jueves, 31 de julio de 2014

"Cualquiera se atreve a juzgar nuestra labor"

Josefina Cornejo publicó el siguiente texto en El Trujamán del 28 de julio pasado.

¿Quién lo ha traducido?

Ayer, a las nueve de la tarde, puse el punto final, por fin, a un proyecto que me ha traído por la calle de la amargura estos tres últimos meses. Acabo de enviarlo a la editora. Está entregado, mi parte está hecha. Pero ahora me asalta otra preocupación. ¿Se venderá bien? ¿Gustará el libro? Mejor dicho, ¿gustará la traducción?

He traducido documentos privados de cierto personaje que no ha pasado a la historia por sus grandes hazañas en pos del progreso de la humanidad. Será recordado más bien como artífice, autor e impulsor de una de las mayores matanzas de las que fue testigo el siglo que dejamos atrás hace ya unos años. He vertido al español, pues, la cotidianidad familiar de tan infame figura. Y resulta que, más allá del valor histórico que puedan representar, puesto que se concibieron en los años de mayor terror y crueldad, tales escritos están repletos de faltas ortográficas, hacen gala de una pobre sintaxis, ignoran las reglas de puntuación y utilizan un alemán llano, muy llano, que solo de vez en cuando se adorna un poco. En fin, este señor, que pronunció discursos rimbombantes con una retórica en ocasiones un tanto complicada, en los que gustaba de referencias a grandes autores del pasado y en los que de continuo evocaba a sus ancestros, los dioses nórdicos y las raíces privilegiadas y exclusivas de su pueblo, en su vida privada resulta anodino y, pese a escribir mucho, descubrimos que no lo hacía muy bien. Sus cartas y diarios nos muestran a un tipo relajado que no hace gala de alardes literarios; no hay ninguna pretensión en ellos, como tampoco la hallaremos en la traducción. No es tarea del traductor corregir el texto, ¿cierto? Pero, ¿lo entenderá así el lector? ¿Escucharemos eso tan manido de «la traducción es muy mala»? ¿Se culpará a quien la firma de la mediocridad del material?

Observo desde hace un tiempo que cualquiera —sea lector asiduo, lector esporádico o alguien que apenas haya pasado las páginas de un libro— se atreve a juzgar nuestra labor sin más. «Qué pena cuando el libro está mal traducido», escuché hace unas semanas de boca de una persona que se precia de leída. ¡¿Cómo?! No creo que tenga la costumbre de leer la traducción al tiempo que la contrasta con el original. Sinceramente, lo dudo. Entre otras cosas, porque el comentario en cuestión lo hizo a propósito de una novela escrita en un idioma bastante alejado del nuestro y con el que guarda bien pocas similitudes: el húngaro.


Me viene a la memoria otra sutil observación de una compañera de mi clase de conversación —por esto de no perder el dominio oral tras tantos años de esfuerzo, trabajo y, admitámoslo, dinero—. Me preguntó que si traducía libros. He de admitir que aprecio, eso sí, cierta curiosidad en el otro cuando confiesas que te dedicas a la traducción. Asentí con la cabeza. «¡Qué interesante!», dijo uno de los presentes, quien también quiso saber si mi nombre aparecía impreso. «Sí, pero, bah, la única persona que lo busca es mi madre», reconocí. «Y yo, cuando el libro está mal traducido», afirmó otro de los que allí se encontraban. ¿Habrase visto semejante…? No, si ahora resulta que todo el mundo tiene nociones (¿someras?) de inglés, francés, alemán, y también de ruso, polaco o chino, o lo que se tercie. Y, por supuesto, no se me ocurre cuestionar el magistral manejo del español de estos lectores, ya sean asiduos, esporádicos o que apenas hayan pasado las páginas de un libro. Faltaría más.

miércoles, 30 de julio de 2014

Spregelburd, Coelho y "todo el mundo"

Además de haber traducido a Harold Pinter y a Sarah Kane, entre otros, Rafael Spregelburd es un excelente actor de teatro, cine y televisión, y un gran director teatral. Tal es así que su presencia, hoy en día, resulta insoslayable en pantallas y escenarios. Y eso quizás le juegue en contra a la hora de considerar que, por si fuera poco, en el reparto de virtudes le tocó también ser un extraordinario escritor que se aventura allí donde otros no van. Por caso, y a modo de brevísimo ejemplo, esta columna publicada en el diario Perfil, de Buenos Aires, el 26 de julio pasado.

Ulysses cambió su foto de perfil

Coelho anda gritando en los recreos que Joyce le hizo mucho daño a la literatura. Es recurrente que desde las mieles del éxito se descargue la furia (aunque cuesta imaginar a Coelho enfurecido) contra fantasmas indelebles embebidos en un prestigio al que semejantes disparates harán más publicidad que mella. Coelho ha dicho en realidad que “Joyce hizo mucho mal a la literatura porque nadie lo ha leído pero todo el mundo dice que lo ha leído”. Sí, el problema de Coelho no es con Joyce, sino con “todo el mundo”.

