peregrina idea de que un lenguaje extenso y compartido tiene un solo propietario y gestor: ellos.

Las cosas no se llaman igual, no.
En verdad, las cosas no se llaman del mismo modo. Sin embargo, los lectores argentinos (o los chilenos o los mexicanos o todos) no esperan que en una traducción extranjera figuren las palabras que se utilizan en su entorno. No. Más bien se horrorizan de los resultados de corregir esa ridícula creencia. Porque para paliar los daños de lo que creen que pasa, algunos editores, sobre todo quienes inundan el mercado con variada y a menudo inconsistente literatura nórdica, creen que contratando un corrector que cambie chupa por campera el destinatario del texto respirará satisfecho. Todo lo contrario. Como nadie paga bien a los correctores, en la misma página aparece chupa, campera, follar, me mola, me pone y joder chavala boluda. Un engendro. No es esto. Lo que el lector argentino (o chileno o mexicano o todos) sabe por experiencia de las traducciones argentinas, chilenas, mexicanas o todas que hay dos conductas respecto del léxico y esperan encontrarlas (en vano). Una: la palabra inevitable (raramente frecuente), por ejemplo, que en los relatos argentinos los caballeros lleven siempre medias. Ni calcetines ni calcetas, porque el término que se utiliza en el medio verbal del traductor no tiene ningún equivalente. Dos: las palabras evitables (casi todas) que se pueden sustituir por sinónimos neutros. Por ejemplo: las múltiples formas de decir aburrido: tedioso, hastiado, harto, opiado, podrido, esgunfiado, estufado, hinchado, mufado, patilludo y seco. ¿Esperaría un lector americano culto cualquier otra que no fueran las tres primeras? No, porque sabe que las que siguen son estrictamente locales. ¿No existe este mismo saber entre los traductores, los profesionales de la escritura y los editores peninsulares? Como debe entenderse que la respuesta rotunda es sí, porque la diferencia sociolingüística entre lengua y variación dialectal es una experiencia universal y temprana (¿a los siete años?), sólo cabe la desagradable afirmación de que estos ejercicios léxicos de gilipollas y pijos son voluntarios y también desdeñosos. Los avala el desdén mismo de la rae a lo largo de los años y el triste papel asignado a las llamadas academias nacionales. Porque ¿dónde está escrito que investigadores de la lengua se tengan que ocupar del nombre de sus escarabajos peloteros y no puedan elegir y definir cualquier palabra del inmenso repertorio conceptual de todo el saber, de todas las ciencias y disciplinas que se cultivan en sus países, en sus universidades e instituciones, en sus sociedades cultas y laicas? Esa distribución de tareas, la arrogante confusión entre ordenar un idioma y venderlo, el desprecio manifiesto por los lectores o los otros hablantes no describe a un ganador. Aluden a figuras prepotentes cuyo papel cómo árbitros culturales nadie toma en serio.

No se escribe del mismo modo
Sea como sea, tampoco el léxico es lo que define todo la lengua neutra. ¿Qué hicieron los traductores argentinos cuando, en los años treinta, comenzaron a traducir la prosa de Aldous Huxley, André Gide, Louis-Fernidand Céline, Virginia Wolf, Norman Mailer, Vladimir Nabokov, Graham Greene y a todos los escritores relevantes del siglo?

Algo bastante simple en realidad. Utilizar la lengua culta de América de modo, como siempre, ligeramente conservador. La prosa de Argentina que utilizaba en la literatura, en el ensayo, en el periodismo. Un modelo verbal que había preservado muchos rasgos de la escritura clásica y que, quizás por la distancia de España no había conocido la decadencia del idioma del siglo xviii, tal como puede verse en modelos del siglo xix: José Martí, Manuel González Prada, Domingo Faustino Sarmiento, Simón Bolívar. Se trataba una lengua más cercana a la oralidad, más económica en el plano sintáctico y donde la materia visible del discurso la representaba el significado conciso o plural de las palabras y no los nexos o los entretenimientos circunstanciales para llegar a él porque se confiaba en la inteligencia del lector. A esos movimientos sintácticos deben añadirse otros rasgos, algunos aprendidos en la propia actividad de la traducción: disponer los adjetivos (sobre todo si son únicos y no perturban el ritmo de la prosa) detrás de los sustantivos eliminado el halo rancio y subjetivo de la anteposición; sustituir los adjetivos por el efecto calificador de sustantivos y verbos; repetir palabras, sin que se note y sin función enfática, porque el lector no necesita que le arrojen a la cabeza el diccionario de sinónimos; elegir palabras y expresiones por su sonoridad agradable y desechar las horribles, como sobaco, polla o cojones; no renunciar a los extranjerismos: affaire, chic, shorts, sweater, camp, si esos extranjerismos forman parte de la expresión normal de los hablantes; no utilizar frases hechas salvo que esas expresiones fijas se hayan convertido en enunciados de la lengua general sin marcas específicas y no se los pueda sustituir por una palabra, lo que también se llama catacresis; escribir con la naturalidad de la lengua actual, siglo xxi, pero sin certidumbres, con la distancia irónica del que sabe que las palabras no siempre dicen lo que dicen ni dicen lo mismo para todos los lectores ni siquiera para uno mismo. Esta Este castellano no sólo es comprensible en todo el ámbito americano, es lo que, por definición, nombra la neutralidad continental.

La lengua de la traducción es la cuestión esencial de la traducción literaria. Lo más difícil pero, desde luego, lo más duradero. Resulta fácil copiarla, como se verá, pero sólo porque hay quienes siguen creyendo que una pipa es una pipa.

Epílogo
En España, los comentarios denigratorios de la traducción de Salas Subirats duraron años, incluyendo el presente. El comentario más común renegaba de “los mil argentinismos que molestan en una traducción destinada a ser leída tanto en México como en España”. Como los argentinismos en masa no existen (como puede verificar cualquier lector) la versión de la editorial argentina se publicó dos veces en España, con un éxito económico que también incluye el presente. Anotada por Julián Ríos e ilustrada por Eduardo Arroyo, el Ulises de Salas apareció en Círculo de Lectores de Barcelona en 1991 con una frase elogiosa que dice así: “La obra de Joyce, en la versión de José Salas Subirats que hemos seleccionado, mereció la aprobación de Jorge Luis Borges, primer traductor de un pasaje del Ulises al castellano”. Si fuera Paul Groussac diría que en las palabras anteriores las únicas verdaderas son “la obra de Joyce”, pero no soy Paul Groussac. 

En 1996, los mil argentinismos volvieron a publicarse en “la masacre que un tal Chamorro (Planeta) cometió corrigiendo la versión de Salas Subirat” (Juan José Saer), con el resultado siguiente: cada cinco o diez páginas, este señor que figura como traductor de Dublineses de Guillermo Cabrera Infante, sustituyó algunas palabras de la lengua general que tiene uso en la Argentina por palabras que sólo se usan en España. Desconocemos los motines que hubo en México cuando leyeron (y publicaron) el primer Ulises, pero sí es posible dilucidar la operación de corregir este libro. Se reduce a lo siguiente: una traducción argentina que era ¡ilegible! cuando se editaba en la Argentina ahora resulta muy legible vendida en España.

viernes, 28 de septiembre de 2012

La traducción como política de Estado

La siguiente columna, que integra el número especial de Ñ dedicado a la traducción en la Argentina, fue firmada por Magdalena Faillace, Directora de Cultura de la Cancillería argentina y creadora del Programa Sur de subvenciones a la traducción.

