viernes, 15 de julio de 2016

M. Serra Bradford le responde a M. Zabaloy

Como posiblemente el lector de este blog recuerde, en los últimos días se ha generado una polémica a propósito de la reciente traducción de Finnegans Wake, de James Joyce, realizada por Marcelo Zabaloy. A lo largo de las dos últimas semanas, hubo una serie de entradas firmadas por Eduardo Lago, Matías Serra Bradford y Zabaloy, a quienes indirectamente se suman los periodistas Diego Erlan Román García Azcárate, quienes entrevistaron al traductor. Todo esto puede leerse en las entradas del 6, 7, 8, 11 y 12 de julio pasados. Precisamente, el siguiente texto, firmado por Serra Bradford, le fue remitido al Administrador, en respuesta a la última intervención de Zabaloy.

Posdata a una versión de Finnegans Wake

Puede tener –un lector, un crítico– vocación de detective, pero no es recomendable que despliegue voluntad de polizonte. Le agradezco al reciente traductor de Finnegans Wake que reproduzca públicamente el intercambio de cartas que precediera a la aparición de un breve artículo mío en el diario Clarín. Dejan en claro dos cosas: mi ignorancia –con respecto al rosario de nombres locales que el traductor diseminó en su versión de FW– y el ánimo solícito de este por sanearla. (Nunca imaginé posible semejante operación; la ingenuidad propia es incapaz de proyectar el alcance del candor ajeno.)

Pocos días mediaron entre la recepción del libro impreso y la publicación de esa nota. No es excusa: fueron suficientes para cruzarme con cuestiones básicas que me alejan de esa versión (como lector común, no soy erudito ni está entre mis planes leer para serlo). Por razones de espacio –se privilegió, precisamente, la voz del traductor en una nota publicada el mismo día, en la misma página, y casi el doble de extensa– no pude elucidar todo lo deseado en ese artículo, pero ahora el traductor me da pie amablemente a que suelte algunas precisiones. Es bastante difícil leer el FW en un par de días; es bastante difícil leerlo a secas. Empecé a leerlo hace unos treinta años y no lo terminé. Sé que no lo voy a terminar; el libro, por su parte, no se termina, no tiene punto final y recomienza. Prefiero la modesta ambición de ir leyéndolo toda la vida (también tengo derecho a mi propio juego de niños.)

¿Qué puedo agregar a lo ya dicho? Para empezar, el primer párrafo: el traductor decide no traducir la simple palabra Environs, en “Howth Castle and Environs”, dejándola como la encontró, cuando bien pudo haber puesto “Howth Castle y Alrededores” (o Aledaños). Son cuestiones de criterio, hasta de sentido común. No necesito ni aguardo con ansias que me tire por la cabeza la versión francesa y los mil y un libros de referencia. Otro caso: en la página 169 decide no traducir las palabras “short” y “joky” y complica una frase a todas luces cristalina. Más adelante dice “hago yo mi shop”, en lugar de “hago yo las compras”. Facilito estos ejemplos como botón de muestra, de decisiones que no comparto –sería lo de menos– pero cuya razón es harto difícil llegar a intuir. Sobre todo en un libro que rogaba que tuvieran a bien no añadirle estorbos o zancadillas. Son ejemplos que hacen pensar menos en una traducción que en un libro paralelo. Parecen ilustrativos de un entusiasmo remolón que llega a su cumbre con la incorporación de nombres vernáculos a la traducción. Si estos apellidos son veinte o treinta, me tiene sin cuidado. No es un problema literario (vale recordar que el FW es un libro limítrofe, en más de un sentido); acaso se trate de un asunto ético. Pero amén de falta de tiempo y voluntad, no soy quién para ir recolectando ejemplos negativos y asumir el papel de corrector o editor post-mortem; tampoco me parece recomendable para la circulación de un autor por el que tengo un afecto desmedido.

