viernes, 7 de diciembre de 2018

Nueva escritura sobre la naturaleza


El siguiente artículo, con firma del Administrador de este blog, fue publicado Cultura InfoBAE el pasado 3 de diciembre. Se ocupa de la llamada “Nueva escritura sobre la naturaleza”, subgénero de la no ficción que ha logrado, al menos en Gran Bretaña, competir de igual a igual con la ficción.

La naturaleza está de moda:
una serie de publicaciones sobre el tema
invade las librerías británicas

En Londres, buscando una referencia sobre algo relacionado con los cuervos, quien esto escribe se topa con toda una sección dedicada a libros sobre la naturaleza. No se trata de un estante, sino de todo un sector de la librería que se ocupa de los más diversos ítems sobre el tema. Estos van desde la evolución del paisaje británico a la flora y fauna de sus costas, pasando por todos los animales posibles: ciervos, renos, bueyes almizcleros, lobos, zorros, focas, insectos de toda laya y también águilas, halcones, todas las aves marinas que uno pueda imaginarse y, por supuesto, los cuervos.

Respecto de estas aves, al menos dos libros destacan con toda nitidez por la calidad de su escritura sobre el resto: el ya clásico Ravens in Winter, del biólogo alemán Bernd Heinrich (también autor de, entre otros, Bumblebee EconomicsOne Man's OwlWhy We RunSummer World, etc.), y Crow Country, de Mark Cocker (quien también ha publicado Loneliness and Time: British Travel Writing in the Twentieth CenturyBirders: Tales of a TribeBirds & PeopleOur Place. Can We Save Britain's Wildlife Before It Is Too Late?). Si bien no son los únicos libros sobre el tema (por ejemplo, Crow, del estadounidense Borgia Sax, y Ravenmaster: My Life with the Ravens at the Tower of London, flamantes memorias del muy inglés Christopher Skaife, encargado del cuidado de los cuervos en ese monumento), los Heinrich y Cocker son investigaciones serias que abarcan todos los aspectos posibles sobre la vida de los córvidos (cuervos, cornejas, grajos, urracas, etc.), pero, insisto, también están espléndidamente escritos. De hecho, forman parte de una tradición universal muy antigua que Gran Bretaña convirtió en género literario en todo el mundo angloparlante.

Es posible que uno de los primeros libros de esa lista sea The Complet Angler, escrito por Izac Walton (1593-1683), volumen dedicado a la pesca con caña publicado en 1653 y vuelto a publicar con distintos agregados en 1655, 1661, 1664, 1668 y 1676, lo que da una idea del interés que despertó. Y lo más increíble es que ese interés se sostuvo a través del tiempo y de las lenguas hasta la actualidad. Elogiado por Miguel de Unamuno por la profundidad filosófica del autor en sus reflexiones sobre el arte de la pesca, fue traducido como El perfecto pescador de caña por Augusto García Piris, para Publicaciones Literarias y Deportivas, de Madrid, en 1955, y su reputación de clásico sigue en pie.

Walton, claro, no fue el único británico interesado en la descripción precisa de la naturaleza. Hubo otros antes y después de él. Pero fue quien, de alguna manera, fijó un modelo de escritura que más adelante iban a seguir científicos y naturalistas de prestigio como, por ejemplo, Gilbert White (1720-1793), Joseph Banks (1743-1820), Richard Owen (1804-1892), Charles Darwin (1809-1882), Alfred Russell Wallace (1823-1913), Thomas Henry Huxley (1825-1895), Henry Nottidge Moseley (1844-1891), Philippe Herbert Carpenter (1852-1891), Robert George Wardlaw Ramsay (1852-1921) y Yale Mervin Charles McCann (1899-1980) integran una lista francamente larguísima, a la que se le podría agregar otra, igualmente larga –que obligatoriamente debería incluir a Alexander Wilson (1766-1813), John James Audabon (1785-1851), John Bachman (1790-1874), Henry David Thoreau (1917-1862), Graceana Lewis (1821-1912), William Gambel (1823-1849), John Muir (1838-1914), Herbert Huntington Smith (1851-1919), etc.– de exploradores, naturalistas aficionados y científicos estadounidenses que dejaron testimonio escrito de lo que vieron en el mundo que los rodeaba. Todos los nombrados –como también William Henry Hudson (1841-1922), escritor nacido en la Argentina de padres estadounidenses y, finalmente, ciudadano inglés–, de manera conjunta, contribuyeron a establecer une tradición hoy bien arraigada que, a diferencia de otras tradiciones de naturalistas que escribieron en otras lenguas, encontró en los editores y, fundamentalmente, en los lectores, una existencia que se prolongó en el tiempo. Y aquí, para explicar el permanente auge de la literatura referida a la naturaleza hay que mencionar otras cuestiones. 

El Hyde Park de Londres, desde el aire.
Circunscribiéndonos apenas a Gran Bretaña –cuyos libros sobre la vida silvestre son el objeto de esta nota–, la primera es probablemente apenas una hipótesis y tiene que ver con la particular relación histórica que tienen los británicos con leo mundo natural. Hasta el siglo XVIII un país rural, con la Revolución Industrial las masas campesinas británicas emigraron masivamente a las ciudades. Pero muy probablemente, tal como ocurrió en otros países europeos, la nostalgia por el campo sobrevivió. Acaso por eso, casi todas las ciudades de Inglaterra, Gales y Escocia tienen un acceso mucho más fácil a las áreas naturales que las circundan que, por ejemplo, ciudades como Buenos Aires, México o San Pablo. También, les guste o no a las autoridades porteñas, chilangas o paulistas un porcentaje de espacios verdes mucho mayor que cualquier ciudad argentina, mexicana o brasileña. Que así sea no es fruto de la casualidad, sino del planeamiento. La relación entre los seres humanos y el mundo natural es, por lo tanto, mucho más estrecha y, si se quiere, íntima. Y quien lo dude, bien puede consular la gigantesca lista de instituciones ocupadas, nacional y localmente, en la preservación de la vida natural. O más simplemente, visitar los jardines que suele haber en la parte trasera de muchas de las casas londinenses (backyards).