La opinión de un “internetual” (como el brasileño gusta definirse a sí mismo) no dejará rastro “intelectual” de esta disputa, magnificada por los medios sólo porque es divertida y hace que unos y otros riamos por lo bajo como Patán. Pero sugiero olvidar el motivo central para ir por rutas laterales, verdaderamente aceitosas. ¿Quién será “todo el mundo” para Coelho? ¡No creo haberme topado con nadie que mienta haber leído a Joyce! ¿Para darse ínfulas de qué? Pero en cambio, debo confesar con culpa que sí he hecho apestosamente lo contrario: suponer que Coelho es horrible sin haberlo leído jamás. En la misma semana de su declaración desembozada, me preguntaron en una entrevista con mil trampas qué autor me parecía horrible, y me pareció que quedaba bien si decía Coelho. Coelho debe ser horrible, tantos lectores no pueden sino estar equivocados. Hoy pienso –con horror– que mi problema, igual que el del pobre Coelho, rechoncho en sus creencias, es “todo el mundo”. O casi. Y que leer no es más que una lupa que hace evidente ese problema.




martes, 29 de julio de 2014

Traducciones censuradas durante el franquismo

A nadie se le escapa que, por muy moderna que se presente la industria editorial española, muchas de las traducciones que incluso hoy circulan por la Península fueron realizadas durante el franquismo y, por lo tanto, arrastran la censura de esos largos años de oscurantismo.

Según se señala en la página de inicio, “TRACE (http://www.ehu.es/trace/colectivo.html) es un proyecto de investigación colectivo e interuniversitario sobre las Traducciones Censuradas que agrupa a investigadores de las universidades de León y País Vasco, Universidad de Cantabria y Miguel Hernández de Elche. I.P. Ibon Uribarri”.

El objetivo es simple: “Este proyecto de investigación abarca el estudio de la traducción y la censura de diferentes géneros textuales en diferentes combinaciones lingüísticas en España (1939-1985), tema que viene siendo rasgo definitorio del equipo de investigadores. Se inscribe en los Estudios Descriptivos de Traducción, que se completan con una visión más amplia de la censura basada en las ideas de Pierre Bourdieu. La investigación tiene una base empírica, que se sustancia en la catalogación electrónica de más de 13.000 traducciones (corpus ó catálogo). Esto permite el trabajo con corpus textuales amplios (corpus 1) que incluyen textos representativos seleccionados según criterios objetivos.

En los últimos años se está dando el paso hacia la digitalización y alineación de los corpus y el uso cada vez más intensivo de tecnologías de análisis textual. El análisis textual informatizado se complementa con la aplicación de conceptos de la lingüística textual y el análisis del discurso aplicado a la traducción. La combinación de estas herramientas conceptuales y técnicas permitirá; seguir profundizando en el conocimiento de la realidad lingüística y cultural de las traducciones censuradas y en el funcionamiento de la censura en la producción textual en general.”

A la fecha, los investigadores que integran el proyecto han publicado Traducción y censura en España(1939-1985). Estudios sobre corpus TRACE: cine, narrativa y teatro,  (http://www.ehu.es/argitalpenak/images/stories/libros_gratuitos_en_pdf/Humanidades/Traduccion%20y%20censura%20en%20Espana%20(1939-1985).pdf), con edición de Raquel Merino Álvarez.

Vale la pena darse una vuelta por la página. 


lunes, 28 de julio de 2014

Traductores de clásicos y valoraciones morales


En el número 29 de la revista de filología Faventia –editada por la Universidad Autónoma de Barcelona–, el 29 de enero de 2007, Marta González González, del Departamento de Filología Griega de la Universidad de Málaga, publicó el siguiente artículo que, como se señala en la primera nota, se adscribe al proyecto de Historiografía de la literatura grecolatina en España (II). La Edad de Plata (1868-1936)

La censura en las traducciones de los clásicos griegos.
El ejemplo de Platón y Aristófanes (1)

 Introducción

De entre las amplias posibilidades que un tema como el de la censura nos ofrece a la hora de acercarnos a las traducciones de los clásicos griegos, aquélla de la que vamos a tratar aquí es la que, tomándole prestada la expresión a E. Montero Cartelle, denominaremos «censura erótica de carácter eufemístico»2. Y vamos a tratar este asunto centrándonos no en la transmisión y edición de los textos clásicos, sino en clásicos en la historia de las ideas, Kenneth J. Dover escribe unas interesantes páginas sobre la censura en los textos grecolatinos4. En ese trabajo se presta una atención especial a las traducciones inglesas, pero con referencia continua a las alemanas y francesas; por otra parte, sus ejemplos se ciñen casi exclusivamente a Platón (Banquete) y Aristófanes (Acarnienses). La intención de este trabajo es atender a las traducciones publicadas en nuestra lengua5. La existencia del citado trabajo de Dover nos permitirá, en ocasiones, enmarcar las traducciones al castellano en el panorama más amplio de las versiones a otras lenguas europeas.

El Banquete, de Platón

La obra de Platón no aparece en castellano, en traducción completa, hasta los años 1871-1872. El diálogo El Banquete, del que nos vamos a ocupar, presenta, al menos, dos momentos problemáticos para sus traductores desde el punto de vista de la censura moral: el discurso de Aristófanes y la intervención final de Alcibíades, en los que las alusiones al homoerotismo son patentes. El discurso de Fedro planteaba, por su parte, unas dificultades s fácilmente soslayables con el recurso al indeterminado «persona» cuando el texto griego hacía referencia a «amantes» y «amados», claramente masculinos ambos. Veamos cómo se resuelven estos problemas en las primeras traducciones castellanas y en sus contemporáneas europeas.

El panorama europeo de las traducciones de El Banquete

La primera traducción directa del griego al inglés de El Banquete platónico es obra de Floyer Sydenham y se publicó en 1761. En esta versión, se transforman los amores homosexuales en heterosexuales y se suprime por entero el parlamento de Alcibíades con la siguiente justificación:

The translator of Plato into English is almost unanimously advised by such of his friends, as are acquainted with the original, not to publish his translation of the last speech of this dialogue, that of Alcibiades, for fear of the offence it may give to the virtuous from the gross indecency of some part of it, the countenance it may possibly give to the vicious from the example of Alcibiades, and the danger into which it may bring the innocence of the young, by filling their minds with ideas which it were to be wished they could always remain strangers to6.

