viernes, 4 de agosto de 2017

Un problema con el que hay que lidiar (III)

Tercera entrega de las reflexiones de Alejandro González sobre el problema de voseo en la traducción. La siguiente columna fue publicada en El Trujamán el 28 de junio pasado.

Sobre el voseo en traducción (III)

El uso del voseo en la literatura argentina estuvo ligado, claro, a la conformación de una identidad lingüística y literaria. Como señaló Ernesto Sábato en El escritor y sus fantasmas (1964):

El joven escritor de Buenos Aires se encuentra, apenas comienza a escribir, con un gran problema vinculado a todo esto que acabo de examinar; algo mucho más importante que el mero problema de nuestra propia modalidad lexicográfica (tema que ni siquiera merece ser discutido): el problema del voseo. El voseo está hecho sangre y carne en nuestro pueblo, y no sólo en las capas inferiores de la sociedad […], sino en la casi totalidad de nuestro pueblo. ¿Cómo no emplearlo en nuestras novelas o en nuestro teatro? El autor de ficciones no debe sacrificar jamás la verdad profunda de su circunstancia, y el lenguaje que debe emplear es el lenguaje en que su gente ha nacido, ha sufrido, ha gritado en momentos de desesperación o de muerte, ha dicho las palabras supremas de amistad o de amor, ha mezclado con sus risas o sus lágrimas, con sus desventuras y sus esperanzas.

En traducción, sin embargo, y por lo que uno colige cuando conversa con editores, el no uso de este pronombre personal está naturalizado; una minoría, no obstante, lo problematiza y lo siente como una concesión, como un sacrificio impuesto por las reglas del mercado y la costumbre. Hay unos pocos, por cierto, que sí emprenden traducciones voseantes.

¿Es una pérdida o una ganancia que los argentinos leamos traducciones con «tú»?

Si de lo que se trata es de afirmar el «ser nacional», el «tú» debería ser visto como una sumisión a formas ajenas, como un lastre dictado por una tradición de la que convendría deshacerse.

Si, como decíamos en el anterior trujamán, al arte le pedimos fidelidad a lo «real», entonces el «vos» debería ser la forma escogida, ya que «así es como hablamos» y el «tú» suena artificial y afectado en la comunicación cotidiana.

Ahora bien, el problema es que esa «realidad» excede los intercambios cotidianos o, para decirlo con más pompa, está constituida por «juegos de lenguaje» (Wittgenstein). En esa realidad en la que vive el lector argentino, los personajes de novelas europeas se tratan de «tú», no de «vos», y esa es la expectativa cuando se lee un libro o se mira una película. Aquí lo «inverosímil» queda invertido: lo normal/real es la convención del arte y no el habla de la calle. Vale decir, el argentino que se encuentra con una novia una hora antes del comienzo de una película hablará con ella, por supuesto, de «vos»; mirarán juntos una película con «tú» y luego la comentarán hablando entre ellos de «vos». Es un continuum de realidad, de juegos de lenguaje; lo disruptivo sería que la novia lo tratara de «tú» o que Schwarzenegger dijera: «¡Eh, vos, vení acá!». Por tanto, la realidad lingüística de los argentinos incluye dos pronombres para la segunda persona del singular allí donde la mayoría de los hispanohablantes cuenta con uno. Por caso: para el lector español o venezolano, Raskólnikov y Sonia Marmeládova hablan entre sí como lo harían dos compatriotas, con un muy natural «tú»; para los argentinos, hablan en una lengua «otra», ficcional, literaria. Podría pensarse que el «tú», en nuestras tierras, contribuye a acentuar el efecto de extrañamiento propio del buen arte.

Llegados aquí, esta especificidad de la lengua de traducción —que no de la literaria— nos permitiría plantear una pregunta de mayor calado: ¿es cierto que Argentina es un país estrictamente voseante? ¿El uso pasivo del «tú» en literatura y cine no vendría a socavar esa idea?

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