lunes, 11 de noviembre de 2019

Por qué no hay que usar el Diccionario de la Real Academia, prejuicioso, racista y mal redactado (23)


Los sentidos faltantes son también una de las características principales del Diccionario de la Real Academia Española. Así, podría pensarse que, lo que no se usa en España, no existe. Es el caso de la palabra “martingala”, definida en estos términos:

Martingala
Del fr. Martingale

1.f. Artificio o astucia para engañar a alguien, o para otro fin.

2.f. En el juego del monte, lance que consiste en apuntar simultáneamente a tres de las cartas del ablur y el gallo contra la restante.

3.f. Pieza que tapaba una abertura practicada en la parte trasera de las calzas.

4. f. Arg. y Ur. Trabilla de adorno que se lleva en la parte posterior de los abrigos, chaquetas, etc.

Por caso, ¿cuál es la precisión de la primera acepción: ¿en qué consiste el artificio?, ¿cuál sería el engaño? Y luego, ¿por qué separar de la lista de acepciones la cuarta, endilgándosela a la Argentina y al Uruguay, como si las otros tres fueran frecuentes en todo el resto del mundo? Finalmente, nadie en Argentina o Uruguay diría “trabilla”, refiriéndose a la cinta de tela –la misma de la que está hecho el abrigo– que antaño solía adornar sobretodos, camperas, etc.

Pero no es ésa la cuestión principal. Hay muchos otros diccionarios que definen martingala, por su acepción principal, que en el DRAE ni siquiera se sospecha y que merece una explicación detallada:

En términos matemáticos, existe algo que se llama “teoría de la probabilidad”, rama que estudia los fenómenos aleatorios y estocásticos.
Los fenómenos estocásticos son conceptos matemáticos empleados para usar magnitudes aleatorias que varían con el tiempo o para caracterizar una sucesión de  variables aleatorias que evolucionan en función de otra variable, generalmente el tiempo.
Así, podría definirse una martingala como todo proceso caracterizado por no tener deriva.

Hasta acá, podría imaginarse que, por matemática, la definición es demasiado abstrusa, pero se explica claramente cuando se aplica, por ejemplo, a la economía y los juegos de azar. En ese caso una martingala es una estrategia de inversión que consiste en apostar por el total perdido con la intención de recuperarlo. Aplicando la martingala, cada vez que se pierde una apuesta se dobla la cantidad apostada en la siguiente apuesta. De esta forma se recupera el capital perdido. Por eso, para evitar que los jugadores sigan la estrategia de la martingala, la mayoría de los casinos establecen límites para las apuestas.

Con todo, la martingala no es garantía. De hecho, se popularizó en el siglo XVIII, adoptando su nombre de los habitantes de la localidad francesa de Martigues, cerca de Marsella, quienes tenían la reputación de ser ingenuos, crédulos y más bien simplones.

Ahora bien, sin tanto palabrerío, el Diccionario Salvat define martingala como “cualquier tipo de combinación en los juegos de azar”.

Dado que esta acepción, acaso la más usual, no está de ningún modo presente en las distintas que propone el DRAE, cabe entonces preguntarse qué tan lejos está la palabra “combinación” de la palabra “ardid”:

combinación
Del lat. tardío combinatio, -onis

1. f. Acción y efecto de combinar o combinarse.

2. f. Unión de dos cosas en un mismo sujeto.

Y en el caso de ardid, veamos sólo la tercera acepción, que podría ser la más pertinente:

ardid
De ardido

3. m.  Artificiomedio empleado hábil y mañosamente para el 
logro de algún intento.

Entonces, si para el DRAE una martingala es un ardid, sin explicar de qué clase, y si la palabra ardid ni siquiera se acerca a los varias acepciones de combinación, algo no está funcionando bien. Dicho de otro modo, estos brutos de la Real Academia vuelven a fallar como “administradores” de la lengua. O sea, ¿para qué tenerlos en cuenta?

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