jueves, 29 de octubre de 2020

Los editores siguen cagándose en los traductores


En el artículo publicado ayer, García Márquez, ya en 1982, se refería a las muchas dificultades que conlleva la profesión de traductor y a lo mal paga que es. En el viejo suplemento Primer Plano, del diario Página 12, un tal B.E.M. (no hay ni nombre ni apellido), el 13 de noviembre de 1994 (o sea, 12 después), publicó una columna donde se refiere a las mismas cosas, pero con una mayor conciencia del oficio (al fin y al cabo, García Márquez no fue traductor), añadiendo varias de las malas prácticas que incluso hoy sobreviven (periodistas que hablan de los autores traducidos sin pensar que pueden leer porque medió el trabajo de un traductor, editores que se quedan con los subsidios de los traductores, valores inferiores a los del mercado gracias a la connivencia entre distintas editoriales, contratos a perpetuidad no contemplados en las leyes argentinas, etc.). Hoy (vale decir, 16 años después) poco ha variado, como podrá comprobar el lector leyendo el siguiente artículo. Mientras tanto, las asociaciones de  traductores hacen congresos para discutir sobre "la invisibilidad del traductor". Tal vez haya una errata y deba leerse "la imbecilidad del traductor". 

Traductores traicionados

Hay personajes que aseguran que, entre los trabajos más ingratos de este mundo, se encuentra el de traductor. Todo aquel que se dedique a cambiar de idioma las palabras sabe que quedará en las sombras del olvido. "Este trabajo es doblemente ingrato", asegura uno de ellos, "ya que además de estar muy mal pago, en ninguna de las bibliográficas que se publican en la Argentina aparece un solo párrafo dedicado a nuestra tarea. Por lo tanto terminamos siendo una suerte de seres anónimos, negritos que se encargan del trabajo sucio.

Las anécdotas referidas a este ultraje son muchas. "Una importante editorial argentina encargó la traducción de un libro escrito en inglés. La empresa se quedó con los derechos de la traducción y le pagó al traductor tres veces menos de lo que abona en el mercado internacional. Por si esto fuera poco apareció en escena un sello español que decidió comprar los derechos de  traducción para editar en su país. El traductor se enteró por casualidad ya que en su bolsillo no entró ni un centavo de los que, legalmente, le correspondían. Los editores hicieron un buen negocio ya que allí las traducciones se pagan el doble que en la Argentina. Por otra parte el texto resultó modificado y lleno de españolismos que el traductor nunca usó en la versión argentina. Pero sí apareció su crédito avalando dicha traducción", comenta una de las víctimas.

En la Argentina, las traducciones se pagan entre 10 y 15 pesos por cada mil palabras. En España se paga el doble y en Francia cinco o seis veces más. En aquellos países, además, existen institutos culturales internacionales que están dispuestos a pagar traducciones a muy buenos precios para la difusión de sus autores. Pero, según los traductores, los editores se quedan con el dinero que pagan estas instituciones. Uno de los que admite haber tenido varias experiencias desagradables con editoriales asegura que "es común que las instituciones les paguen a los editores el sueldo que deberían recibir los traductores por creer que existe un contrato razonable entre editores y traductores. Pero es común que los editores les paguen a los traductores un precio nacional y se queden, sin decirles nada, con el resto para así poder costear las vntas". Siguen las quejas: "El mercado argentino paga igual a una bestia que a un traductor. Esto hace que las editoriales terminen pagando de más porque necesitan de otro para que corrija las traducciones. Ese corrector sí está bien pago, pero con ese dinero malgastado se podría mejorar la remuneración de un buen traductor". 



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