Además Sydenham ofrece curiosas, pero tranquilizadoras, interpretaciones de los términos cuya traducción le resultaba problemática:

The speech of Phaedrus […] takes the word Love in a general sense, so as to com- prehend love towards persons of the same sex, commonly called Friendship, as well as that towards persons of a different sex, peculiarly and eminently styled Love7.

De esa manera, traduce τWι Eραστflι ΠατρÓκλωι (179e 5) como «his friend Patroclus», o ΠατρÓκλoυ Eρaν (180a 4) como «was the admirer of Patroclus».

La primera traducción inglesa que ofrece el parlamento de Alcibíades es la de Thomas Taylor en 1804, que reconoce la importancia fundamental de dicho dis- curso en el conjunto del diálogo. No obstante, por lo que se refiere a la traducción de EρWμενoς y παιδικá, unas veces como «beloved» y otras como «mistress», sigue los pasos de Sydenham.

En 1818, Shelley traduce de nuevo El Banquete al inglés, acompañándolo de un ensayo introductorio titulado A Discourse on the Manners of the Ancient Greeks relative to the Subject of Love. Parece que el poeta lo había escrito sin intención de publicarlo y cuando su viuda emprende la tarea de llevarlo a la imprenta, sufre fuertes presiones que tienen como resultado, sen puede verse comparando el manuscrito de 1818 con la versión publicada en 1840, la supresión tanto de algunos pasajes del discurso de Alcibíades como de la última parte del ensayo introductorio, que pasa a denominarse Essay on the Literature, the Arts and the Manners of the Athenians8.

En Inglaterra, hay que esperar a la versión de Jowett en 1871 para leer El Banquete en su integridad.

Parece que en Francia y Alemania la situación es algo diferente. Señala Dover que la traducción alemana de Schleiermacher, publicada en 1804-1809, reproduce completo el discurso de Alcibíades y no introduce cambios en el género de los pronombres. En Francia, la traducción de Cousin en 1831 es bastante respetuosa con el original, aunque prefiere las expresiones «persona» o «gente», en el discurso de Fedro, incluso si el término griego es indudablemente masculino. Obviamente, antes de esa fecha, sí se contaba también en Francia con versiones censuradas. Así, cuando, a fines del siglo XVII, Mme. de Rochechouart traduce El Banquete y se lo envía a Racine, éste, una vez revisado el manuscrito, se lo hace llegar, junto con una carta, a Boileau. Aunque la abadesa de Fontevrault había tratado con delicadeza el pasaje de Alcibíades, Racine opta por suprimirlo, y así se lo explica a Boileau:

Mais avec tout cela, je crois que le mieux est de le supprimer. Outre qu’il est scandaleux, il est inutile; car ce sont les louanges, non de l’amour, dont il s’agit dans ce dialogue, mais de Socrate, qui n’y est introduit que comme un des interlocuteurs9.

Asímismo, la traducción al francés realizada por Loys Le Roy en 1558 de El Banquete se interrumpe bruscamente en 212c:

Les propos ensuyans d’Alcibiade et de Socrate sont pleins de grande liberté, qui lors regnait par toute la Grèce, mesmement en Athenes; et me semblent ne pouvoir aujourd’huy estre honnestement recitez. […] J’ay esté conseillé par mes amis d’ob- mettre le reste que Platon a adiousté seulment pour plaisir, servant au temps et à la licencieuse vie de son pays: sans proposer aux François parolles non convenantes à leurs meurs, ny convenantes à la religion Chrestienne10.

Traducciones en lengua castellana

Platón aparece por primera vez en castellano de la mano de Patricio de Azcárate, aunque su versión no parte del original griego, según el propio Azcárate reconoce. La traducción de El Banquete se encuentra en el tomo V de las obras completas del filósofo griego: Biblioteca Filosófica, Obras Completas de Platón puestas en lengua castellana por primera vez por D. Patricio de Azcárate, Sócio correspondiente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y de la Academia de la Historia, Tomo V, Madrid, Medina y Navarro, editores, 1871.

Este quinto volumen contiene los diálogos Fedón, Gorgias y Banquete, cada uno de ellos precedido por un argumento. En la introducción general que leemos en el primero de los once volúmenes en los que se presenta la traducción de Azcárate, el traductor dice:

Para honra del género humano, Platón se ha levantado del descrédito injurioso del siglo XVIII y el conocimiento de sus obras se va haciendo general; y a llegará en que no habrá hombre de ciencia que no vea honrada su librería, por modesta que sea, con los diálogos del divino Platón. Este gran filósofo está ya hablando en todas las lenguas cultas; en Inglaterra, Tailor [sic]; en Alemania, Mendelssohn y Schleiermacher; en Italia, Ruggiero Bonghi; en Francia, de una manera parcial Le Clerc; y de una manera general Cousin y posteriormente Chauvet y Amadeo Saisset, han llevado a cabo esta tarea en sus respectivas lenguas, animados por el deseo de propagar las ideas platonianas, que tanto contribuyen a ensanchar la esfera del saber en el inmenso campo de la ciencia.