La traducción no es un tema matemático o forense; está más cerca del tono, del gusto, del oído, o, como quedó dicho, de la más llana sensatez. El sentido común no es propiedad de lo que el traductor de FW llamó los “eruditos”; tampoco predomina entre ellos ni entre quienes no lo son. Como mínimo, un lector tiene derecho a aquello que un autor o un traductor excesivamente orgullosos considerarían un acto de inmodestia: que no le agrade lo que está impreso en una página. Por otra parte, si el traductor logró hacer coincidir la paginación estamos ante una proeza numérica, no lingüística. Se supone que una traducción se realiza para desprenderse del original, para no depender de él y vivir cotejando en el espejo retrovisor. Se supone que se traduce para quienes no hablan, o no entienden del todo, la otra lengua.

Alguno se preguntará, mientras tanto, en qué idiolectos se puso a hablar el pentecostés Joyce en Finnegans Wake. Tengo la impresión de que ahondar o alargar la discusión sólo subrayaría la verdad: FW es un libro imposible. En cierta manera, entra en la categoría de libro indefendible. Intocable –es decir, invencible–, inútilmente defendible. Más de setenta años después, no es difícil comprobar, entre otras cosas, que en comparación con el Finnegans las novelas radicales de William Burroughs o Arno Schmidt adquieren la claridad de Platero y yo. Repito lo que dije en el artículo citado: en no pocos casos, los defectos de la traducción son los defectos del propio Joyce (que no deja de entregar momentos excepcionales). Buena parte del problema no lo tiene el traductor argentino más reciente; lo tendría cualquier otro traductor, en cualquier lengua. De los gigantes –Kafka, Proust, Faulkner– Joyce será siempre el menos asible; sobre todo, claro está, en Finnegans Wake. Es un libro que no se conoce nunca cabalmente, y quien crea o afirme lo contrario incurre en un acto de vanidad o autoengaño por lo menos notorios.

Observé que el criterio general del traductor parecía señalar en esa dirección, la de traducir también el título; no que yo tomaría esa decisión de estar en la fastidiosa silla de traductor del FW. Vale aclarar que el hecho de que el título no lleve una comilla o apóstrofo no imposibilita que se lo titule El velatorio de Finnegan, ya que este es el apellido del personaje Tim Finnegan en la primera línea de la canción que inspiró el título del libro. Ya que estamos en este punto: insisto en la musicalidad del original –que tampoco es constante ni absoluta– y en su imposibilidad de ser trasplantada. (No descartaría, de paso, que el libro haya sido una larga y elíptica revancha, la del aspirante a tenor Joyce por no haber podido tomar clases de canto de joven por falta de dinero.) Temo que Finnegans Wake no se puede gozar ni en un mínimo grado –el único que está en condiciones de prometer– si no se posee no sólo un sólido conocimiento del inglés, sino también una porosa recepción auditiva en esta lengua. Es este un requisito –propio de un libro mágico– que no garantiza ni siquiera la condición de hablante nativo. Es probable que haya habido una sola persona capaz de reunir estas condiciones: el autor. Algo advertía Joyce cuando rogaba la aparición de “un lector ideal que padezca de un insomnio ideal”. A propósito, si el traductor desconoce que el FW “sucede” de noche y desconoce algunos pliegues biográficos de James Joyce –amén de más de una alusión en FW a Lucia Joyce y a la locura de Shem, alter ego del autor–, no queda otra alternativa que lamentarlo.

