miércoles, 2 de diciembre de 2020

Algunas malas prácticas de la cadena del libro

En la entrada de ayer se mencionaban las llamadas “malas prácticas”. Una primera enumeración podría incluir : 

1-las anomalías en la firma de contratos (como la ridícula cláusula “para la lengua” –inventada, claro en España, y luego adoptada en todo el mundo hispánico–, cuando se sabe desde el principio que no va a haber ni distribución ni venta en otros puntos del planeta); 

2-la distribución inexistente –vale decir, libros que se saldan casi inmediatamente después de haber sido publicados, sin darles tiempo de que hagan su camino (una práctica usual de la editorial Planeta); 

3-los exiguos informes de ventas (que se realizan entre dos y una vez por año y que se liquidan tres meses después de haber sido informados, con la consiguiente pérdida para los autores y traductores); 

4-la invención de la categoría mid price (mitad de precio) que, sin constar en los contratos, permite a las editoriales saldar un libro sin tener que contar con la aprobación del autor y sin ofrecerle los libros saldados en primera instancia a él. 

Pero si uno se pone a buscar, encontrará muchas otras cosas. Por ejemplo, 

5-cesiones de derechos que no discriminan plazos (lo que es completamente ilegal en casi todo el mundo, aunque la editorial Losada sostenga lo contrario); 

6-pagos realizados en una única oportunidad para libros publicados muchas veces (como le pasó a la traductora Mirta Rosenberg, con Modernidad líquida, de Zigmund Bauman, obra por la que el Fondo de Cultura Económica le pagó una sola vez, a pesar de que superó las 30 reimpresiones y tiene ediciones en México, Argentina y España); 

7-demoras de pago mayores a las estipuladas en el contrato, sobre todo considerando que a las papeleras y encuadernadoras se les paga de inmediato, a pesar de los frecuentes aumentos; 

8-falta total de pagos, como los que suele protagonizar la editorial Malpaso, que, a pesar de comprar títulos por sumas astronómicas, adeuda en forma pareja a editores, autores y traductores, por lo que fue consecuentemente denunciada en España; 

9-cesiones de anticipos obligatorias a diarios y revistas, con la excusa de la promoción, sin que el autor reciba nada a cambio (a veces, muy raramente, el editor recibe un pago por ese anticipo que debería ser extensivo en su parte alícuota con el autor. Pero las más de las veces no cobran ni autor ni editor); 

10-en el caso de la traducción, apoderamiento de subsidios destinados al traductor que la editorial considera como propios;

11-demoras en el pago a los autores cuando se hacen ventas públicas (a ministerios, a municipalidades) que, a pesar de plantear un PVP inferior al de las ventas normales y un sistema de pago más extendido, las editoriales, sin especificarlo en el contrato, obligan a los autores a compartir la demora de cobro. 

Pero hay también cosas más bajas, como, por ejemplo, 

12-recibir un original solicitado y no responder nunca si va a ser editado o no (los editores suelen ofenderse de que se les insista para que respondan, como si los autores fueran unos cargosos que, al cabo de un año, osan perturbar la sacrosanta paz de sus oficinas). 

13-tomar un texto entregado para su consideración, rechazarlo al cabo de mucho tiempo y, entretanto, ofrecer la trama o algún otro aspecto constitutivo a otro escritor afín a la casa que, incurriendo en un plagio de difícil comprobación, publiqué primero lo que la imaginación le dictó a otro; 

14-publicación de textos previamente traducidos, omitiendo el nombre del traductor original (para no pagarle derechos) y reponiendo un nombre inventado, por el simple trámite de alterar algunas palabras (cara por rostro, o rostro por cara) de tanto en tanto, para evitar las acusaciones de plagio (Bruguera, que compraba catálogos enteros en Latinoamérica y que los españolizaba en España incurrió en esa picardía muchas veces; Edhasa de España hizo otro tanto con el catálogo de Sudaméricana, pero sus editores olvidaron sacar las citas al pie de página de los traductores argentinos, con lo que el engaño se puso en evidencia); 

15-el robo de un autor a otros editores, no porque ese autor importe, sino porque de ese modo dejan fuera de juego a un competidor, aunque el autor en cuestión sea insignificante (esto es más propio de los grandes grupos; a modo de ejemplo, en su momento, al menos en Buenos Aires, se comentó el pase de Juan Forn de Planeta a Penguin Random House); 

16-llegar a acuerdos entre varias editoriales para mantener el precio más bajo posible de una traducción, aduciendo que “el precio lo fija el mercado” (que en este caso consiste en una connivencia ruin entre mercaderes). 

