jueves, 24 de septiembre de 2015

Las posibles relaciones entre la traducción y los oficios artesanales


El traductor cubano José Aníbal Campos publicó en El Trujamán del 15 de septiembre pasado la siguiente reflexión sobre los problemas que plantea la palabra “traducir” en alemán.


Intraducibles traducciones de traducir

Quizás en ningún otro idioma europeo los verbos para referirse a la traducción tengan tantos matices implícitos y difíciles de traducir como en la lengua alemana. El verbo más común (übersetzen) tiene dos variantes, una partitiva y otra no partitiva. Über-setzen (la variante partitiva) significa cruzar, trasladar, llevar de un sitio otro, de una orilla a la otra, de ahí que en la imagen del barquero sea una de las más usadas en alemán para referirse a los traductores (existe incluso un premio llamado Die Übersetzerbarke, la Barca del Traductor, otorgado con cierta regularidad por el gremio de los traductores alemanes a personalidades del mundo del libro o la cultura que han realizado una labor encomiable en la divulgación del trabajo de los «barqueros de la literatura». 

Otra ingeniosa variación de ese verbo nos la ofrece un espléndido aforismo: «Übersetzen? Üb’ersetzen!» (literalmente: «¿Traducir? ¡Ejercitarse en sustituir!», pero que yo prefiero traer al español irónicamente de este modo: «¿Traducir? ¡Ejercitarse en suplir!», por el tañido de «suplicio» que se oye vagamente en esa última palabra).

Sin embargo, el verbo alemán que más me gusta para referirse al acto de traducir es übertragen. El prefijo cumple aquí la misma función que en über-setzen, pero el verbo tragen (portar, llevar, soportar, cargar y un larguísimo etcétera) alude a ese peso que se echan encima los Sísifos traductores cuando han de traer a hombros, desde el territorio opuesto, la boronilla de una lengua que servirá para confeccionar las piedras que levanten la casa nueva en el terreno propio.

Pero hay más: nachdichten es otro verbo de gran belleza polisémica. Dichtenes el verbo para sintetizar, adensar, impermeabilizar y, especialmente, para lacomposición de textos literarios. En alemán, como en cualquier lengua, una persona alfabetizada puede ser un escritor (literalmente un «colocador de letras»), autor de uno o varios libros, pero no todo el mundo alcanza la condición de Dichter. En este caso, el verbo se usa más para la traducción de poesía, y vendría a indicar lo que en español, a falta de mejor solución, llamamos «versión». 

Lo que, por encima de todo, me atrae de estas formas de aludir al proceso de traducción es su relación, todavía, con algún oficio artesanal (oficios, además, que con el desarrollo de la tecnología están casi en vías de extinción, como el de barquero o el de estibador).

Esa misma tecnología, la que nos ha traído un grado de democratización de la cultura apenas conocido antes, constituye el instrumento de un proceso que es tan bienvenido como peligroso. Cualquiera puede actualmente mostrar su creatividad en público sin necesidad de subordinarse a los canales «oficiales»; pero también cualquier persona sin oficio, sin apenas experiencia (o simplemente sin talento), puede evacuar a través de la red los detritos de su afán de notoriedad (e incluso tener éxito de público entre otro centenar de internautas con similares trastornos de evacuación).

Y aunque una búsqueda en Google puede ahorrarnos ahora mucho tiempo (y hasta espacio y polvo en las estanterías de casa), la verdadera traducción de literatura sigue ubicada –quiero creer– en un ámbito artesanal que casi recuerda al de los amanuenses medievales: un ámbito de trabajo en el que la paciencia, la dedicación, el trabajo arduo y hasta la ceguera o la literal puesta en peligro de partes del propio cuerpo (¡ay, en «nombre de la –puñetera– rosa»!) dejan su huella en el resultado.


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