miércoles, 27 de noviembre de 2019

Olga Sánchez Guevara recuerda un texto de Peter Handke, publicado en este blog, sobre la traducción


El pasado 24 de octubre, Olga Sánchez Guevara publicó en la sección dedicada a la traducción de la revisa on line Cuba literaria, un artículo sobre Peter Handke, donde se recogen las reflexiones del autor austríaco sobre la traducción.

Peter Handke, Premio Nobel de Literatura 2019,
es también traductor

El Premio Nobel de Literatura correspondiente a 2019 ha sido otorgado a Peter Handke. Es la segunda vez que un escritor austríaco recibe el galardón (la primera fue Elfriede Jelinek, en 2004). Handke nació en Griffen, Carintia, en 1942; es narrador, dramaturgo, ensayista, poeta, guionista y director de cine y, no por último menos importante, prolífico traductor: faceta por la que su premio debe enorgullecer a todos los que ejercemos este oficio tantas veces invisible.

Su nombre ya se había mencionado en ocasiones anteriores como posible receptor del Nobel, y la academia sueca ha destacado el «ingenio lingüístico con que ha explorado la periferia y la especificidad de la experiencia humana».

Handke comenzó a estudiar derecho en la ciudad de Graz, pero tempranamente decidió seguir su vocación literaria, y desde1963 participó en la emisora radial de Graz con colaboracionessobre disímiles temas, como el fútbol, Los Beatles y el cine de animación. A partir de 1964 se publicaron textos suyos en manuskripte (manuscritos), importante revista literaria austríaca. En 1964 comenzó a escribir su primera novela, Die Hornissen, publicada en 1966 por la editorial Suhrkamp y traída al español por Francisco Zanutigh bajo el título Los avispones (Versal, Barcelona, 1984).

Una de sus narraciones más conocidas es Die Angst des Tormanns beim Elfmeter, Suhrkamp, 1970 ( El miedo del portero ante el penalti, traducción al español por Pilar Fernández Galiano,  Alfaguara, 1979). Esta novela fue llevada al cine por Wim Wenders en 1972.

Publikumsbeschimpfung (Insultos al público, traducción de José Luis Gómez y Emilio Hernández, Alianza, 1982), pieza teatral cuyo estreno mundial tuvo lugar en 1966 bajo la dirección de Claus Peymannen Frankfurt, resultó desde el principio una obra polémica y controvertida, como muchas de su autor y como él mismo. Insultos al público fue llevada a escena recientemente en Cuba por el grupo Impulso Teatro, dirigido por Alexis Díaz de Villegas, quien ha comentado que:

...la pieza critica la postura del público en una sala de teatro. Es una obra donde el momento, la anécdota es el público. Los actores desnudan a los espectadores, hay un diseño de luces para ellos, contrario de lo que sucede habitualmente en la sala oscura. Es como dijo alguien: «destruir el teatro para volver a encontrarlo» (...).La obra sigue vigente, ha habido espectadores desde antes, durante y después de los 60, y es básicamente eso una crítica a todo tipo de público, al farandulero, al que no aplaude, al que crítica la postura del público.1

Con Wim Wenders, Handke fue coguionista de la película El cielo sobre Berlín, del propio Wenders, y escribió el guión para Falso movimiento (una adaptación de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, de Goethe, también dirigida por Wenders), que le reportó el premio alemán al mejor guión cinematográfico en 1975. Handke dirigió los filmes La mujer zurda (1978) y La ausencia (1992).

Este artista multifacético cuenta con una extensa bibliografía como traductor, que incluye entre otros a autores como Adonis, Esquilo, Sófocles, Eurípides, William Shakespeare, René Char, Marguerite Duras, Jean Genet, Julien Green y Patrick Modiano (Premio Nobel de Literatura 2014). Tuve el placer de leer dos novelas de Modiano en versión de Peter Handke al alemán, y durante toda la lectura me pareció estar frente a textos escritos originalmente en ese idioma.

