lunes, 11 de septiembre de 2017

"¿Y por qué no?"

Daniel Gigena es uno de los mejores periodistas culturales argentinos de la actualidad. En la siguiente columna, publicada en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 22 de agosto pasado, se hace una pregunta, acaso complementaria de la columna firmada por Guillermo Piro, publicada en este blog en el día de ayer.

¿Por qué leemos?

Cuando mi madre me preguntó una tarde por que leía tantas novelas no supe qué responderle. Estaba sentado arriba de la escalera, donde daba un poco de sol a esa hora de la siesta, mientras ella removía la tierra de un cantero. Como mi dormitorio era enorme, mandó construir una biblioteca muy funcional, con estantes de madera terciada pintados de blanco. Se podían hacer dos filas de libros por estante. Mi padre ya había muerto y quedaban las colecciones de libros que había comprado en su no tan larga vida. Policiales, biografías y novelas y volúmenes de cuentos en ediciones bien encuadernadas. Algunas tapas imitaban el color del cuero y otras tenían los títulos impresos en letras doradas o (en el caso de los policiales) letras negras sobre fondo rojo.

Esa pregunta volvió unos años después, mientras daba clases en una escuela secundaria de Villa Madero. "¿Pero por qué leemos esto?", preguntaban los chicos. "Esto" eran cuentos de Borges, de Cortázar, de Silvina Ocampo (mi preferida) y de Haroldo Conti. Muchos ya habían leído con la profesora titular relatos de Horacio Quiroga y de Manuel Mujica Lainez. Les daría clases hasta finales de ese año y tenía que convencerlos. ¿De qué? Ellos no sabían que antes de que nacieran ahí había quintas de portugueses y que por el lugar donde estaba el patio escolar corría el agua de las acequias.

Tenía preparada una respuesta para esa ocasión: "¿Y por qué no?". ¿Qué podíamos hacer si no leer los mejores cuentos y al menos tres buenas novelas de escritores argentinos? No por nada le habían puesto a la materia "Literatura argentina". Otros antes de nosotros se habían dedicado a imaginar mundos o posibilidades del mundo con elementos (eso hay que reconocerlo) de este propio mundo. Algunos incluso lo hacían mientras nosotros estábamos en una escuela del conurbano a las diez de la mañana.

Resultó más efectiva esa respuesta que una explicación histórica o didáctica, ¡que también tenía preparada! Ese par entraría de puntillas más tarde, a la hora de dar clases, preparar un cuestionario o detallar el plan de lecturas complementarias.

Leer literatura era no intentar ser útil por un rato, ni en un primer momento explicar nada ni levantar monumentos verbales sobre los autores (pocos de los que figuraban en el programa ministerial vivían en ese entonces). Las cuestiones prácticas durante la lectura quedaban reservadas para cuando, si no se entendía una palabra, teníamos que usar el diccionario. Les decía una frase que llegaba desde mi propia experiencia como alumno: "Consulten el diccionario si no entienden una palabra".

Reconozco que al principio me fastidiaban aunque, con el tiempo, empecé a agradecer las preguntas sobre el sentido que podía tener la lectura tanto como a desconfiar de las respuestas rimbombantes y elevadas sobre los propósitos. Leer una novela puede servir para amortiguar los efectos de un duelo o, como el caso ficticio de don Quijote, para convertirse en un héroe anacrónico. No sé si cada vez que leemos una novela nueva o un libro de cuentos que nos regalaron es para encontrar por fin la respuesta a esa pregunta que otros nos hicieron hace mucho y que nosotros no olvidamos.

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