martes, 19 de septiembre de 2017

La poesía de Pedro Mairal traducida al francés

Publicada en En attendant Nadeau, la siguiente reseña a Supermarket Spring, volumen traducido al francés por Julia Azaretto, lleva la firma del traductor francés Paul Lequesne y se ofrece, en traducción de la española María José Furió/LIU, como complemento de la entrevista subida en el día de ayer.

Traducir a Pedro Mairal

Pedro Mairal, mascarón de proa de la nueva ola literaria argentina, es también uno de los representantes más singulares de la poesía sudamericana contemporánea, que maneja con igual acierto el humor, la desesperación y el endecasílabo, como demuestra su recopilación Supermarket Spring, publicado el pasado marzo por L’atelier du tilde.

Se trata de un precioso libro, la cubierta –papel gris beige, de grano rayado, tinta naranja— muestra una composición de inspiración curiosamente constructivista, como un cartel o el rótulo de una tienda, que reúne en un bloque vacilante una puntualización útil: «poesía argentina contemporánea», el nombre del autor: Pedro Mairal, el título: Supermarket Spring, y una particularidad del libro: edición bilingüe.

El nombre de la traductora figura en la cubierta trasera, en caracteres minúsculos: «Julia Azaretto». La primera solapa ofrece, afortunadamente, más información sobre ella. Así averiguamos que también es argentina y que traduce tanto al español como al francés. Basta con hojear la obra para constatar que es doble –la versión francesa y la versión española están separadas por una hoja de color naranja sin numerar.

Pedro Mairal, que cuenta 47 años en la actualidad, no puede ser calificado de «joven escritor» como hace el editor en la misma solapa. Propulsado en 1998 a la escena literaria argentina por su primera novela, Una noche con Sabrina Love, laureado con la primera edición del premio Clarín, cuyo jurado contaba entre sus miembros a leyendas de la literatura sudamericana como Adolfo Bioy Casares, Guillermo Cabrera Infante y Augusto Roa Bastos, hoy es un autor célebre, traducido a once idiomas –desde el inglés al yoruba--, autor de una obra coherente, que abarca diversos géneros como la novela, la poesía y el periodismo, y que ha cosechado con cada título un éxito de librería.

Bloguero sumamente activo, coautor junto con el dibujante Juan Sáenz Valiente de una sorprendente serie de televisión, Impreso en Argentina, donde cada episodio, construido como una ficción, describe y analiza una obra fundamental de la literatura hispanohablante so pretexto de adaptarla al cómic, Pedro Mairal, como subraya Julia Azaretto en su ejemplar introducción, juega con los géneros, con las palabras y las situaciones con una facilidad desconcertante, para construir lo que a fin de cuentas son historias trágicas teñidas de un humor devastador, y cuentos fantásticos de tonos singularmente premonitorios.

Las cuatro novelas de Pedro Mairal publicadas a día de hoy (en Francia por las editoriales Rivages, y Buchet-Castel la última de ellas) parecen responderse unas a otras: a la inundación inaugural de Una noche con Sabrina Love y su cruel retrato de una Argentina arruinada por la crisis económica suceden en primer lugar el desierto invasor de La intemperie, que, con unos años de antelación a la instauración del Estado Islámico, relata la inexorable regresión del mundo civilizado hasta la más atroz barbarie; luego el río de Salvatierra, objeto de un fresco inmenso, puzzle en sesenta cuadros y una pieza ausente, río que el protagonista de La Uruguaya se arriesga a cruzar en busca de un amor imposible y de una importante suma de dinero que debería permitirle saldar sus deudas y escribir un nuevo libro.

El río y los sesenta cuadros reaparecen en un quinto libro del autor, de un género algo diferente ya que se trata de una novela en sesenta sonetos, y otras tantas ilustraciones maravillosas: El gran Surubí. Este libro, al contrario de los otros, no tiene final feliz.

Las novelas de Pedro Mairal son novelas de formación en un mundo en deformación. Novelas de formación en diferentes épocas de la vida, desde la adolescencia a la vejez, de la búsqueda de sí mismo a través de universos en vía de descomposición avanzada. Sus héroes salen vivos pero no indemnes. El Daniel de Sabrina Love recibe una paliza, la heroína de La intemperie pierde una pierna, aunque el destino más doloroso es sin duda el del novelista de La uruguaya, víctima de una castración, ciertamente simbólica pero infinitamente dolorosa, bajo la mirada de la joven de la que está enamorado. 

El autor disfruta de este desmenuzamiento del mundo. Una noche con Sabrina Love arranca con un ejercicio de estilo en forma de zapping discursivo; La intemperie lo hace con una descripción minuciosa de la confección de una trenza. De manera que sus historias parecen siempre como la paciencia cosechando fragmentos desperdigados, una cosecha durante la cual los personajes se componen o recomponen, mejor o peor, teniendo como arma esencial el lenguaje.

