jueves, 17 de diciembre de 2020

Frank Zappa tiene razón: la sustancia básica que sostiene al universo no es el hidrógeno, sino la estupidez

En teoría, el affaire Glück/Pre-Textos quedó atrás. Ahora que la autora estadounidense va a ser publicada por la editorial Visor, integrando un catálogo en el que brillan grandes autores como Elvira Sastre y Joaquín Sabina, todo parece haber vuelto a la normalidad. 

 Consecuencias que vale la pena considerar


En primer lugar, es prácticamente la primera vez que, más allá de la obtención de un premio, una poeta, por cuestiones de mercado, ocupa los titulares de los diarios, algo que, hasta ahora, sólo parecía suceder con los novelistas. 

Paradójicamente, la cobertura mundial –que incluyó artículos en todos los diarios de España y Latinoamérica, además de uno en The New York Times (publicado el 9 de diciembre pasado y firmado por Raphael Minder) y otros en medios de Alemania, Francia y Rusia, entre otros países europeos– ha puesto de manifiesto hasta qué punto géneros como la poesía, la literatura dramática y, en menor medida, el ensayo obedecen a leyes completamente distintas que las que rigen a la narrativa, más atenta a los designios mercado y, por ello, susceptibles de la consideración de los agentes literarios. Cabría entonces una segunda reflexión a propósito de en qué medida el mercado condiciona fundamentalmente a la novela y atenta contra sus posibilidades formales, cuestión que, suponemos, ya es tema de discusión. 

En otro orden, la tan criticada campaña a favor de los derechos morales de la editorial Pre-Textos ha servido para que se comience a hablar de diversos temas que, al menos hasta ahora, formaban parte de las verdades inamovibles del mundo de la edición. Y, en este sentido, resulta sin duda ejemplar el artículo publicado en este blog por Andrés Ehrenhaus el pasado 11 de diciembre, donde se ponen en cuestión seriamente los porcentajes que reparten las ventas de libros y en el que se propone una solución que permitiría un mayor consenso entre autores y editores. 

Por supuesto, no todas las voces fueron positivas. Asombra considerar hasta qué punto muchos lectores desprevenidos creyeron en los dichos de Andrew Wylie contra Pre-Textos, recogidos en un artículo publicado el diario El País, de Madrid, publicado el 22 de noviembre pasado y reproducido en este blog el 24 de noviembre. Atribuirles a las palabras de Wylie un carácter de “verdad revelada”, sólo porque las publica El País equivale a pensar que dios existe porque lo dije el cura de la parroquia. En  realidad, habría que pensar si arrojar una sombra de duda sobre lo sostenido por Pre-Textos no era apenas una táctica para embarrar la cancha y desprestigiar a Manuel Borrás y a sus socios, lo que permitiría justificar el cambio de editorial de Glück a favor del muy honorable Chus Visor, que sólo tiene palabras de elogio hacia Wylie, que, como todos sabemos, es un verdadero caballero. Sin embargo, eso no fue lo peor. En este sentido, destacan dos artículos que, por distintas razones, me llamaron la atención. 

El primero de ellos, publicado en El Cultural, el 7 de diciembre pasado, y firmado por el español Ignacio Echevarría, quien señala la supuesta ingenuidad de los firmantes de la carta abierta publicada por este blog y por la revista Buenos Aires Poetry (cfr. la segunda ampliación de firmantes en la entrada del 23 de noviembre de este año). 

Echevarría –quien hasta ser echado del diario El País, era parte integrante del establishment editorial español–, confiesa humildemente: “No pretendo dármelas de resabiado ni estar de vuelta de nada. Hace apenas un año tuve sentado a mi izquierda, a metro y medio de distancia, al ‘archivillano’ Andrew Wylie declarando obedientemente contra mí en el juicio a que dio lugar la demanda con que uno de sus clientes, la viuda de Bolaño, pretendió penalizar y suprimir algunos artículos míos. Pueden imaginarse, pues, la simpatía que siento por quien detenta en la actualidad una prepotencia que, nos guste o no, deriva en buena medida de un orden editorial en el que la palabra lealtad debe emplearse con tantas salvedades que su uso es poco menos que decorativo, y en el que sí, por supuesto, la literatura es un producto más del mercado, qué nos pensábamos, y sólo en contadas ocasiones es portadora de más valores humanos que los atribuibles a una buena prenda de vestir o a un champú que, además de brillo, proporciona vitalidad y soltura a tu cabello”. 