Esta misma idea y el amor a mi patria son las razones que me impulsaron a publicar mis anteriores libros, y me mueven hoy a ofrecer al público, en lengua castellana, las obras de Platón. […] He tomado como base para mi trabajo la traducción en latín de Marsilio Ficino, que con el original griego publicó la Sociedad Bipontina en la ciudad de Dos-puentes, en Alemania, en el año 1781, en doce tomos; el último de los cuales es un juicio crítico del historiador de la filosofía Diet. Tiedemann; he consultado en los casos dudosos la magnífica traducción de Cousin, y la de Chauvet y Saisset, tomando de esta última las noticias biográficas, la clasificación de los diálogos, como menos defectuosa, los resúmenes y algunas notas11.

La traducción de Patricio de Azcárate ha sido reeditada con frecuencia. En una de esas reediciones, encontramos datos sobre el autor: «Nació don Patricio de Azcárate en León en 1800, muriendo ochenta y seis años más tarde en la misma ciudad. Su afición a la filosofía se despertó en la biblioteca del Instituto de Gijón, que fundara Jovellanos, con quien tantas afinidades guardó su espíritu. Diputado en Cortes, político y jurisconsulto, Azcárate dio comienzo en su vejez, poco antes de 1870, a la ímproba tarea de publicar las obras de los principales filósofos antiguos y modernos, en cuya traducción venía trabajando desde su juventud. Ventiséis fueron los volúmenes aparecidos: once de Platón, diez de Aristóteles y cinco de Leibniz»12.

En cuanto a los pasajes «conflictivos», el criterio seguido en esta traducción no es unitario. Así, en el discurso de Fedro, se prefiere el término «persona»:

Me atrevo a decir que si un hombre que ama hubiese cometido una mala acción o sufrido un ultraje sin rechazarlo, s vergüenza le causaría presentarse ante la persona que ama, que ante su padre, su pariente o ante cualquier otro. Vemos que lo mismo sucede con el que es amado, porque nunca se presenta tan confundido como cuando su amante le coge en alguna falta.

En el discurso de Aristófanes, en cambio, la traducción es bastante fiel, aunque Azcárate aprovecha el prólogo para dejar clara su opinión al referirse a este peculiar mito aristofánico:

¿Cuál es el objeto de este mito? Al parecer, explicar y clasificar todas las especies del amor humano. Las conclusiones, que desde este doble punto de vista se sacan, están tan profundamente grabadas con el sello de las costumbres griegas de la época de Platón, que resultan en completa contradicción con los sentimientos que el espí- ritu moderno y el cristianismo han hecho prevalecer. Porque tomando por punto de partida la definición de Aristófanes de que el Amor es la unión de los semejantes, se llega a esta consecuencia: que el amor del hombre por la mujer y de la mujer por el hombre es el más inferior de todos, puesto que es la unión de dos contrarios. Es preciso poner por cima de él el amor de la mujer, apetecido por las Tribades13, y sobre estos dos amores el del hombre por el hombre, el más noble de todos.

También expresa una cierta reserva frente al discurso de Alcibíades, reserva que, no obstante, no le lleva ni mucho menos a eliminarlo o modificarlo:

Después del discurso de Sócrates, parece que nada queda por decir sobre el amor, y que el Banquete debe concluir. Pero Platon tuvo por conveniente poner de relieve, cuando no se esperaba, la elevación moral de su teoría mediante el contraste que presenta con la bajeza de las inclinaciones ordinarias de los hombres. Por esto en este instante se presenta Alcibiades, medio ébrio, coronada su cabeza con yedra y violetas, acompañado de tocadoras de flauta y de una porción de sus compañeros de embriaguez. ¿Qué quiere decir esta orgía en medio de estos filósofos? ¿No pone á la vista, para usar las expresiones de Platón, el eterno contraste de la Venus popular y de la Venus celeste? Pero el ingenioso autor del Banquete ha hecho que produjera otro resultado importante. La orgía, que amenazaba ya hacerse contagiosa, cesa como por encanto en el instante en que Alcibiades ha reconocido á Sócrates. ¡Qué imagen del poder, á la vez que de la superioridad de esta moral de Sócrates, se muestra en el discurso en que Alcibiades hace, como á su pesar, el elogio más magnífico de este hombre encantador, dejando ver su cariño para con la persona de Sócrates, su admiración al contemplar esta razón serena y superior, y su vergüenza al recordar sus propios extravíos!

Pocos años s tarde, se publica una nueva versión de este diálogo: Cinco Diálogos de Platón (El Convite, El Eutifrón, La Apología de Sócrates, El Critón, El Fedón), traducidos directamente del griego, con argumentos y notas por D. Anacleto Longué y Molpeceres, Catedrático de Lengua Griega en la Universidad de Madrid, Madrid, Imprenta y Fundición de M. Tello, Impresor de Cámara de S. M., Isabel la Católica, 23, 1880.

Longué y Molpeceres, que ha trabajado sobre el original griego, hace referencias a traducciones anteriores, en nuestra lengua y en otras:

Entre las traducciones hechas á las lenguas modernas pueden citarse, en alemán la de Schleiermachier [sic], y la de Müller con los argumentos de Steinhart dada á luz en 1859. En inglés, la de Tailor [sic] en 1804. En italiano, la de Bonghi en 1859. La primera tetralogía de Trasyllo fué traducida al italiano en 1574, por Sebastian Erizzo, con un comentario sobre el Fedon; y recientemente en 1877, ha publicado Alcide Oliari una nueva traducción de estos mismos cuatro diálogos con notas críticas y un apéndice sobre el procedimiento criminal ateniense, escrito por F. Lübker y publicado en Leipzig en 1867. En francés, además de la traduccion de algunos diálogos sueltos hecha por varios autores, es la más celebrada la de Cousin, de la que dice M. Letronne, que n siendo exacta en cuanto al sentido, es tan francesa que podria tomarse por un texto. En castellano existen traducciones de algunos diálogos, hechas en los siglos XVI y XVII, tales son la del Fedon, el Cratilo y el Gorgias por Pedro Simón Abril, y la de la República por Fox. En 1871 ha publicado la traduccion de todas las obras de Platon D. Patricio Azcárate, siguiendo la francesa de M. Cousin14.

