jueves, 25 de junio de 2020

Y dale con las librerías: esta vez, las de Argentina


“Un informe difundido hace unos días por la Cámara Argentina del Libro (CAL) pone números ahí donde conjeturábamos: en los últimos cinco años las caídas acumuladas en la producción de la industria editorial son alarmantes. En el caso de las librerías, la pandemia accionó como un parteaguas demoledor: hoy venden entre un 20 y un 25% de lo que facturaban antes. Ante este panorama, ¿pueden desaparecer las librerías porteñas? Responden los involucrados.” Tal es la bajada de esta nota –probablemente la mejor que salió hasta la fecha sobre el tema de las librerías argentinas–, publicada por Natalia Viñes (foto) en el diario Perfil, de Buenos Aires, el pasado 21 de junio.

Peligro de extinción

Las librerías atraviesan la crisis más grande de su historia. Resulta difícil calcular su futuro cuando el presente naufraga en una distopía imposible de haber imaginado tres meses atrás. La realidad que les toca desde el confinamiento cambia abruptamente cada semana, y vienen de enfrentar una embestida profunda durante los años de gestión de Cambiemos.

¿Seguirán existiendo luego del crecimiento de las ventas de libros vía internet durante el aislamiento? ¿Qué pasará en Buenos Aires, la capital mundial de las librerías, una vez que pase el temblor? Especialistas de la industria auguraron, días atrás en Perfil, un posible cierre masivo de librerías. Consultados por este diario, los libreros cuentan su actual situación, su estado de alerta e incertidumbre, y las posibles consecuencias que vislumbran.

Argentina es el país con mayor hábito de lectura en la región, y Buenos Aires es la ciudad con más librerías por habitante en el mundo: 8 mil habitantes por cada una. Son un total de 350 librerías que, si se juntan con las de Provincia, concentran el 63 por ciento de las librerías de todo el país, según el último informe estadístico (2018) de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP). En el mismo informe se observaba que el sector editorial conservaba una estructura tradicional a la que aún le faltaba un largo camino por recorrer hacia las nuevas tecnologías.

Esta situación se está reflejando durante la pandemia con diferentes consecuencias en las ventas de las librerías. Algunas, las menos, en los últimos años, ya habían incorporado un sistema de ventas online que funcionaba de manera aceitada desde antes del aislamiento. La actual situación aceleró procesos que, en muchos casos, ni siquiera estaban planeados. La mayoría de las librerías incursionaron en la venta online por primera vez con resultados aún bastante escasos, las editoriales agregaron de urgencia carritos de compra en sus páginas web; y los sitios de venta de libros de modalidad virtual como Mercado Libre o Busca Libre aumentaron exponencialmente sus ventas, a la vez que nuevas plataformas similares hicieron su aparición de la noche a la mañana, como: Sakura Libros, Colorín Colorado y Mandolina Libros, entre muchas otras.

Al comienzo del aislamiento las librerías estuvieron cerradas un mes, con una pérdida de ganancias del 100 por ciento. Luego se autorizó la venta por delivery y, a partir del 12 de mayo, el gobierno porteño habilitó la reapertura de los locales. Aun así, las librerías que no estaban preparadas para la venta vía online calculan entre un 60 y un 80 por ciento de pérdida en sus ventas y coinciden en que necesitan ayudas especiales para el sector.

Pablo Braun, dueño de la librería Eterna Cadencia y de una cadena de cuatro librerías Estación Libro, que está en los shoppings, dice: “Por un lado estábamos bastante bien preparados en Eterna con la venta online y eso casi pudo suplir lo que se vendía antes. Pero por otro lado están las cuatro librerías de los shoppings cerradas. Hay casi cuarenta personas trabajando. Por suerte está la ayuda estatal de los sueldos, que nos sirve, pero no sé cuántos meses más podrán hacerlo. Eso es una catástrofe total y absoluta vendiendo cinco libros por día”. En el mismo sentido, Sandro Barrella, de Librería Norte, percibe que cuando se iniciaron las ventas online alcanzaron a facturar entre un 40 y un 50 por ciento de lo que venían vendiendo normalmente. Con la apertura de la librería física comenzaron a vender un 40 por ciento más de lo que vendían solo online. “La librería tenía una estructura en torno a la página web que funciona desde hace muchos años y eso nos permitió acomodarnos rápido para salir a la cancha. Después, es una carrera día a día porque el libro viene de una crisis de cuatro años durísima”.