Un original argentino

La traducción muchas veces genera efectos inesperados en el campo cultural, y permite también un diálogo fructífero entre la industria, el mundo editorial y el lenguaje vivo de las naciones. Sin embargo, por ser una actividad que en general se realiza en forma silenciosa y fragmentaria, la traducción de autores argentinos en el exterior requería una política de Estado que la sostuviera estratégicamente. Conscientes de los valores y del reconocimiento internacional de nuestra literatura, y en el marco de la designación de la República Argentina como País Invitado de Honor en la Feria del Libro de Frankfurt edición 2010, se creó el Programa Sur de Cancillería Argentina. Su finalidad es la de promover el conocimiento de obras de la literatura y el pensamiento argentinos en el exterior. Desde 2009, y a tono con políticas culturales de países de todo el mundo, un Comité de Traducciones integrado por personalidades relevantes de nuestras letras entre las que puede mencionarse a Noé Jitrik, Mario Goloboff y Horacio González, y presidido por la Directora General de Asuntos Culturales, selecciona obras cuya traducción a lenguas extranjeras es subsidiada con un monto que tiene como tope los u$s 3.200. La selección se realiza por pedido directo de las editoriales extranjeras, y el subsidio requiere de un compromiso de publicación de la obra por parte de las mismas, en tiempo y forma establecidos por el PROSUR.

Declarado política permanente de Estado en 2010, el Programa Sur ya subsidió más de 400 obras de autores argentinos, traducidos a 34 idiomas en 38 países. Este año, contempla 150 obras más. Entre los autores seleccionados, podemos contar a Echeverría, Sarmiento, Lugones, Arlt, Quiroga, Marechal, Borges, Macedonio Fernández, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Alejandra Pizarnik, Rodolfo Walsh, Cortázar, Bayer, Puig, Antonio Di Benedetto, Juan José Saer o Ernesto Sábato, entre otros. Nuestro país tiene en su diversidad cultural una de sus mayores riquezas, con una literatura de estéticas variadas. Muchos de nuestros escritores, desde Echeverría a Marechal, desde Borges a Aira, supieron establecer una relación singular y al mismo tiempo vanguardista con lo universal. Esa es otra de las características distintivas de nuestro lugar en lo que Pascale Casanova llamaba la República Mundial de las Letras, donde el acceso a la traducción es a su vez un acceso a las instancias críticas y consagradoras que rigen al campo editorial internacional. Por eso cada traducción de autores argentinos, y la variedad de conexiones culturales, emotivas y sociales que la misma genera en sus lectores, son motivos para celebrar. Una manera no sólo de dar a conocer la creatividad y el talento de nuestros escritores e intelectuales, sino de proyectar el imaginario de nuestros paisajes culturales, nuestra cosmovisión y nuestro “ser en el mundo” en este siglo XXI.

Algunos datos relevantes
Jorge Luis Borges, con traducción a 24 idiomas, y Julio Cortázar, con traducción a 14, son los más solicitados. De Borges, se tradujo El Aleph al malayo, Obra poética I y II al ucraniano y al neerlandés; Historia de la eternidad al portugués; Ficciones al búlgaro; por dar algunos ejemplos. De Cortázar, entre otros, se tradujeron Las Armas Secretas y Bestiario al sueco; Rayuela al georgiano; Diario de Andrés Fava al italiano; Papeles inesperados al rumano y Cuentos al armenio.

De los 38 países que solicitaron traducciones, Alemania encabeza el ránking, y podemos nombrar también a Italia, Francia, Estados Unidos y Brasil. Pero también, por ejemplo, hay traducciones al tailandés, noruego, árabe, japonés, eslovaco, macedonio y vietnamita. Entre las mujeres, Claudia Piñeiro, María Rosa Lojo, Liliana Bodoc y Ana María Shua son las autoras más solicitadas del Programa Sur.

Autores clásicos argentinos también fueron traducidos gracias al Programa. El matadero y La cautiva de Esteban Echeverría al árabe; Facundo de Domingo Faustino Sarmiento al portugués; Antología poética y cuentos de Leopoldo Lugones al ruso; Oasis en la vida de Juan Manuela Gorriti al italiano; Los gauchos judíos de Alberto Gerchunoff al alemán, por citar algunos.

También, fueron solicitados autores emblemáticos de la literatura argentina del siglo XX: Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández, Alfonsina Storni, Roberto Arlt, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Ernesto Sábato, Rodolfo Walsh, Juan José Saer, Antonio Di Benedetto.

Entre los narradores contemporáneos, el Programa subvencionó traducciones de Ricardo Piglia, César Aira, Osvaldo Bayer, Alan Pauls, Guillermo Martínez, Rafael Spregelburd y Sergio Bizzio, Martín Kohan, Guillermo Saccomanno y Daniel Guebel, entre otros. También, las generaciones más jóvenes, representadas por Andrés Neuman, Samantha Schweblin, Félix Bruzzone, Lucía Puenzo y Leonardo Oyola se han incorporado al programa.

jueves, 27 de septiembre de 2012

"Aprovechar las oportunidades"

Miguel Balaguer, autor del siguiente artículo publicado en el número especial de Ñ, es director editorial de Bajo la luna, uno de los más interesantes sellos independientes de la Argentina (cuyo sitio puede consultarse acá ).

La lengua del mercado, la lengua del poder

El castellano es una de las lenguas de mayor expansión territorial en el mundo, se habla castellano desde los Pirineos a Baja California y desde el Río Grande hasta Ushuaia, además de varios territorios en África y en el Pacífico. Además, una larga historia fue modelando la expansión de nuestra lengua: la herencia islámica, el poder de la Iglesia, los pueblos indígenas americanos, los procesos inmigratorios, las incorporaciones por vecindad –por ejemplo en las fronteras con Brasil y los Estados Unidos-- y tantos otros procesos han dejado huellas, enriquecido nuestro idioma y producido sutiles y no tan sutiles diferencias de color, tono y uso a lo largo y a lo ancho de ese enorme territorio.  Sin embargo, esas diferencias no siempre se ven reflejadas en los libros que leemos. La mayoría de las literaturas latinoamericanas del siglo XX han tendido a presentar esta diversidad a través de autores que incorporaron a sus estilos el uso del habla de sus pueblos y de sus épocas. Pero no todos los libros que leemos son escritos originalmente en castellano: muy buena parte de la oferta editorial que se encuentra en las librerías proviene de otras lenguas, libros que se vuelcan al castellano a través de la traducción. A diferencia de lo que sucede, por ejemplo, con la lengua inglesa, y en particular en los Estados Unidos, donde la traducción de otras lenguas representaba hasta hace poco el 3% de lo que se ofrecía en las librerías, en el mercado editorial en castellano las traducciones representan un porcentaje muy alto de la producción editorial general, lo que equivale a decir que somos un público lector de traducciones. El  mercado de traducciones al castellano se encuentra dominado por España, que es la principal industria editorial en nuestra lengua, y como consecuencia directa de este dominio se puede comprobar una apabullante mayoría de títulos traducidos a la lengua de la península. Por ejemplo, que si alguien quiere leer a un autor polaco contemporáneo o de Europa del Este --por poner un ejemplo de literaturas muy publicadas en castellano en las últimas décadas--, seguramente deberá hacerlo traducido al castellano de España, una lengua bastante extranjera para nosotros. Podrá decirme el lector que mi apreciación es exagerada, y en parte estamos de acuerdo: está claro que la mayoría de los lectores pueden leer perfectamente --y entender--, textos que usen conjugaciones castizas en segunda persona del plural o que incorporen vocablos y giros netamente ibéricos, pero permítanme plantearles un desafío al que me he visto sometido gracias a mi paternidad: busquen un libro infantil de un autor extranjero traducido al castellano --y, por favor, evitad, por vuestro bien os lo digo, aquellos libros que intentan traducir algún texto rimado, como por ejemplo los que enseñan los números con versos--, e intenten leérselo a un chico de 2 a 4 años, que se encuentre formándose en el lenguaje o en etapa de fijación. Verán que tienen que retraducírselo para que lo entienda.