Pero vamos a la cuestión que tanto lo desvela al autor de esta versión del FW: la incorporación de nombres locales y actuales (políticos, celebridades, etc). Verifiqué los nombres que me proporcionó donde los señaló, los encontré, y le agradezco que me haya procurado un atajo. No tenía ni tiempo ni ganas de rastrear 600 páginas tras las chanzas escondiditas de un bromista de ocasión. Se puede discutir mil años cómo traducir una palabra u otra. Lo que resulta inaceptable es que el traductor parezca haber querido nacionalizar la obra de Joyce incorporando referencias onomásticas del todo ajenas al libro y, más curioso, que se ufane de ello. Y que se ufane, ya en el colmo de la autoincriminación vestida de viveza, de haber pretendido engañar a un reseñista, como bien dice, apresurado. Calculó acertadamente: era demasiado improbable que lo descubrieran. ¿Por eso sentirá la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos? Nadie lee el Finnegans entero. Ya lo vaticina el mismo traductor cuando afirma: “pensamos que no habría ninguna persona que pudiera tomarse el tiempo necesario para leer a fondo la obra”. (Confieso que no dejo de tener curiosidad por saber qué clase de lector un traductor de FW imagina para el libro.) A continuación da por sentado que ese prólogo que no existió habría tenido, en consecuencia, “un montón de palabras huecas decoradas por una firma prestigiosa”. Hace rato que no oía el disparo de una escopeta de kermesse, con balas de corcho, y tengo la sensación de que en lugar de patitos en fila le apunta a fantasmas de su propia creación. Por la recelosa firmeza de sus formulaciones, cabe preguntarse, entre otras cosas, por qué no escribió una introducción él mismo, por qué no buscó iluminar al lector desprevenido, así fuera mínimamente, acerca del tenor de la aventura en la que se estaría embarcando.

Creo que le dediqué un espacio considerable a la versión del Ulises de este mismo traductor –en colaboración con Edgardo Russo– en la revista virtual Otra Parte (p://revistaotraparte.com/semanal/discusion/los-traductores-del-ulises-y-la-traicion/), y la elogié con algunas observaciones, como hice y hago en este caso. No recuerdo que en aquella ocasión la ofensa y la ofensiva del traductor rozaran el exabrupto; ni siquiera, a Dios gracias, existieron. Hacia el final de la nota de Clarín citada, mi palabra “heroico” por lo visto al traductor no le dice nada. (Y la palabra “inútil”, como quedó dicho, responde más bien a la naturaleza del libro entre manos.) Tratándose de una obra de semejante complejidad nadie le iba a exigir excelencias incumplibles, pero sí al menos que tradujera las palabras más simples y que no despistara con chistes adicionales a los originales. Pareciera que el traductor buscó problemas adonde no existían –en un libro que le presentó un generoso repertorio de inconvenientes–, aunque esto mismo, desde ya, no es razón para descalificar la empresa en su totalidad.

Me pregunto si lo que le faltó al traductor no fue un editor. Un editor como lo era Edgardo Russo, tan maniático como sensato, y creo adivinar –por las ocasiones en que hablé con Russo de Joyce, antes y después de declinar su invitación a prologar el Ulises– que muchas de estas cuestiones se hubieran evitado con su intervención. Lo mismo corre para la ausencia de prólogo o posfacio y notas. A casi nadie puede resultarle extraño que la misma editorial que publicó Ulises con variados prólogos, notas, etc, se abstenga de hacer algo similar con un libro diez veces más complejo. No obstante, esta edición de Finnegans Wake, valiosa en más de un aspecto, demuestra la voluntad de su editorial argentina de seguir fiel a una idea de la literatura que asume riesgos –ahí está su catálogo para quien quiera verificarlo–, contra todos los obstáculos que se le presenten, dentro y fuera de un libro, incluso contra obstáculos planteados por la mente excesivamente brillante y ambiciosa de un autor incomparable.

2 comentarios:

  1. Diría que yo estoy traduciendo a Joyce, diría que "Finnegans Wake"; diría que mi propuesta castellaniza todas las palabras "extranjeras", veladas en simbiosis o "portafolios", que el texto original ofrece; diría, como Joyce, que todas las palabras tienen explicación & que el texto es cosecutivo y está interrelacionado: diría que cuenta algo. Mucho. De muchas maneras y de forma simultánea. Diría que es tan seminal como "Ulises", al introducir un proto-hipertexto en una prosa "secuenciada".