En cambio, José Rosa, de Librería de las Luces y delegado de la Cámara de Libreros, hasta el momento registra un 80 por ciento en la caída de las ventas. “La gente no viene al Centro si no hay movimiento normal. Si sigue la cuarentena voy a tener que pensar en una política de cierre”, dice el dueño de la librería histórica fundada en 1965. “Recién ahora estamos comenzando a vender por Internet. Pero eso representa un diez por ciento. Es como abrir un negocio nuevo, lo cual es un suicidio en esta época. Necesitamos una ayuda especial para el sector porque las librerías son un negocio de muy baja rentabilidad”.

Gabriel Waldhuter, de Librería Waldhuter, dice que “la venta por delivery representa un 15 por ciento de la venta total de una librería; muchas de ellas, sobre todo las pequeñas, no cuentan con página web, y recurren a Mercado Libre, que entre impuestos, comisiones y gastos de envío representa una quita del 20 por ciento. Una librería pequeña obtiene un 35 y un 40 por ciento de descuento del editor.  Entonces, sobre esa pequeña venta que hacemos la rentabilidad es nula. Con la reapertura de la librería, si antes por día entraban unas cien personas, ahora lo hacen diez. La venta de abril de 2020, contra abril de 2019, fue de un 80 por ciento menos. Me imagino que la pérdida anual rondará entre el 60 y el 70 por ciento, dependiendo, claro, de cómo marche la pandemia. Los gastos fijos se mantienen, y los ingresos no paran de caer. Todo hace pensar que cerrarán librerías. La preocupación es muy grande. La cadena de pagos está rota completamente. El sector editorial y librero está sangrando, pero venimos sangrando desde hace tres años”.

Ecequiel Leder Kremer, director de Librería Hernández y colaborador y participante de la Cámara de Librerías, Fundación el Libro y Cámara Argentina del Libro (CAL), cuenta que “las pérdidas son importantes. Actualmente estamos teniendo una caída de un 60 por ciento. Si bien ese 40 por ciento que percibimos es esencial porque nos permite cumplir con nuestras obligaciones, pagar salarios con la ayuda del ATP (programa de Asistencia al Trabajo y la Producción) y pagar a nuestros proveedores, esto plantea un panorama que no es bueno. La ayuda del Estado es muy importante y es definitorio el comportamiento de la gente en cuanto a lo que la situación le permita hacer desde el punto de vista sanitario y económico.

Planeta y Mercado Libre.
Sumado a este panorama, 15 días atrás estalló en el sector como una bomba la noticia de que la Editorial Planeta abrió su propia tienda online en Mercado Libre. A través de las redes y bajo el hashtag LasLibreríasImportan, un gran conjunto de librerías emitió una declaración expresando su profundo malestar. Desde ese momento, libreros, escritores y lectores se suman día a día al hashtag para expresar su apoyo a las librerías.

La editorial Planeta, respondió días atrás a Perfil, a través de Santiago Satz, gerente de prensa de la empresa: “Esto de ninguna manera implica que no se comercialice más vía librerías, que son nuestra prioridad”. Sin embargo, eso no llevó la calma a los libreros que, a raíz del hecho, se están juntando para ver cómo se pueden organizar frente a lo que consideran una amenaza.

Planeta legalmente puede abrir un canal directo con Mercado Libre (y además no es la única editorial que vende directo a través de esa plataforma), pero al ser un coloso, gracias a su poder económico, puede posicionarse para lograr una visibilidad muchas veces mayor que la de las librerías que venden y sobreviven a través de ese canal en este momento. A su vez, la lógica de Mercado Libre dirige a través de sus algoritmos las búsquedas de los productos de mayor rentabilidad. Esta confluencia de fuerzas es lo que las librerías señalan como un posible efecto devastador para sus locales.