Sí, es un ejemplo extremo, pero que sirve para entender algo sencillo: ¿cuántos ejemplares de ese libro para niños traducido en España podrán venderse en nuestro país? La respuesta es: muchos menos que si se publicara una edición local, con una traducción más amigable a nuestros ojos y oídos. Entonces llegaremos a la conclusión de que, en este caso, dado que con una traducción más afín se podrían vender más ejemplares en Argentina, es evidente que se le está dando una explotación ineficiente al derecho adquirido. Otra buena comprobación de esta cuestión es el tratamiento que se le da a algunos bestsellers --como Harry Potter, por ejemplo--, que son traducidos a tres “españoles” diferentes: una traducción para España, otra para México, Centroamérica, Caribe, Colombia y Venezuela y una tercera traducción para el resto de Sudamérica. Está claro que en una operación de mercado de estas dimensiones es imprescindible que la taducción sea una herramienta de venta más en el conjunto de las operaciones de marketing para la colocación del producto. ¿Y por qué razón no se traduce de este modo siempre? Porque la mayoría de las editoriales –sobre todo las editoriales españolas y las multinacionales--, tienden a comprar derechos mundiales de traducción para todo el territorio de la lengua, lo que implica que, durante el plazo de vigencia de un contrato, el libro en cuestión sólo se podrá leer en esa única traducción a nivel mundial, es decir, en los países que hablamos el castellano. En otras lenguas, sobre todo aquellas que constituyen mercados más poderosos, como por ejemplo el inglés, los derechos tienden a compartimentarse con más naturalidad, por ejemplo: una edición para los Estados Unidos, otra para el Reino Unido, otra para Australia y Nueva Zelanda, etc. Sin embargo, como el mercado en castellano se encuentra muy desbalanceado –una industria muy poderosa, España, y dos o tres industrias con menor peso--, el jugador más poderoso termina imponiendo sus condiciones.

¿Y cómo, y cuándo, fue que España se impuso en esta industria y nos impuso su lengua en la lectura? Hasta la década de 1960, y tal vez hasta mediados de los 70, la industria editorial en castellano se perfilaba más equilibrada: Argentina y México eran industrias de peso y España pasaba por una etapa política oscura que se prolongaba desde hacía décadas. Pero a partir de la década de 1980 el panorama cambió. La entrada de España de lleno en la democracia y la puesta en marcha de una serie de programas políticos estratégicos aceleraron definitivamente este proceso. Hay, por lo menos, tres hechos fundamentales que desencadenaron la situación actual:

Por un lado, debido a la necesidad de integración en la Unión Europea, a partir de mediados de la década de 1980 se promueve la formación de estudiantes en divesas lenguas debido a que traductores e intérpretes de todos los idiomas europeos se vuelven imprescindibles; se desarrollan también programas de intercambio universitario y para la formación en idiomas. Una sociedad que hasta ese momento era prácticamente monolingüe o que sólo había mantenido los idiomas de sus regiones como el catalán, el gallego o el vasco, se vuelve, en el término de una generación, un país capaz de traducir desde prácticamente todas las lenguas vivas.

En segundo lugar, desde el Estado se promueve una política empresaria expansiva que sigue el modelo capitalista multinacional llevado adelante por las políticas de la comunidad económica europea. De este modo, las empresas editoriales españolas más importantes incorporaron fuertes aportes financieros, se fundieron dentro de grandes grupos económicos, y abrieron oficinas en toda América Latina, lo que las transformó en una plataforma única de oferta de contenidos para todo el territorio.

Por último, y en mi opinión una de las operaciones políticas más importantes que se han llevado a cabo sobre el dominio del idioma, en 1991 se funda el Instituto Cervantes. Para tomar una cabal dimensión de la importancia de este hecho basta con verificar la situación actual del Instituto, a veinte años de su fundación. Hoy existen 77 Institutos Cervantes distribuidos en 44 países; la enseñanza del Español a extranjeros en sus países de residencia está absolutamente concentrada en esta institución. En sus aulas se enseña el español de España y por sus auditorios circulan, por abrumadora mayoría, escritores, académicos y personalidades culturales españolas, haciendo que la imagen de nuestra lengua en el extranjero se haya enfocado casi con exclusividad en la cultura de España. Esto produce, por ejemplo, un efecto desequilibrante en la extraducción (la traducción desde el castellano a otras lenguas), que hace que la mayor parte de los derechos vendidos desde nuestra lengua a otras sea de autores españoles.

Así las cosas, debido a estas tres situaciones, hoy se ha vuelto muy complicado, por ejemplo, comprar un derecho de traducción de un autor importante para publicar en Argentina (o Sudamérica) o encontrar buenos traductores al castellano sudamericano de lenguas poco habituales (el año pasado, sin ir más lejos, tuve que contratar un traductor español para traducir una novela del islandés); por otro lado, más de una vez me he visto en la situación de discutir con agentes literarios extranjeros que sostenían que una traducción era mala porque no estaba hecha al castellano de España.

Sin embargo, a pesar de que, como dije antes, creo que ningún lector formado se verá impedido de leer con placer una buena traducción al español castizo, creo que hay algunos indicios de que en un futuro no muy lejano encontraremos mayores ofertas de buenas traducciones a nuestro castellano: la aparición en la escena local de un importante grupo de editoriales nacidas en la última década renovó el aire de la literatura extranjera que llegaba a nuestras librerías y nos ha permitido acceder a muchas traducciones llevadas a cabo desde nuestro país tanto en ensayo como en narrativa y poesía. Para corroborar este cambio alcanzará con ir a una librería y revisar, por ejemplo, cuántos autores brasileños se han publicado en nuestro país en los últimos años.

Por otro lado, la crisis en la que se ha visto envuelta España a partir del 2009 comienza a producir sus efectos de mediano plazo y aparecen algunas oportunidades interesantes de compra de derechos de traducción por parte de las editoriales latinoamericanas. También la aparición y el desarrollo de nuevas tecnologías digitales, que permiten bajar drásticamente el costo industrial de puesta en circulación de libros físicos, puede favorecer la venta segmentada de derechos de traducción para los distintos castellanos.

Posiblemente esté en la habilidad de los editores argentinos y latinoamericanos para aprovechar estas oportunidades la posibilidad de que esta situación se transforme en diversificación de la oferta de traducciones, pero para que cualquiera de estas mínimas oportunidades que se presentan hoy se transforme en un cambio real habrá que trabajar mucho en la consolidación de una industria, en el desarrollo de un mercado propio y en la formación de futuros lectores con intereses. Y para eso, no alcanza con que exista un grupo de autores, editores y lectores, hace falta que, como hizo España hace un par de décadas, el Estado sea parte del plan.



miércoles, 26 de septiembre de 2012

Como es de público dominio, al menos para quienes viven en la Argentina, la última edición de la revista Ñ, del sábado 22 de septiembre, estuvo dedicada a historiar y comentar las alternativas de la traducción en este país. Aunque no consta, el número fue coordinado, producido y editado por el Administrador de este blog. Incluye rtículos de muy diversa índole que en los próximos días serán subidos aquí para que el público extranjero pueda acceder a ellos y, llegado el caso, comentarlos y discutirlos. Comenzamos hoy por la apertura de ese especial, firmada por Jorge Fondebrider.

