miércoles, 17 de abril de 2019

"La forma distinta de pensar, sentir y segmentar la realidad de cada grupo humano"

Para ubicarnos, María del Pilar Montes de Oca Sicilia (foto) es, según se presenta, lingüista profesional y de vocación. En 2001 fundó la revista Algarabía, la cuál se ha convertido en una de las revistas culturales más vendidas en México. Autora y compiladora de El Manual para Escribir Bien, El Manual para Hablar Mejor del libro, Mitos de la Lengua, y de los libros de Todo Excepto Feminismo, Chile para Todos, Fumar es un Placer, y muchos más en los que trata temas antropológicos, históricos y lingüístico. Su libro más reciente es De Pura Lengua: Reflexiones Sobre la Lengua, Nosotros y el Mundo. El pasado 12 de abril publicó una columna de título remanido en el diario mexicano Excelsior, que reproducimos a continuación.

Traductor, traidor (I)

                                Traduttore, traditore.
                Adagio italiano.

Cualquier persona que haya intentado hacer una traducción sabe que muchas veces parece muy fácil, en tanto que otras –la mayoría, sobre todo si se trata de una lengua perteneciente a una cultura muy distinta a la nuestra– parece imposible. La razón es que las lenguas no son sólo distintas en vocabulario, sino también en organización, estructura y forma de segmentar la realidad. Lo que en una lengua es una palabra, en otra no existe o se tiene que decir con dos o más términos; así, un concepto existente en una lengua puede no ser el mismo que en otra, lo que se ejemplifica en el cuadro de abajo. De ahí la imposibilidad de realizar una traducción buena, o, más que buena, fidedigna o, todavía más que fidedigna, transparente.

Nunca podremos decir que una lengua es mejor o peor, sólo que es distinta; y es distinta porque es reflejo de una cultura, de una forma de ver el mundo y la realidad.

De hecho, hay una hipótesis, la Sapir-Whorf, que establece la existencia de una relación entre la forma en que una persona habla y la forma en que esa misma persona entiende el mundo y se comporta dentro de él, es decir, el lenguaje determina el modo de pensar de los hablantes.

A esta hipótesis también se le llama «determinismo lingüístico» y, en su versión más radical, sostiene que el lenguaje determina totalmente el pensamiento, hasta el punto de que lenguaje y pensamiento son lo mismo.

Y es que, queramos creerlo o no, todos pensamos según la lengua que hablamos. Nosotros lo hacemos en español y vemos el mundo en español. Tanto así, que es difícil entender conceptos que no están en nuestra lengua, por ejemplo, aquel tan afamado del nosotros inclusivo y exclusivo del quechua y de otras lenguas indígenas. El vocablo ñoqanchis es inclusivo y significa «tú y nosotros» y el vocablo ñoqayku es exclusivo: «nosotros sin ti». Los mexicanos tenemos que contentarnos con responder: «¿nosotros, Kemosave?».

Y, más aún, nosotros no sólo pensamos en español, sino en español mexicano. Así, cuando oímos a un español decir: «me lo monto mal», nos cuesta trabajo entender que eso en mexicano querría decir: «me la estoy pasando de la chingada», o cuando oímos a un argentino decir: «no sé si te lo bancás», nos cuesta trabajo entender que lo que quiere decir es: «no sé si vas a soportar esto». Y al revés nos pasa igual.

Diferencias profundas: «Muchas veces, nuestra impresión al estudiar una lengua extranjera nos lleva a pensar que todas las diferencias son ridículas o ilógicas en comparación con el uso de nuestra propia lengua», dice Raúl Ávila. ¿Cómo es que los hablantes de hanuno, que sólo tienen cuatro palabras para describir los colores, no se han dado cuenta de que pueden expresarse con muchas más? Pero lo que no tomamos en cuenta es que la cultura hanuno –donde no hay telas ni computadoras ni pantalones– no necesita especificar más.

Tomando en cuenta eso, podríamos decir, por ejemplo, que si bien los indios zuni pueden ver perfectamente los colores naranja y amarillo, como cualquiera de nosotros, no los distinguen en su lengua, quizá porque no es necesario o, bien, porque no es importante. Y es que la lengua tiende a lexicalizar y gramaticalizar los  conceptos que son relevantes para una cultura determinada. Por ejemplo, los agta de Filipinas «disponen de 31 verbos distintos que significan “pescar”, cada uno de los cuales se refiere a una forma particular de pesca. Pero carecen de una simple palabra genérica que signifique “pescar”». Esto se debe a que la subsistencia de los agta depende principalmente de la pesca y no necesitan referirse a ella en forma general, sino de manera específica. Marvin Harris dice que está comprobado que los hablantes de sociedades primitivas y ágrafas suelen identificar entre 500 y mil especies de vegetales distintas por su nombre, mientras que los hablantes de sociedades urbanas industriales no conocen más de 50 o cien. Estas diferencias no sólo se dan en lenguas de culturas tan distintas a la nuestra, sino también en lenguas mucho más cercanas. Hay términos que una lengua posee, pero otra no, y eso refleja la forma distinta de pensar, sentir y segmentar la realidad de cada grupo humano.


1 comentario:

  1. Del final referido a aborígenes y lenguas, se infiere que, al revés de lo que afirma el "determinismo", la percepción y el pensamiento determinan el lenguaje... digo yo

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