lunes, 30 de junio de 2014

Esos tipejos de la RAE, ¿se lo dirían en la cara a Carlos Fuentes y a Mario Vargas Llosa?


Empezamos la semana bien arriba, con un trabajo del lexicógrafo, dialectólogo y traductor Andre Moskowitz, originariamente publicado en “Manual de dialectología hispánica: verbos variables II” (páginas 312-317) , incluido en Proceedings of the 54th Annual Conference of the American Translators Association, y recientemente vuelto a publicar en el blog elcastellano.org.

Antojos y caprichos de la RAE

Con el pasar de los años y el haberme convertido en un cincuentón para el que quedaron atrás los años “ardorosos” –aquellos referidos en el bambuco Yo también tuve veinte años de José. A. Morales– tal vez se pensaría que mis críticas y reclamos a la Real Academia Española se habrían comedido y suavizado pero, por suerte o por desgracia, ha sucedido lo contrario, pues parecería que cuanto más viejo me pongo (o “más viejo me hago”, como diría un español), más recias y audaces se hacen mis recriminaciones a la docta casa, hasta el punto de tener el objetivo de zamarrear a los pobres académicos de Madrid para convencerlos de sus errores y que sientan la urgencia de corregirlos. Me doy cuenta de lo inútil de dicha empresa, de lo incorregibles que somos (tanto los académicos de la RAE como yo mismo), y de la casi imposibilidad de que los leopardos cambiemos nuestras manchas, sean como fueren. Pero a pesar de ello sigo en estas andanzas por costumbre, acaso por diversión y porque, a diferencia de cuando era más joven, ahora me permito esos desahogos sin preocuparme por el qué dirán. Como en muchas cosas, en esto el paso de los años tiende a mejorar lo bueno y empeorar lo malo. No obstante, espero, con este artículo, dar a los académicos, y al público en general, la oportunidad de considerar otras perspectivas sobre algunas cuestiones relativas a la “norma” del español.

Comillas y paréntesis
La RAE insiste en que los puntos se coloquen siempre después de los paréntesis y comillas de cierre, es decir, que se escriba “).” y “».”, nunca “.)” y “”. No estoy de acuerdo con que siempre deba ser así. Por ejemplo, no me parece que tenga sentido que los comentarios parentéticos y las citas que constan de más de una oración tengan su último punto después del cierre de comilla o del cierre de paréntesis; para mí esto se ve poco estético, por no decir feo. La RAE no aborda el caso específico de los enunciados parentéticos o entrecomillados que constan de varias oraciones ni en el Diccionario panhispánico de dudas ni en la Ortografía.

En cuanto a la supuesta necesidad de poner siempre los puntos después de los paréntesis y las comillas de cierre, el argumento de los académicos es que el punto no puede ir antes porque en una oración tiene que ser el último signo de puntuación. Por lo tanto, una secuencia como (No entendía el problema.) es incorrecta porque es necesario que la oración termine en punto y no en cierre de paréntesis. Pero eso es fácil de refutar. En el ejemplo anterior, el punto es efectivamente el signo que cierra la oración. Los paréntesis no son parte de la oración, son signos que aíslan y enmarcan la oración. La oración es: No entendía el problema. Igual sucede con los enunciados entrecomillados.

También me molesta que en los respectivos apartados del DPD y de la Ortografía no se haga ninguna mención del hecho de que (oninguna mención al hecho de que…) en obras de autores de la talla de Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes frecuentemente hay puntos seguidos antes del paréntesis o de la comilla de cierre. Los siguientes ejemplos, con secuencias entrecomilladas, son de Terra nostra, novela de Carlos Fuentes de 1975:

Al oír estas noticias, el rey Herodes se turbó primero, luego se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en sus términos de dos años para abajo, pero antes el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto.” Y allí permanecieron hasta la muerte de Herodes, a fin de que se cumpliera lo que había pronunciado el Señor por su profeta, diciendo: “De Egipto llamé a mi hijo.” (p. 93). 

Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto y tentado allí por el diablo durante cuarenta días. No comió nada en aquellos días, y pasados, tuvo hambre. Díjole el diablo: Si eres hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús respondió: “No sólo de pan vive el hombre.” (p. 101). 

…para el perro la escalera no existía porque el can no podía ver en ella al Señor y sin embargo olía su presencia, pero esa presencia no era la del momento que el perro vivía, sino la de la hora que el Señor había encontrado por accidente; el fuego se apagó en sus entrañas, no pudo creer más en el retorno de su exaltación juvenil, maldijo la noción de la madurez y la identificó con la corrupción; maldijo la ciega voluntad de acción que un día le había alejado y, ahora, separado para siempre de la única eternidad posible: la de la juventud. “La manzana ha sido cortada del árbol. Su único destino es pudrirse.” (p. 107).

Con los lujosos ropajes con que aquí me vistieron, pero con mis rasgadas ropas de marinero pegadas a mi piel temblorosa, di la espalda a esta compañía, descendí lentamente las gradas, mirando hacia mi nueva meta, el volcán que en el atardecer se distanciaba y esfumaba y tornaba del color del aire, como si me rechazara ya, como si me advirtiera: “Mira, me alejo de ti, envuelto en el aire transparente del atardecer. Haz tú lo mismo. Toma otro rumbo. Conviértete en aire, para que yo no te convierta en hielo.” (p. 444).

¿Cómo es posible que, en un análisis serio del tema, no se tomen en cuenta estos ejemplos (y los de otros autores que se podrían presentar) y que, dadas estas evidencias, la RAE plantee lo del tema del orden de signos de puntuación como una regla fija, monolítica y estándar, sin admitir discrepancia ni disidencia algunas? Quien haga estas preguntas, asombrado e incrédulo, no sabe de lo que la RAE es capaz. Como hemos visto, el ignorar y suprimir evidencias y verdades inconvenientes que no respalden su posición sobre determinado tema es una de sus especialidades. Tradicionalmente, lo hacía sin mayores críticas porque pocos la cuestionaban, pero parecería que eso está cambiando y en estos tiempos la RAE ya no puede evitar que sus afirmaciones carentes de solidez susciten rechazo. Los que detentan el poder no siempre se salen con la suya por la fuerza o “por sus pistolas”.