    También diría que el trabajo de edición es excepcional, titánico; diría que la versión de Zabaloy SÍ es el FW al que puede acceder un lector medio en lengua inglesa, y que esa fue la intención de Marcelo desde el primer momento, en 2009; diría que esta traducción ocupa desde ahora un sitio respetable en la historia de las traslaciones de FW a cualquier lengua, por completa, valerosa, valiosa y entregada: exigente consigo misma; diría que Joyce alentaba la "apropiación" de esta novela al contexto de cada lector, como lo demostró al "convertir" sus alusiones irlandesas al contexto de Francia e Itañia, cunado colaboró en la respectiva traducción de algunos fragmentos.

    En el ejemplo citado del primer párrafo, diría que la decisión de Zabaloy fue respetar el juego joyceano de presentar las iniciales del protagonista (HCE) en su primera mención, lo cual es un referente constante en toda la novela; y así, y todo.

    Finalmente, diría que la elección del reseñista no fue la más adecuada, considerando la premura y el desconocimiento de los retos que este trabajo en particular enfrentaba, para justipreciar los alcances de este tomo, monumental en todos los sentidos.

    Pueden cotejar avances de la otra traducción latinoamericana en FW en:

    http://esteladefinnegan.blogspot.mx/

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  2. Para sumar al FW en castellano y apoyar los medios alternativos de promoción & edición, alentando una lectura anotada de este texto clave de los siglos XX y XXI:

    Desde 2005 estoy realizando la traducción anotada de "Finnegans Wake", la última novela de James Joyce, prácticamente inédita en cualquier idioma (incluyendo el inglés), en lo que puede considerarse un “centauro” entre la narrativa y el ensayo.

    El primer capítulo, por ejemplo, incorpora en mi versión 1,037 notas que refieren a alrededor de 7,000 referencias que no están explícitas para el lector común, por tratarse de canciones, alusiones históricas, literarias, mitológicas, bíblicas, coránicas, etcétera. Ofrezco por este medio participar en la Edición Príncipe de ESTE CAPÍTULO ENTERO, con el tratamiento que le he dado, lo que lo hace ASOLUTAMENTE LEGIBLE en español, pues he castellanizado todas las variaciones idiomáticas provenientes de alrededor de 60 lenguas, nativas o artificiales (francés, alemán, italiano, sueco, danés, noruego, volapuk, etcétera).

    Esta labor ya ha sido reconocida por creadores de la talla de José Emilio Pacheco (+), Juan Villoro, Patricio Pron y Enrique Vila-Matas, quien utilizó material mío para una de sus columnas en El País (2009), y que ahora tiene una liga destacada a mi blog desde el suyo.

    Por esa razón, planeo que se publique un avance de lo que tengo terminado en un libro de pasta dura, con aproximadamente 150 páginas que cubren el primer capítulo íntegro. Para ello inscribí este proyecto en una iniciativa por Internet llamada Fondeadora, que ayuda a que todas las personas interesadas alrededor del mundo apoyen propuestas culturales y productivas de Latinoamérica.

    Hay oportunidades de fondear de manera individual, grupal & como patrocinio empresarial o institucional.

    Para Sudamérica, por fondear con $800 (44 dólares, aproximadamente), se recibirán dos libros + mi novela Carne de Cañón + ¡dos menciones (nombres) en los Agradecimientos! + Envío sin costo por correo ordinario con registro. Utiliza PayPal para transacciones en tu país e internacionales ¡a cualquier sitio! Sólo te registras una sola vez ¡y listo!

    Por fondear con $1,800 (98 dólares, aproximadamente): cinco libros + mi novela Carne de Cañón + ¡cinco menciones (nombres) en los Agradecimientos! + Envío sin costo por correo ordinario con registro. Utiliza PayPal para transacciones en tu país e internacionales ¡a cualquier sitio! Sólo te registras una sola vez ¡y listo!

    Cualquier otra alternativa será convenida entre el fondeador y el creador, en comunicación escrita ex profeso.

    La liga para fondear es…

    https://fondeadora.mx/projects/edicion-principe-de-finnegans-wake-en-espanol


    Se pueden cotejar avances en:

    http://esteladefinnegan.blogspot.mx/

    Saludos desde México.

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