martes, 2 de julio de 2013

"No se trata del texto"

En la revista Ñ del sábado 29 de junio pasado, la periodista Silvana Boschi  reflexiona sobre el valor agregado que poseen los libros editados en papel. Reproducimos a continuación esa columna.

Los adoradores 
del objeto libro

Todos los que se toman demasiado en serio la discusión sobre si el libro digital será la sentencia de muerte del libro en papel, parecen olvidarse de un grupo multitudinario de personas, habitués de las librerías de viejo, atesoradoras de obras leídas y en lista de espera, hurgadoras de herencias familiares con el mismo entusiasmo con que otros se lanzan sobre los saldos bancarios. Son los adoradores del objeto libro.

Porque no se trata sólo del texto, que obviamente se puede leer en cualquier formato, en las viejas fotocopias, en e-book o hasta en un celular. Se trata de los otros significados del objeto libro. Si mi abuelo italiano leía La divina comedia, ¿habrá allí algún pasaje que me permita conocer a ese hombre que murió antes de que yo naciera, algunas anotaciones, alguna página subrayada que me cuente qué lo conmovía?

Cuando de adolescente fui a aprender encuadernación, elegí un ejemplar de Las mil y una noches que nos leían en mi casa. Alisé las puntas, descosí los cuadernillos, los emparejé y rebané con una guillotina, les hice nuevos surcos con una sierra fina, pasé por esas hendiduras varios hilos embadurnados en cola y forré las tapas con papel marmolado. Después, las puntas y el lomo con una cuerina bordó.

Encuadernar ese libro, que todavía conservo, fue una forma de acariciar sus historias, acunarlas y protegerlas. ¿De qué? ¿Del paso del tiempo? ¿Del olvido? ¿De la edad adulta?

Dice Sartre en una edición de 1964 de Las palabras, que compré en una librería de viejo: “Empecé mi vida como seguro la acabaré: en medio de los libros (…). No sabía leer aún y ya reverenciaba esas piedras levantadas: derechas o inclinadas, apretadas como ladrillos en los estantes de la biblioteca o noblemente espaciadas formando avenidas de menhires; sentía que la prosperidad de nuestra familia dependía de ellas”. No me imagino a Sartre decir: “Empecé mi vida como seguro la acabaré: en medio de los e-books ”. Tal vez esa locura de los adoradores del objeto libro sea lo que finalmente lo ponga a salvo del olvido.

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