lunes, 3 de agosto de 2015

"Poetas nuestros fueron grandes traductores"

Hermann Bellighausen  (México, 1953) es poeta, periodista, cronista y ensayista de temas de carácter político y social, saberes que, curiosamente, lo llevaron a escribir la siguiente columna de opinión, por cierto llena de notables ausencias, en el diario La Jornada, de México, del 20 de abril de este año.

La tradición de traducir

Tiene la poesía moderna mexicana una vertiente caudalosa que pocas veces se destaca, y que le da una característica peculiar en el ámbito de la escritura en lengua castellana. Nuestros poetas del XX se volcaron a trasladar versos de otras lenguas, de estos y otros tiempos. Siguen así los del XXI transcurrido. No pretenden hacer traducciones de profesionales, aunque algunos lo sean, sino de autor. Apropiaciones, aproximaciones, asedios, recreaciones, ¿hurtos? Dispersa en revistas, antologías, ediciones raras, u oculta dentro de la obra original de los poetas, la experiencia no es sistemática ni necesariamente legal. Sí una costumbre ejercida con entera libertad. Cuando Marco Antonio Montes de Oca reúne en El surco y la brasa (FCE, 1974) las traducciones de poetas en el siglo, el corpus es impresionante, en ocasiones erudito y siempre poesía lograda. En los años posteriores la traducción por los nuevos poetas creció y los sobrevivientes de Montes de Oca reincidieron. La enumeración sería amplia y seguro más incompleta que la de aquellos que nunca traducen porque no leen otra lengua o no les interesa, entre quienes se hallan las voces más arraigadas al riesgo de cantar.

Para cuando Gabriel Zaid publicó Asamblea de poetas jóvenes (Siglo XXI, 1980) los poetas habían proliferado exponencialmente. Era el punto de Zaid, pero el registro arrojó un síntoma colateral: muchos de los 160 y pico convocados habían traducido –o decían haberlo hecho– una nómina ambiciosa de autores en inglés y francés, claro, italiano, alemán, portugués. Más que confirmación, resultaba un indicio. Buena parte de estos, y muchos otros que no habían nacido o llegaron tarde, traducirían sin recato, se atreverían a versiones libres de distintos calibres con naturalidad que debemos asumir como verdadera tradición. Quién que es no traduce.

Tenemos autores que mistifican otra lengua y sus poetas hasta la médula de su trabajo, como el estupendo Francisco Cervantes con los portugueses. Pero desde las traducciones de ciertos Contemporáneos, y marcadamente de Octavio Paz (uno lee su Eluard, su Pessoa, su Basho) en adelante prevalece el personalismo. O la devoción de Salvador Elizondo por Valéry. Los caleidoscopios de Gerardo Deniz. No por inseguridad o imitación, sino un tuteo con la lírica universal. Todo un capítulo (ya estudiado) lo ofrece la trayectoria única de TS Eliot en las letras mexicanas, aunque a estas alturas de Google ya nada sea exclusivo. Existe un diálogo insistente de Rodolfo Usigli a Luis Miguel Aguilar, José Luis Rivas y Pedro Serrano y otros comentaristas y valientes traductores enfrentados a las versiones de Valverde y Gaos. Un caso extremo: José Emilio Pacheco y los Cuatro cuartetos que trabajó 35 años; maduró el gozo de su conversación con Eliot, aunque ya en el principio estaba su fin: los Cuartetos le pertenecen.

Poetas nuestros fueron grandes traductores, no se aplica el traduttore, traditore. Tomás Segovia, Rubén Bonifaz Nuño, Ramón Xirau, Jaime García Terrés e Isabel Fraire han creado con derecho propio a partir de Shakespeare, Ungaretti, Ovidio, Seferis, Mallarmé, Cummings. Tedi López Mills reunió a 33 poetas-traductores en Traslaciones (FCE, 2011). Las traducciones de Guillermo Fernández, Carlos Montemayor, Marco Antonio Campos, Pura López Colomé, Francisco Torres Córdova, Jorge Bustamante García, Francisco Segovia, José Vicente Anaya, Alberto Blanco y José Joaquín Blanco forman parte no menor de su propia escritura. Ante tal dedicación colectiva no extraña que debamos a Juan Carvajal (subestimado aún como poeta) y Lorenza Fernández del Valle las mejores Elegías de Duino en castellano, las más legibles y rilkeanas.

Aquí no existe como en España una industria de la traducción sistemática de obras completas. Ni editoriales especializadas que publiquen árabes y cristianos, negros y blancos, orientales medios y lejanos, clásicos antiguos, ídolos de la Unión Europea, premios Nobel y víctimas del estalinismo. Sin negar el contrapeso de una academia universitaria que también traduce, medio mundo va por la libre, desde los viejos suplementos a los fanzines y las páginas web, y se cuelga de los beatniks con la misma naturalidad que de Rimbaud. Ya Díaz Mirón fue un igualado con Baudelaire. Agreguemos la maestría de los no poetas Carlos Monsiváis, José María Pérez Gay, Juan Tovar, Guillermo Rousset Banda y Miguel León Portilla que tan bien nos dan poemas.

Ahora que de los pueblos indígenas llegan poetas traduciéndose del-castellano-a-su-lengua-al-castellano con método y audacia, y que los chicanos se adueñaron de las caras de Jano, podríamos postular que la poesía de México vive de traducir/traducirse. Marcada por el colonialismo del castellano sobre el náhuatl, los varios mayas o el zapoteco, como el inglés sobre el castellano, emite luz propia. ¿Qué no tradujeron de ida y vuelta Garcilaso de la Vega, Juan de la Cruz, Luis de León y Francisco de Quevedo mientras perfeccionaban nuestra lengua?


1 comentario:

  1. Fabio Morábito. Si destacamos "las mejores Elegías de Duino en castellano" habría que hacer lo propio con la obra completa de Montale traducida por Morábito

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