lunes, 10 de febrero de 2020

Para "existir" hace falta mucho más que ser traducido

El pasado 2 de enero, la editorial Seuil publicó en francés Matate amor, de Ariana Harwicz. La autora buscó el texto en una librería y se topó con una realidad que no esperaba. De eso trata el artículo que publicó en Clarín el pasado 8 de enero, reproducido a continuación en esta entrada.

En Francia, a los escritores latinoamericanos
los mandan al “dofón”

Creo que es la primera vez que salgo llorando de una librería parisina, los sucesos sentimentales del pasado no ocurrieron nunca en Francia sino en escenario porteño. Una vez me compré Así hablaba Zaratustra en una librería de San Telmo cerca de donde daba clases de cine y me lo fui a leer al bar de tango Seddon, en el Bajo, pero no sé si fue por Nietzsche que lloré o por el tango.

Aquella noche ni imaginaba vivir algún día en el extranjero ni ser yo misma, ciudadana, escritora, lo que sea, pero con acento. Ni tampoco sospechaba los efectos imprevisibles de una nueva lengua, nunca se sabe qué deparará la lengua inmigrante en la de origen, y viceversa, y qué provocarán ambas al escribir.

El 2 de enero pasado empezó oficialmente una de las dos Rentrées littéraire del año, el momento en que se lanzan las novedades. Es un momento clave donde una avalancha de libros de todos los géneros salen y las editoriales chicas y grandes apuestan a ese fenómeno contradictorio: vender mucho con 481 libros (otros años fueron más de 600) queriendo críticas y espacio al mismo tiempo. Mi novela Matate, amor/ Crève, mon amour, que ya lleva siete años haciendo su camino, salió con la gran editorial comercial Seuil. Entré ansiosa a la librería en Tolbiac, (en el barrio 13 o barrio chino aunque lo comparten con comunidades de Magreb) y no la vi en la mesa de novedades, por ahí fue un acto fallido pero me olvidé que yo no estaría con los demás autores de Seuil.

Le pregunté a la librera por mi libro. Rápido porque Elliot desde su cochecito ya había vaciado media mesa y atacaba ahora los estantes, ya estaban en el piso Echenoz, Pierre Lemaître, Daniel Pennac y Vanessa Springora (el único libro del que se habla por Cadena Nacional es el relato de la relación de la autora cuando tenía 15 con el escritor Gabriel Matzneff, en ese entonces de 50, se discute de nuevo la moral y la pedofilia versus libertinaje), París no es exactamente una ciudad para los niños, los perros son más aceptados en librerías y restaurantes así que me apuré.

 “No lo tengo”, me dijo. ¿No? Insistí, y tuvo que volver a buscar y sorprenderse de que sí existiera, ahí me señaló, había un solo ejemplar al fondo, al dofón, al lado de un oso de peluche gigante (todo mi desprecio a los osos de peluche gigantes en librerías). Es cierto que el ordenamiento de una librería supone la edificación, la puesta en acto de una mirada política en relación a la lectura, una posición frente al arte en general y frente a los escritores locales en particular (los de Capital y los de provincia, en equivalencia a la France profonde que es todo lo que no son grandes ciudades).

Cada vez que busqué un libro escrito por un autor latinoamericano en cadenas o librerías independientes tuve que escrutar estanterías muy arriba o muy abajo o muy al costado o en otro piso, siempre todos amontonados y fuera del espacio central de circulación. Por supuesto que las librerías dependen del espacio, el gran tormento, mi reino por un poco de espacio, pero no se puede reducir a eso tampoco.

Quizás porque fui educada como lectora en la lógica de Buenos Aires, de otras ciudades de Latinoamérica y de España donde siempre está por delante, por encima, valorado el autor de lengua extranjera, y por ende es exactamente al revés, es muy difícil para un autor latinoamericano hacerse un lugar en España aunque compartan la “lengua” (no hablo de los ya consagrados, premiados, del boom, hablo de la gran mayoría de autores). En México pasa más o menos lo mismo pero el mercado es distinto y hay librerías del Estado donde hay mucha obra de autores nacionales. La diferencia con respecto a Francia es que no hay una jerarquización, los libros están equiparados o incluso tienen más visibilidad los de afuera.

En Francia no hay ahora una gran atracción por la literatura contemporánea latinoamericana y no logran ubicarla en el mapa, les cuesta citar a autores por fuera del más vivo de todos, Vargas Llosa. El muro es siempre la lengua, ella define la frontera. La Gran Muralla es siempre la traducción, dime si eres traducido y te diré quién eres.

Nada está libre de factores comerciales, son librerías no bibliotecas, y si de marginalidad se trata, la soberana es la poesía que se edita mucho más de lo que se vende y suele tener poco espacio incluso en Ferias Independientes pero; ¿cómo leen los españoles, cómo leen los argentinos, cómo leen los franceses? ¿Qué pautas de consumo literario tienen y por qué? ¿Las librerías deben seguirlos o intentar subvertir los hábitos?

A los franceses les gusta entrar a una librería y ver las secciones de los países, aunque nada tenga que ver después literatura y nacionalidad, yo no creo por ejemplo que mi escritura pueda pensarse desde lo latino ni desde lo francés, entonces cerca de la sección “literatura feminista” debería estar la “literatura apátrida”. Quizás el gran salto es el cambio de lengua, como Héctor Bianciotti, como Silvia Barón Supervielle, o lo que hizo Copi, pero tampoco resuelve el problema. Todo esto no es más que centro y periferia, al final.

En los peloteros franceses de provincia, en los bares, los supermercados, las estaciones de servicio, en la radio lo que suena de música latina es siempre esto: “Mueve ese poom-poom, girl, mueve ese pom, pom, mueve ese pom pom, mueve ese pom pom”.

Así también es muy difícil.

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