miércoles, 11 de julio de 2018

Tercero en la lista de ministros de Cultura de la ciudad de Buenos Aires de este gobierno, a Avogadro lo blindan con notables, a ver si ahora sí

De saco celeste, l ministro de cultura porteño Enrique Avogadro
y la torta con forma de Cristo

Una de las novedades de la semana pasada fue, finalmente, la constitución de un Consejo Cultural, convocado por el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, para que, en muy diversos campos, asesore sobre diferentes temas. Lo componen Ana WortmanGonzalo Aguilar y Diego Golombek (por la actividad académica); Adriana Rosenberg, Eduardo Costantini, Victoria Noorthoorn, Orly Benzacar, Nicola Costantino y Julia Converti (por las artes visuales), Juan José Campanella, Lucrecia Martel, Mariano Cohn y Gastón Duprat (por el cine y la producción audiovisual); Adhemar Bianchi y Ricardo Talento, Andy Ovsejevich, Lisa Kerner y Graciela Casabé (por la gestión cultural); Cecilia PavónLuis ChitarroniEsteban Feune de Colombi y Gabriela Adamo (por la literatura y crítica cultural), Andrea Servera (por la danza), Diana Glusberg, Miguel Galperín y Santiago Vázquez (por la música) y Elisabetta Riva, Claudio Tolcachir, Carlos Rottemberg y Maricel Álvarez (por el teatro y la producción teatral). Se trata de un grupo ecléctico en el que hay un poco de todo, más allá de lo que cada uno vaya a pensar sobre cada uno  de los participantes en particular. Ahora bien, de acuerdo con el artículo que se lee a continuación, publicado con firma de Patricia Kolesnicov, en el diario Clarín, del 4 de julio pasado, su función iría más allá del exclusivo asesoramiento en materias culturales e incluiría, entre otras cosas, apuntalar la alicaída figura de Enrique Avogadro, actual Ministro de Cultura porteñó.

En su momento eyectado por Pablo Avelluto del Ministerio de Cultura de la Nación (acaso por hacerle sombra cuando era secretario de Cultura y Creatividad), Avogadro aterrizó en su actual puesto luego de que el músico Ángel Mahler (nacido Ángel Pitito, y no es broma) fuera, a su vez eyectado de un cargo que, dada la carencia de antecedentes y lo risible de su obra, en sus manos parecía un chiste de mal gusto. Recuérdese que Mahler, a su vez ocupó el puesto que el eyectado Darío Lopérfido había dejado vacante para dedicarse a pleno a la dirección del Teatro Colón (que durante su gestión empezó a ser utilizado para fiestas privadas, reuniones de ejecutivos y filmaciones de videoclips de artistas populares de dudosa calidad), luego de haber declarado, sin que mediara ninguna razón urgente para hacerlo, que en la Argentina no había habido 30.000 desaparecidos, sino muchos menos.  

Tecnócrata, Avogadro es licenciado en Estudios Internacionales, especialista en economía creativa con experiencia en el desarrollo de políticas de promoción de la cultura emprendedora y de las industrias creativas y vaya uno a saber cuántas cosas más de esas que les gustan enumerar a los palurdos salidos de universidades privadas. Todos esos saberes, sin embargo, no lo preservaron de irritar a la iglesia y de motivar un incómodo pedido de disculpas público de Horacio Rodríguez Larreta, actual  jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, de quien depende Avogadro, cuando, invitado a una exposición, el joven ministro decidió probar una porción de torta sacada de una ¿escultura? con la forma de Cristo crucificado, creando el consabido escándalo entre la comunidad de chupacirios. Con lo que volvemos al principio de esta entrada: alguien, si no el ministro mismo, pensó que ya era hora de crear algún ruido “positivo alrededor de esta gestión tan golpeada para “relanzarla”, aunque la explicación oficial sea otra, claro, y no se sepa a ciencia cierta hacia dónde va a ser lanzada esta vez.

Un refrigerante para el ministerio de cultura porteño

Una vez alquilé un auto que tenía calefacción en el asiento. Espléndido, pero si no la hubiera podido apagar, al rato hubiera tenido que bajarme. A eso recuerda, a veces, la silla del ministro de Cultura porteño, por lo menos desde que asumió Horacio Rodríguez Larreta, en diciembre de 2015.