Ahora bien, será posible descartar los textos citados de Carlos Fuentes, emitiendo el siguiente tipo de juicios: 

Carlos Fuentes podrá ser un gran escritor y todo lo que quieras, pero lo cierto es que ignoraba las reglas básicas sobre el orden de las comillas y los puntos, las cuales están explícitamente indicadas en las obras de la RAE. ¡Ahí están, tan claras como el agua! La culpa no se la echo a Fuentes –que en paz descanse y que obviamente no sabía– sino a su corrector de textos que no tuvo el valor de señalarle el error.

Pero se podrá tomar, igualmente, la actitud contraria: 

¿Por qué he de seguir lo que dice la RAE, ese antro de prepotencia y perdición? Pues, no. Yo me atengo a lo que hace Carlos Fuentes, autoridad tan importante y digna de seguir como la que más. Y si la RAE padece de tanta inseguridad que carece de la valentía para citar y reconocer a autores de prestigio que violan sus reglas “sagradas”, eso, para mí, le quita cualquier autoridad que podría tener.

Convencer (de) que
Otro ejemplo de la rigidez y testarudez de la RAE es el caso de convencer (de) que. La RAE insiste en que la única forma correcta es convencer de que y tilda a convencer que de uso incorrecto, inculto, “desaconsejado”, queísta, lo que se quiera, algo siempre negativo. Por un lado, los académicos hacen caso omiso del hecho de que autores de prestigio como Mario Vargas Llosa han escrito convencer que; ese hecho lo callan, o bien lo desconocen (si nunca han leído a Vargas Llosa). Por otro lado, para respaldar su posición, sostienen que hay que decir convencer de que porque se dice convencer de algo y no *convencer algo.

Pero si este argumento fuera 100% válido, no se debería decir nunca, como muchos hispanohablantes cultos efectivamente dicen y escriben, antes que, después que, darse cuenta que, acordarse que, olvidarse que, estar seguro que, caber duda que, con tal que y otras locuciones sin de debido al hecho de que se dice antes de algo, después de algo, darse cuenta de algo y acordarse de algo, etc. en vez de *antes algo, *después algo, *darse cuenta algo y *acordarse algo, respectivamente. Tampoco tiene mucho sentido que se pueda decirseguro que tal cosa pero no *estoy seguro que tal cosa, o fíjese que tal cosa pero no *se fijó que tal cosa: los académicos insisten en que solamente se diga estar seguro de que tal cosa y fijarse en algo porque no se dice *estar seguro algo ni *fijarse algo. Según el DPD,antes (de) que y después (de) que son casos aparte porque las formas más tradicionales son las que no llevan de (antes que, después que), las cuales derivan del latín ante quam, post quam, y en el pasado antes de que y después de que eran tildadas de dequeístas por aquellos más lingüísticamente conservadores.

Las siguientes citas con convencer que son de La guerra del fin del mundo, novela de Mario Vargas Llosa de 1981 [los resaltados son míos]:

«Se convenció que João había hecho pacto con el Maligno y temió que, para seguir haciendo méritos, lo sacrificara a él como había hecho con la señorita.» (p. 39). || «El Consejero los ha convencido que mientras más cosas posea una persona menos posibilidades tiene de estar entre los favorecidos el día del Juicio Final.» (p. 57). || «Al comienzo del atardecer, cuando figuras rojiazules y verdiazules comenzaron a perforar las líneas de los elegidos, João Abade convencióa los otros que debían replegarse o se verían cercados.» (p. 112). || «Los había convencido João Abade que debían atacar ahora mismo, ahí mismo, todos juntos, pues ya no habría después si no lo hacían.» (p. 113). || «El hecho es que al terminar el espectáculo preguntó por su casa, la encontró, se presentó a los padres y los convenció que se lo dieran, para volverlo artista.» (p. 150). || «Pero la primera vez que João Abade trató de convencer a los yagunzos que usaran uniformes de soldados había habido casi una rebelión.» (p. 436).

Sobre este tema, doy por concluido mis alegatos o, como diría en inglés, I rest my case.

De acuerdo a versus de acuerdo con
acuerdo 3 De acuerdo con, a Conforme a, en concordancia con, según: “De acuerdo con la ley”, “De acuerdo con tus criterios…”, “De acuerdo a las estadísticas…” (Definición del Diccionario del español usual en México y del Diccionario del español de México).

Ahora que hemos podido apreciar la definición citada en dos diccionarios mexicanos (ambos dirigidos por el lingüista y lexicógrafo Luis Fernando Lara), en la que de acuerdo con y de acuerdo a se presentan sin preferencia alguna, como equivalentes lisos y llanos, quisiera analizar lo que el DPD sostiene sobre de acuerdo con y de acuerdo a. He aquí la “alhaja” en cuestión:

de acuerdo con. Locución preposicional que significa ‘según o conforme a’: «El agente, de acuerdo CON el sumario, se llamaba Leandro Pornoy» (GaMárquez Crónica [Col. 1981]); «Todo sucedió de acuerdo CON el plan previsto» (Pombo Metro[Esp. 1990]). Esta es la forma preferida en la lengua culta, tanto de España como de América, aunque existe también la variante de acuerdo a, más frecuente en América que en España, surgida posiblemente por influjo del inglés according to y solo válida si lo que introduce se refiere a cosas: «Aquello que en la vida real es o debe ser reprimido de acuerdo A la moral reinante [...] encuentra en ella refugio» (VLlosa Verdad [Perú 2002]); «Nosotros continuaremos de acuerdo A lo planeado»(Allende Ciudad [Chile 2002]). Cuando la locución introduce un sustantivo de persona y significa ‘con arreglo o conforme a lo que dice u opina esa persona’, el uso culto solo admite de acuerdo con: «De acuerdo CON Einstein, esta debía de ser de 1.745 segundos de arco» (Volpi Klingsor [Méx. 1999]).

