viernes, 5 de abril de 2019

Y para ir terminando con el VIII CILE...


Varias fueron las mesas del VIII Congreso de la Lengua en las que se oyeron voces disidentes, pero las síntesis que se publicaron en el sitio de la Real Academia prácticamente no las registraron porque, está claro, no le conviene. 

En cuanto a los medios locales hay que decir que la Agencia TELAM y los diarios Clarín, La Nación y Perfil se detuvieron en las anécdotas superficiales antes que en dar a conocer in extenso (como sí lo hicieron Página 12, Cultura InfoBAE y La Voz) los reclamos y disidencias. 

Los diarios españoles, en cambio, se preocuparon especialmente por mostrar los agravios al rey (el mismo que demostró su familiaridad con Borges llamándolo "José Luis"), así como la polémica que ellos creían superada entre las denominaciones castellano y español. Nada dicen, sin embargo, de los aspectos económicos, centrales a toda la cuestión y debidamente denunciados por varios participantes argentinos (entre los que se cuenta el Administrador de este blog). Prefieren mostrarse sorprendidos como si hubieran sido sorprendidos en su buena fe antes que confesar cuáles son sus verdaderas intenciones. 

Lo dicho hasta aquí, puede comprobarse leyendo los siguientes vínculos, donde nada se dice de los negocios que se esconden detrás de la lengua:






Capítulo aparte es todo aquello referido a la exigua participación de mujeres en la mayor parte de las mesas, que hay que recordar vinieron armadas desde España. 

Luego, no hubo voluntad alguna de tratar temas como el lenguaje inclusivo o los problemas vinculados a los distintos géneros. En la mesa que me tocó en suerte, el papanatas de Pedro Álvarez de Miranda, lexicógrafo y miembro de la Real Academia, utilizó el siguiente argumento para justificar su cerril negativa: "El masculino de la lengua ya contiene al femenino y por ello no hay nada que discutir", argumento que le valió ser abucheado por el público presente, reacción no reflejada en los medios españoles.

Ese extraño paso de comedia reveló, sin embargo, algo: la endeblez de la base argumental sobre la que discute esta gente, tal vez demasiado acostumbrada a mandar. Responsable de la 14 edición del DRAE, Álvarez de Miranda prácticamente no supo qué decir cuando se le reclamó la desproporción existente entre las voces señaladas como "americanismo", "argentinismo", "mexicanismo" y etc. y las pocas entradas donde se lee "españolismo". "Es algo en lo que hay que seguir trabajando", dijo, nuevamente entre las risas del público.

Ahora bien, resulta claro que el gobierno, las instituciones  y las empresas españolas avanzan allá donde los gobiernos latinoamericanos se lo permiten; vale decir, donde no hay políticas para la lengua que defiendan debidamente nuestros intereses y las posibilidades económicas que los españoles sí vieron en las palabras. Claro, siempre y cuando nuestros intereses sean esos y no otros. Y lo digo porque en uno de los traslados, entre una sede y otra del Congreso, pude escuchar con toda claridad a dos directores de sendas academias latinoamericanas quejándose de las protestas de los representantes argentinos. Uno llegó incluso a manifestarle al otro su temor a que los españoles se ofendieran y no mandaran más dinero a las academias de América.

Quedan muchas preguntas. Por caso, saber cuánto se gastó en esta fiesta a la que el público accedía previo pago de $200 por sesión o mesa. Y de lo que se gastó, qué puso la Argentina (la Secretaría de Turismo de la Nación, el gobierno de la Provincia de Córdoba, el gobierno de la Ciudad de Córdoba, etc.) y qué España. Por otra parte, sería bueno que se hicieran públicos todos los pactos y protocolos firmados (que fueron muchos) y qué actitud tomarán las distintas academias ante los numerosos abusos manifiestos de la RAE y sus secuaces.

Participar en el Congreso de la Lengua ha sido una excelente experiencia para comprobar hasta qué punto el de América y España es un diálogo de sordos en el que unos simulan escuchar y otros hacen como que dicen. O mejor dicho, para darse debidamente cuenta de hasta qué punto España no está dispuesta a oír lo que no quiere y en qué medida muchos de los representantes académicos de este lado del Atlántico están dispuestos a vender el culo de sus madres en fetas por las migajas que puedan tirarles las distintas instituciones españolas presentes. 

Por lo dicho, sería interesante que todas nuestras acciones estuvieran dirigidas allí donde más les duele a los godos: el bolsillo. Todas las estrategias tendientes a lograr acuerdos beneficiosos para ambas partes deberían así pasar por los aspectos económicos de la cuestión. 

Por ejemplo, para creer en el cacareado "panhispanismo", los latinoamericanos deberíamos exigir que el Instituto Cervantes dejara de ser exclusivamente español y que tuviera directores latinoamericanos en una proporción correspondiente al número de hablantes que tiene cada país donde se habla castellano (recuérdese que España ocupa el cuarto lugar), dividiendo equitativamente los beneficios correspondientes a cursos y exámenes.

Luego, en toda escuela, universidad, biblioteca y redacción de Latinoamérica debería dejarse de recomendar el uso del DRAE en beneficio de otros diccionarios generados por los distintos países latinoamericanos, sin olvidarse, claro, de considerar el excelente diccionario de María Moliner, quien, desgraciadamente, nunca pudo formar parte de la RAE. 

En el caso de la FUNDEU... bueno, creo que con mandarlos al carajo basta, ¿no? 

En síntesis, está claro que de nada sirve mantener la política que tuvimos hasta ahora. Tal vez sea hora de organizarnos de otro modo y empezar a llamar las cosas por su nombre, y que los negocios se declaren negocios y no se confundan con el altruismo.

Jorge Fondebrider


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