La presencia del río, de la frontera, bien se extienda o se desvanezca, es esencial: «La narrativa es como una cancha de fútbol sin límite. Y la clave es siempre encontrar ese borde, el límite que marque lo que entra y lo que no».

Si El gran Surubí no tiene final feliz es porque su acción se desarrolla sobre el propio río, sobre la frontera donde todo, forzosamente, resulta difuso. También porque escapa al género novelesco para adentrarse en el campo poético, y porque la poesía de Pedro Mairal no pretende recomponer la realidad sino tal vez, sencillamente, dar cuenta de ella.

Fue por la puerta de la poesía como el escritor entró en la literatura, después de pasar por el taller de escritura de Félix della Paolera, amigo de Borges, poeta, traductor y periodista, al que presenta como «su maestro y su gurú». Este prologaba en 1996 su primera colección, Tigre como los pájaros, con estas palabras: «Basta con leer estos poemas que, sin necesidad de guías ni mediadores, evidencian: una lírica original; confianza en el ritmo como esencia de la versificación; desdén por la solemnidad y la tendencia al patetismo; celebración, a veces lúdica, de la vida, del amor, del diurno ensueño rural y de la ensimismada soledad del hombre urbano».

Desde entonces Pedro Mairal no ha dejado de cruzar esta puerta en ambos sentidos. Primero, en 1998, después del éxito inesperado de su primera novela: «Es verdad, ya no era un pendejo, tenía 28 años, pero estaba muy crudo para todo eso. Fue tal el nivel de exposición que me refugié en la poesía, y después muy de a poco volví a los cuentos» – y el resultado de este retiro fue la publicación en 2003 de Supermarket Spring (Consumidor final, el título original de la recopilación en español). Siguieron tres libros extraordinarios: Pornosonetos, publicados con el pseudónimo de Ramón Paz, y El gran Surubí, como si el autor después de cada éxito en novela necesitase volver a su primer amor.

Después del desmenuzamiento, de la dispersión en medio de los cuales se construyen sus historias, la poesía parece entonces para Pedro Mairal una cuestión de recentramiento, de recogimiento, de concentración. La forma exigente del soneto a la que recurre de manera casi exclusiva en los últimos años, obedeciendo a una métrica implacable (el endecasílabo, o sobre todo el pentámetro más clásico, heredado de la Edad de Oro y más concretamente de Quevedo), sería para él la manera de reordenar y de consolidar el universo que de otro lado disfruta dinamitando, la manera de acotar el campo infinito de la narración. «Los sonetos me pusieron un borde, me permitieron no tener que explicarlo todo», dice.

A primera vista, no parece que Supermarket Spring obedezca al mismo rigor formal. Pero es porque los poemas que lo componen son el espejo de una realidad extraordinariamente agitada: la de la crisis que sacudió Argentina a principios de este siglo y cuyas consecuencias el país continúa padeciendo. «Vivimos en un surrealismo violento que solo la poesía puede digerir», decía entonces el autor.

El libro reúne dos recopilaciones de importancia equivalente, escritas en fechas diferentes: Todos los días (1997-1999) y Consumidor final (2000-2002).

Como reubicación, el poema que abre la recopilación se coloca ahí: «Los ojos reencontrados/ al fondo de la taza, / los bolsillos, / los platos, la vergüenza». Está dedicado al despertar de la «gente llena de sueño, de silencio,/ con miedo a despertar la historia mal dormida, / gente usando el idioma como un cuchillo oscuro, / un cuchillo gastado, pelando una manzana». Es el despertar del poeta, minúsculo y solo en la ciudad inmensa. Pero es también el primer momento de su activación progresiva.

Y esta idea incita a reconsiderar la portada del libro, los colores del cartel, cuyos diferentes bloques de texto podrían leerse en definitiva como el plano esquemático de una ciudad: cuatro barrios ordenados alrededor de una calle central: el título, extendido como una cinta, como un río.

Enseguida descubrimos que, de página en página, el autor parece redactar la crónica inestable de un amor frágil, con sus accidentes, sus rupturas, su reanudarse. De un encuentro en una biblioteca («Celos clásicos») a una especie de reconciliación muda (En las buenas) construida como un plano secuencia, lento trávelling sobre los relieves de una comida, un limón cortado, una rueda de bicicleta, un árbol, un fuego que se apaga, un gato con una mirada cargada de reproche.

Entre ambos habremos pasado por las crisis («Ella es así»: «la cosa es que ella llora con coraje, / con dientes, con espasmos, / ella vive llorando en las ventanas»), los trayectos por los suburbios («Ruta nacional»: «La gran velocidad / es una lentitud de balsa que se fuga / con música y tristeza.»), el tedio de la vida cotidiana («Preguntas a Piazzolla»: «¿Cómo alzar en el aire de un acorde / el peso de las seis pasadas ya,  / la fuga de la gente volviéndose a su casa? […] El libro de tu fuelle se abre lento / y se vuelve a cerrar / sin responderme»).