Los académicos de la RAE afirman que de acuerdo con “es la forma preferida en la lengua culta, tanto de España como de América” y luego, en el mismo párrafo, ¡nos informan que Mario Vargas Llosa e Isabel Allende utilizan de acuerdo a! Entonces, nos quedamos rascándonos la cabeza y preguntándonos: ¿cuán poca cultura debe tener un hispanohablante para que diga o escriba de acuerdo a? Por lo visto, podría tener tanta como Mario Vargas Llosa e Isabel Allende y –no cabe duda– ¡muchísima más que muchos miembros de número de la Real Academia Española! De acuerdo con es la forma preferida entre hablantes cultos de España y también entre muchos de Hispanoamérica pero, más importante, de acuerdo con es la forma predilecta de los académicos de la RAE, lo que no quieren confesar. En vez de admitirlo, indican, sin vacilar, que es la preferida de los hablantes cultos en todo el ámbito hispánico. Pero del dicho al hecho hay gran trecho. ¿Dónde está la prueba de que, en la lengua culta de América, se prefiere de acuerdo con en lugar de de acuerdo a? ¡La RAE no la presenta porque no la tiene!

También porque la RAE está acostumbrada a mandar y no a justificarse; su forma de entender la labor lingüística es decretar que las cosas son así o asá, no presentar las evidencias disponibles y, con base en ellas, tratar de persuadirnos de que así son o de que así no son pero deberían ser. Ese es, lamentablemente, su estilo: autoritario, terminante, oscurantista. ¿Hasta cuándo se lo vamos a aguantar? En algún momento alguien, o algún grupo, tendrá que decirle: ¡Basta! Ustedes, los de la docta casa, no tienen ninguna autoridad en estas tierras. ¡Lárguense! ¡Académicos go home!


Tal vez México, Colombia, Argentina, Perú o Venezuela, por ser los países hispanoamericanos con mayor población, deberían ser los primeros en plantárseles. Pero como la RAE tiene comprado y hechizado a casi todo el mundo hispánico es difícil que esto vaya a suceder. Desde luego, existen excepciones, por ejemplo, científicos, lingüistas, ensayistas, traductores y otros especialistas que no veneran a la RAE ni piensan que es la última coca cola del desierto (o la última chupada del mate o del mango), pero estos constituyen una pequeña minoría.

Lo que sí es cierto con respecto a de acuerdo con y de acuerdo a es que, hoy en día, gracias en gran medida a la minicampaña de terror que ha llevado a cabo la RAE (y otros) en contra de esta última frase, existen muchísimas personas que utilizan de acuerdo con y que tratan con desdén el uso de de acuerdo a. En cambio los que usan de acuerdo a y miran con malos ojos de acuerdo con son muy contados o, dicho de otra manera, los que emplean de acuerdo con suelen acarrear más prejuicios que los que utilizan de acuerdo a.

En vez de limpiar la lengua, fijarla o darle esplendor, su campaña en contra de de acuerdo a logra dos objetivos fatuos: por un lado, aumenta la inseguridad lingüística de los que usan esta variante, haciéndoles creer erróneamente que no es aceptable o que lo es menos que de acuerdo con. Por otro, fomenta la altivez –y quizás también la inseguridad– de aquellos que emplean de acuerdo con y se imaginan, a menudo sin mucha convicción, que por eso son superiores. ¡Qué panorama más absurdo!

Antes que indicar que de acuerdo a es peor que de acuerdo con, lo cual es subjetivo, si no directamente falso (no respaldado por los hechos presentados), deberían presentar las dos variantes en pie de igualdad y tratar un tema mucho más interesante: ¿quiénes son los hispanohablantes que tienden a usar de acuerdo a más que de acuerdo con? Por ejemplo, en la pequeña muestra que expusieron, vimos que García Márquez, colombiano, usó, en la cita, de acuerdo con, mientras que Vargas Llosa y Allende, un peruano y una chilena, respectivamente, usaron de acuerdo a. ¿Estos datos son sólo casuales o pertenecerán a alguna pauta general? De acuerdo a lo usan muchísimos hispanohablantes cultos –eso ya lo sabemos– pero… ¿qué rasgos tienen los que lo emplean y de dónde son oriundos? Abordar el tema de quiénes y en dónde sería mucho más jugoso y provechoso que pronunciarse, como el Papa, sobre la idoneidad o falta de idoneidad de de acuerdo a. ¡Y cuánto más valdrían las obras de los académicos si investigaran más, cuentearan menos y dejaran de sermonear! Pero soñar no cuesta nada, ¿verdad?

Otro tema importante es el origen de de acuerdo a: ¿surgió por influjo de la frase inglesa according to, o no? Es posible que se haya acuñado independientemente del inglés, considerando que existe conforme a, locución, a veces sinónima, que nadie achaca al inglés. Como hemos visto, también existen asociar(se) a / con, contactar(se) a / con y corresponder(se) a / con y nadie alega que ninguna de ellas haya surgido porque en inglés se use to, with o ninguna preposición en las frases equivalentes. De ahí que convenga preguntarnos: ¿Por qué a la lengua española le hubiera hecho falta recurrir al inglés para formar de acuerdo a? ¿Acaso no es capaz de crearla por sí sola, sin ayuda de nadie, y menos que menos de los gringos? (Me refiero a los de habla inglesa). Tal vez la clave para resolver la etimología de de acuerdo a, establecer o bien su alcurnia, abolengo, pedigrí y estirpe honrosa –o su ignominia, genealogía bochornosa o linaje bastardo– está en determinar a qué fecha se remonta el primer documento en el que esta frase aparece: cuanto más antiguo sea dicho texto menos probabilidad hay de que el inglés sea el seductor y corruptor que engendró de acuerdo a. No descartemos la posibilidad de que, en esta ocasión, el inglés sea inocente, un chivo expiatorio que no tuvo nada que ver con el nacimiento de la frase.