Si esta demostración de gracejo no bastara, Echevarría cuestiona luego el hecho de que las traducciones de Glück de Pre-Textos se deban a distintos traductores y no a un único traductor, sin considerar, por caso, que los dos primeros traductores de Glück para la editorial (Eduardo Chirinos y Mirta Rosenberg) murieron. Seguramente él sabrá cuáles son las causas de los otros cambios de traductor, pero se olvida de informárnoslas. 

Finalmente, contradiciendo la humildad del primer párrafo citado y con aire de volver cuando los otros van, añade: “Pienso que el mundo editorial mejoraría si se desprendiera de la capa idealizadora con que encubre y perpetúa sus miserias. Uno se siente tentado de hablar de hipocresía, pero no se trata de eso exactamente. Tiene que ver más con lo que, en determinados contextos, se entiende por ‘ignorancia intencionada’ o ‘ceguera intencional’. Algo con lo que todos convivimos y que a muchos les ayuda no sólo a sobrevivir e incluso a prosperar, sino a poder mirarse en el espejo y encontrarse, encima, guapos. A otros les ayuda simplemente a tolerar o padecer situaciones de explotación que de otro modo los abochornarían”. 

La columna, como muchas de las que escribe Echevarría, concluye con una de cal y otra de arena (que en este caso se parece mucho a la cal): “Por desagradables que sean las maneras empleadas por la agencia de Wylie, no cabe pensar que sus exigencias –incluida la destrucción de ejemplares– no estén amparadas por un marco contractual afortunadamente compartido por todo el mundo editorial para, entre otras cosas, proteger al autor, que suele ser la parte más débil del eventual acuerdo. Por grandes que sean el respeto y la adhesión que no puede menos que concitar un sello como Pre-Textos, conviene no olvidar que no es una fundación sino una empresa con fines de lucro que comercializa libros dentro de un mercado que se mide por índices y dinámicas que para nada, entérense, tienen en cuenta los ‘valores humanos’". 

A esta altura, uno bien podría pensar que todas estas afirmaciones están teñidas por el resentimiento. Echevarría, que tiene la suerte de no ser ingenuo, supone que todo en el mundo editorial está directamente ligado al mercado y, aun considerando que él se quedó afuera, guarda las maneras y la lucidez que le otorgaron sus años en el grupo Prisa –el mayor grupo de medios de comunicación de contenidos informativos, culturales y educativos en España e Hispanoamérica, con presencia en radio, televisión, prensa escrita y editoriales, en su momento– y su amistad con Jorge Herralde, que, como todos sabemos, es parte de la orden de los Carmelitas Descalzos. 

El segundo artículo al que quiero referirme apareció el 8 de diciembre pasado en la revista mexicana Letras Libres y fue firmado por el argentino Cristian Vázquez. Allí, luego de la presentación cronológica de los acontecimientos, se lee: “Entre los hechos más llamativos del caso está la velocidad con que mucha gente levantó sus lanzas en defensa de Pre-Textos sin conocer los detalles de la cuestión. El 16 de noviembre –tres días después de la columna de Trapiello en El Mundo, seis antes de la entrevista a Wylie en El País–, el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires y la revista Buenos Aires Poetry publicaron una carta abierta a Andrew Wylie y Louise Glück (en ese orden). La carta –firmada por más de 700 escritores, traductores, editores y periodistas de decenas de países– dice, entre otras cosas: ‘Queremos dejar sentado nuestro descontento por una práctica cada vez más frecuente que denigra la confianza, conspira contra la lealtad y condena a la literatura a ser un producto más del mercado, relativizando los valores humanos de los que se supone debería ser portadora’. Como declaración de intenciones es loable. Pero me da la impresión de que no tiene mucho que ver con el asunto en cuestión”. 

