jueves, 23 de octubre de 2014

Lara confiesa: “No es miedo a Víctor García de la Concha, sino respeto a una persona vinculada a esta casa en muchos proyectos editoriales”.

De izquierda a derecha, García de la Concha, José María Fernández Sosa Faro
y Manuel Lara,todos con ponchito porque hacía frío. 

El jueves 9 de octubre pasado, este blog publicó un artículo aparecido en El Confidencial, de España, que, con firma de Carlos Prieto, contaba que  El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los Letrados. Cultura y política en España, 1962-1996, del escritor y periodista Gregorio Morán había sido censurado por Manuel Lara, el presidente del Grupo Planeta, impidiéndose la publicación del volumen en el sello Crítica. Entre otras cosas, se decía que, de los muchos títeres que el libro dejaba sin cabeza, algunos resultaban incómodos para los intereses de Lara.

E1 18 de octubre pasado, el mismo Gregorio Morán reveló en una columna reproducida de Caffe Regio las razones de la prohibición: aquél a quien le iban a pisar los juanetes era nada menos que Víctor García de la Concha, ex presidente de la RAE y actual director del Instituto Cervantes. Revelado ese dato, todo se vuelve mucho más sucio y lo que ya olía a podrido en el Grupo Planeta, ahora es hedor confirmado.

“Las malditas 11 páginas”

Tardé diez años en escribir un libro. Tiene un título largo, o por mejor decir tres, que ayudan a entender lo que va dentro: El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los Letrados. Cultura y política en España, 1962-1996. Contratado por el grupo editorial Planeta tenía prevista su publicación en la primera quincena de octubre, aunque el texto original estaba en sus manos desde noviembre del 2013. Todo parecía marchar bien, por más que no se tratara de un libro al uso, ni por su volumen -casi 700 páginas- ni por su contenido: la trayectoria de la inteligencia española desde el franquismo hasta el final del felipismo.

Después de cumplir los deberes, que consisten en corregir lo que en términos de edición se denominan “primeras pruebas”, incluso unas “segundas”, tras sortear las variadas y hasta divertidas objeciones del llamado pomposamente “departamento jurídico“, que al menos en mi caso se refiere a un individuo que responde al nombre de Gabino Sintes, que para mayor singularidad se ocupa también de los “derechos de autor”, lo que a mi entender debería llenarnos de inquietud -censor y defensor de los derechos del escritor, diría que son incompatibles-. Pero en este caso se fueron superando. Poca cosa, aunque engorrosa, dada la endeblez del letrado, que era capaz de escandalizarse porque al ínclito don Juan March, antigua leyenda de la delincuencia financiera, se le llamara “pirata”, cuando la misma editorial había publicado su biografía, El último pirata del Mediterráneo.

La edición siguió su curso con una hermosa portada que imprimió primorosamente y a la que acompañaba un texto que por no ser mío sino de la casa editora merece la pena ser copiado. Siempre me he abstenido de hacer las solapas o las contraportadas de mis libros porque no me corresponde y uno se arriesga a hacer un ejercicio de vanidades amparándose en el anonimato. Cualquier profesional del gremio sabe distinguir cuando es el autor quien escribe lo que corresponde a la editorial, se nota en el tono y sobre todo en el error de confundir lo que es importante para nosotros y lo que puede resultar interesante para el lector. El texto redactado e impreso por Editorial Crítica (Planeta) decía así: “Gregorio Morán nos ofrece en este ambicioso libro una historia de la cultura española, y de sus protagonistas, entre 1962 y 1996, precedido de una introducción acerca de sus orígenes en los años cuarenta. La figura del ‘cura’, Jesús Aguirre, actúa como un hilo conductor, pero la realidad es que la abundancia de los ‘mandarines’ -novelistas, políticos, profesores, pintores, músicos…- que pueblan este retablo de figuras y figurones lo desborda por completo. Nos hallamos así ante una historia intelectual de España, seria y documentada, escrita con un sentido crítico y una sinceridad que consigue que los intentos anteriores en este terreno nos parezcan insustanciales. No hay duda de que la obra de Morán va a escandalizar por la dureza de sus juicios, y que va a provocar muchos debates y algunas indignaciones, pero la verdad es que, a partir de ahora, ninguna reflexión sobre la cultura española en la segunda mitad del siglo XX podrá prescindir de referirse a este libro”.

