viernes, 25 de mayo de 2018

"La traducción de una emoción más que la traducción literal de las palabras"

Publicado en Letra Global, el siguiente artículo del poeta y traductor español  Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) se ocupa de El poema extranjero una colección de poemas traducidos por su compatriota Juan Peña (Paradas, 1961) para la editorial La Isla de Siltolá, obra que ve en sintonía con la de Jordi Doce, comentada en este mismo blog ayer

La traducción de una emoción

Juan Peña
Para ser un pueblo no particularmente grande, Paradas (Sevilla) puede presumir de tener entre sus hijos a dos poetas de fuste: el primero es Javier Salvago; el segundo, (en edad), Juan Peña. Nació este en 1961, y es conocido sobre todo por sus letras flamencas, pero tiene en realidad una obra amplia y polifacética a sus espaldas. En La misma monotonía (2013) reunió una antología de sus versos. Luego ha publicado Destilaciones (2016). Ahora, en la colección Nuevas Traducciones de editorial La Isla de Siltolá, ofrece El poema extranjero, una colección de versiones a partir de poemas en alemán, inglés, francés e italiano. Hace así, ampliando el número de lenguas pero con una muestra mucho más breve, algo parecido a lo realizado por Jordi Doce que quedó comentado aquí no hace mucho.

La citada colección de Siltolá la integraban de momento solo dos volúmenes de Hilario BarreroLengua de madera y A quien pueda interesar. Peña traduce aquí a HölderlinKeatsLeopardi, Baudelaire, Yeats, Kipling, Rilke y Dylan Thomas. Los poemas traducidos son, respectivamente, "A las Parcas"; un fragmento de Endymión, las justamente célebres odas a un ruiseñor y a una urna griega, y "Brillante estrella"; "El infinito" y "A Silvia"; "Correspondencias"; "Innisfree, la isla del lago", "Un aviador irlandés prevé su muerte", "Lo que he vivido" y "El viaje a Bizancio"; "Si"; "Torso de Apolo arcaico"; y, finalmente, "Y la muerte no tendrá dominio". La edición es bilingüe, lo que es casi atrevimiento teniendo en cuenta lo mucho que se apartan a veces las traducciones de los originales

En la Nota del autor, Peña advierte: “En ocasiones, sin premeditación, se me ha impuesto la traducción de una emoción más que la traducción literal de las palabras que crearon esa emoción. De ahí que mis errores se deberán no sólo a mi impericia filológica, sino a que yo, como lector, acaso haya leído una emoción equivocada en un poema extranjero.” Lo cierto es que multiplica a veces el número de versos, añade alguna estrofa, rompe las medidas, estira un soneto.

Sorprende que elija prolongar los endecasílabos de "El infinito", el estremecedor poema leopardiano, cuando tan fácil es emplear ese molde también en español. Cierto que muchos lo han hecho así antes, y que quizá para distinguirse Peña haya optado por esta escansión más libre, a menudo alejandrina. Mucho más ceñido, "A Silvia" tiene la melodía exacta y traidora capaz de llenar de lágrimas los ojos: “¿Aún recuerdas, Silvia, aquel tiempo / de tu vida mortal, / cuando ardía en tus ojos la belleza / de una mirada tímida y risueña, / y alegre y pensativa / iniciabas la breve juventud?”

En "Un aviador irlandés prevé su muerte", este título que tomó prestado Justo Navarro, adopta una solución plausible en un pasaje que incomoda a los traductores, ese waste of breath aplicado a los años transcurridos y a los venideros, que no tiene fácil correspondencia y que en todas las traducciones que conozco me resulta insatisfactorio. Peña vierte: “en los años vividos, inútiles, vacíos, / en los años que aún habría de vivir, / inútiles, vacíos.” Por su parte, el And death shall have no dominion de Thomas se convierte en el algo simple “No vencerá la muerte”, aunque se respeta el título literal de Y la muerte no tendrá dominio

A poco que se hurgue se apreciarán las disparidades, pero también no pocos aciertos. Así, el sylvan historian de Keats se convierte en “inmutable rapsoda”. Lo importante es que los poemas traducidos en este libro se pueden leer de manera autónoma, con olvido de que sean traducciones. El soneto de Rilke es un buen ejemplo de ello. Su primer cuarteto es ya da una musicalidad elegante y evocadora que, de haber escrito en español el poeta praguense de lengua alemana, ya habría querido para sí: “No vemos la cabeza mitológica / con ojos que brillaron como gruta madura. / Pero su torso fulge con un fuego / que ha llegado hasta aquí, intacto y mutilado”.

Dije antes que Peña es autor de letras flamencas. Esto me hace recordar que hace poco se celebró en la Residencia de Estudiantes un homenaje a Federico García Lorca con motivo del 120 aniversario de su nacimiento, en el que se prodigó la música, incluida la de la becqueriana arpa, y se leyeron traducciones del poeta granadino al inglés y al irlandés. Theo Dorgan recitó sus versiones gaélicas, que es un idioma que viene muy bien al estro popular de Lorca, poeta que ha sido muchas veces traducido por sus colegas irlandeses. Son especialmente atinadas las versiones que hizo Michael Hartnett en Gypsy Ballads a partir del Romancero gitano. En la tierra de Yeats, Lorca es muy apreciado, y no es raro al hojear los volúmenes de la sección de poesía de Hodges Figgis, la librería dublinesa citada en Ulises, hallar citas y versiones de nuestro compatriota.

Traducir poesía no es solo atenerse a las palabras, a la métrica. Como bien observa Juan Peña en su preámbulo, tiene mucho que ver con las emociones. Estas podrán mudar de palabras, pero pueden ser equivalentes, un idéntico escalofrío. Al final, la poesía es eso: expresar lo inefable.


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