Cierro este artículo con una cita del filólogo, dialectólogo y ensayista Ángel Rosenblat que parece ser tan cierta hoy como cuando la escribió a mediados del siglo xx:

En el terreno gramatical, cuando coexisten dos formas se tiende hoy a considerar una de ellas como incorrecta: haiga era en la época clásica tan legítimo como haya (se apoyaba además en la analogía con caiga y traiga), y hoy es evidente vulgarismo. En la lucha por la existencia triunfa siempre una de las dos, y no siempre la más legítima. (Rosenblat, Estudios sobre el habla de Venezuela. Buenas y malas palabras. Tomo I. p. 300).


Notas
1Este trabajo fue publicado originalmente en “Manual de dialectología hispánica: verbos variables II” (páginas 312-317) de Andre Moskowitz en Proceedings of the 54th Annual Conference of the American Translators Association, San Antonio, Texas, EE.UU., del 6 al 9 de noviembre de 2013. Caitilin Walsh, comp. CD-ROM. American Translators Association, 2013.

2En este texto, cuando se alude al DRAE, se refiere a la vigésima segunda edición (publicada en el 2001), pero con los avances de la vigésima tercera que aparecieron en la versión en línea hasta mediados del 2013.

BIBLIOGRAFÍA
Asociación de Academias de la Lengua Española (2010): Diccionario de americanismos (DA). 1a edición. Lima (Perú): World Color Perú, Santillana Ediciones Generales.

— (2005): Diccionario panhispánico de dudas (DPD). 1a edición. Madrid (España): Santillana Ediciones; en línea: <http://buscon.rae.es/dpdI>.

Colegio de México (en línea): Diccionario del español de México: <http://dem.colmex.mx>.

Lara, Luis Fernando (1996): Diccionario del español usual en México. 1a edición. México (México): El Colegio de México.

Real Academia Española (2001): Diccionario de la lengua española (DRAE). 22a edición. Madrid (España): Editorial Espasa-Calpe; en línea: <http://buscon.rae.es/draeI>.

Rosenblat, Ángel (1993 [1956]): Estudios sobre el habla de Venezuela. Buenas y malas palabras. Tomo I. Caracas (Venezuela): Monte Ávila Editores.

viernes, 27 de junio de 2014

El gato culto que desafió a la traductora

Ricardo Bada escribió la siguiente columna, que publicó El Trujamán el 23 de junio pasado. En ella se habla de Julio Cortázar y lo que pensaba su gato.

Cortázar y Theodor Wiesengrund Adorno

A Barber van de Pol se deben entre otras las traducciones modélicas, al neerlandés, de Rayuela y El coronel no tiene quien le escriba, y nada menos que una nueva —sin una sola nota a pie de página— de Don Quijote de la Mancha, hazaña cumplida en 1997 y que hubiese merecido de un personaje de Valle Inclán el más acertado de los piropos: «¡Cráneo privilegiado!». Pues bien, con Barber me pasó una anécdota relacionada con Cortázar, una de lo más cronopial que pueda imaginarse, pero que al mismo tiempo habla mucho, y bien, del correcto enfrentamiento de un traductor con el texto que tiene entre manos.

Ella y yo nos carteábamos ya desde hacía algún tiempo, pero aún no nos habíamos encontrado, hasta un día que llegamos a Ámsterdam, la llamamos por teléfono y nos invitó a tomar café en su casa del Roosefelt–Laan (así es la pronunciación original neerlandesa, y no Rusvelt, como en el inglés). Llegamos, pues, y no habíamos hecho más que sentarnos cuando apareció un gato que, sin mayores preámbulos, tras un leve olisqueo de reconocimiento, saltó a mi regazo y en él se quedó todo el tiempo, ronroneando de lo más satisfecho mientras yo lo acariciaba. Como es lógico, le pregunté a Barber cuál era el nombre de su gato y me contestó diciéndome uno que ya no recuerdo pero era de esos que si compras una docena te regalan uno de propina.

Le conté que también yo tenía un gato precioso, al que todo el mundo llamaba Nikki, pero al que su orgulloso dueño había bautizado como Nicolás Fernández de Moratín, lo mínimo que se merecía un gato de su prosapia. Y añadí que me parecía rarísimo que la traductora de Cortázar tuviera un gato con un nombre tan fama, le bastaría con recordar el nombre tan cronopio del gato de Julio. Que cómo se llamaba, me preguntó. «¡Pero Barber —me escandalicé—, no me vas a hacer creer que no sabes que el gato de Cortázar se llama Theodor Wiesengrund Adorno!»

Barber palideció: «¿Cómo has dicho que se llama ese gato?». «Theodor Wiesengrund Adorno», le volví a decir. «Pero Ricardo, entonces, todas esas citas que Julio le atribuye a Adorno...». «Pues no son otra cosa sino las reflexiones de su gato, Barber».

Me confesó que acababa de quitarle un gran peso de encima. Resulta que siendo como es, tan concienzuda traductora, cada vez que se enfrentaba a una cita de Adorno, en un texto de Cortázar, buscaba el original en la obra del filósofo alemán, para traducirlo directamente al neerlandés; o sea, que no se fiaba de la traducción usada por Cortázar, quien no sabía alemán y a lo peor incluso la había pergeñado en español a partir de la traducción inglesa o francesa, con lo cual, si ella la vertiese directamente de Cortázar, sería una traducción no ya de segunda, sino de tercera mano. Pero —concluyó, desolada— nunca, nunca, nunca, logró encontrar en la obra de Adorno una sola de las citas que le atribuía Cortázar y que ahora se venía a enterar de que en realidad eran de su gato.