“La Librería Norte está en total desacuerdo con lo que está haciendo Planeta. La idea es mantener una postura crítica, ver qué acciones se pueden tomar desde un colectivo de librerías y vinculados también con las editoriales para ver qué protección se le puede dar al sector”, apunta Sandro Barrella.

A Pablo Braun le parece que “esto puede hacer que cambien las reglas del juego y si eso pasa la reconversión puede ser más profunda. Si Mercado Libre cambia las reglas y decide, por ejemplo, vender directo a través de las editoriales y no por las librerías, como hace Amazon en Estados Unidos, ahí este canal puede ser peligroso. Y para una gran editorial también, ponele que a la editorial le vaya fantástico y MercadoLibre le diga: ‘Si no me hacés el 60 por ciento no te compro’. En este caso el libro está bastante protegido con la ley del precio único. No sé si puede tener más protecciones que eso. Me parece que lo mejor, aunque muy difícil, es estar atentos a lo que hace Mercado Libre”, concluye.

La situación no es ajena a los especialistas en el área. Alejandro Dujovne, investigador y especialista en la industria del libro, dice que “Planeta (con esta decisión) rompe cierto pacto implícito existente” y que es fundamental que hubiera mesas de conversación y espacios de diálogo. “El problema es tener un sector fragmentado y una crisis que no contribuye a fortalecer esos espacios de conversación. Creo que si uno deja al mercado librado a sus propias reglas vamos a ir a una situación de una mayor vulnerabilidad de las librerías”.

Por su parte, a Natalia Calcagno, socióloga especializada en economía de la cultura, le parece que “la práctica de Planeta es nociva para las librerías en un momento de emergencia y habría que reaccionar, en ese sentido, para protegerlas”. Pero dice que le parece que no es posible que las editoriales puedan poner en riesgo el canal de las librerías: una editorial intermedia no puede existir sin ellas. Calcagno considera que hay que pedir regulaciones al Estado y que “hay muchas leyes de emergencia cultural en otros países, como Alemania, España, Canadá, o Francia.

Propuestas.
Consultado por Perfil, días atrás, Enrique Avogadro, ministro de Cultura porteño, comentó sobre su voluntad de prestar atención al tema: “Hay que defender a las librerías independientes”. Mencionó que el gobierno porteño permitió la reapertura de las librerías y que se está avanzando en reuniones con el sector para analizar qué medidas paliativas se pueden tomar. “Estamos alentando a las librerías a que se estructuren como asociación o como grupo, al menos para trabajar en conjunto”, aseguró.

Por su lado, la Cámara Argentina del Libro (CAL) dio a conocer el pasado martes 9 un documento que informa sobre el estado del sector de la industria del libro y plantea propuestas para aplicar en pandemia e incluso luego de ella. Entre las medidas que involucran directamente a las librerías, proponen un trabajo conjunto con Correo Argentino para reducir los costos de logística que tiene la venta online. La idea sería contemplar una tarifa especial para libros y el envío gratuito en algunos casos. En este momento esos costos favorecen la concentración de las cadenas de librerías y plataformas de venta, y reducen el porcentaje de facturación de las librerías a menos del diez por ciento.

El Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc-Unesco) publicó en mayo de este año un documento urgente para entender la situación del sector editorial iberoamericano. Dice que “analistas como Bernat Ruiz, Manuel Gil o Guillermo Schavelzon coinciden en que la principal medida gubernamental para la recuperación del sector no sólo pasa por la compra de libros, sino que se debe dar prioridad a las librerías por ser el eslabón más débil de la cadena de valor del libro”. “Las librerías necesitarán una rápida inyección de liquidez que les permitiría evitar el cierre, disminuir las devoluciones y seguir haciendo pedidos” manifiesta Ruiz. Y da cuenta del atraso tecnológico que aún existe en la cadena de valor del libro en la mayoría de los países de la región.

Sobre el futuro de las librerías.
Una vez que acabe la pandemia, los libreros creen que muchas librerías podrían cerrar. Dicen que no es fácil saber cómo se van a dar las cosas, pero no ven posible que la librería, la figura del librero y la tradición cultural que tenemos aquí vaya a terminar. Sin embargo, no pueden arriesgar una mirada clara sobre qué les deparará el futuro luego de esta transformación que están comenzando a conocer ahora.

