miércoles, 29 de octubre de 2014

Fabio Morábito protesta contra la sordera crónica

El País, de Madrid, publicó en su suplemento cultural Babelia una serie de columnas con el título genérico “¿Es posible un español global?”. Uno de los que contestó, fue el escritor y traductor mexicano –e hincha fanático del Milan (pobre)– Fabio Morábito. Lo hizo el 13 de octubre pasado en los términos que siguen.

Supremacía de la redacción

Empezaría por poner en duda la existencia de los idiomas nacionales, entendidos como realidades compactas e inamovibles. Apenas lo miramos de cerca, un idioma nacional se fragmenta en lenguas y dialectos que se subdividen a su vez en hablas locales. En cada caso, además del acento, vemos cambios en los nombres de los alimentos, de las prendas de vestir, de los utensilios domésticos, de los juegos y de las diversiones, todo lo cual dificulta la comunicación, pero también, si se quiere, la estimula. En este sentido, el llamado español global me parece una entelequia todavía mayor que los españoles nacionales. Ni siquiera la televisión, que ha sido siempre un potente factor de homogeneización lingüística, escapa a la ley de la proliferación incesante de localismos, modismos, jergas y demás usos puntuales y a menudo efímeros (y no por efímeros menos significativos) en los cuales se sustenta cualquier lengua viva.

El español global sólo puede existir en la escritura, como estilo literario. Su optimismo comunicativo sólo puede plasmarse de esa forma. De hecho, existe así. No es de sorprender, porque toda escritura representa cierta normalización del habla y conlleva su potencial globalización. Las revistas de las aerolíneas, para citar un caso, están redactadas en ese estilo global. Dije redactadas, no escritas. El verdadero problema lingüístico actual, en mi opinión, no es la globalización idiomática, sino la gradual supremacía de la redacción sobre la escritura, tanto en ámbitos frívolos como eruditos, un problema que habría que atacar desde la escuela. Mientras la escritura tiene su semilla en el uso oral del lenguaje, y de él se nutre, la redacción nace con una sordera crónica, desligada de los movimientos íntimos del habla, a la que sin embargo remeda groseramente, y de ahí su éxito y propagación inmensa, desde las revistas de avión hasta las académicas.


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