martes, 8 de diciembre de 2020

Preguntas a autores, traductores, editores y agentes (4)

Miguel Vitagliano y María Teresa Andruetto son dos reconocidos escritores argentinos. Como en los casos anteriores, se les pidió que respondieran las preguntas que consideraran más pertinentes o que desearan responder. 


Miguel Vitagliano 

–¿Qué sentido tienen los agentes literarios? 
–La función de los agentes literarios depende del mercado editorial en que un autor quiera, se proponga o pretenda hacer circular sus libros. En mi caso en particular siempre he publicado en Argentina, no creo necesario tener un intermediario para conversar con los editores a los que conozco de cerca; es más, me da mucho pudor de solo pensar en la situación. 
En las ocasiones que tuve un agente y quise publicar en el exterior, no tuve suerte. Según los agentes –porque fueron dos intentos diferentes- se trataba de ser paciente y esperar un poco más. Yo no veía del mismo modo las cosas y terminamos la relación. En los dos casos era yo quien había ido a buscarlos, nos conocíamos solo a través de la correspondencia, no podía pretender más. La primera fue una agente alemana que no vaciló en cobrar su porcentaje por una traducción en la que no había tenido ninguna injerencia, la segunda una española, también con muchísimos autores representados, aunque más cálida en la correspondencia. 
Al único agente que me pidió una entrevista para proponerme un contrato, llegado el momento le dije que no; recién había publicado mi tercera novela y no me sentía preparado para manejar ese vínculo. Después de algunas novelas más intenté buscarlo y no estuvo dispuesto a conversar. ¿Si me arrepiento? A veces sí y bastante, pero nunca mientras escribo. 
En síntesis, valoro la función que pueden cumplir los agentes literarios en el trabajo de un escritor y en la circulación sus textos. Pienso como ejemplo –y para alejarnos en el tiempo y en la geografía– en Edward Garnett y la función que tuvo en la obra de dos escritores tan distintos como Joseph Conrad y William Henry Hudson. 

–¿En qué consiste la tan mentada fidelidad entre autores y editores? 
–No dejo de pensar al editor como al autor de un gran volumen, su catálogo, y componiendo cada uno de sus capítulos con un libro ajeno. No dejo de pensarlo como un cómplice en una conspiración y disfruto de eso. Un vínculo estrecho construido sobre la base de la mutua confianza que reconoce que hay profundos secretos compartidos y, a la vez, otros no menos importantes que quedan sin compartir. Un equilibrio. Así ha sido siempre la relación que mantuve, y busqué tener, con mis editores. ¿Cuándo se rompe esa relación? Cuando se pierde la complicidad entre las obras de ambos y se quiebra el equilibrio. La fidelidad exigiría otra cosa, la ilusión de un todo compartido, y no es algo que podría en medio, al menos, en esa relación. 


María Teresa Andruetto 

–¿Qué sentido tienen los agentes literarios? 
–Un agente es un representante, representa lo que uno es y quiere ser ante otros a los cuales uno no puede llegar o lo que uno decide delegar en otro, por las razones que fueren. En mi caso, tengo agente (a esta altura, ya una amistad consolidada) desde hace unos 14 años, quien me representa en todo lo que ofrezco a excepción de la poesía, que ha quedado fuera de nuestro trato. Me refiero a representar en un sentido profundo, como una persona que interpreta el modo en que yo quiero ser y estar como escritora, lo que va mucha más allá de las cuestiones contractuales. Nada que ella decida lo hace por su cuenta, sino con mi aprobación y lo que más valoro es su profunda escucha y respeto acerca de lo que yo quiero ser y hacer, y el modo en que quiero serlo y hacerlo. Esa manera de ser y estar como escritora, lo que yo entiendo por eso, como me posiciono, de qué modo y ante quiénes es para mí más importante que las cuestiones estrictamente contractuales que ella, por supuesto, cuida. 