En cuanto a los agentes, las historias son muchas y bastarían algunas de las prácticas que vimos en las últimas semanas por parte de la Wylie Agency, pero baste aquí mencionar la peor de todas las prácticas, adoptada desde hace ya unos cuantos años: 

17-subastar a un autor, sin informarle a todos los participantes de la subasta y, por lo tanto, elevando el valor de los derechos artificialmente. La mayoría de las editoriales sufren ese flagelo, pero la práctica se extiende cada día más y ya llega a terrenos insospechados, al punto tal que una renovación de contrato puede multiplicar su valor en varios ceros.

Para ser claros, los editores que se prestan a eso son cómplices. 

Ahora bien, las malas prácticas también son propias de las librerías: 

18-una vidriera tiene su costo, sobre todo en las grandes cadenas. Un ejemplar en la vidriera equivale a X ejemplares gratuitos por parte de la editorial. Esa cifra crece o disminuye de acuerdo con el lugar de la vidriera que se ocupe. Luego, una pila de libros en el interior del local equivale a X por 2. 

19-y también, volviendo a las vidrieras, exhibición casi exclusiva de libros españoles, que son más caros que los argentinos, porque el porcentaje de ganancia para el librero es mayor en razón del precio, lo cual indica un criterio absolutamente mercantil que pone en duda las intenciones humanistas del librero; 

20-descuentos que no se ofrecen, si no se los pide; y que si los hay, raramente superan el 10% del precio de tapa, aunque se sea cliente fiel de la librería en cuestión: 

21-ubicación de los libros potencialmente menos comerciales –poesía, filosofía, teatro, música– en los lugares más inaccesibles del local, demostrando un claro desprecio por lo que no es material de venta inmediata. 

En cuanto al periodismo cultural, 

22-muchas veces los libros comentados vienen acompañados de invitaciones y otros agasajos, cuando no de la promesa de publicidad para el medio. De acuerdo con la importancia del grupo y del autor pueden venir con un viaje a España y una hora con Mario Vargas Llosa o afines (la hora con Pérez Reverte no cuenta porque no es deseable y requiere indemnización).

Respecto de esto, tal vez convendría agregar que el llamado “periodismo cultural” tiene por norma promover lo que más se vende, lo que lo pone de lleno en la lógica del mercado. Esta redundancia se debe a que el periodismo también quiere vender periódicos y se vende más si uno informa o simula informar sobre lo que se está vendiendo como pan caliente. Es lo que se conoce como “enganche”. Un círculo vicioso. Las editoriales buscan ser publicadas en medios de gran alcance y los medios les publican lo que tiene mejores ventas. De ahí que a los periódicos les importen poco los libros de poesía. El círculo vuelve a cerrarse, esta vez en sentido contrario: ¿para qué concederle espacio a lo que no se vende? La hiprocresía empresarial dice que una noticia o información define su importancia por el número de personas a las que puede interesar. Lo mismo se aplica a los libros. Los viajes son una buena forma de predispoenr a los periodistas a un buen comentario, pero, sobre todo, a un considerable espacio para el libro que se quiere promocionar. El periodista deberá luego convencer a su jefe no de que el libro es bueno, sino de que el autor es muy leído.

Y hablando de los jefes,

23-la reseña al mal libro del sobrino del gerente comercial o de la ex amante del secretario de redacción (que es una forma de mantenerla callada), o la publicidad encubierta del restaurante al que va el encargado de marketing, o a la provincia de Tucumán (porque el director del suplemento es tucumano y tiene compromisos con sus co-provincianos).

Se aclara que ésta es una lista moderada a la que podrían sumarse muchos ejemplos. Se escuchan ofertas.

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