La segunda razón tiene que ver, como en muchas otras cosas, con la educación. Allí están, por ejemplo, los mundialmente famosos libros de Peter Rabbit, de Beatrix Potter (1866-1943), y los de Winnie the Pooh, de Alan Alexander Milne (1882-1956), y los muy populares libros para niños de las empresas Ladybird (fundada en 1867) y Observer (que existió entre 1937 y 2003), que incluyeron sendas colecciones dedicadas a los animales y las plantas, y contribuyeron a formar a varias generaciones de lectores. Capítulo aparte merecen en esta brevísima enumeración el obsesivo Henry Williamson (1895-1977), naturalista aficionado y granjero, que en 1927 publico Tarka the Otter, una historia absolutamente flaubertiana en su precisión sobre una nutria habitante de North Devon, y Gerald Durrell (1925-1995), naturalista, presentador de televisión y fundador del zoológico de la isla de Jersey, y también celebre escritor, quien además de la trilogía  sobre su infancia y su familia en la isla griega de Corfú, es autor de numerosos libros sobre sus viajes por todo el mundo, incluida la Argentina, todos traducidos al castellano.

La tercera razón hay que buscarla en el cine y la televisión. Hace ya unas seis décadas que el naturalista inglés David Attenborough (1926) fijo un estándar decididamente alto para los documentales sobre la vida natural. A diferencia de muchos de los programas de señales como Animal Planet o Nat Geo, donde las relaciones entre los animales tienden a ser dramatizadas desde una perspectiva absolutamente antropomórfica, Attenborough no interactuó jamás con el objeto de su estudio, no condescendió a ponerle nombres humanos a las animales con los que trabajó y mucho menos compitió con ellos a la manera del finado “cazador de cocodrilos”, sino que se limitó siempre a la observación lisa y llana, sin olvidar la claridad de sus explicaciones, muchas veces no carentes de cierto humor. Ídolo absoluto de los británicos, educó a medio planeta y reflejó también buena parte de las características con las que en su país se asume el estudio de la vida silvestre.

Cuando J. A. Baker (1926-1987), publicó The Peregrine (1967: traducido como El peregrino por Marcelo Cohen para Fiordo, de Argentina), a propósito de una pareja de halcones peregrinos a los que el autor siguió durante diez años –y que bien puede haber servido de base para la película Kes (1969), del cineasta Ken Loach– el impacto fue inmediato y continua hasta la actualidad, como lo demuestran otros libros sobre el mismo tema; entre ellos, The Peregrine Falcon (1980), de Derek Ratcliffe (1929-2005) y el reciente H is for for Hawk (2006; H de Halcon, hay traducción castellana, 2014), de Helen Macdonald (1970).  También los libros sobre nutrias se repitieron desde el volumen pionero de Henry Williamson. Es el caso de Ring of Bright Water (1960), del escocés Gavin Maxwell,  de Otter Country: In Search of the Wild Otter (2012), de Miriam Darlington, y del reciente The Otter Tale (2017), de Simon Cooper.

Con todo, algunos de los libros más importantes se dedican a reflexionar sobre la relación entre los humanos y el paisaje, y ahí están, en primera fila, los varios volúmenes de Robert MacFarlane (ya mencionados en un artículo anterior), posiblemente el escritor más brillante de su generación, apadrinado en su momento por Roger Deakin (1943-2006), documentalista, activista por el medio ambiente y autor de Waterlog: A Swimmer's Journey Through Britain (1999) y de los póstumos Winwood: A Journey Through Trees (2007) y Notes From Walnut Tree Farm (2008). Deben igualmente mencionarse dos extraordinarios volúmenes Stones of Aran: Pilgrimage (1986) y Stones of Aran: Labyrint (1995), y la trilogía sobre Connemara (2006, 2008 y 2011), en Irlanda, del matemático, artista y cartógrafo ingles Tim Roberson (1935).

La New Nature Writing (“Nueva escritura sobre la naturaleza”) está aquí para quedarse y, aunque desde Latinoamérica parezca increíble, compite de igual a igual con la ficción, siendo, probablemente, el subgénero de no ficción más vendido en Gran Bretaña. A modo de ejemplo, véase la lista publicada en el prestigioso diario británico The Guardian, donde se enumeran los mejores libros de esta clase publicados el año pasado: Limestone Country, de Fiona SampsonWaiting for the Albino Dunnock, de Rosamond RichardsonWild About Britain, de Brian JackmanIslander: A Journey Around Our Archipelago, de Patrick BarkhamWhittled Away: Ireland's Vanishing Nature, de Padraic FogartyThe Seabird's Cry, de Adam NicholsonFarming and Birds, de Ian NewtonBeetles, de Richard JonesBritain's Spiders, de Lawrence BeeGeoff Oxford y Helen SmithOak and Ash and Thorn: The Ancient Forest and New Forest of Britain, de Peter FiennesLondon's Street Trees, de Paul WoodThe Robin: A Biography, de Stephen Moss. El artículo, para nuestra sorpresa, aclara que se trata de una lista muy breve y parcial porque sólo se mencionan los mejores libros, en un año “flojo” de novedades.


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