Un país de traductores

Podría decirse que las traducciones son uno de los pilares sobre los que se fundó la Argentina, y también que, incluso hoy, éstas siguen siendo una importante base de sustentación para nuestra manera de procesar las complejidades del mundo haciéndolas nuestras. Y hay evidencias de ello. En 1794, Manuel Belgrano tradujo las Máximas generales del gobierno económico de un reyno agricultor, de François Quesnay, un texto de naturaleza económica, publicado primero en España y luego en Buenos Aires. Luego, en 1810, se publicó localmente El contrato social, de Jean-Jacques Rousseau, traducido –y expurgado– por Mariano Moreno, también traductor de Constantin de Volney y del marqués de Condorcet. Desde entonces, y hasta llegar a Un país mental, 100 poemas chinos contemporáneos, la muy reciente antología de poetas actuales, seleccionada y traducida por Miguel Ángel Petrecca, la Argentina siempre ha traducido y asimilado el pensamiento y el arte de las más diversas latitudes, convirtiéndolo, adaptación mediante, en propio y, por lo tanto, confiriéndole nuevas especificidades. Así también lo vio el investigador y traductor Sergio Waisman, profesor de la George Washington University durante una visita al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires (CTLBA): “La traducción importó el pensamiento y la literatura europeos a través de un proceso de adaptación y apropiación, y, recontextualización mediante, los acriolló”. Ese proceso podría remontarse a Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría y José Mármol, quienes tradujeron y encontraron las palabras para describir el territorio de la patria en los textos de los visitantes británicos que, a su vez, habían descrito a la futura Argentina, tomando como modelo la prosa del naturalista alemán Alexander von Humboldt, y en ese curioso juego de influencias  –como bien señala Adolfo Prieto en Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina. 1820-1850– plantaron el germen de nuestra primera literatura. Domingo Faustino Sarmiento, en cambio, hizo otro tanto pero, en su caso, explorando acaso involuntariamente las posibilidades literarias del error: ya en la primera página de Facundo, anota “On ne tue point les idées”, frase de origen dudoso que atribuye a Hippolyte Fortoul –aunque otros atribuyen al Conde de Volney y, en otras oportunidades, a Denis Diderot–, que dice haber escrito con carbón al pasar por los baños de Zonda, en su huída a Chile, escapando del tirano Rosas, y que el autor de Recuerdos de provincia tradujo mal (“A los hombres se degüella, a las ideas no”).  “En este caso, la traducción funciona como transplante y como apropiación –sostuvo Ricardo Piglia ante el público del CTLBA–. Pero es un manejo ‘lujoso’ de la cultura, neto signo de la civilización, corroído, desde su interior, por la barbarie”. Es posible que esa línea de fuerza surgida a partir de la apropiación de lo traducido para los fines propios, con el  tiempo haya desembocado en las referencias equívocas, las citas falsas y la erudición muchas veces apócrifa de Jorge Luis Borges, convirtiendo así las manipulaciones políticas en propósitos estéticos. 

Darle duro a los gringos
 Entre las muchas historias que existen alrededor de la traducción en la Argentina, resulta insoslayable una que, verdadera o apócrifa, tiene como protagonistas a Bartolomé Mitre –traductor de Dante, pero también de Victor Hugo, de Henry Wadsworth Longfellow, de Lord Byron, de Pierre-Jean de Béranger y de Horacio– y a Lucio V. Mansilla. El segundo visita al primero y, al cabo de una larga espera, recibe las disculpas de su anfitrión, quien se excusa manifestando lo ocupado que estaba con la primera traducción argentina de la Divina Comedia. Mansilla entonces lo exhorta: “Hay que darles duro a los gringos, mi general”. Más allá del chiste, eso era justamente lo que Mitre estaba haciendo: le estaba dando duro a los gringos, cuando, en la década de 1890, traducía al castellano culto de su época, empleando, acaso por influjo de la incipiente inmigración, italianismos que después se harían carne en el habla argentina.

Tal vez, algo similar, pero de consecuencias mucho más perdurables, podrá leerse más adelante cuando Roberto Arlt convierta en potente prosa argentina el castellano de las malas traducciones españolas de Dostoievsky que él leía editadas por el sello TOR. O cuando el argentino José Salas Subirat (1900-1970), anticipándose en varias décadas a los traductores ibéricos, tradujo en 1945 por primera vez al castellano periférico de nuestro país el Ulises, de James Joyce, sacándole provecho a esa circunstancia ya que, como señala el escritor Carlos Gamerro, “el Ulises original está escrito, no en una lengua o dialecto, sino en la tensión entre una variante desprestigiada (el inglés de Irlanda) y otra dominante (el inglés británico imperial) – relación que puede compararse, aunque no homologarse, a la que existe entre el español de España y el de los demás países de habla hispana”. Y aquí entonces vale la pena hacer una importante afirmación que no es evidente para todo el mundo: las buenas traducciones realizadas en este país son literatura argentina y entran en una serie que comparten con los textos producidos por los escritores nacionales. Anticipándose a este juicio de naturaleza estética, la Ley de Derechos de Autor –más conocida como Ley Noble–, promulgada en la década de 1930, equipara al traductor al rango de creador, lo que hace que sus derechos sobre su creación sean inalienables, una circunstancia que los editores que exigen a los traductores la cesión de una traducción a perpetuidad suelen pasar por alto.

Los traductores
Los hombres y mujeres que han traducido en el país responden a muchas y muy distintas tipologías. Ha habido traductores circunstanciales, movidos por alguna afinidad ideológica, como es el caso de, por ejemplo, el político Juan B. Justo (1865-1928), quien en 1898 tradujo el primer tomo de El Capital, de Karl Marx, o guiados por la coyuntura, como ocurrió con el general José María Paz (1791-1854), que a lo largo de sus cuatro años de cautiverio se dedicó a traducir La Guerra de las Galias, de Julio César, o el general Edelmiro Mayer (1939-1897), traductor de Edgar Alan Poe, mientras combatía en las guerras civiles argentinas y en la Guerra de Secesión en los EE.UU. También, inmensos traductores profesionales, como Patricio Canto (1916-1989) y Floreal Mazía (1920-1990), “generalistas” que superaron holgadamente el centenar de títulos. Ha habido asimismo especialistas en un único tema, como es el caso de Carlos A. Aldao (1860-1932) y Juan Heller (1883-1950), quienes en las primeras décadas del siglo XX tradujeron a la mayoría de los viajeros ingleses del siglo anterior, y otros que alternaron entre una especialidad y textos que los atrajeron, como Carlos Muzzio Sáenz Peña (1885-1954), fundador del diario El Mundo, traductor de viajeros ingleses y de Rubaiyat, de Omar Khayam y de El jardinero, de  Rabidranath Tagore. Ha habido también especialistas en una única lengua, como Lysandro Z. de Galtier (1901-1985) o traductores de múltiples lenguas, como J. R. Wilcock (1919-1978) o Aurora Bernárdez. Asimismo, ha habido traductores de un único género, como Delfina Bunge de Gálvez (1881-1952) y Alberto Girri (1919-1991), ambos traductores de poesía, o León Mirlas (1907-1990), traductor de literatura dramática, y traductores de todos los géneros imaginables, como José Bianco (1908-1986). Y para terminar esta caracterización caprichosa –y, por supuesto, muy incompleta–, hay una sobrecogedora lista de traductores escritores, traductores provenientes del campo académico –vale decir, que se desempeñan en instituciones académicas y que en el ámbito de la traducción llevaron a cabo tareas de investigación y docentes– y otros que han elegido limitarse a ser grandes profesionales de la traducción. Por supuesto que se trata, en más de una ocasión, de categorías de límites muy tenues que, de hecho, podrían aplicarse a un mismo traductor.

El mundo editorial
 Paradójicamente, a pesar de la importancia que la traducción parece haber tenido en nuestra formación como sociedad y de que en la actualidad sea un tema ampliamente instalado entre nosotros, muchos editores locales no se dan cuenta de que los libros traducidos sencillamente no existen sin los traductores. No sólo no reconocen la importancia de la profesión, sino que, de hecho, la ven como el eslabón más fácilmente vulnerable en el proceso de publicación de un libro originalmente aparecido en lengua extranjera. Las tarifas miserables y el regateo mendaz al que obligan a los traductores –comportamiento que los responsables editoriales nunca tendrían con la papelera, la imprenta o el encuadernador, para no hablar de las instituciones del gobierno nacional o del gobierno de la Ciudad que les compran libros a las editoriales obligándolas a todo tipo de descuentos– van acompañadas de contratos abusivos o del todo ausentes.

Y no se habla aquí de las empresas multinacionales que, salvo raras excepciones –Fondo de Cultura Económica– no traducen en el país, sino que importan libros traducidos fundamentalmente en España, siguiendo una agenda del todo ajena. El problema lo plantean las editoriales argentinas, las cuales, paradójicamente, muchas veces publican no lo que los editores deciden, sino lo que los traductores ofrecen, y pese a ello mantienen políticas abusivas respecto de los traductores, muchas veces degradados al rango de “proveedores”.

