viernes, 15 de diciembre de 2017

La traducción en Chile y sus traductores (V)

Quinta y última entrega de esta breve encuesta con traductores chilenos, a propósito de lo que traducen y la situación de la traducción en Chile. Se cierra con Enrique Winter (1982), poeta y traductor, magíster en escritura creativa por la Universidad de Nueva York y dirige el diplomado del área en la Universidad Católica de Valparaíso. Fue editor de Ediciones del Temple y abogado. Publicó los libros de poesía Atar las naves (Del Temple, Santiago, 2003; Manual, Rancagua y Valparaíso, 2009), Rascacielos (anticipo) (Ripio, Santiago, 2006), Rascacielos (Proyecto Literal, Ciudad de México, 2008; Funesiana, Buenos Aires, 2011), Skyscrapers (trad. Mary Ellen Stitt; Díaz Grey editores, Nueva York, 2013), Guía de despacho (Cuarto Propio, Santiago, 2010; Gigante, Paraná, 2014; Atarraya Cartonera, San Juan de Puerto Rico, 2015; Libros del Pez Espiral, Santiago, 2015), Primer movimiento (Sudaquia, Nueva York, 2013), Código civil (Ruido Blanco, Quito, 2014), Lengua de señas(Alquimia, Santiago, 2015), Sign Tongue (trad. David McLoghlin, Goodmorning Menagerie, Washington, 2015; Bokeh, Leiden, 2016), De ruidos para construcción y orquesta (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2016) y Oben das Meer Unten der Himmel (trad. Sarah Otter, Johanna Schwering y Léonce Lupette, Luxbooks, Fráncfort, 2016). En narrativa publicó Las bolsas de basura (Alquimia, Santiago, 2015). Editó poemas musicalizados junto a Gonzalo Planet bajo el título Agua en polvo (Cápsula Discos, Santiago, 2012). Entre sus traducciones se cuentan Decepciones de Philip Larkin, junto con Bruno Cuneo y Cristóbal Joannon (Universidad de Valparaíso, 2013), Blanco inmóvil de Charles Bernstein (Fondo de Animal, Guayaquil, 2013; Kriller71, Barcelona, 2014), Abuso de sustancias de Charles Bernstein (Alquimia, 2014) y Grandes éxitos de Charles Bernstein (Mantis, Guadalajara, 2014).

–¿Desde cuándo y por qué traducís?
–Desde la Navidad de 2004, cuando pedí de regalo una antología de poetas de habla inglesa en la que varias versiones me parecieron pobres. –De pura rabia me puse a corregirlas y con “This Be the Verse” y “High Windows” comencé ese verano, que estuve de intercambio en Berkeley, la traducción de Philip Larkin publicada nueve años después.

–¿Cómo elegís a los autores que vas a traducir?
–Suelo elegir poesía que haya cambiado las condiciones expresivas del género, a través de innovaciones formales que puedan aportar a nuestra tradición. Disfruto encontrar posibilidades para textos cuya primera función en el original no era necesariamente el sentido, como en el caso de Charles Bernstein. Aun así, debe apasionarme el universo creado por el autor. Traduzco si me encanta el original y, a la vez, siento que es indispensable que exista en castellano, salvo las sanas excepciones cuando algún amigo me pide un favor. Al final todo se mezcla, como en la muestra de poetas birmanos que publiqué hace unos meses. Este año fue particular, porque traduje sólo libros por encargo. De la Universidad de Valparaíso recurrieron a mí para que coordinara la primera traducción chilena de Emily Dickinson, que afinamos estos días con Verónica Zondek y Rodrigo Olavarría, mientras que de Libros de Mentira me preguntaron si estaba dispuesto a traducir a Gilbert Keith Chesterton, lo que acepté gustoso. Me alegró que se tratara de clásicos cuyos procedimientos he estudiado, sin que en castellano me pareciera que se les hubiese hecho suficiente justicia. Es increíble que la madre de la poesía estadounidense no tenga una sola traducción que le respete las mayúsculas, los guiones y el sentido, prestándole alguna atención a la tonada métrica y rimada que vuelve árida y graciosa a la vez su densidad conceptual y espiritual. Presentaremos la antología a comienzos del próximo año. Los cuentos del británico los lanzaremos el sábado que viene en Valparaíso. Tres paradojas se llama el libro.

–¿Qué relación hay entre lo que traducís y tu propia tarea como poeta?
–Cada vez que traduzco siento que esta es la forma más profunda de leer, como si no hubiera leído de veras la literatura que no traduje. Es mi escritura la que expone al autor traducido en castellano y mis propios poemas son, por así decirlo, traducciones de mi experiencia en el mundo. Es inevitable, y ni siquiera intento oponerme, que aquello que traduzco impregne lo que escribo. Es un aprendizaje constante de formas distintas de decir que enriquecen mi caja de herramientas, sobre todo en un aspecto musical, el primero que suele abandonar la traducción y que para mí es el centro. Trato de pensar como los autores que traduzco, de ser ellos por un rato, y para entrar en ese trance es que trabajo sus textos por días completos y seguidos. Luego puedo pasar un año sin traducir un verso.

–¿Cuál es el panorama actual de la traducción literaria en Chile?
–Uno aún precario, de nicho, y también el mejor en décadas. Hubo prácticamente un vacío de treinta años entre generaciones de traductores y hoy nos encontramos en proyectos comunes que coinciden con un incipiente interés de los lectores hacia otras tradiciones. Hay cada vez más escritores que dominan idiomas, mayoritariamente el inglés, y menos prejuicios sobre cómo puede ser la literatura o quién está autorizado para hacerla. Autores más jóvenes suben desde cualquier provincia y de inmediato a internet sus versiones de poemas que van descubriendo.

––¿En qué medida la industria editorial chilena se hace cargo de los traductores chilenos?
–La respuesta hace unos años habría sido un rotundo “en ninguna medida”, pero la sola mención de las dos editoriales que pagaron los encargos de este año o de Overol, que lo hará en 2018 para mi traducción de Susan Howe —una poeta extraordinaria, cuyo trabajo me pidieron al leer una muestra que hice para Eterna Cadencia, da cuenta de su responsabilidad activa en el crecimiento de la escena. Esto se debe, en parte, a los fondos para traducción del Consejo del Libro y la Lectura, que es estatal y también financia traducciones de autores chilenos en el extranjero. Por concurso apoyaron Puste Spacie, la antología de mi poesía en polaco, por ejemplo. Y también traducimos críticamente estéticas actuales en revistas sin recursos, dentro de un espíritu colaborativo que renueva lo que puede leerse en el país.

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