martes, 28 de octubre de 2014

Las sudorosos y enfáticas reuniones

Ezequiel Martínez publicó el 24 de octubre pasado la siguiente columna en la revista Ñ.  En ella se refiere a la ímproba tarea de correr detrás de las palabras y compara sutilmente los resultados de la labor de María Moliner con la nueva edición del diccionario de la RAE.

Casi un kilo de palabras nuevas

Mi diccionario engordó casi un kilo. En la última década le nacieron 4.680 nuevas entradas, le jubilaron por desuso unas 1.350, la ch y la ll fueron a parar al cementerio de las letras y aún así, entre anabólicos por un lado y dietas por el otro, la flamante 23° edición del Diccionario de la Real Academia Española que se presentó la semana pasada pesa 2,5 kilos (al menos la versión en dos tomos que se distribuye en América Latina), contra el 1,7 kg. de la edición anterior, de 2001. Intenté calcular a cuánto el gramo de palabra, pero los números de esta edición tricentenaria abruman: 93.111 entradas, 195.439 nuevas acepciones, 140.000 enmiendas y 18.712 americanismos concentrados en 2.320 páginas.

Si estas cifras aturden (sobre todo teniendo en cuenta que según un estudio de 2010 realizado por la misma RAE, los jóvenes sólo utilizan un promedio de 240 palabras para comunicarse cotidianamente), entonces la proeza de María Moliner no es de este mundo. Bibliotecaria y ama de casa, esta aragonesa que nació con el siglo XX y murió en 1981, dedicó más de diez años de su vida a compilar ella sola un Diccionario del uso del español sin más herramientas que sus kilómetros de fichas y una máquina de escribir. Para muchos su diccionario ha sido uno de los más revolucionarios, útiles e innovadores del habla hispana. Su único lamento fue no poder terminarlo nunca: cuando llegaba por fin a la z , nuevas palabras le aparecían en la a , y María quería empezarlo todo de nuevo. Por fin accedió a publicar el primer volumen en 1966, y el segundo al año siguiente, luego de que sus editores la convencieran de que estaba construyendo una obra mutante.

Tal vez por esa misma razón, y a pesar de las sudorosas y enfáticas reuniones de los representantes de las 22 Academias de la Lengua Española para ajustar esta nueva edición, el Diccionario de la RAE –como ningún otro– jamás podrá ser perfecto, porque las palabras que lo alimentan corren más rápido que la prisa por atraparlas. Los diccionarios no son un espejo del presente sino un compendio que intenta aproximarse a las últimas respiraciones del habla. El idioma no cesa de moverse; las palabras flotan un día para elevarse al otro o hundirse para siempre en el siguiente. Las nuevas tecnologías son la prueba más contundente de estas mudanzas: el verbo que hoy imponen como moda, mañana quizá perezca sepultado por otro más potente. Hoy tuiteamos, chateamos, blogueamos… mañana, quién sabe.


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