Darío Lopérfido
Al comienzo de la gestión el designado fue Darío Lopérfido, quien dejó el cargo siete meses después: en enero había dicho que “en la Argentina no hubo 30.000 desaparecidos”. Rodríguez Larreta lo sostuvo, pero el asunto no tuvo retorno.

Ángel Mahler
En su lugar nombraron a Ángel Mahler: un misterio. Músico de la calle Corrientes, Mahler tenía poco que ver con la gestión cultural. En este diario, Matilde Sánchez contó que, además, contrató a la empresa de sonido e iluminación de su hermano Osvaldo. Y algún director de museo dejó saber que se cedían gratuitamente sus jardines para hacer fotos de revistas de moda. Con todo –¿qué tan importante es la cultura en realidad?– se mantuvo: duró un año y medio.

Enrique Avogadro
Y llegó Enrique Avogadro. Con mucho apoyo de parte del “mundo cultural”: un joven que había mostrado ideas en su paso por el gobierno porteño desde 2001 y que venía de ser uno de los viceministros de Cultura a nivel nacional. Moderno y con un discurso orientado a tender “puentes” entre la gestión pública y los “productores culturales independientes”, en Nación le habían criticado la insistencia en las pequeñas manifestaciones contemporáneas y la desatención de los grandes organismos y “las tejedoras del NOA”.

El mismo día en que asumió se anunció la creación de un Consejo Cultural “en esta lógica de la inteligencia colectiva”, dijo. Notables del sector, asesores con relevancia propia. Al frente del Consejo estaría Jorge Telerman.

Ese día, cuentan otros funcionarios, es clave: Avogadro llegó de la mano de su amigo Marcos Peña, disgustado por lo que venía pasando en el ministerio. Rodríguez Larreta decidió “rodearlo”, acolchonar su presencia con las de Telerman –ex Ministro de Cultura, ex Jefe de Gobierno, actual titular de los teatros porteños, un político que juega en toda la cancha– y con las de los notables.

Claro que otras ciudades y países tienen sus Consejos, hasta tiene uno –que se reunió sólo una vez– la Cancillería. Pero si las políticas públicas las diseñan los funcionarios elegidos para eso, ¿para qué necesita el ministro porteño una treintena de asesores? Y en función de esa pregunta: ¿a quién convoca? En el Consejo hay pesos pesados como Eduardo Costantini, el dueño de MALBA. Un jugador principal de la cultura y –es el creador de Nordelta– de la economía. O Adriana Rosenberg, directora de Proa, el espacio de arte ligado a Techint. A ellos se suman Julia Converti (arteBA), Gabriela Adamo (Filba) y Andy Ovsejevich (Konex).

El ministro Avogadro y el propio Rodríguez Larreta aparecen como consejeros: ¿son asesores y, a la vez, asesorados? Por la cultura pública revista apenas Victoria Noorthorn, directora del Museo de Arte Moderno. También hay figuras de gran repercusión–Juan José Campanella, Lucrecia Martel, Mariano Cohn y Gastón Duprat– y hasta un costado alternativo con Lisa Kerner, del valioso espacio LGBTTIQ Casa Brandon.

En la primera reunión analizaron aspectos de una nueva ley de Mecenazgo que prepara el gobierno y que tiene la virtud de exigir que las empresas que participan pongan fondos propios, es decir, no sólo lo que debían pagar de impuestos. Les preguntaron qué dudas les daba la ley una consejera reformuló: “¿No son ustedes los que nos presentan dudas?” No hay una respuesta contundente sobre para qué sirve el Consejo. “Ellos dan prestigio, son marcas importantes, y a la vez se asocian a una marca enorme como es ‘Buenos Aires’,” explica una dirigente política.

El Consejo se anunció en diciembre pero no arrancó hasta hace unos días. En el medio –será casualidad– Avogadro fue a una muestra de arte, comió una torta con forma de Cristo y la Iglesia le saltó al cuello: ¿el asiento se empezó a entibiar?

Lo cierto es que, si marcha, avalarán decisiones, participarán en políticas. Quizás los hayan pensado como el refrigerante que a veces el puesto precisa.

Nota del Administrador para los lectores extranjeros:
"Porteño" es el gentilicio con el que se conoce a los habitantes de la ciudad de Buenos Aires. La aclaración viene al caso porque "bonaerense" es el gentilicio que se emplea para nombrar a los habitantes de la Provincia de Buenos Aires. Españoles y mexicanos suelen confundir los términos.

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