viernes, 26 de octubre de 2018

Miguel A. Battistreca tiene la palabra


Quienes lo conocen saben que Matías Battiston es un tipo de genio. Así lo demuestra esta columna que escribió especialmente para el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.

La visibilidad aleatoria

No sé si será una mejora, pero últimamente pienso más en Édouard Levé que en el suicidio. Pienso en su trabajo como fotógrafo, por ejemplo. Muchos de los proyectos de Levéparecen inspirados por una misma idea: poner en conflicto imagen y texto, foto y epígrafe, representación y nominación. En Amérique, una serie de imágenes nosmuestra la vida en pequeñas ciudades estadounidenses,bautizadas como famosos centros urbanos de otros países. Pensemos en París, ciudad de Texas, o en Roma, ciudad de Nueva York. Así, “Un lisiado en Oxford”, “Himno militar en Lima”, “Ilusiones de Florencia” son títulos que describen, sin faltar a la verdad, escenas rústicas de Norteamérica. En Portraits des hommes homonymes,podemos ver de cerca a Raymond Roussel, Georges Bataille o André Breton, desconocidos totales con nombres célebres, encontrados en la guía telefónica. En Angoissenos topamos confotos neutras y mundanas de una ínfima comuna en Aquitania, comuna cuya única particularidadse reduce aque su nombre, en francés, significa “angustia”. Las imágenes, que en otro contexto tal veztransmitirían cierta paz, se ven teñidas, por mera asociación,de una rara melancolía.

Ahora bien, desde hace ya algunos años que veo experimentos similares en varios medios, con la clara ventaja artística de ser completamente involuntarios. En especial, los he visto en reseñas de mis traducciones. Es como si los autores que termino traduciendo hubiesen sido elegidos con el único y místico propósito de confundir a un periodista. He encontrado reseñas de libros de D. H. Lawrence ilustradas con fotos de T. E. Lawrence, cuando no de Peter O’Toole en el set de Lawrence de Arabia.Una nota sobre James Stephens,en vez de al escritor irlandés, mostraba aunhomónimo del séptimo arte, uno de esos actores conocidos principalmente porque nadie sabe cómo se llaman. Ya esta altura nada me sorprendería menos quedescubrir que un popular relator uruguayo corona, con su infaltable gomina,alguna reflexión sobre Bug-Jargalde Víctor Hugo.

Hace poco, sin embargo, me di cuenta de que esta gran obra colectiva de sesgo levesiano había entrado en una etapa más surrealista, más ambiciosa, quizá hasta megalómana. El sábado 22 de septiembre, con el título “Una silueta que va haciéndose visible”, la revista Ñ publicó un texto firmado por Nora Avaro sobre Mastronardi, el libro que Miguel Ángel Petrecca acaba de dedicarle al poeta de Entre Ríos. A mitad de página puede verse una foto, de dimensiones considerables, de alguien identificado porel epígrafe como autor de “Luz de provincia”. Sonriente, de campera y contra un cielo gris, el que posa en la foto soy yo.

No quiero jactarme, pero en general logro reconocerme enseguida. Lo que sí me cuesta muchas veces es entender por qué estoy donde estoy. Ahora, ¿con qué razónhabrían elegido mi cara para representar a un famoso escritor que murió hace décadas? Algo perplejo, pasé a la lectura. “Nunca sabremos –empezaba el artículo– cómo fue realmente Carlos Mastronardi”. Era una confesión inquietante, pero iluminadora. Yo vendría a ser, supuse entonces, una primera hipótesis, un identikit provisorio. Admito que no tenía esto en mente todas esas veces que pedí que mi cara le hubiese tocado a otro, pero no puedo negar la posibilidad de que todas las demás imágenes de Mastronardi sean apócrifas y que esta al fin revele, después de un largo y disimulado suspenso, que Mastronardi era idéntico a mí.

O quizá la foto apuntaba a otra cosa. Quizá el mensaje oculto era que, en el fondo, todos seríamos un poco Mastronardi. En la cara de todo hombre caminando por la calle, de toda mujer haciendo la cola para un trámite, de todo bebé ensayando lentas figuras con los manos, deberíamos poder reconocer los rasgos del autor de “Luz de provincia”, latiendo en cada fisonomía desde nuestro más atávico Gualeguay. Por supuesto, dependerá de ciertas condiciones, de tener el sol de frente o en contra, de ubicar la cámara en el ángulo justo. Así como uno sale más gordo o más ojeroso en algunas fotos, en otras simplemente saldríamos más Mastronardi.

En cualquier caso, verme ahí, fuera de contexto, sonriendo a lo Mastronardi como cualquier hijo del vecino, me hizo pensar, una vez más, en el tema de la invisibilidad del traductor.Es decir, en la repetida queja de que a los traductores nadie nos ve. Tal vez, me dije, este fuera el método indicado para resolver el problema: poner fotos de traductores al azar, exactamente donde el traductor no tiene nada que ver con nada. Lejos del bombo, incluso del nombre propio, la visibilización aleatoria sería, en rigor, una visibilización del todo visual. El mismo título de Nora Avaro lo vaticina. Por fin, los traductores lograrán ser reconocibles sin perder la discreción, circularán sin caer en reivindicaciones plañideras. Solo quien padezca prosopagnosia será inmune a la campaña.

Campaña que empezará de a poco, claro. O, mejor dicho, que de a poco ya está empezando. Primero vienen los aparentes equívocos, los deslices quizá entendibles. Una nota sobre Hilaire Belloc nos muestra a Bárbara Belloc; una retrospectiva sobre Leonard Cohen incluye la foto de un estoico Marcelo Cohen; una entrevista a Salma Hayek es acompañada de una efigie de Selma Ancira. Son, por así decirlo, errores para entendidos.Después la lógica del desplazamiento se vuelve más tenue, más difícil de reconstruir. Una tragedia bélica en Camerún se difunde con una imagen de José Aníbal Campos, posando orgulloso junto a una tortilla. Una foto de Jorge Aulicino, al que se ve fumando pensativo su pipa en un bar, ilustra el perfil deun prolífico descuartizador en Nueva Jersey. Aurora Bernárdez, ya peinando canas, nos sonríe desde una nota sobre el hallazgo en Laos de un nuevo quelonio.

La visibilidad aleatoria será un reconocimiento ecuánime, ajeno por igual a la hagiografía y la calumnia, si no a la misma voluntad. Así y todo, saludo a la revista Ñ por haberme permitido formar parte de este nuevo proyecto mediático, sea adrede o no. Es el comienzo de una nueva era. Si todo sale bien, dentro de poco no podremos ver la foto de nadie en un diario sin preguntarnos, con franca curiosidad, a quién habrá traducido.

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