Un caso paradigmático es el de los subsidios para la traducción provenientes del exterior. Hoy en día, prácticamente casi todos los países civilizados –con la excepción de los Estados Unidos e Inglaterra (Gales y Escocia son otro caso)– cuentan con subsidios a la traducción para impulsar el conocimiento de las literaturas nacionales en el exterior. Aunque el subsidio corresponde a los traductores, el trámite deben hacerlo los editores. Y por esas cosas de la viveza criolla, no siempre los subsidios para la traducción provenientes del exterior llegan a los traductores, aun cuando se anuncien de manera inequívoca.

La lista de miserias es tan grande como la ignorancia que históricamente han demostrado los editores respecto de las leyes vigentes que una y otra vez burlan sin la menor elegancia, apelando a la amenaza siempre latente de no dar más trabajo a quien se queje.

La prensa cultural y el público
 Sumemos a lo dicho que la prensa cultural tampoco ayuda. Se comenta el estilo de los libros extranjeros traducidos como si hubieran sido escritos en castellano y sólo aparece el traductor cuando éste ha cometido algún error grosero o, absurdamente, cuando ha sido fiel al error ya incluido en el original por el cual luego va a ser criticado sin que el crítico tenga a mano el original que pueda justificar la anomalía.

En otro orden, se llega al extremo de no consignar entre los datos el nombre del traductor porque al departamento de diseño de la publicación en cuestión no pensó en ello y en la redacción nadie se lo hizo notar.

Llegados a este punto, esta claro que el público raramente percibe a los traductores.  Mucho menos advierte que, cuando lee traducciones de otras variantes del castellano –fundamentalmente las españolas– lo hace siguiendo una agenda ajena impuesta por la compra de derechos “para toda la lengua”, artilugio que atiende apenas a criterios comerciales y nunca a las necesidades de cada provincia del castellano.

Este estado de situación justifica entonces plenamente la publicación de este número especial que, además de honrar un trabajo muy mal valorado pero indispensable, ha buscado tratar el tema de la traducción en la Argentina desde todos los ángulos posibles. Es, para decirlo con alguna melancolía, una nueva botella arrojada al mar.  

martes, 25 de septiembre de 2012

El SPET finalmente vino al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires y dijo...

El lunes 24, desafiando el feriado, Griselda Mársico, Martina Fernández Polcuch y Uwe Schoor vinieron al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires para explicar qué es el SPET. La velada fue grabada, pero por problemas técnicos, sólo se logrado conservar el audio, que puede oírse acá .
Martina Fernández Polcuch es licenciada en Letras (UBA) y traductora de alemán. Es docente de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y del IES en Lenguas Vivas "J.R.Fernández". Ha traducido predominantemente literatura del siglo XX (Anna Seghers, Herta Müller, Ilse Aichinger). Actualmente, redacta su tesis sobre traducción literaria. Coordinó el SPET en 2008 y con Uwe Schoor en 2011.

Griselda Mársico es licenciada en Letras (UBA) y profesora en alemán (IES en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández”). Es docente del Traductorado en Alemán del Lenguas Vivas. Ha traducido a Theodor Adorno, Walter Benjamin, Hans Blumenberg, Axel Honneth, Karl Löwith, Ingeborg Bachmann y Paul Celan, entre otros. Actualmente coordina el SPET.

 
Uwe Schoor es germanista, doctorado en la Humboldt Universität de Berlín, ex docente de la Humboldt Universität y de la Universidad Complutense de Madrid, ex lector del DAAD en el Departamento de Alemán del Lenguas Vivas. Actualmente coordina el SPET y traduce al alemán.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Más de lo mismo: Borges y Whitman (II)

Publicado en El Trujamán, el 13 de enero de 2004, el siguiente artículo del investigador Carlos García completa lo publicado ayer.  

Borges y Walt Whitman (II)

Las primeras publicaciones de Johannes Schlaf (1862-1941) habían tenido lugar en conjunto con Arno Holz (1863-1929) bajo el común seudónimo Bjarne F. Holmsen: en 1889, Papa Hamlet, una serie de relatos naturalistas; en 1890, el drama Familie Selicke. En 1892 Schlaf publicó, ya por su cuenta, el drama Meister Oelze (Berlin), que fracasó en escena en 1900. En 1896, dio a luz un estudio sobre Whitman, que sería reeditado en 1904. En 1907 tradujo una biografía de Whitman al alemán; ese mismo año, por fin, propuso una selección de Leaves of Grass bajo el título Grashalme. Im Auswahl übertragen von Johannes Schlaf (Leipzig: Reclam, 1907).

La traducción de Schlaf fue duramente criticada. Entre sus más acerbos críticos figura Gustav Landauer. A propuesta de Kurt Wolff (el editor de Kafka y de muchos autores expresionistas), Landauer reunió los trozos de Whitman que había traducido y publicado hasta el momento en algunas revistas y tradujo otros. Su versión aparecería póstumamente, bajo el título Gesänge und Inschriften (Kurt Wolff Verlag, 1921). ¿Por qué menciono a Landauer?

En un archivo de Buenos Aires se conserva un librito alemán que perteneció a Borges (contiene su firma hológrafa y algunos dibujos de su mano; lamentablemente, Borges no anotó aquí, como en otros volúmenes, la fecha de adquisición o lectura). Se trata de Der Almanach der Neuen Jugend auf das Jahr 1917. Editor[es]: [Wieland Herzfelde,] Heinz Barger. Berlin: Verlag Neue Jugend, [1916], 181 [189] pp. Allí, entre otros textos de relieve, encontramos el siguiente:

Walt Whitman: “Aus dem Zyklus: ‘Ausgehend von Paumanok’” [Deutsch von Gustav Landauer]. Gustav Landauer: “Walt Whitman”. [pp. 42 y 43-52]

El ciclo «Starting from Paumanok» consta de 19 poemas. El poema número 11, único traducido aquí por Landauer, comienza en el original: «As I have walk’d in Alabama my morning walk» (Walt Whitman: Leaves of Grass. Ed. Sculley Bradley / Harold W. Blodget. New York / London: Norton, 1973, 22).
La traducción de Landauer del verso en cuestión reza:

Als ich in Alabama meinen Morgengang machte

Es decir, exactamente igual a la que Borges atribuye a Schlaf. Esto, por desgracia, nada demuestra, ya que la traducción de Schlaf es idéntica (1907: 34; también lo son otras que he cotejado).

A pesar de ello, conjeturo que Borges confundió en el recuerdo las versiones, y que su descubrimiento de Whitman tuvo lugar de la mano de Landauer, y ya antes de 1919. Por lo demás, el libro que Borges pidió en Londres (cf. la cita del comienzo, en parte I) se conserva en el mismo archivo porteño: Leaves of grass (1) & Democratic Vistas. London / New York
: J.M. Dent & Sons Ltd. / E. P. Dutton & Co., 1916. (La primera edición había sido de 1912; fue reeditado en 1921, en la Everyman’s Library).

jueves, 20 de septiembre de 2012

Más de lo mismo: Borges y Whitman (I)


Siguiendo con la cuestión de los últimos días, se copia a continuación un artículo publicado en dos parte, en El Trujamán,  por el  investigador Carlos García. La primera, que se reproduce hoy, es del 12 de enero de 2004.  


Borges y Walt Whitman (I)

En su Autobiografía (1999: 47) relata Borges:

Fue también en Ginebra donde descubrí a Walt Whitman, gracias a una traducción alemana de Johannes Schlaf («Als ich in Alabama meinen Morgengang machte» – «
As I have walk’d in Alabama my morning walk»). Tenía conciencia, por supuesto, de lo absurdo que era leer a un poeta norteamericano en alemán, de modo que encargué a Londres un ejemplar de Leaves of Grass.

Como con el Quijote, que Borges refiere haber leído primero en francés, para escandalizar a sus coetáneos de lengua castellana, Borges relata a un público norteamericano algo pintoresco e inverosímil acerca del poeta norteamericano por excelencia. Sin embargo, algunos indicios permiten inferir que su relato es esta vez, en líneas generales, correcto.