–¿En qué consiste la tan mentada fidelidad entre autores y editores? 
–Un escritor puede cambiar de editorial, por supuesto que sí, como puede uno cambiarse de casa de una más grande a una más chica o de una más chica a una más grande, o de una mas incómoda o menos bonita o menos afín a otra más linda o más cómoda o más afín. El asunto es para qué y de qué manera se hace eso. Siempre la generosidad y el respeto y la gentileza a quien ha apostado en algún momento por nosotros es buena cosa, no sólo para el otro, también para nosotros. Entonces puede haber plazos, esperas, ciertos cuidados y consideraciones…, para seguir con el ejemplo de la casa, uno puede mudarse claro, pero no por eso debiera dejar la casa sucia o las instalaciones rotas… 

–Considerando que a los autores les corresponde entre el 10% y el 8% del precio de tapa de los libros que publican, y a los traductores entre el 4% y el 1%, cómo se justifica que a las librerías les toque entre el 40% y el 35% y a las distribuidoras entre el 30% y el 25%, reservándose el resto a las editoriales. ¿Se puede sostener esa proporción? ¿Por qué sí o por qué no? 
–Aquí sucede como con cualquier otro producto, la relación entre el costo del producto (libro, leche, carne, papa, lana, pulóver) y el precio final de venta, y entre lo que gana quien produce (un kilo de papas, por ejemplo) y lo que eso sale en la boca de venta minorista tiene esa proporción y más acentuada incluso. Para achicar esa diferencia, habría que achicar los eslabones de la cadena de comercialización, o subsidiar ciertos eslabones del recorrido que va desde la producción a la comercialización minorista, habría que poder hacer una traza ágil desde las manos de quien produce hasta las de la boca de salida, en este caso las librerías. 
Con respecto a los porcentajes de derechos de autor, no sé decir lo que es justo, pero sí puedo decir que es universal, que no es sólo entre nosotros. Cuando alguien escucha que el escritor cobra el 10 % del precio de tapa, se sorprende, lo considera una injusticia, pero al respecto quisiera llamar la atención sobre algo de lo que pocas veces se habla y que diferencia el producto libro del producto papa o leche, en sentido estrictamente económico. 
El producto libro es de alta complejidad y el escritor no es quien hace ese producto, sino sólo en el sentido de su intangibilidad. Para que eso que el escritor hace se transforme en producto a comercializar se necesita papel para imprimir, hilo para coser, goma para pegar, tinta para imprimir, se necesita quien diseñe las páginas, quien imprima (y ponga sus máquinas impresoras para hacerlo) se necesita pagar derechos al diseñador de la letra que se va a utilizar, se necesita quien revise los textos para que salgan sin errores, quien guillotine, encole, etc. Muchas personas y mucho material para que eso que el escritor escribió adquiera una existencia física. De modo que el autor del texto (aunque haya hecho la base en torno a la cual todo comience a girar) aporta una parte de entre muchas otras de ese producto final que luego se va a comercializar. En ese costo del producto físico que es el libro, están el pago al autor del texto, el pago al traductor si lo hubiere, hay diseñadores que también cobran derechos, los creadores tipógrafos también cobran derechos, como parte de los costos del producto. Otra vez, eso, los pagos a los hacedores que convergen en la realización del “producto libro” podrían mejorarse si algunos de esos ítems estuvieran subsidiados (en algunos casos, lo están). Por eso es tan interesante el libro y su industria, por la cantidad de personas que trabajan en ella, toda una rueda de trabajo que tiene como punto de arranque lo que un escritor ha escrito en la soledad de su casa. 

–¿Qué pasa con las traducciones cuando los autores cambian de editorial y se decide usar una traducción nueva? 
–Creo que esos derechos de los traductores (a que se sostengan sus traducciones cuando se cambia de casa editorial) están pendientes de resolver, del mismo modo que en el caso de los ilustradores. Los ilustradores han avanzado mucho en el asunto asociándose para defender sus derechos, haciendo constar muchas veces algo de eso en el contrato). Tengo más experiencia en este último caso. Si un libro mío se reedita o cambia de editorial (en la mayoría de los casos ha sido por cierre de la editorial, fallecimiento del editor, decisión conjunta de editor/autor, etc.) siempre se llevó, por decisión mía o conjunta, al mismo ilustrador a la nueva casa. Pude/pudimos sostener eso en todas las ediciones en nuestra lengua y propuse siempre (y en algunas ocasiones lo aceptaron) al mismo ilustrador en ediciones en otras lenguas. Pero reconozco que, en esos traslados, el ilustrador de un libro depende casi siempre de las decisiones del autor del texto (no sucede así a la inversa, que el ilustrador edite esas mismas ilustraciones con otro texto) y sospecho que algo similar sucede con los traductores. De cualquier modo, el escritor puede (depende de su reconocimiento) intentar proponer y algunas veces hasta imponer a su compañero de camino, traductor o ilustrador, en la nueva casa editorial.

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