[Esta anécdota, dicho sea de paso, suele contarla como propia, como si le hubiese sucedido a él, un escritor chileno que la conocía porque yo se la conté. Una vez incluso tuvo la desfachatez de empezarla a contar en mi presencia, en Gijón, y cuando se dio cuenta de que yo estaba ahí, de repente se interrumpió y me dijo: «Pero sigue contándola tú, que sabes hacerlo mejor que yo», a lo cual le repliqué en público que no sólo eso, sino que además era justamente yo, no él, uno de los protagonistas. Como no creo que haya aprendido la lección, lo dejo consignado por si las «que ni labráis como abejas ni brilláis cual mariposas, pequeñitas, revoltosas»].


jueves, 26 de junio de 2014

El SPET se reúne un jueves para que Alejandrina Falcón vaya y diga

En su próximo encuentro, que tendrá lugar el jueves 3 de julio a las 18:30 en el Salón de Conferencias del IES en Lenguas Vivas (Carlos Pellegrini 1515), el SPET presenta a  Alejandrina Falcón, quien hará pública su investigación doctoral “Exilio y traducción: importadores argentinos de literatura extranjera en España (1974-1983)

Alejandrina Falcón es doctora en Literatura por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como profesora de la materia Estudios de Traducción y del Seminario de Estudios de Traducción en los departamentos de Alemán y Portugués del IES en Lenguas Vivas “Juan R. Fernández”. Ha traducido a Paul Ricœur, Alain Badiou, Jean-Baptiste Pontalis, Elisabeth Badinter, Jacques Rancière, Alexis de Tocqueville, Charles Baudelaire, entre otros.

Lecturas sugeridas 
-“Traductores del exilio: el caso argentino en España (1976-1983).Apuntes sobre el tratamiento de las fuentes testimoniales en historia reciente de la traducción”, en: Mutatis Mutandis. Revista Latinoamericana de Traducción, Grupo de Investigación en Traductología de la Universidad de Antioquia en Medellín, Colombia, número 6 (2013). (Disponible en línea.)

-“Disparen sobre el traductor: apuntes sobre la figura del ‘traductor exiliado’ en la serie Novela Negra de Bruguera (1977-1981)”, en: 1611. Revista de Historia de la Traducción, Departamento de Filología Española y Departamento de Traducción, Universidad Autónoma de Barcelona, número 5 (2012). (Disponible en línea.)

Por favor, no se olviden: esta vez la reunión es un jueves.


miércoles, 25 de junio de 2014

¿Cómo tanta gente, etc.?

Juan Bonilla
Aunque no ocupe el espacio que esperpentos tales como Pérez Reverte se roba en los suplementos culturales, Juan Bonilla, flamante premio Vargas Llosa de narrativa, es uno de los mejores escritores españoles de la actualidad y, en muchos sentidos, un tipo brillante. Poeta, cuentista y novelista, es también un gran ensayista y un periodista de primera. Se lo puede leer con frecuencia en su columna Biblioteca en llamas, que se publica en el diario El Mundo, de España, de donde ha sido tomado el texto que sigue. 

Matilde Urbach revisited

–Sales en las Obras Completas de Borges–, me dice un amigo, y a bote pronto me parece una broma, pero resulta que no, o sea, resulta que sí, que salgo, en una nota a pie de página a Le Regret de Heraclite.  Uf, digo, va siendo hora de dar explicaciones.

Hace un montón de años, cuando yo era un indocumentado y creía que Borges era lo único que le había sucedido al Universo después del Big Bang, se me ocurrió la gracia de buscarle bibliografía a Matilde Urbach, protagonista de un famoso dístico de Borges que dice:

Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
 aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.

No es que me impidiera dormir no tener idea de dónde se sacó Borges a ese personaje, pero me picaba la curiosidad, y para no tener que rascarme, decidí inventarme una procedencia, como si yo fuera un investigador en la cosa Borges. Se me ocurrió leyendo las reseñas que Borges escribió para la revista El Hogar recopiladas en un tomo publicado por Tusquets. Allí había una reseña sobre una novela titulada Man with four lives de William Joyce Cowen. Borges contaba el argumento de la novela y desestimaba su pobre solución después de haber sabido mantener el vértigo de un enigmático personaje que era asesinado una y otra vez por el mismo capitán inglés. Me dije: de aquí sacó a Matilde Urbach. Y ya está. Escribí un artículo contándolo, me inventé que Bioy Casares me había dado la pista, que Javier Marías me consiguió la novela de Joyce Cowen, que la protagonista de la novela era Matilde Urbach, que el hombre de las cuatro vidas –que en realidad eran cuatro gemelos– era el que en algún momento de la novela, al partir a la batalla, decía: "Yo que sólo he sido un hombre, puedo enorgullecerme de ser al menos el hombre en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach". La gracia es que el hombre que decía eso no sabía que no era el único, pues sus otros tres hermanos también creían ser el único en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach. Y sanseacabó. El artículo recibió palmaditas en la espalda, lo recogí luego en un libro, se multiplicó en páginas de internet poco a poco, hasta llegar a colarse ahora como referencia en las Obras Completas de Borges, donde una nota al pie de la página donde está el poema de Borges, informa de la procedencia del nombre de Matilde Urbach utilizando mi artículo/cuento.

Cuando se presentó esa edición, a cargo de Rolando Costa, el diario Clarín destacaba que por fin se revelaban algunos secretos de la obra de Borges, y por poner un ejemplo, escribían:  "un recurso que Borges usaba mucho era inventar escritores. Y atribuirles escritos. Es el caso de Gaspar Camerarius, a quien le atribuye estos versos: 'Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca/ Aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach'. Hubo biógrafos que especularon con que Matilde era un amor del escritor, una pasión desbordante. Pues no, era un juego de Borges: se trababa apenas del personaje de un libro casi desconocido que reseñó alguna vez." En fin.