Hacia 1919, Borges se retrata como alguien que estaba bajo el influjo de Whitman. Así, por ejemplo, en la más antigua mención del norteamericano que encuentro de su parte, una carta inédita a Maurice Abramowicz, remitida a Ginebra desde Barcelona, en mayo de 1919:

Moi aussi j’ai évolué ou plutôt je ne fais que jeter loin de moi le masque whitmanien que consistait à prétendre que j’ai trouve tout splendide alors que tout est médiocre.

Poco después, Borges menciona a Johannes Schlaf en su primera publicación europea: «Trois nouveaux livres» (La Feuille, Ginebra, 20-VIII-19; Textos recobrados 1: 18-19; texto escrito en Mallorca y enviado a Abramowicz para su publicación en Ginebra).

En ese mismo año y ya en España, pero antes de descubrir el ultraísmo, hace sus primeros intentos en la línea de Whitman: «Himno del mar», escrito en Mallorca, que él lo comentará en carta posterior a Abramowicz, de c. 23-IX-1920 (Cartas del fervor. Barcelona, 1999, 100-101, N.° 13): «les larges rythmes et l’entrain de mes premiers essais whitmaniens “Himno del mar” et autres».

En unas cuartillas publicadas en 1921, Adriano del Valle se refiere de este modo al Borges que conociera a fines de 1919 (El Noticiero Sevillano, 6-X-21):

Admirador fervoroso de Walt Whitman, también él parecía soportar sobre sus hombros inclinados todo el peso de los orbes líricos del viejo cantor americano.

Y su futuro cuñado, Guillermo de Torre, lo retratará, en 1925, de esta manera (Literaturas europeas de vanguardia. Madrid: Caro Raggio, 1925, 62):

Llegaba ebrio de Whitman, pertrechado de Stirner, secuente de Romain Rolland, habiendo visto de cerca el impulso de los expresionistas germánicos, especialmente de Ludwig Rubiner y de Wilhelm Klemm.

La virulencia que le achacan todos estos testimonios sugiere que el descubrimiento de Whitman por parte de Borges era aún reciente.

Todo parece indicar, pues, que Borges descubrió a Walt Whitman hacia 1919, en Ginebra (es decir, entre fines de 1918 y mayo de 1919, cuando la familia Borges pasa a España), en alemán, y de la mano de Johannes Schlaf. And yet...

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Otra vez Whitman


En 1998, la escritora y doctora en literatura Ruth Levy, de la Universidad de Guadalajara, publicó en  Sincronía, revista de humanidades de esa casa de estudios, el siguiente trabajo, que se encadena a la entrada referida a León Felipe, Borges y Walt Whitman, del día de ayer.


 
De Jorge Luis Borges a Walt Whitman:
Por qué Borges sí escribe el implícito “yo”

Cuando leemos un prólogo escrito por el traductor del texto, en el caso de ser poesía, la mayoría de las veces encontramos una ‘justificación’ por el ‘atrevimiento’ ante el autor y para el lector. En el prólogo a Hojas de hierba de Walt Whitman (1819-1892), Jorge Luis Borges no se justifica, sólo destaca su traducción de otras: "Mientras tanto, no entreveo otra posibilidad que la de una versión como la mía, que oscila entre la interpretación personal y el rigor resignado" (Borges, 1991: p. 11).

Para fundamentar mi afirmación, en el título de este breve trabajo, me basaré en la primera estrofa de tres versos del texto original: "Song of myself" de Walt Whitman, incluido en el citado libro Hojas de hierba; (Whitman, 1991: p. 20) y en las traducciones de Armando Vasseur (Vassseur, 1997: p. 89), León Felipe (Felipe, 1997: p. 25), y Jorge Luis Borges (Borges, 1991: p. 21).

Desde la traducción del título "Song of myself" empezamos a notar las diferencias entre los tres porque el sustantivo Song no lleva el artículo y la preposición of significa ‘de’. Vasseur lo traduce como "Del canto de mí mismo"; si con arbitrio él selecciona estrofas, debería ser "De Canto a mí mismo"; pero él agrega el sustantivo contracto.

León Felipe sí respeta la omisión del artículo, mas otorga a la preposición of un sentido de dirección y no el de pertenencia: "Canto a mí mismo"; quizás porque of también significa ‘para’ si hablamos de la hora: twenty of five; y ‘para’ en español puede implicar pertenencia; pero, en otros contextos. Como él lo traduce parece que Whitman se canta a sí mismo; cuando lo que leemos, en realidad, es un canto que brota de él para los demás.

Borges sí prescinde del artículo y traduce la preposición en su sentido fiel: "Canto de mí mismo".

SONG OF MYSELF
I celebrate myself, and sing myself,
And what I assume you shall assume,
For every atom belonging to me as good belongs to you.


DEL CANTO DE MÍ MISMO
Me celebro y me canto,
Lo que me atribuyo también quiero que os lo atribuyáis,
Pues cada átomo mío también puede ser de vosotros, y lo
será.

(Traducción de Armando Vasseur)


CANTO A MÍ MISMO
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

(Traducción de León Felipe)


CANTO DE MÍ MISMO
Yo me celebro y yo me canto,
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.

(Traducción de Jorge Luis Borges)

Sabemos que en el idioma inglés no se debe omitir el pronombre personal en la conjugación de los verbos; también, que los poetas recurren a la omisión ya sea a causa de la métrica, o de su propio estilo, o de la estética. Asimismo sabemos que, en el idioma español, podemos prescindir de mencionar cualquier pronombre personal, en la conjugación de los verbos, sin incurrir en el error gramatical; los utilizamos para reforzar, personalizar, identificar la tercera persona, o diferenciar, en algunos tiempos, a personas que se puedan confundir por la conjugación idéntica.

En el primer verso de la primera estrofa Whitman debió escribir dos veces el pronombre I, no lo hace; y me aventuraré a tratar de mostrar que no fue por alguna de las causas que mencioné en el párrafo anterior; así como señalar por qué en el segundo verso sí escribe el pronombre; y cómo fue traducido.

El poema es un canto de su alma para su hermano/ser humano, desea homenajearlo, amonestarlo, que éste aprenda de él; para ello debe ejemplificar, transcribir vivencias, ser soberbiamente justo consigo, ¡hablar tanto de sí mismo! Escribirá el pronombre de la primera persona cientos de veces; entonces, por modestia, no lo menciona en la primera palabra, en el primer verso de su obra con los verbos: ‘celebrar y cantar’; palabras festivas en su forma activa, ya convertidas en tan intimistas en su forma reflexiva por el pronombre myself.

En el tercer verbo: to assume, cuando Whitman podría haberse tomado la licencia de excluir el pronombre, sí lo escribe porque conoce, sabe lo que lleva en sí como "poeta de la democracia", porque asume su ofrecimiento al lector y la obligación de éste de asumir, en el futuro, cada una de las experiencias transcritas.

En el primer verso, Vasseur y León Felipe acatan la omisión de Whitman en cuanto al pronombre; hacen reflexivo los verbos ‘celebrar y cantar’ con base en la función del pronombre myself, puesto que el ‘me’ en español implica ya ‘mí mismo’; la diferencia con León Felipe es que redunda el pronombre reflexivo.

Con el tercer verbo, Vasseur se vale de la licencia de no mencionar el pronombre en español; León Felipe sí lo señala. En cuanto a cómo traducen el verbo to assume, el auxiliar shall, y el tercer verso, ya sería un análisis aparte.
En el primer verso, Borges no acepta la supresión; también hace reflexivos los verbos y, aunque ya podría ser redundante ‘yo me’, él sí incorpora el pronombre en ambos verbos. En el tercer verbo evade la utilización del pronombre al usar el verbo ‘ser’ con el sentido de posesión, y en tercera persona.

Borges nos previno en el prólogo en cuanto a que su traducción oscilaría entre la interpretación personal y el rigor resignado. Desde su grande altura como poeta, con el conocimiento que tenía de Whitman y de su obra, reconoció la modestia de ‘su maestro’ en la omisión del ‘yo’ en la primera palabra de su canto; Borges no quiso omitir el implícito ‘yo’.

