viernes, 31 de agosto de 2018

Una columna sobre Polisemos y Jornadas Internacionales de Traducción Comparada

Como otros viernes, éste lo dedicamos a una columna de opinión. Se trata de la segunda que escribe Andrés Ehrenhaus especialmente para este blog y trata sobre algunas de las fealdades de la profesión.


El orzuelo de Polisemo y otras pústulas

1. En marzo de 2018 la universidad de Murcia celebró la décima edición de El ojo de Polisemo, el congreso interdisciplinario con el que ACEtt rellenó el hueco dejado por las extintas Jornadas de Tarazona. La primera edición había tenido lugar en Salamanca, sede de la universidad decana de España. Polisemo no podía nacer en mejor cuna. Sin embargo, no todo fueron flores y violas durante el embarazo. Un embarazo que ACEtt no sobrellevó bien en sus entrañas. Un embarazo casi se diría ectópico. De esa ectopía le quedó como recuerdo un orzuelo. La cesárea corrió a cargo del dentista del pueblo.

En el decurso de los preparativos previos a la celebración de los diez añitos de Polisemo recibí una curiosa invitación. Se me proponía formar parte de un panel en el que diez veteranos (“como tú estuviste en los primeros polisemos”, me dijeron) de la gesta odiséica daríamos en comentar esos dos lustros de luminosa infancia ciclópea, intercalando testimonios audiovisuales –esta opción se me ofreció como más higiénica– de ese parcurso, como en una snuff movie familiar. Entendían, se me dijo también, que no quisiera participar en el collage in vivo, y por eso me ofrecían la posibilidad de hacerlo in vitro, a distancia, como un Torrebruno de jardín. No los mandé a la mierda. Nunca lo hago. Les dije que gracias pero no. Me reemplazaron fácilmente y la mesa collage cursó con el título de “Celebración del décimo aniversario: Diez miradas al Polisemo” y la coordinación de P. Aguiriano y el actual presidente, C. Fortea. No sé si mentaron el embarazo. Tampoco el orzuelo.

Que yo había estado en los primeros (porque del embarazo, quién se acuerda ya) era rigurosa verdad. Para ser precisos, en los dos primeros: el ya citado de Salamanca y el 2º, que acogió la universidad de Málaga en medio de una tormenta interna en ACEtt. Al cierre de ese Polisemo, yo ya había renunciado a mi lugarcito en la junta directiva por razones de ética básica que puedo exponer documentadamente (sí, amigos, conservo las actas de esos mediocres días) a quienes me lo pidan de buen modo. Como es habitual en mi larga lista de errores, callé esas razones en su momento, a pesar del linchamiento jacobino al que fui sometido. No debí hacerlo. Lo sé. Y sé que me equivoqué al creer que era más elegante el silencio y el discreto mutis por el foro porque los enemigos me los gané igualmente –o quizás, seguramente, ya los tenía. Cuestión que ese fue el último Polisemo al que asistí, sencillamente porque, hasta la absurda y humillante invitación del décimo, nadie tuvo nunca la decencia de acercarse al que, nobleza obliga, había sido su Gepetto. Les regalás un juguete rabioso y te borran nomenklatura. De doctor franquestein a monstruo invisible. Así de simple.

Polisemo hace como que no, pero el orzuelo en el ojo lo sigue teniendo. Un poco más abajo y a la izquierda de donde Odalisco le clavó el puñal que le acabó nublando la vista. Un orzuelo que va camino de convertirse en forúnculo.

2. De los muchos errores cometidos en mi vida metaprofesional, salir nocturnamente de ACEtt no fue el peor ni, mira por dónde, entrar diurnamente primero, pero me hago cargo de todos y cada uno de ellos. Bastante más grave fue creer que debía (y podía) doblegar la aporía derridiana (¿o era de Fucol?): armonizar justicia y poder. Ahora sé que no sólo es imposible sino nefasto. Nefasto por parte de uno. NO se puede ser justo desde un cargo de poder, por miserable que sea. Otras cosas, quizás; justo, NO. De eso no nos salva ni la ingenuidad y deberíamos dejar de mirar hacia otro lado cada vez que alguien justifica su autoritarismo humanitario con el eslógan maldito: “Alguien lo tenía que hacer”. No, nadie tenía que hacerlo. Vos tampoco, salame, quiero decir, ingenuo.

De esos errores que mencionaba, regalarle a la secta acéttica el moisés con criatura y nombrepuestoparece que me jode más que otros quizás más serios. Me jode porque le entregué al poder mezquino una herramienta que funcionaba y funciona. Y porque desperdicié un nombre divertido. Eso es imperdonable. No debí hacerlo pero mi estulticia a menudo se cree omnipotente. Debí dejar que se les apagaran las luces junto al lecho agónico de Tarazona; total, tarde o temprano me acabaría yendo de ese avispero beige. Por cierto, el logo fue producto del ingenio, la capacidad de síntesis y el buen gustode Marta Alcaraz, gran traductora por cierto. Espero que le vayan agradeciendo ese favor que, hélàs, ella también les hizo gratis: cada quien paga su diezmo y la secta nunca agradece como corresponde. Básicamente recrimina. Sí, bwana, lo que tú digas.