Si leemos las páginas en las que el traductor ofrece el argumento de El Convite, nos encontraremos con unas palabras que llegarán a convertirse en tópico de las traducciones de la época: el traductor no se atreve a engañar al lector suavizando o eliminando determinados pasajes, pero deja constancia de su profundo malestar ante un cierto lado oscuro de las costumbres de la antigüedad:

Al acabar Sócrates su discurso llega Alcibiades, que viene con bandas y coronas para laurear á Agaton. Viene ya ebrio y excita á los demas á beber; pero enterado del convenio hecho de elogiar al amor, protesta, que donde Sócrates esté no puede él alabar ni á hombre ni á Dios alguno s que á este hombre verdaderamente admirable y singular. Alentado por los amigos allí reunidos, hace el retrato de Sócrates, cuyo exterior feo y grotesco, semejante al del Satyro, forma contraste con la profundidad de su sabiduría y su grandeza moral. Refiere los principales hechos de su vida privada, sus campañas militares, su valor en los combates, su fortaleza en las privaciones, su templanza, y sobre todo su castidad, que era una virtud casi incomprensible para la sensualidad de Alcibiades. Con este motivo se pinta con colores demasiado vivos un cuadro de la corrupción de las costumbres atenienses en aquel tiempo. Nunca se censurará bastante que un diálogo tan artístico y tan lleno de bellezas de todo género, y en el que se exponen ideas tan puras y sublimes, se haya manchado al final con la representación de vicios que son feos y repugnantes, no solamente á las ideas y costumbres de todo pueblo culto, sino á todos los sentimientos de la naturaleza. No puede disculparse á Platon de este gran defecto. Con gran pena tambien, el traductor se ha visto en la imposibilidad de suprimir esta parte del diálogo, ya porque sería mutilar una parte considerable de la obra, ya porque esto se opondría al principal objeto de su traduccion, que es dar a conocer el carácter y las costumbres de Sócrates, así como los sucesos s importantes de su vida15.

Tales prevenciones muestra Longué contra la intervención de Alcibíades. Con todo, la traducción es muy fiel al original y, pese a contar con el ejemplo de la versión francesa de Cousin, que conoce y menciona, no recurre a términos como «gente» o «persona» en pasajes que pudieran resultar embarazosos: ni siquiera ve necesario introducir notas aclaratorias. Así, podemos leer lo siguiente en el dis- curso de Fedro citado ya anteriormente:

Y aseguro, que si un hombre que ama fuese sorprendido ejecutando una accion vergonzosa, ó recibiendo de alguno un ultraje que por cobardía no rechazase, no tendria tanto pesar de ser visto por su padre, ó por sus amigos, ó por cualquiera otro, como lo tendría de ser visto por su amado. De este mismo modo vemos que el amado se avergüenza mucho más cuando es sorprendido por su amante haciendo una acción fea. Y si hubiese medio de conseguir que una ciudad ó un ejército se compusiese de amantes y de amados, no es posible se administrasen sus intereses respectivos de otro modo mejor que absteniéndose de todo lo vergonzoso y rivalizando unos con otros en lo honesto. Hombres semejantes que de tal manera rivalizasen entre sí, aún siendo pocos, vencerian, por decirlo así, al mundo entero.

De la misma manera, no rehuye presentar a Aquiles y Patroclo como amantes. En cambio, más adelante, en medio del mito que relata Aristófanes, que tiene problemas a la hora de referirse a las mujeres que eran mitad de un «todo mujer». Las denomina «tribadas» y añade en nota: «Tribada es una palabra griega de la raíz τρι�-. Traduzco con otra palabra griega la del original hταιρLστριαι porque no hay en nuestra lengua palabra equivalente que sea decorosa».

Una nueva versión de esta obra aparece en 1923: Platón, El Banquete o Del Amor, Eutifrón, La Defensa de Sócrates, Critón, traducción, prólogo y notas de Rafael Urbano, Madrid. Da la impresión de que su autor no se ha enfrentado directamente al texto griego:

Sería completamente absurdo traducir de nuevo las obras de Platón, que ya están traducidas por hombres de todo el mundo y a todos los idiomas. La labor de todos ellos no puede ser absolutamente estéril de modo que exija una versión por entero desde el principio hasta el fin, y el intento de una empresa semejante es de una vanidad tan grande como la ignorancia que la motiva. He aprovechado aquí todo lo que me ha parecido que estaba bien hecho ya. Compulsando, comparando, he recogido de las versiones españolas lo que más conviene a nosotros. Debo mucho a las ediciones de Patricio de Azcárate, Anacleto Longué y Molpeceres, como a los traductores franceses, ingleses e italianos y a los críticos alemanes16.