También, claro, mi hallazgo, mi invención, mi chiste, sirvió para que algunos listos listísimos de los que pululan por la República de las Letras, donde se creen auténticos monarcas, hicieran pasar el descubrimiento como si fuera suyo, lo que no deja de ser enternecedor. Y más aún, para que otros, borgianos de verdad de la buena, no como yo, que sólo era borgiano epidérmico, usaran de trampolín el descubrimiento para llevarlo más lejos, a un precipicio de pedantería que hubiera hecho sonreír a Borges y a mí me hace partirme de la risa. Por ejemplo, el novelista Juan Francisco Ferré, en su blog La vuelta al mundo, escribe (lamento interrumpir su discursito con comentarios puestos entre corchetes):        

Los borgianos epidérmicos –es decir, los borgianos profesionales, esos que exhiben en público su presunta condición de legatarios creativos del maestro sin poseer otro título para ello que un conocimiento superficial de su obra– se han desgarrado y desgastado las neuronas [no será tanto, hombre, Ferré, desgarros ninguno]  buscando el sentido y la fuente del poema. Sus hallazgos han sido siempre triviales. [Y a pesar de la triviliadidad de esos hallazgos, Ferré los va a utilizar enseguida, o mejor dicho, sólo va a utilizar un hallazgo, el mío].   Por supuesto [claro, cómo no, por supuestísimo]   que Borges estaría ajustando las cuentas con humor incomparable[gracias por lo que me toca en eso de incomparable]  a una novela menor –'Man with four Lives' de Joyce Cowen– que considera fallida [y esto Ferré, ¿cómo lo sabe? ¿cómo sabe que ajusta cuentas con la novela de Joyce Cowen? ¿Lo ha descubierto él solito o se habrá servido de algún hallazgo epidérmico, al que naturalmente no cita porque pa' qué?] . Y que la anécdota amorosa, algo perversa, de una mujer alemana –la epónima Matilde Urbach [ah, vaya, Ferré ha leído la novela de Cowen, menos mal, ha visto y comprobado que la protagonista se llama Matilde Urbach, qué bien, qué riguroso]  que habría podido amar a cuatro hombres distintos bajo la misma apariencia, creyéndolos el mismo hombre en ocasiones sucesivas, no podía sino fascinar al Borges más travieso y juguetón, a pesar de suponer una alambicada alegoría del impersonal amor a la patria en tiempos de guerra y el cruento sacrificio de cuerpos viriles a ese generoso amor germánico. Pero no menos importante para Borges [por supuestísimo otra vez], como lector decepcionado del artefacto de Cowen, es el uso de la fingida pluralidad de los personajes y la irrisoria reiteración de las circunstancias como excusa para gastar una broma filosófica de alcance certero en contra de las concepciones clásicas del tiempo, la linealidad del arte narrativo y, en suma, de la literatura de ficción como correlato de las versiones más adocenadas de la realidad. La verdadera originalidad de 'Le Regret d´Héraclite' [la verdadera y única, cabría decir, como formulada por Ferré que es] se cifra en su postulación de una cesura o hiato [¡cesura o hiato, date 'cuen!'] entre el yo trascendental y el yo contingente del sujeto [todos somos contingentes, sólo tú eres trascendental] tal y como Paul de Man dilucida la cuestión, en su impagable análisis de los mecanismos de la ironía, a partir de la novela Lucinda de Friedrich Schlegel. Si se lee la microficción poética de Borges después de esta reflexión de De Man [a ver, un momento, espera, voy a leerla]   ya no quedarán dudas sobre el designio del primero en el momento de concebirla.[Uy, no sé, todavía me quedan dudas, dudas epidérmicas, claro] .

La primera pregunta que se me ocurre es: ¿cómo tanta gente se limitó a repetir lo que un mengano decía en un libro que no tenía nada de académico y donde había igual un cuento sobre un programa de televisión en el que la gente se disparaba en la cabeza que una serie de invectivas contra el arte abstracto? Ni idea. ¿Cómo nadie fue a la novela de Joyce Cowen para comprobar si lo que decía el articulista era verdad o ficción, sobre todo después de recogerla en un libro en cuya misma solapa ya se hablaba de la mezcla de una y otra? Entiendo que en 1996 no fuera fácil procurarse un ejemplar de la novela, (esa dificultad precisamente era la que me permitía inventarme que Javier Marías me la había conseguido), pero desde hace ya un montón de años cualquiera que quisiera certificar que Matilde Urbach procedía de una novela de Joyce Cowen no tenía más que gastarse los 15 dólares que piden en la red por un ejemplar sin sobrecubierta . Eso es lo que he hecho yo ahora, (me he gastado cuarenta dólares, pero es que la sobrecubierta es lo mejor de la novela y no quería perdérmela). Me he dicho, después de que alguien, en México, me contara que una escritora de allí me citaba como descubridor de la identidad de Matilde Urbach: bueno, hasta aquí llegó la broma. Yo en aquella época hacía muchas bromas de este tipo, me inventaba una cita de Somerset Maugham para justificar el título de un libro, o le adjudicaba a San Agustín una greguería que se me había ocurrido a mí. Cosas así. Lo de Matilde Urbach era una gracieta. Recuerdo que José María Conget escribió un relato que me dedicó para inventarle una nueva procedencia a Matilde Urbach. Recuerdo que José Luis García Martín, para inventar su propia versión de quién era ese personaje, citaba mi texto y decía: es una ficción en un libro en el que los artículos son ficciones y las ficciones artículos. Pero a García Martín deben de leerlo menos que a mí, porque mi texto siguió circulando como si de veras tuviera altura académica, citable. Debe ser el único texto publicado en El Correo de Andalucía que ha llegado a esas cimas. Recuerdo que Fernando Iwasaki siempre que me presentaba a alguien lo hacía diciéndome: este es el hombre que se ha inventado a Matilde Urbach. Recuerdo, en fin, que para nombrarme cónsul en Xerez del Reino de Redonda, Javier Marías (ríe si sabes) me impuso el nombre de "Urbach".