3. Las asociaciones de traductores que conozco más de cerca, ACEtt y AATI (pero no dudo en meter ahí a muchas otras, incluidas –cómo no­– las colegiales), se nutren de la temerosa ignorancia del aprendiz y la no menos temerosa desidia del avanzado. El corral les da a las ovejitas la ilusión de estar a salvo (there’s security in number) entre toda esa ropa de lana; pero el lobo no está afuera, no hay lobo, lo que hay es una industria a la que hacer frente con estructuras gremiales y no con consignas de mesianismo cultural y lloriqueo ético. En esa paradoja se les va la poca fuerza que juntan, porque no tienen nada en la mano para negociar tarifas en condiciones ni defender a quienes no tienen más remedio que aceptar miseria a cambio de trabajo bien hecho. Las cuotas de los socios se van en manualidades o virtualidades, o en congresos para más inri de los vips, globales o paisanos. De cada encuentro de esos se sale con la certeza de lo buenos que somos y lo poco bien que nos tratan, mientras se empobrece nuestro aparato crítico (no digamos ya el autocrítico) y se reblandece nuestra voluntad de lucha. Papá ya hará algo, papá es bueno. Papá tiene muchos premios. Sí, bwana.

No jodamos más con eso. O llamamos gremio al gremio o club social al club social. Los inventos intermedios son globitos desinflados. O peleamos por leyes justas y dignas o nos vamos a la confitería a tomar el té y contarnos las desgracias entre masita y masita. La idea germinal de Polisemo era precisamente aunar el rigor académico con la experiencia profesional a pie de calle: abrir la baraja, no reconducirla hacia una asociación esterilizante. Una asociación más preocupada por autoadjudicarse prebendas y premios (con el cuento de que el pastel de pocos da migas para muchos) que por apoyar con hechos a los colegas con conflictos laborales graves. Conozco bien el discurso de desactivación sindical y meloneo asociativo porque yo mismo redacté algunas de sus peores páginas y me esforcé por demostrarles a mis colegas que era peor para el traductor de a pie pasar la noche al raso bajo un manto de estrellas que ponerse a recaudo bajo el insuficiente alero que ofrece el corral al rebaño. Uno se moja igual si truena, pero acompañado. De gente buena, rimémber. Esa lógica de dentro=bueno, fuera=malo es común a todas las dinámicas de aglutinación cuantitativa. En ACEtt celebrábamos las cifras redondas de nuevos socios como I likes o retuits, sin importarnos que el techito siguiera siendo igual de estrecho y protegiera menos cada vez. No es lo mismo una asociación de 30 que una de 500, dónde va a parar. Dónde, eso digo yo.

4. Lo decente, lo decoroso, sería que dejaran en paz al pobre cíclope mosaico. Que le permitieran volver a su isla, a curarse el orzuelo a solas con agua de mar y suspirar de amor ciego por Galatea. Que no usaran su nombre, que no malgastaran su elegante logo. Que se romperan la croqueta pensando en un nombre más afín con su índole actual: La bicileta de Sísifo o El medio piojo de Sansón. ¿Ven? Ya estoy otra vez regalándoles manises a los monos.

Pero ¿a qué viene toda esta diatriba sobre algo que pasó hace años y que ni siquiera está entre los trending tópicos de la profesión? Viene a que mis ojitos se tropezaron los otros días con la convocatoria de –preparesén– las Jornadas Internacionales de Traducción Comparada “Variedades regionales en las lenguas de traducción”, celebrables en la Biblioteca Nacional de la ciudad de Buenos Aires entre el 20 y el 22 de septiembre. Coorganizadas por AATI. A las que acude raudo el presi de ACEtt. Esos dos clubes aporísticos que decíamos, ¿no? Y en cuyo comité organizador aparece a la cabeza y como propietario de la “idea original” un colega que, entre otras cosas, fue quien me invitó a apartarme del proyecto de Ley de protección de los traductores (v. https://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com/2017/09/la-necesidad-de-decir-como-fueron-las.html y https://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com/2018/06/sigue-vivo-el-proyecto-de-ley-de.html) para acto seguido cubrirlo bajo una capa de cal viva y arrojarlo al mar de los gargajos y que, aunque nadie se atreva a decirlo a viva voz, tuvo el atrevimiento de servirse de un proyecto ajeno (si me aprietan, diré cuál y de quién, aunque basta con mirar con atención el programa para ver por dónde vienen los tirios) y blindarlo como propio para montar estas Jornadas que, con o sin Manguel, tienen muchos puntos para nacer con algo más que un orzuelo o un forúnculo en barbecho.

Porque, aparte de la inelegancia de la fórmula, el pleonasmo desnuda el lapsus y el lapsus, la cola de paja. ¿Idea original? ¿Cómo contraposición a qué: a idea afanada? ¿A idea repetida? ¿A idea de otro? Por eso me acordé de Polisemo. Algo me olía a déjà vu. A Macadamia de la Lengua. Y a virreinato.

5. Es hora de poner las cartas sobre la mesa. El que arruga es avestruz.

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