Rafael Urbano, que opta por presentar una versión íntegra del diálogo y sin censura alguna, deja ver, no obstante, que conoce la polémica existente entorno, especialmente, al discurso de Alcibíades:

Cuando madame de Rochechouart, hermana de la Montespan, detenía su traduc- ción de El Banquete al llegar al discurso de Alcibíades, la famosa helenista y aba- desa de Fontevrault no suspendía su trabajo por repulgos de monja, sino por todos los reparos de un siglo que ya no comprendía el amor fecundo en hijos de carne o en discípulos admirables de un maestro, que puede estar s allá de lo sensible.

Si no fuera realmente escabroso este diálogo de Platón para una civilización cristiana que ha renegado del elogio de la fecundidad, olvidando la maternidad de la Virgen, sería, desde luego, más popular y conocido17.

Únicamente habría que introducir el matiz de que los «repulgos» en cuestión partieron de Racine y no de Madame de Rochechouart, sen antes señalábamos siguiendo a K. J. Dover.

 

2. La comedia de Aristófanes


Es Aristófanes un autor que, obviamente, tenía que provocar infinitos quebraderos de cabeza a sus traductores por su lenguaje tan explícitamente sexual. Dover, en el trabajo que repetidamente invocamos al referirnos al contexto europeo, se refiere a la traducción francesa de Artaud de Acarnienses, publicada en 1841, donde el autor prefiere remitir a las notas cuando las expresiones son demasiado «crudas». Así, en 1220 ss. κaγÜJ κα'frεÚδειν λoμαι καL στÚoμαι καL σκoτo�ινιW, tradu- ce: «Et moi, je veux me coucher; je n’en puis plus, j’ai besoin de soulagement», y comenta en nota: «La crudité des termes […] ne peut se rendre en français, tentigine rumpor, et in tenebris futuere gestio». Las traducciones inglesas iban mucho s allá, continúa Dover, y optaban por suprimir un gran número de versos: Acarnienses, con 1.234 líneas en la edición estándar de Brunck, tiene 1.106 en Mitchell y 1.127 en la de Holden, de 1887.

Podemos decir que, en este caso, el primer Aristófanes en lengua castellana, obra de Federico Baráibar y Zumárraga18, se asemeja más a las versiones francesas que a las inglesas, de hecho, cita en más de una ocasión a Artaud y veremos que se aproxima mucho a él en la traducción de los pasajes obscenos. Las comedias de Aristófanes se publicaron completas en castellano en 1880-1881 y, en la introducción, Baráibar señalaba:

Y, finalmente, en la versión hemos procurado ceñirnos todo lo posible a la letra, adecentando a menudo con el velo de la perífrasis sus obscenas desnudeces y poniendo al pie la interpretación latina de Brunck, excepto en aquellos pasajes, poco frecuentes por fortuna, dadas las costumbres griegas, en que lo nefando del vicio nos ha obligado a suprimirlos o a dejarlos en el idioma original19.

De esta manera, aunque el traductor está lejos de ser fiel al texto cuando se trata de «obscenas desnudeces», tampoco llega a los extremos criticados por K. J. Dover en referencia a las versiones inglesas. Así, encontramos abundantes ejemplos en los que Baráibar comparte la habitual hostilidad de los traductores hacia el sexo, las secreciones de cualquier tipo y la escatología. En los pasajes que recogemos a continuación, reproducimos también las notas que acompañaban al texto, coincidentes casi siempre con las que añadía Artaud a su versión:

Acarnienses, v. 1220 s., Yo quiero acostarme; no puedo más, necesito descansar (195).
(195) Tentigine rumpor, et in tenebris futuere gestio.

Nubes, v. 293 s., ESTREPSÍADES: Yo también os adoro, santas Nubes, y quiero res- ponder a vuestros truenos (45); a ello me obligan el miedo y el temblor; así es que, sea lícito o no, quiero desahogarme (46).
(45)                                               Vestrisque uolo tonitrubus oppedere.
(46)                                               Volo cacare.

Nubes, v. 713-714, ESTREPSÍADES: Perezco miserablemente; las chinches, que bro- tan de esta cama, me muerden, me desgarran los costados, me chupan la sangre, me ulceran todo el cuerpo (85) y me matan.
(85) Et testiculos euellunt, et culum perfodiunt.

Como se puede ver, la traducción no es ni siquiera aproximativa, y sin más explicación que la que ya se daba en el prólogo, lo que el autor hace es reprodu- cir en nota a pie de página la versión latina de Brunck. Y, efectivamente, como ya advertía el propio Baráibar sen hemos recogido en cita s arriba, cuando lo nefando del vicio lo aconseja, mejor no nombrarlo siquiera:

Acarnienses, v. 77-79, EMBAJADOR: Aquellos bárbaros sólo tienen por hombres a los grandes glotones y borrachos. DICEÓPOLIS: Y nosotros a los libertinos e infames.

Ninguna nota indica en este caso el verdadero significado de «infames»: simplemente, se ha reemplazado el término original (καταπÚγoνας) por la consideración que a Baráibar le merece su referente. Los problemas se acentúan cuando el traductor se enfrenta a Lisístrata:

Ya en las otras piezas de Aristófanes habrán podido observar nuestros lectores cuán poco se respeta el pudor y la decencia en el teatro griego, por más que hemos tratado de disimular sus desnudeces con el velo de una púdica perífrasis; pero en Lisístrata esta precaución es imposible, porque, estando basada toda la comedia en la singular tortura decretada contra los hombres, todas las pinturas son de una libertad escandalosa, digna del obsceno pincel de Petronio, Marcial, Apuleyo o Casti. Así es que, después de haber vacilado mucho tiempo sobre si debíamos verter al castellano sus impúdicas escenas, sólo nos hemos decidido a hacerlo ante la consideración de que los lectores tienen derecho a conocer completo a Aristófanes, y aun con todo, nos hemos visto obligados a poner en latín las escenas de s subida obscenidad, por si esta versión, destinada, como todos los libros de esta especie, sólo a personas ilustradas y maduras, llegase a caer en manos inexpertas20.