Confieso que entre los días que han separado el momento de pedir la novela y el momento de recibirla, me hice la ilusión de haber acertado a intuir que Borges sacó de verdad de esa novela a Matilde Urbach. Es decir, me decía a mí mismo: a lo mejor, así, por casualidad, por pura intuición, acertaste a descubrir que, en aquella reseña de El Hogar, Borges daba pistas sobre el lugar donde encontró a la famosa protagonista de su poema. Y enseguida me reñía a mí mismo: no seas bobo, sería demasiada suerte. Aunque cosas más raras me han pasado, también es verdad. Como hace ya 20 años de todo aquello, registraba mis recuerdos para estar seguro del todo de que no vi en algún rastreo, en alguna biblioteca, el nombre de Matilde Urbach en la novela de Cowen. Me veía a mí mismo la única vez que hablé 10 minutos con Adolfo Bioy Casares, trataba de recomponer la conversación, incrustar en ella el nombre de Matilde Urbach, pero también enseguida me volvía a reñir: el artículo era invención de principio a fin, una ocurrencia para hacerme el gracioso y disfrazar mi ignorancia de alta erudición y colar como estudio lo que era un chiste sin esperar que nadie me tomara en serio

Por fin llegó la novela. La cubierta, en efecto, es bonita. El texto, bastante peor incluso de lo que sugiere Borges, pues  si bien se presenta como un texto de horror al que al final se le da una explicación racional ridícula, lo cierto es que está escrito con una prisa y una falta de énfasis que parece responder a las exigencias de la novela de kiosco –género al que por formato no pertenece. El propio texto de contratapa parece ideado para excusar esas prisas de la prosa: "No hay tiempo para crear atmósferas –dice– se trata de una historia de acción". La protagonista –aquella a la que mi artículo identificaba como Matilde Urbach– se llama Audrey. Está enamorada de un hombre, al hombre lo matan cuatro veces, tres veces reaparece, la explicación final que tanto decepcionó a Borges y apenas a nosotros porque ya la sabíamos, resulta de todo punto ridícula. En ningún momento, claro, oye la frase que yo hacía recitar a uno de sus amantes y que, en mi artículo, era el origen del poema de Borges. Lo mejor del volumen son las bonitas ilustraciones bélicas de Lynd Ward. Pero naturalmente todo eso es lo de menos ahora. Lo de más es reconocer el 'fake', toda vez que, estaremos de acuerdo, un 'fake' es tanto mejor como tal cuanto más tiempo tarde en ser reconocido como 'fake'. Se podría decir que hay fakes que tardan mucho en ser reconocidos como tales por la sencilla razón de que no les importa a nadie, y en eso también estaremos de acuerdo. Pero es que Matilde Urbach sí parece importar a borgianos profundos, como Ferré, que da por bueno el hallazgo de un borgiano epidérmico, como yo, y desde luego debería haberle importado al propio editor de las Obras Completas de Borges, a quien agradezco mucho que se fiara demasiado de mí, pero a quien recomiendo que la próxima vez me pregunte antes de engalanar con una nota a pie de página el maravilloso e inolvidable dístico de Borges.


martes, 24 de junio de 2014

El gran poder de síntesis de Andrés Neuman


“El nuevo libro de Andrés Neuman, Barbarismos, es un irreverente diccionario en el que se replantea radicalmente el idioma español”, dice la bajada de la nota publicada en Excelsior, de México, el 31 de mayo pasado.

“A España le queda grande 
el español”

Para el escritor argentino Andrés Neuman, el español es ese “idioma que le queda grande a España”, y Europa es un “continente separado por la misma moneda”.

Ambas definiciones pertenecen a su nuevo libro, Barbarismos, un irreverente diccionario en el que se replantea “radicalmente el lenguaje”.

Este libro “puede leerse como homenaje, y a la vez como sátira, de los diccionarios. Contiene el mismo amor por las palabras que un diccionario clásico, pero con la vocación traviesa de cuestionar la institucionalización del lenguaje, la aspiración museística de centralizarlo”, afirma el escritor en entrevista.

Neuman (Buenos Aires, 1977) acaba de pasar una temporada en Estados Unidos, donde presentó la traducción al inglés de su novela Hablar solos y dio clases en varias universidades; asimismo viajó a Gran Bretaña para participar en el Hay Festival de Gales.

Asegura que regresa cansado a España, el país en el que reside desde los 14 años, pero contento y dispuesto a promover sus Barbarismos (Páginas de Espuma), un libro en el que propone “una reinterpretación un tanto salvaje de la norma lingüística y contradice bárbaramente ciertos eufemismos de la corrección política”, señala el escritor.

Abundan las definiciones en las que el autor de Bariloche o El viajero del siglolanza dardos ácidos contra los sistemas políticos y las instituciones, pero siempre desde “la autosátira”. “Todos participamos en mayor o menor medida de la barbarie”, dice Neumann.

Como ejemplos de esos dardos, pueden valer estas entradas: “Democracia: derecho de todos a elegir el bien de unos pocos”; “Izquierda: ideología política que parece irreconocible hasta que gobierna la derecha”; “Monarquía: sistema que garantiza la igualdad entre todos sus vasallos”.

“Presidente: individuo elegido entre los diversos candidatos que no representan a sus electores”, es otra de las definiciones de este “intrépido aventurero del logos” que es Neuman, en opinión del escritor José María Merino, prologuista del libro.

El ingenio, la poesía, el humor y la ironía impregnan muchas de las entradas de Barbarismos, un provocador diccionario en el que Neuman demuestra su facilidad para los aforismos y redefine las palabras.

“Hay algo fascinante y fundacional, sutilmente primitivo, en la palabra literaria, que es la posibilidad de replantearse radicalmente el lenguaje, vocablo por vocablo, como hacen los niños o la poesía”, considera Neuman, que refleja su amor por la lectura y la escritura en muchas definiciones.

“Biblioteca: muchedumbre que espera su turno de palabra”. “Escritor: individuo que fracasa en el intento de ser exclusivamente lector”. “Libro: Soledad plural”. “Poeta: extranjero de su lengua materna”.

En este singular diccionario, que amplía y revisa el glosario que el autor publicó en el suplemento cultural del periódico ABC, también está presente la nueva realidad digital con definiciones como las de “Facebook: sistema inmejorable de espionaje en que los vigilados colaboran activamente con sus vigilantes” y la de “Internet: éter superpoblado”.

Este escritor, que fue seleccionado por la revista británica Granta entre los mejores narradores jóvenes en español y que ha merecido premios como el Nacional de la Crítica, el Alfaguara de novela y el Hiperión, se pasa media vida viajando y reconoce que ese trajín puede afectar el proceso de escritura.