Todo ello entreverado de rayos de luz muy intensa y alegre, como en «Andante cantabile», gozosa celebración de los senos de las mujeres que termina con un alejandrino perfecto: «Verlas pasar, nomás, y deslumbrarse, / quedarse para siempre cantando en este mundo». No hay, sin embargo, nada intimista en esta historia. Constantemente, un simple gesto esbozado enseguida es sustituido en una red de correspondencias espaciales y temporales: cuando una mujer se inclina o se anuda un pañuelo alrededor de la cabeza, el gesto se convierte en una oración a un dios inmutable.

El libro prosigue ampliando esta relación entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande. «Al principio de la recopilación, escribe acertadamente Julia Azaretto en su presentación, la mirada del poeta se posa en su vida cotidiana, luego abre el foco hasta incluir el escenario de un país trastornado. La poesía desciende a la plaza pública

Y es verdad que la poesía está en la calle. Se muestra donde no se la espera, no es ni eslogan ni canción, sino en el corazón de la trivialidad cotidiana, en la mirada de un cliente fija en una pantalla de televisión por encima del mostrador de un banco. Desciende a la plaza pública, pero desciende también de la planta doce de un edificio, tomando el ascensor.

Desde el primer poema («Un durazno»), el tono está dado: un simple durazno comprado en el supermercado brinda al autor la oportunidad de describir en cincuenta versos el conjunto del sistema agrícola argentino, sistema mortífero que solo produce sueño: «y a pesar de la química, de la distancia muerta, […] / me encontré allá en el fondo de su sueño amarillo / con esa flor primera que perfumaba el viento

En «Fauna embalsamada» el poeta plantea explícitamente el problema: «¿esto es un poema?  / ¿estar a oscuras sin dormir/ puede ser un poema? / ¿si no hay nada […] /  puede haber un poema?». Y termina: «cambio sistema solar/  por dos palabras ciertas / que consigan decir toda mi sombra».

Y va de uno a otro sin cesar, del triste suceso a la contemplación del universo, del anónimo ciudadano a los animales misteriosos o gigantescos que aún habitan los mares, del niño por nacer, Jonás en el vientre materno, a las ballenas del Gran Sur. Al hilo de la lectura, sin embargo, el tono se hace más travieso, la lengua más familiar, y la constatación más homicida, desvelando al consumador por debajo del consumidor: «en el supermercado la cajera / con su uniforme rojo me pregunta  / ¿consumidor final? / yo contesto que sí / y pienso ese soy yo».

Terminamos la lectura de Supermarket Spring, y pese a todo el mismo libro queda por descubrir, esta vez en español, por poco que entendamos algo el idioma. La misma composición, texto en cursiva, como si no fuese más que cita, notas al final del libro confirmando y explicando la belleza de lo que acabamos de leer. Y por poco curioso y juguetón que sea el lector, aún le espera una tercera lectura: la de esta página de color naranja que separa los dos textos, y que el editor no ha logrado numerar.

No lo ha logrado porque era una página demasiado extensa, demasiado densa: representa todo el trabajo de traducción, encierra el misterio entero de cientos de horas de duda, de reflexión, de elecciones imposibles y de conteo inconsciente de sílabas. Entretenerse en esta página es intentar reconstruir el camino que va de un texto al otro: es esforzarse en medir la distancia, es aceptar plantearse preguntas para las que no necesariamente encontraremos respuesta.

Por una vez, es fácil calcular la distancia entre las versiones francesa y española: mide exactamente 46 páginas. Mide un libro entero. Porque no se traduce una recopilación de poemas igual que se traduce un poema, no se traduce un libro como se traduce una página. Nos quedaríamos sin aliento. Aunque, precisamente mirando con más atención, observamos un detalle que se le había escapado al ojo pero que se impone tan pronto empezamos a leer en voz alta, porque nos gustaría oír si el francés de la traductora suena como el español de Pedro Mairal: estos poemas se leen de un tirón, a menudo consisten en una sola frase, e incluso cuando hay un punto no está ahí para que la voz calle, sino más bien para que otra voz la interrumpa.

Los poemas de Supermarket Spring brotan naturalmente: como los senos de las mujeres que deslumbran al paseante, tienen la forma del agua. Este descubrimiento hidrológico permite franquear de una vez la página naranja y observar el extraordinario y minucioso trabajo de traducción que resume: comprender por qué, después de haber brotado a borbotones la frase se anima y toma un ritmo de cascada, convierte series de diez y luego once sílabas coléricas, testarudas, o erupción del alejandrino..

Porque Pedro Mairal, siempre en busca de nuevas formas, ha adoptado para esta recopilación la forma primigenia de la respiración.



Pedro Mairal, Supermarket Spring. Traducido del español (Argentina) por Julia Azaretto. Edición bilingüe. L’atelier du tilde, col. «Lolita Valdez», 110 págs., 16 €  

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