Vázquez nos explica de qué se trata “el asunto en cuestión”: “Algunos de los artículos que se han escrito sobre este tema aluden a la poca importancia que, supuestamente, una poeta estadounidense (y su agente) le dan a la difusión de su obra en el mundo hispanohablante. No creo que sea tan así. Si la llamada de la agencia Wylie a Visor se produjo al día siguiente del anuncio del Nobel, es porque les importa. Lo que sí creo es que la tensión centro-periferia a la que en realidad conviene prestar atención es otra. Al menos para nosotros: los lectores latinoamericanos. Más que discutir sobre la tensión entre el mundo angloparlante como centro y el de nuestro idioma como periferia, creo que la tensión entre España como centro y América Latina como periferia es la que debería imponerse. Me explico. En Argentina –donde se originó la carta abierta de apoyo para Pre-Textos y donde yo escribo este texto– los libros de poesía de industria local cuestan, más o menos, entre 700 y 1.000 pesos (unos 5-7 dólares). Los pocos ejemplares de los libros de Glück editados por Pre-Textos que se ofrecen ahora acá valen entre 3.000 y 5.000 (entre 20 y 33 dólares). Si un español viniera a Buenos Aires y quisiera comprar uno, se sorprendería al tener que pagarlo un 50 % más caro que en su país, cuando los ingresos promedio acá son entre tres y cuatro veces más bajos que allá. ¿A qué se debe todo esto? Las causas principales podemos buscarlas en la disparidad de las situaciones económicas, los costos de envío, el comportamiento abusivo de ciertos distribuidores. Lo cierto es que aquí en Argentina –y sospecho que lo mismo sucede en la mayor parte de Latinoamérica– esos libros son casi objetos de lujo, bienes suntuosos a los que solo una pequeña élite de lectores puede acceder. A los lectores latinoamericanos nos convendría que los libros de Louise Glück salieran por editoriales locales. O, en su defecto y desde una mirada puramente egoísta, que salieran por algún sello de Planeta o Penguin Random House, que imprimen sus libros acá y por lo tanto manejan precios más acordes a los bolsillos locales. Lo aclaro: me encantaría que los libros de Louise Glück fueran editados en cada país por editoriales locales; lamento la concentración del mercado y el poder abusivo de las multinacionales. Lo que señalo es la consecuencia de que los derechos de Glück no sean de Planeta o de Penguin Random House sino de Pre-Textos o de Visor: en un país como Argentina, no podrá acceder a sus libros casi nadie. La mayoría de los interesados deberán leer sus poemas en fotocopias, en PDF o en internet”. 

Lo primero que llama la atención acá es que Vázquez piense que el valor de los libros importados lo fijan las editoriales, cuando, en realidad, eso es patrimonio de las distribuidoras. Y me permito hacer aquí una digresión. Hace unos años, tuve que vender a una librería argentina el remanente de un libro de Georges Perec que había publicado una editorial chilena. La consigna del editor era que le señalase al librero que el libro no podía sobrepasar los 10 dólares, de los cuales el librero debía pagarle en firme el 50%; vale decir 5 dólares. Cuando el librero, concluida la compra, “entró” el libro en su computadora, descubrió que hacía unos años ya lo había tenido y que la distribuidora que se lo había traído le había facturado 30 dólares por ejemplar, con un descuento del 40%. La distribuidora, claro, aducía gastos de transporte e impuestos, pero, aun considerando esos ítems, no se alcanzaban los 30 dólares que el distribuidor exigía. El librero entonces me miró y me preguntó: “¿Estás seguro de lo que pretende el editor?”. Le dije que sí. Ambos, viendo cuál había sido la participación del distribuidor para contribuir a la cultura, nos sonreímos con un dejo de tristeza. 

Lo segundo que, además de llamar la atención, perturba es que Vázquez, piense que Planeta o Penguin Random House –que, de paso, son anunciantes en Letras Libres– serían una solución mejor para los lectores de poesía latinoamericanos. Bastaría con ver el porcentaje que ésta ocupa en los catálogos de sus respectivos sellos y considerar que, en reglas generales, la poesía que publican esos grupos no se publica localmente, sino que suele venir importada de España a precios incluso mayores que los que tienen en Latinoamérica los libros de Pre-Textos. Comentando todo esto con un editor amigo, la reflexión que él me hizo fue ésta: “Da miedo ver a los jóvenes hacer de sus verdugos unos dioses”.

Jorge Fondebrider

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