“Cambiar de lugar, hora e idioma te dificulta escribir, pero propicia algo tan o más importante: distanciarse de lo escrito, cambiar de opinión, sentirse un poco más extranjero que de costumbre. La costumbre también es una nacionalidad. Y bastante peligrosa, porque te impide imaginarte siendo otro, que es una de las funciones más subversivas de la escritura”, afirma el narrador.

La definición de “argentino” (“extranjero específico”) refleja a la perfección cómo se siente Neuman, “con familia y memoria en ambas orillas” del océano Atlántico y acostumbrado a observar a cada uno de sus países “desde el otro”.

“Eso genera dos identidades, pero también dos extranjerías. Incluso tengo dos acentos, que me resultan naturales porque ambos fueron adoptados en la infancia. Así que me siento un poco anfibio. Mi madre nació en Buenos Aires y murió en Granada. ¿Cómo vas a elegir entre la cuna y la tumba de tu madre?”, señala.

El humor es para Neumann “una manera de transgredir los límites socialmente aceptados y tiene, por tanto, cierta vocación crítica. Su efecto ideal sería pensar riendo”.


Y ese humor invade las páginas de Barbarismos, como lo demuestra, por ejemplo, la definición de “Gilipollas: célebre insulto que murió al ser admitido por la Real Academia de la Lengua”.

lunes, 23 de junio de 2014

En la Argentina, los libros son cada vez más caros

Librería Yenny/El Ateneo
Según el artículo publicado por Julieta Roffo en el diario Clarín, del 20 de junio pasado, un estudio de la Ciudad de Buenos Aires revela que en 2013, las librerías vendieron un 5,4 por ciento menos que en 2012 y que los libros se encarecieron 29 por ciento.

Cayó la venta de libros y sus precios
subieron más que la inflación

En 2013 las librerías porteñas vendieron menos ejemplares que el año anterior: aunque llegaron a casi 6 millones de libros, eso representó una baja del 5,4 por ciento respecto de 2012. Es el dato más importante que se desprende de la Encuesta a Librerías de la Ciudad (ENLI) que organiza la Dirección General de Estadísticas y Censos de Buenos Aires que, desde 2010, releva datos del sector. Y aunque el estudio se hace en la Capital, hay que tener en cuenta que lo que se vende en esta ciudad representa entre el 55 y el 60 por ciento del total de la venta el librerías del país, según Gustavo Svarzman, responsable del estudio.

No sólo bajó la venta de libros importados –un fenómeno que se registró durante ocho trimestres consecutivos, atravesado por las restricciones impuestas desde el Estado nacional– sino que, por primera vez desde que se realiza el estudio, los libros de edición nacional se vendieron menos. ¿Cuánta plata movieron? En 2012, las librerías consultadas habían facturado un total de 473,6 millones de pesos y en 2013 la suma fue de 578,6 millones –un 22 por ciento más–. La explicación es simple: los precios de los libros aumentaron 29 por ciento, dos puntos más que el índice de inflación porteño. Era más plata, pero plata que valía menos.

Según el estudio un libro cuesta, en promedio, 97 pesos: los de edición nacional se encarecieron un 31 por ciento y llegaron a 88 pesos, y los importados subieron 27,4 por ciento, hasta 114 pesos, siempre en promedio. Svarzman, subdirector del Centro de Estudios para el Desarrollo Económico Metropolitano, que realiza el estudio, sostiene que este fenómeno puede darse porque el aumento de precios vernáculo – al menos hasta la devaluación del peso de enero – implicó un mayor reajuste de precios que un dólar que se mantenía estable y que sirve de patrón para los libros importados.

Cuando la encuesta empezó a hacerse se relevaban 105 librerías: entre 2011 y 2012 cerró una, y entre 2012 y 2013, cerraron dos. “Son sucursales de cadenas de librerías”, explica Svarzman. Se perdieron 36 empleos en un año: de 933 puestos de trabajo de 2012, el sector mantuvo 897 en los locales estudiados, que abarcan desde grandes cadenas hasta negocios barriales.

Ecequiel Leder Kremer, que dirige la librería Hernández desde hace más de veinte años, Alejandro Costa, gerente de ventas minoristas de Cúspide, y Sandro Barrella, encargado de Librería Norte, coinciden con Svarzman al señalar que el libro es un bien cuya demanda los economistas definen como “elástica”: depende mucho de la coyuntura. “El libro tiene cada vez más sustitutos entre los bienes culturales: en Internet podés mirar YouTube, mirar diarios de otros países o leer libros gratuitos. Hace veinte años o te comprabas un libro o nada”, dice Svarzman.

Ni Norte ni Hernández vieron caer la venta de ejemplares entre 2012 y 2013, el período que abarcó la última ENLI: en Norte, donde las ediciones extranjeras y las editoriales de poesía independiente son de lo más pedido, se mantuvieron; en Hernández crecieron un 3,5 por ciento. “Hay una tendencia global hacia la bibliodiversidad: cada vez se venden más títulos y menos ejemplares por título. Las restricciones al ingreso de libros que no se imprimen en el país pueden ralentizar eso, pero se va dando: hay muchas opciones, por eso los 20 títulos más pedidos representan el 20 por ciento de las ventas y el otro 80 es una venta multicolor”, explica Leder Kremer. En Hernández, durante el primer semestre de este año, el lector que se envalentona y llega hasta la caja gasta, en promedio, 205 pesos y por compra se venden entre 1,5 y 2 libros, aunque el 50 por ciento de las ventas son de un solo ejemplar. “Cambió el estilo de uso del libro: la gente compra lo que va a leer en el momento y el famoso comprador que acumulaba lo que proyectaba leer ahora se recató”, detalla Leder Kremer.

En Cúspide, dice Costa, pasa algo parecido: la compra promedio es de 200 pesos y de entre 1,5 y 1,7 libros por lector. Sin embargo, entre 2012 y 2013 la venta de ejemplares bajó un 7 por ciento y proyectan otro descenso del 3 por ciento para este año, aunque la facturación suba. “En los últimos años, no se ha modificado mucho la cantidad de libros que se lleva el que llega a la caja. Pero sí ha caído el tráfico: la gente entra menos a la librería ”.