Entre esos pasajes está el siguente:

Lisístrata, v. 107 s., LISÍSTRATA: ¡No queda un amante para un remedio, y con la defección de los Milesios se acabaron todos los recursos para consolar nuestra viudez! (17).

(17) Lit. Sed nec moechi relicta est scintilla. Ex quo enim non prodiderunt Milesii, ne olisbum quidem vidi octo digitos longum qui nobis esset coriaceum auxi- lium.

Hay que señalar que no estamos ante una versión cualquiera, sino ante la tra- ducción publicada en la «Biblioteca Clásica», lo que ya era en sí mismo una garana de bondad. En este caso, además, la introducción era del propio Menéndez Pelayo. En el epígrafe de conclusiones, volveremos sobre esta cuestión y sobre cierta tensión perceptible entre estas traducciones, académicas y escolares, y otras, nacidas en los rgenes y de la mano de eruditos que eran a un tiempo escritores.

3. Conclusiones


En todo ejercicio de traducción, como han puesto de relieve los actuales estudios sobre el tema, se produce un choque entre la cultura de origen, la que ha producido el texto original, y la cultura de llegada, a la que ese texto se traduce. Los diferentes modos en los que el conflicto se resuelve, en función de diversas variables, como la fuerza relativa de las dos culturas enfrentadas, o el lugar, central o periférico, que a cada una corresponde, constituyen también objeto preferente de los pujantes Translation Studies21. El caso que nos ocupa ofrece una singularidad: estamos ante obras cuya traducción no requiere justificación alguna, ya que forman parte de una antigüedad que nunca ha visto cuestionado su lugar central en el sistema cultural, y de las que se da por supuesto que enriquecen la lengua y cultura del país que las recibe. Ahora bien, ese carácter incuestionadamente ejemplar, convierte en algo aún más problemático el que, aunque en contadas ocasiones, el universo del discurso de los antiguos, sus creencias o costumbres, se presenten como enteramente opuestas a las que rigen en la cultura de llegada. En concreto, hemos visto cómo la centralidad, diríamos, de la cultura grecorromana, es desplazada, en cuestiones de moral, por la centralidad de la cultura cristiana, y eso tanto en nuestro país como, obviamente, en el resto.

No obstante, hemos señalado diferencias entre la actitud de los traductores de finales del siglo XIX y principios del XX y los anteriores22. Ya no es lo habitual encontrarnos con traducciones alejadas escandalosamente del original, ya por la vía de la amplificación, ya por la de una censura que se practicaba de manera natural y sin explicación alguna. Vemos, en cambio, que los prólogos y las notas se han convertido en el lugar en el que los traductores reflexionan acerca de este problema y aclaran al lector con qué tipo de versión se va a encontrar 23. La censura, cuando la hay, es advertida y, en última instancia, son las menos las veces en las que se le hurta al lector el contenido real, aunque éste se deje en latín para evitar males mayores. Lo que no resulta fácil es establecer límites claros, en lo que se refiere a su actitud ante la censura, entre las traducciones que se publican en el marco de colecciones como la «Biblioteca Clásica» y las que nacen en un ámbito extraacadémico. La complejidad de cualquier intento de tipologización reside en que, si bien de mano de los académicos esperaríamos una mayor fidelidad al texto, también es verdad que su público es, potencialmente, aquél al que más necesidad se siente de proteger frente a las malas influencias, el de «las aulas de latinidad». Así, veíamos cómo los traductores se debatían entre lo que consideraban su deber frente a los lectores y su propia disconformidad con la obra traducida (recuérdese la introducción de Longué y Molpeceres a su versión de El Banquete), optando en muchos casos por ofrecer una versión latina que, pensaban, restringiría el acceso al original a unos pocos ilustrados (es el caso de Baráibar en su Aristófanes). Pero entre la resignación y el recurso al latín, todavía encontramos muchos matices: así, la suavización de ciertas expresiones y términos admite diversos grados de alejamiento del original y, por otra parte, en una edición no bilingüe es difícil advertir cómo, en no pocas ocasiones, la traducción llevaba integrada la propia valoración moral del traductor.

En fin, no resultó nunca fácil, como señalábamos, compaginar la actitud de respeto y admiración por los clásicos con su absoluta incompatibilidad con las costumbres de nuestra moral cristiana. De todas maneras, de vez en cuando, se dejó ver una cierta actitud de comprensión avant la lettre del horizonte de expectativas de sus contemporáneos, como, por ejemplo, en las siguientes palabras de Mary Shelley en referencia a la traducción de El Banquete realizada por su marido:

It is true that in many particulars it shocks our present manners, but no one can be a reader of the works of antiquity unless they can transport themselves from these to other times and judge not by our but by their morality24.