Si Whitman lo utilizaría ya cientos de veces en el poema, igual Borges podía prescindir de escribirlos por la conjugación explícita del español. En el idioma inglés ‘yo’ siempre se escribe con mayúscula; en español, solamente cuando es inicio de oración; entonces así lo elogia, así validó Borges, también gramaticalmente, la ‘traición’ a la mención de una palabra que Whitman no había escrito. Borges se otorgó el derecho de empezar su traducción con un justo, merecido ‘yo’.


martes, 18 de septiembre de 2012

Whitman por León Felipe y éste en las garras de Borges

Borges verbal es un libro de frases borgeanas compilado por Mario Paoletti y Pilar Bravo, que fue publicado por Emecé en 1999. El volumen, ni muy bueno ni muy mano, vino así a sumarse a El diccionario de Borges, complación de Carlos R. Stortini, publicado por Editorial Miscelánea S.A., exactamente una década antes. Es probable que haya más de estos libros y que el Administrador de este blog no los conozca. Y también es probable que, con el tiempo, vayan sumándose otros tantos. Lo cierto es que, incluso cuando la compilación no esté muy bien hecha, siempre hay algo que ya sea por su valor, por las posibilidades que ofrece al pensamiento o por su decidida mala fe vale la pena recordar. Aquí va entonces una andanada contra León Felipe traductor, especialmente interesante dado que Borges también tradujo a Walt Whitman. La cita corresponde a Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, de Fernando Sorrentino.

Malas coplas españolas

Creo que la traducción (de Walt Whitman) por León Felipe adolece de un error esencial. Uno de los rasgos más evidentes de Whitman son esos largos versos a la manera de los salmos. Y León Felipe ha cortado todo eso; y él, como explicación, dijo que el verso corto era típico de las coplas españolas. Claro que había que demostrar que existe alguna relación entre la poesía de Whitman y las coplas españolas, cosa que nadie ha imaginado nunca. Además, que los versos de León Felipe tampoco son buenas coplas españolas.


lunes, 17 de septiembre de 2012

Hartmut Becher visita el SPET

Como siempre Griselda Mársico y Uwe Schoor envían la información de las actividades del SPET. En este caso se trata del  encuentro que tendrá lugar el miércoles 26 de septiembre a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas (Carlos Pellegrini 1515), titulado  “Más que presentar nuestra cultura  queremos establecer un diálogo”. Se trata de  una charla en castellano con Hartmut Becher, ex director del Instituto Goethe en Buenos Aires y promotor de traducción teatral

Hartmut Becher estudió Romanística e Historia en las Universidades de Erlangen-Nuremberg, Besançon (Francia) y Friburgo y realizó el examen estatal de Profesorado Secundario (Francés e Historia). En 1981 se doctoró en Historia (Dr. phil.) con una tesis sobre las relaciones germano-italianas en la época de los Carolingios tardíos (siglo IX d. C.). Su carrera profesional está estrechamente relacionada con el trabajo del Instituto Goethe, sobre todo en América Latina, donde dirigió institutos en Brasil, Venezuela, Chile y Argentina. Desde hace muchos años es coordinador de las traducciones de teatro del Instituto Goethe para los países de habla hispana. En 2001 fue cofundador del Festival de Dramaturgia Europea Contemporánea en Santiago (Chile). Después de cinco años como director del Instituto Goethe de Buenos Aires (2006-2010) se jubiló y fundó una agencia de autores para la difusión del teatro contemporáneo de lengua alemana en América Latina.

Lectura sugerida:
Carla Imbrogno: “El traductor inmediato” (© Goethe-Institut e.V., Redaktion Humboldt, Mayo 2010; disponible en versión online).

Un ejemplar impreso se encontrará disponible en la fotocopiadora del Lenguas Vivas (edificio nuevo, subsuelo, al lado de la Biblioteca General) a partir del viernes 14/9/2012.

SPET - IESLV "J.R. Fernández"
Carlos Pellegrini 1515
1011 Buenos Aires
Argentina
spet.llvv@gmail.com
spetlenguasvivas.blogspot.com

sábado, 15 de septiembre de 2012

Surprise, surprise!

Parece que "los mejores autores" van a tener que ir buscándose otra "firma". Por varios lados distintos, pero en todos los casos de muy buena fuente, ha llegado a Buenos Aires la noticia de que, del mismo modo que Planeta compró Tusquets, Random House está a punto de comprar Alfaguara, si es que no lo ha hecho ya. La ventaja, en este caso, es que, a diferencia de Planeta, empresa que compra editoriales y que después las convierte en sellos vacíos –previo despido del personal, claro–, Random House no tendrá mucho que vaciar.

Se solicita a los lectores que posean más información –entre la que puede incluirse una desmentida categórica siempre y cuando esté bien fundada– sumarla en la sección comentarios. Los traductores españoles reunidos en ACEtt también puede hacerlo atravesando las fronteras de su lista privada porque afuera hay todo un mundo que los recibirá con los brazos abiertos.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Lectura de poesía bilingüe

Tres poetas de Gales, Uruguay y la Argentina
Librería Eterna Cadencia - C.A.B.A.
Martes 18 de septiembre, 19 hs.

Tiffany Atkinson es profesora de Literatura Inglesa en la Universidad de Aberystwyth, en Gales, donde vive desde 1993. En 200 ganó el concurso nacional de poesía de Ottakar and Faber y en 2001 el Cardiff Academy International. Sus poemas se publicaron en diarios y antologías y su primer volumen de poesía reunida, Kink and Particle (2006) recibió la recomendación de la Poetry Book Society y ganó el premio Jerwood Aldeburgh First Collection Prize. Su segunda libro, Catulla et al, fue publicado por Bloodaxe in 2011 e ingresó en la lista de finalistas del libro del año 2012 de Gales. Realiza con regularidad lecturas y talleres en el Reino Unido y el extranjero y es editora de poesía de The New Welsh Review.

Melisa Machado nació en Durazno, Uruguay, el 19 enero de 1966. Vive en Montevideo desde 1978. Es docente de redacción creativa en la Universidad Ort, periodista y analista de arte. También es terapeuta gestáltica psico-corporal. Ha publicado cinco libros de poesía, reunidos bajo el título Rituales (Montevideo, Ed. Estuariom 2011). Fue invitada a participar en festivales de poesía en Nicaragua, México e Inglaterra. Ganó la beca Mec/Cuny de su país, beca destinada a impartir un seminario de redacción creativa en el City College de N.Y.   

Silvia Camerotto nació en Buenos Aires en 1959. Es poeta, además de docente y traductora de inglés. Ha publicado 420 minutos de abstinencia (Buenos Aires, Ed. del Dock, 2008) y, asimismo, dado a conocer versiones de numerosos autores británicos, irlandeses y estadounidenses (entre otros Emily Dickinson, Wallace Stevens, Jude Nutter y Eiléan Ni Chuiléanain)  en su blog De Sibilas y Pitias (http://desibilasypitias.blogspot.com/).  Prepara desde hace algunos años una serie de versiones de Robert Browning que serán próximamente publicadas.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La trascendencia de la traducción

 Hugh Hazelton es director de programa en el Banff Centre, de Canada. Escritor y traductor, se especializa en la comparación de las literaturas de Canadá y Quebec con las literaturas de Latinoamérica, así como en las obras de escritores latinoamericanos en Canadá. Ha escrito varios libros de poesía y traduce del español, el francés y el portugués al inglés; su traducción de Vétiver (Signature, 2005), un poemario de Joël Des Rosiers, ganó el premio del Gobernador General de Canadá a la traducción francés-inglés en 2006. Su libro Latinocanadá: A Critical Study of Ten Latin American Writers of Canada (McGill-Queen’s, 2007) recibió el premio al mejor libro de la Asociación Canadiense de Hispanistas para el período 2007-2009. Enseña traducción del español y civilización latinoamericana en la Universidad Concordia en Montreal. El siguiente texto fue traducido por María José Jiménez y publicado por el Periódico de Poesía, del mes de agosto pasado.