La editorial argentina Eterna Cadencia publicó en 2012 Lento en la sombra. Ensayos sobre literatura, arte y cine, de Peter Handke. En versión al español de Ariel Magnus, el libro incluye, entre otros textos, reflexiones de Handke sobre la traducción:

Cuando empecé a leer los nombres impresos en letra chica de los traductores, de los que nada más se sabía, como una añadidura mágica a las novelas extranjeras: Sigismund von Radecki (en Dostoievsky), Guido M. Meister (en Camus), Georg Goyert (en Joyce), Helmut M. Braem (en William Faulkner), Helmut Scheffel (en Michel Butor), Elmar Tophoven (en Samuel Beckett, Alain Robbe- Grillet)... Cómo me imaginaba a estas personas: dignatarios serios, retirados del mundo, completamente abocados al servicio de la causa, invisibles. Tanto más sonoros para el lector principiante los meros nombres.

Singular encuentro más tarde: el intermediario de mi primer manuscrito con una editorial era un traductor. El hombre en persona no se correspondía para nada con mi imagen del traductor: en lugar de ser un silencioso y mero esbozo, dominaba la escena; no la taciturnidad de un sirviente, sino el brío de un luchador (y efectivamente había participado en la Guerra Civil española).

Años después, como invitado en un encuentro de traductores, donde se discutían las versiones extranjeras de uno de mis libros. Los traductores como grupo, cada individuo sin rostro, pero de forma distinta a como me los había imaginado alguna vez, y al mismo tiempo, dignos, aunque de forma distinta que en mi imaginación. Con el correr de los años, el encuentro, ahora sí, con cada uno de los traductores, (...) encuentros en los que el traductor, en vez de las grandes preguntas del escritor, hacía las pequeñas preguntas agradables sobre palabras, cosas y sobre todo lugares: lo decisivo, al menos en las traducciones de prosa, parecía ser la reproducción correcta de los lugares de la narración, los rincones, los límites espaciales, las transiciones. Con estas preguntas pasaban horas, que el autor y el traductor vivían como un libro conjunto, adicional, donde se unían entre sí la posibilidad y la imposibilidad de la traducción de un idioma a otro, y finalmente el atrevido declarar-como-posible también las imposibilidades.

Después, de manera más bien casual, sin intención, un intento de traducción propio: aunque solo unas oraciones, empezadas más bien como diversión o entretenimiento, de Un coeur simple de Flaubert (o sí, con una intención: hacerse una idea de esta tarea, porque la heroína de una historia planeada debía ser, precisamente, traductora). Luego, de pronto, el descubrimiento: en una búsqueda tal de correspondencia, en palabras, estructuras, ritmos, no solo arrastrar algo o reproducirlo, sino crear algo, sí, estar obrando, oración por oración, párrafo a párrafo, constantemente, un sentimiento que en la escritura originaria (o como deba ser llamada) solo se presentaba de forma esporádica o con posterioridad. Si tuviera que encontrar un verbo para una tarea como esta, sería «aclarar», o «estructurar», o mejor aún: «levantar».

Luego, el tiempo en que uno mismo fue un traductor. Pero uno no podía hablar de sí mismo como «traductor», de la misma forma que no podía hacerlo como escritor; a lo sumo, al igual que el «he escrito»: «he traducido». De estas traducciones, que casi siempre eran mi propia elección y con las que nunca le quite el trabajo a ningún otro, me sentí por lo general protegido, como si al hacerlas tuviera puesto una especie de manto protector. (...) Para mi traducción, la condición era que en cada caso yo pudiera participar del texto; este juego de participación, por así decirlo invisible, detrás de bambalinas, me parecía por momentos como la forma de vida más equilibrada, además de la más puramente participativa. Posibilidad y paradoja del que traduce: participando del juego, se aparta del juego; se libera de su juego solitario, participando del juego de la traducción.2

Notas:

No hay comentarios:

Publicar un comentario