Pablo Braun dice que “hay un cambio en el paradigma del consumo de la gente, y las librerías no son ajenas. Me parece que hay un delivery que llegó para quedarse. Esto es un golpe muy fuerte y todos vamos a tener que reconvertirnos. No me imagino un futuro sin librerías. Habrá menos, serán más chicas, trabajarán menos personas, es muy difícil. Pueden empezar a pasar cosas como esto de las editoriales vendiendo directo, puenteando librerías. Ahí hay algo que no tiene que ver con el mundo del libro, tiene que ver con que todo el mundo quiere matar al intermediario. Y eso traería consecuencias muy graves porque, si no hay intermediarios, ¿qué es lo que van a terminar comprando?

Gabriel Waldhuter opina que “esto recién empieza, tengo imágenes de 2001, creo que esta crisis sanitaria será peor. Ahora, si aparece la tan deseada vacuna, iremos volviendo a visitar librerías, a continuar las que teníamos. 

Las librerías no van a desaparecer.
Para Ecequiel Leder Kremer, “probablemente haya una práctica residual de las compras a través de los canales digitales, pero me parece que, como muchos están esperando volver al cine, muchos lectores y lectoras están esperando volver a las librerías con todo lo que esto implica: la relación con el librero, la posibilidad de recorrer la librería, de recorrer los sectores temáticos, de identificar editoriales. Esto en modo alguno lo reemplaza una pantalla en una computadora”.

Sandro Barrella: “No tengo otro remedio que ser optimista porque es lo que me permite la posibilidad de estar trabajando. Después, si todo se derrumba, se derrumba. Me parece que hay un espacio más allá de la mística para las librerías pequeñas. Si no hay una condición más pareja para competir, nos la vamos a ver muy complicada. 

Toda la economía mundial está pensada para la gran escala. No es un tema solo del libro”.

¿Qué desaparece si desaparecen las librerías?
Natalia Calcagno: “Cuando entrás a una librería a hablar, a mirar, se abre un mundo de diversidad a través de la recomendación del librero. El tema de la exhibición es fundamental para conocer. Si no, estás limitando la venta. Si mirás lo que venden en un supermercado, son diez, veinte libros, y tenemos decenas de miles de títulos por año que se producen en Argentina. Más lo que se produce en otros países. La librería es la posibilidad de la editorial chica o pequeña de acercarse al lector.”

Alejandro Dujovne: “Ahí se juegan varias cuestiones para pensar, una es cuál es el valor social y cuál el cultural que tiene una librería. Es una discusión que la sociedad y la política tienen que darse para ver qué hacer con eso. Las librerías son algo más que un mero canal de comercialización. Aunque no hay que desatender su dimensión mercantil o comercial, porque de eso vive mucha gente. Al mismo tiempo son, desde el nivel de la producción de valor del libro, un lugar importantísimo, porque tienen que ver con la experiencia de la lectura, con el modo en el que la literatura y el libro se relacionan con la sociedad en su conjunto, y cómo circulan los libros. Las librerías le añaden un valor y le dan una visibilidad. Y en ese caso el libro pasa a ser percibido y a ser parte de una experiencia social distinta que si uno solamente hace un clik y le llega a su casa.”

El escritor Jorge Carrión, que acaba de publicar en Argentina Contra Amazon (Galaxia Gutenberg), dice que “en todas partes se ha impuesto la lógica que inventó Jeff Bezos (fundador y director ejecutivo de Amazon) hace más de veinte años: lo que importa es la velocidad y por tanto hay que eliminar las figuras de los prescriptores intermediarios (como el editor, con la autoedición, o el librero, con la compra en la web). Pero esa lógica, si se piensa bien, es bastante absurda. Elimina el paseo, el deseo, la historia que te une con la adquisición y la lectura de un libro, el descubrimiento, la posibilidad de un encuentro o de un café. Al igual que en su día Buenos Aires protegió a sus cafés notables, ahora debe proteger a sus librerías. Pero sobre todo deben hacerlo los lectores.”

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