Cómo la obra traducida se hace parte de la otra cultura,
Incluso en el caso de la poesía experimental

Prácticamente todas las raíces literarias de nuestra cultura que se originan en otras lenguas, contando la literatura inglesa escrita antes del año 1400, están compuestas de traducciones. No obstante, las obras célebres en traducción son ya tan familiares para la mayoría de las personas, que estas ya no reconocen que, al leer dichas obras, en realidad están leyendo otras versiones del original que han pasado por el filtro de la mente de sus traductores. La Biblia puede o no ser la palabra de Dios, pero es sin duda la palabra de un traductor, que supongo habrá recibido inspiración divina, pero, considerando que existen docenas de traducciones distintas de las escrituras, ¿cuál de ellas es sagrada e infalible, especialmente cuando son a menudo traducciones de traducciones de otras traducciones? Al cruzar el mar de Troya con Homero, ¿en cuál de las innumerables traducciones de la Ilíada debemos zarpar? Dicha obra, como muchos clásicos, recibe una traducción nueva prácticamente en cada generación, en un estilo poético nuevo, con las convenciones, modas e idiosincrasias poéticas de su época. Sin embargo, cada traducción importante reafirma obras tales como la Ilíada en su condición de pertenecer simultáneamente a nuestra era y a otra anterior, como parte de nuestra lengua así como de la original, la cual es incompresiblemente remota y, aun así, dado el poder y la inmediatez del texto, tan contemporánea como la nuestra. Como Walter Benjamín notara en su ensayo “La tarea del traductor”, la traducción permite que el poema o la obra literaria adquiera una segunda vida, que viva más allá del original, y que continúe renaciendo en traducciones posteriores en múltiples culturas a través del tiempo.

En el siglo XIX, el auge del nacionalismo fue acompañado de un deseo de enmarcar las literaturas dentro de una traducción nacional o lingüística única. Este impulso se opone a la interpretación de la literatura como la encarnación nacional de movimientos estéticos internacionales más globales tales como el barroco, el neoclasicismo, el romanticismo, el naturalismo y el surrealismo. La definición de la literatura en términos de tradiciones nacionales o lingüísticas restringió su alcance, la aisló en un espacio unilingüe o en un espacio nacional único con su propio sistema de referencia y una estética que se suponía independiente, un marco cerrado a la traducción. Si se escribe simplemente para un público estadounidense, británico o de habla inglesa, ¿qué sentido tiene observar otras tradiciones literarias nacionales y lingüísticas? La idea de considerar la escritura dentro de un contexto multicultural o translingüístico, como Octavio Paz ha observado en su ensayo “Traducción: literatura y literalidad”, es lo que estimula la traducción y la fertilización cruzada, y ubica la literatura en un contexto sincrónico que agrupa a John Donne y a Quevedo, a Poe y a Baudelaire, incluso a García Márquez y a Salmon Rushdie. No existe tendencia o estilo literario que haya sido puramente nacional, dice Paz. Si no fuese por la traducción, estaríamos condenados a leer obras escritas únicamente en nuestra lengua durante los últimos seiscientos años, período durante el cual el inglés ha existido más o menos en su forma actual. ¿Y qué de los países bilingües, trilingües o multilingües? En Canadá, por ejemplo, fue únicamente durante los años 1960, cuando el gobierno empezó a financiar traducciones literarias entre los dos idiomas oficiales, que las dos tradiciones literarias de la nación adquirieron interés mutuo. Anteriormente, cada idioma había permanecido cerrado del otro por falta de traducción, a tal punto que las tradiciones poéticas de Canadá inglesa y Canadá francesa son casi por completo diferentes: la inglesa es, en esencia, documental, narrativa y horizontal, mientras que la de Quebec es abstracta, trascendente y vertical. Asimismo, la traducción es lo que logra unir los mundos literarios de las Filipinas, a saber, filipino, inglés y español, y las esferas múltiples de la literatura de la India.

A través de la traducción, autores de un tiempo y espacio distante de nuestra propia cultura llegan a ocupar un lugar esencial e íntimo en nuestro universo literario, a menudo sin que nos percatemos de ello. Dostoevsky, Neruda, Mallarmé y Kafka gozan a menudo de un lugar más prominente en nuestra herencia común y en nuestra constelación personal de autores que autores similares de la misma época en nuestro propio idioma. Los poetas latinoamericanos hablan de la influencia de Whitman, Ginsberg y Kerouac en sus obras; y escritores latinoamericanos que han sido traducidos extensamente al inglés, como Neruda y Borges, tienen un impacto considerablemente mayor en autores norteamericanos que otras voces menos traducidas que son, sin embargo, igualmente reconocidas en su país de origen, tales como los poetas vanguardistas Oliverio Girondo en Argentina, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha en Chile, y Haroldo y Augusto de Campos en Brasil. En Canadá, que hoy en día cuenta con una amplia gama de escritores latinoamericanos de gran talento que han llegado al país sea en calidad de exiliados, refugiados o inmigrantes, la traducción ha sido clave para ganar acceso a los lectores en Canadá inglesa y en Quebec. Sin la traducción, continuarían escribiendo completamente aislados de su patria adoptiva.

¿Y qué decir, entonces, de la traducción experimental y vanguardista, considerada por mucho tiempo una de las formas más difíciles de verter a otro idioma? ¿Pueden los traductores reproducir un texto original que pone a prueba el significado a un punto extremo y, al mismo tiempo, convencer a sus lectores de manera natural y espontánea que la obra forma parte de su propia esfera cultural o personal? Toda obra, como plantea José Ortega y Gasset en su ensayo “Miseria y esplendor de la traducción”, es por definición intraducible, puesto que la traducción nunca puede lograr corresponder enteramente al original, solamente aproximársele; y, sin embargo, toda obra merece asimismo un intento de traducción, que es en sí una búsqueda existencial, incluso quijotesca. Aunque el poema original es intrínsecamente incomprensible en el sentido kantiano y lineal, y se puede absorber o sentir solamente por una especie de osmosis sensual, es posible intentar su traducción y comunicarlo en otro idioma. El éxito de este esfuerzo, siempre relativo, está supeditado a la atención que se presta a la reproducción del texto mismo, por muy difícil que parezca. El traductor de un poema vanguardista impenetrable no puede apoyarse en la complejidad idiosincrásica del texto como excusa al crear una versión paralela o una adaptación, y mantener que “el autor o la autora hace lo que le da la gana, así que yo haré lo mismo”. La libertad embriaga pero el texto requiere cuidado e innovación, no simplemente impulsividad. Los traductores deben imaginar e inventar, pero siempre en armonía con el texto original. ¿Cuándo logra el éxito el traductor y cuándo se pasa de la raya y pierde contacto con el texto original? La mayoría de los lectores del poema nunca lo sabrán, puesto que no pueden compararlo con el original. Sin embargo, dado que el traductor desea introducir la obra a una esfera lingüística y literaria extranjera, donde esta pueda, en su encarnación subsiguiente, adquirir una nueva resonancia, la tarea, por muy desalentadora o excitante que parezca, también implica una profunda responsabilidad.

A manera de ejemplo, adjunto un poema de En la másmedula (“In the Uttermost Marrow”), el último libro de poesía de Oliverio Girondo, aún sin traducirse por completo al inglés, junto a mi propia versión inglesa:

Gristenia

Noctivomusgo insomne
del yo más yo refluido a la gris ya desierta tan médano evidencia
gorgogoteando noes que plellagan el pienso
contra las siempre contras de la posnáusea obesa
tan plurinterroído por noctívagos yoes en rompiente ante la afauce angustia
con su soñar rodado de hueco sino dado de dado ya tan dado
y su yo solo oscureo de pozo lodo adentro y microcosmos tinto por la total gristenia

Greyworm

Nocturalvoicemoss insomniac
of the self plus myself flowing back to the grey now deserted so dune evidence
gurgledripping noes that overulcerate thought
against the forever againsts of obese postnausea
so plurintergnawed by nightwandering selves on the breakwater facing fangless
anguish
with its dreaming surrounded by hollowness fate given by dice already so given
and its self alone dark as a well mud within and microcosmos stained by the total greyworm