Notas:
1.      Este trabajo se adscribe al proyecto de investigación Historiografía de la literatura grecolatina en España (II). La Edad de Plata (1868-1936), Grupo de Investigación Complutense 930136.
2.      E. MONTERO CARTELLE (1976), «Censura y transmisión textual en Marcial», Estudios Clásicos, 78, p. 344. Montero aborda, en este trabajo, la cuestión de los cambios introducidos en algunos de los manuscritos que nos han transmitido el texto de Marcial.
3.      Así, por ejemplo, el documentadísimo trabajo de H. VAN HOOF (1991), Histoire de la traduction en Occident, Bibliothèque de Linguistique, Éditions Duculot, París, se circunscribe al estudio de la traducción en Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y Países Bajos. Cada uno de estos países es estudiado cronológicamente y, dentro de cada época, se dedica un apartado especial a las tra- ducciones de los clásicos grecolatinos.
4.      K. J. DOVER (1980), «Expurgation of Greek Literature», en Les Études Classiques aux XIXe et XXe
siècles: leur place dans l’histoire des idées, Fondation Hardt, Entretiens, vol. XXVI, Ginebra, p. 55-89.
5.      La censura ya había dejado su huella en las primeras traducciones al castellano de los poetas líri- cos griegos, según puede verse en M. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, R. GONZÁLEZ DELGADO, «La lírica griega: Safo, Anacreonte, Tirteo y Bucólicos», en F. GARCÍA JURADO y otros (2005). La historia de la literatura grecolatina en el siglo XIX español: espacio social y literario, Málaga, p. 181-204. Existen, no obstante, significativas diferencias entre el alcance de la censura a finales del siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX y la actitud que nos encontraremos ahora en estos traductores de finales del XIX y primeros años del XX. Véase también M. GONZÁLEZ GONZÁLEZ (2006),
«Traducciones grecolatinas y censura moderna: el papel de los prólogos», Estudios Clásicos, 130, p. 87-101.
6.      Cita recogida por K. J. DOVER, op. cit., p. 57-58.
7.      Cita recogida por K. J. DOVER, loc. cit., p. 57.
8.      El ensayo original, con el título de «Discurso sobre las costumbres de los antiguos griegos relati- vas al tema del amor», puede leerse en traducción castellana en PERCY B. SHELLEY (2001), Ensayos escogidos, prefacio, selección y traducción de BEL ATREIDES, Barcelona, p. 45-61.
9.      Cita recogida en K. J. DOVER, op. cit., p. 58.
10.   Cita recogida en K. J. DOVER, loc. cit., p. 59.
11.   Páginas XIII-XIV de la introducción.
12.   L. A. DE CUENCA (1984), prólogo a Platón. Diálogos: Critón, Fedón, El Banquete, Parménides.
Versión de Patricio Azcárate, Madrid, p. 22-23.
13.   Señalemos que en todas las ediciones posteriores de esta obra se repite un error que no encontra- mos en el original: todas ellas dicen «los Tribades».
14.   Páginas 22-23 de la introducción.
15.   Páginas 31-32 de la introducción a El Convite.
16.   PLATÓN (1923), El Banquete o Del Amor, Eutifrón, La Defensa de Sócrates, Critón, traducción, prólogo y notas de Rafael Urbano, Madrid, p. 9-10 de la introducción.
17.   Loc. cit., p. 15 de la introducción.
18.   Nos referimos a esta obra como «el primer Aristófanes castellano», ya que se trata de la prime- ra edición completa de las comedias de este autor en nuestra lengua, aunque alguna de ellas había sido traducida con anterioridad. Menéndez Pelayo sugiere que José Antonio Conde pudo haber traducido Lisístrata (Biblioteca de Traductores Españoles, Santander, 1952, vol. I, p. 360- 361). Don Pedro Estala tradujo una comedia de Aristófanes: El Pluto. Comedia de Aristófanes, Traducida del Griego en verso Castellano. Con un Discurso Preliminar sobre la Comedia Antigua y Moderna. Por D. Pedro Estala, Presbítero. En Madrid en la Imprenta de Sanchao MDCCX- CIV (1794). 46 páginas de discurso preliminar, ocho sin foliar de argumento y 102 de texto. La traducción está en romance octosilábico (Biblioteca de Traductores Españoles, Santander, 1952, vol. II, p. 47-48).
19.   Página 16 de la introducción. Citamos a partir de la reedición de 1972: Comedias de Aristófanes, traducidas directamente del griego por Federico Baráibar y Zumárraga, Madrid, Librería y Casa Editorial Hernando (1ª ed. 1880-1881). Viene precedida de un prólogo de Marcelino Menéndez Pelayo, firmado en Santander el 4 de enero de 1880 y titulado «Cuatro palabras acerca del teatro griego en España».
20.   Nota preliminar a Lisístrata, ed. citada, vol. II, p. 318-319.
21.   Véanse, entre otros títulos, I. EVEN-ZOHAR, «The Position of Translated Literature within the Literary Polysystem», en L. VENUTI (ed.) (2000), The Translation Studies Reader, Londres y Nueva York, Routledge, p. 192-197 (= Poetics Today 11, 1990, p. 45-51); C. ROBYNS (1994), «Translation and Discursive Identity», Poetics Today 15.3, p. 405-428; G. TOURY (1980), In Search of a Theory of Translation, Tel Aviv, The Porter Institute for Poetics and Semiotics.
22.                 Remitimos, de nuevo, para ejemplos tomados de la lírica griega y sus traducciones a lo largo del siglo XIX, a M. GONZÁLEZ y R. GONZÁLEZ, op. cit.
23.   La importancia de los prefacios y las cartas dedicatorias que acompañan por lo general a las tra- ducciones ha sido ya señalada, por ejemplo, por M. A. VEGA (ed.) (1994). Textos clásicos de teo- ría de la traducción, Madrid: «durante siglos, estos prefacios serán el único corpus traductológi- co», p. 30. Véase, para el ámbito grecolatino, M. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, art. cit.
24.   Cita recogida en K. J. DOVER, op. cit., p. 79.