viernes, 12 de junio de 2020

Guillermo Piro y las bibliotecas como escenografía

Una columna de Guillermo Piro, aparecida en el diario Perfil, de Buenos Aires, el pasado 8 de junio, en esta ocasión sobre las bibliotecas que sirven de fondo a las apariciones públicas de los famosos.

Las bibliotecas como fondo

Lo que uno dice no es tan importante como la biblioteca que tiene a sus espaldas”. Ese es el lema de la cuenta de Twitter Bookcase Credibility, nacida en abril para reunir y comentar las imágenes de las bibliotecas usadas como fondo por actores, políticos y periodistas, especialmente en este período en que a causa de las conocidas restricciones para contener el coronavirus casi todos los videos y las entrevistas televisivas se hacen entre las cuatro paredes de casa. Sobre Bookcase Credibility escribió Amanda Hess en el New York Times, y gracias a ella sabemos que Joe Biden, candidato a la presidencia en los EE.UU., tiene una vieja pelota de fútbol americano en un estante, o que la biblioteca de Michelle y Barack Obama tiene enormes espacios vacíos.

Cate Blanchett tiene los veinte tomos del Oxford English Dictionary, el más famoso diccionario en lengua inglesa, el príncipe Carlos de Inglaterra tiene la biblioteca repleta de libros sobre caballos, Paul Giamatti, como Karl Lagerfeld, tiene una particular preferencia por acomodar los libros de manera horizontal, y la escritora Arundhati Roy tiene unas pilas enormes de libros sobre el escritorio. La política británica Michelle Ballantyne dejó a todos con la boca abierta: no tiene una biblioteca detrás, sino una fotografía de ella con una biblioteca detrás.

Las bibliotecas otorgan autoridad y credibilidad, al mismo tiempo hablan con estudiada naturalidad de uno y de sus propios intereses. Es una estrategia que la pandemia hizo surgir en ciertos casos voluntariamente y en otros imprevista y descontroladamente. Pero que en cualquier caso el hábito de espiar las bibliotecas ajenas no es nueva: en la Argentina todos recordarán la que hizo de fondo a la detención de Amado Boudou, donde podía verse, entre otras cosas, una máscara veneciana, un banderín de Italia, un ejemplar del Capital de Thomas Piketty y una estatuilla de Cristina Kirchner saludando con la mano.

En estos días, escribe Hess, “juzgar los fondos de las videoconferencias de personajes públicos se volvió el juego preferido de la sociedad de la pandemia”. Algunos se limitan a espiar curiosa y morbosamente entre los estantes para tratar de leer los títulos y poder así penetrar un poco más en la personalidad del propietario. Otros prefieren concentrarse en la elección de la biblioteca como objeto de design, la iluminación, los cuadros y los muebles que ocupan el espacio. Para esas ocasiones, la cuenta de Twitter Room Rater, por ejemplo, aconseja a algunos agregar una planta, o a otros quitar una pintura que llama demasiado la atención y distrae. 

La biblioteca cubriendo las espaldas no deja de ser una pose, dice Hess. Quien habla podría hacerlo delante de una televisión apagada o de una pintura, pero prefiere hacerlo delante de libros. Tanta seguridad ofrece, que basta sentir la respiración de los libros detrás nuestro para que, como dice el lema de Bookcase Credibility, uno se relaje más de la cuenta, al punto de olvidar los pequeños detalles, que sabemos desde siempre que es donde habita el Diablo. Hace poco el periodista de la cadena ABC Will Reeve –el hijo de Superman– habló en directo en el centro de un encuadre donde a sus espaldas se veía una biblioteca hermosa, sin darse cuenta que había dejado a la vista una pierna desnuda, claro signo de que estaba en calzoncillos. 

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