Hete aquí que la editorial consideró que bien podría “prescindir” si no del libro al menos de algunas páginas. Y así fue como el martes, 16 de septiembre, se me planteó taxativamente que o retiraba el penúltimo capítulo -exactamente 11 páginas- o el libro no se publicaba. En 35 años de trabajo, en campo tan minado como es el mundo editorial, no he quitado ni una página y así lo expliqué, añadiendo que, por demás, el capítulo era “una viga maestra” y no podía prescindir de ella. Las gentes de la industria editorial son tan chuscas que alguien llegó a argumentar que tratándose de un texto de casi 700 páginas, retirar 11 carecía de importancia.

¿De qué se trataba? El capítulo de “las malditas 11 páginas”, por utilizar la expresión del presidente del grupo Planeta, José Manuel Lara, se titula “¡Todos Académicos!” y se refiere, como es fácil suponer, a la singular trayectoria de la Real Academia de la Lengua, la RAE, y muy especialmente al periodo que tuvo en Lázaro Carreter y Víctor García de la Concha su mayores conseguidores. Y resulta que hoy día Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, ¡ay madre mía!, es un auténtico proveedor del mundo editorial y quien, por su experiencia de probado manipulador, el que facilita materiales tan significativos como los productos del castellano dirigidos al mundo entero, empezando por el diccionario de la RAE -más de 400.000 ejemplares, en primera edición-, el negocio editorial por excelencia, que anteayer publicó Planeta.

No conozco personalmente a Víctor García de la Concha, ni ganas, pero sí sé de sus andanzas desde que yo llevaba pantalón corto en Oviedo y él ejercía de magistral, sin serlo, de la catedral de Oviedo, personaje evocador de La Regenta de Clarín. Asturiano de Villaviciosa, cura resuelto a superar una infancia dura, con una historia que hubiera podido escribir Galdós y que ahora nos resulta de otra época; fascista medular, sacerdote rebotado, casado con una de sus feligresas, profesor, trepador siempre, ignorante absoluto y probado, como explico en apenas dos paginitas debeladoras de ese inefable capítulo penúltimo, tan denostado por los encargados del negocio de la cultura. ¡Once malditas páginas!

Todo me da en pensar que alguien le hizo llegar a “Don Víctor” las páginas de “¡Todos Académicos!”, en las que quedaba retratado y él les puso entre la espada y la pared. Y entonces ocurrió lo que Don Vito Corleone convirtió en lema recurridísimo: “No se trata nada personal, son sencillamente negocios”. Cuando yo le señalé al jefe, José Manuel Lara, la singularidad de que hace 35 años era posible que una editorial como la suya le echara un pulso al presidente del Gobierno, que no otra cosa era publicar la biografía de Adolfo Suárez en octubre de 1979, me respondió en hombre del presente, porque los herederos apenas recuerdan los vestigios del pasado, mientras luchan por mantenerse son capaces de todo, incluso de equivocarse porque les ciega el presente y no aspiran a futuro alguno. “No es miedo a Víctor García de la Concha, sino respeto a una persona vinculada a esta casa en muchos proyectos editoriales”.

La censura del business, del negocio, es tan implacable como la política. Por eso no deja de hacer mucha gracia, es un decir, que los nuevos editores o las editoriales bisoñas, pero con lógica ambición de poder, te planteen el enorme interés que tienen en publicarte. ¡Pero no sin antes leer el manuscrito! No quieren entender que si entregas un manuscrito sin contrato estás vendido. Lo aseguro yo, un veterano con muchos años de oficio. Yo no compro a ciegas, dicen ellos; pero los autores no tenemos por qué entregar el producto de nuestro trabajo para que ellos evalúen lo que les interesa. Son como jugadores con ventaja que te hacen el favor de leerte, como quien te mira la dentadura y calibra lo que puedes empujar en la piedra de su modesto molino. ¡Pero de dónde ha salido esta generación de logreros!

En apenas un mes, lo confieso, he pasado de autor veterano a ganado de excepción que debe exhibirse en la feria. ¡A ver qué sabe hacer! Ya no tengo edad para soportar impasible las imposturas de un gremio llamado a la quiebra. Pero queda como experiencia personal, casi generacional, que estamos más predestinados que el Titanic y que, por si fuera poca la broca, no tenemos ni una orquesta que nos asuma en su suerte y nos amenice el final.

Vivimos tiempos jodidos porque nuestra generación, así, en general, se ha vuelto golfa y hemos de buscar algo digno por debajo de los 30, y como he tratado de explicar en El cura y los mandarines, cuando frisábamos por esa edad no nos cabía en la cabeza que algún día “los nuestros” defenderían la censura, asumirían la corrupción y se sentirían cómodos en la estupidez.


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