martes, 31 de marzo de 2015
lunes, 30 de marzo de 2015
¿Es verdad que sirven para eso?
Publicada en el diario Perfil del día de ayer, la siguiente columna de Damián Tabarovsky, a partir de una reflexión sobre Roberto Calasso y la editorial Adephi, trata sobre el lugar que le corresponde a las editoriales en el pasado y en el presente.
La edición dice presente
En L’impronta dell’ editore, traducido por Anagrama como La marca del editor, Roberto Calasso
–escritor e histórico editor de Adelphi– escribe acerca de La cripta de los
capuchinos de Joseph Roth, publicado en su editorial en 1974: “Con sorpresa
constatamos el modo en que, en un momento en el que la misma palabra
‘literatura’ era infamada, esta novela fue clandestinamente adorada por
muchachos de extrema izquierda”. Debemos reparar en la idea de que la
literatura, en esos años, era “infamada”. Eran los tiempos del gauchisme, de la
radicalización de las ideas de izquierda, que en Europa en los 60 todavía
tenían un aura festiva y libertaria (con el Mayo del 68 a la cabeza), pero que ya
en los 70, con el surgimiento de diversos grupos de lucha armada y acción directa,
habían tomado un giro sectario y mortal. La literatura –la novela como género– era vista como una manifestación burguesa, la herencia
degradada de un pensamiento reaccionario que no podía encarnar los conflictos
de la lucha de clase y de la revolución en ciernes. En términos editoriales,
ese horizonte político implicó una primacía del ensayo –especialmente de las
ciencias sociales– sobre la narrativa, es decir, del conocimiento de las “leyes
de la sociedad” –que había que conocer, precisamente, para poder cambiar el
poder– antes que el de la lectura –siempre sospechosa de hedonista– de una
novela. Las palabras y las cosas, de Foucault, publicado en 1966, fue el libro
más vendido del
año, y aún hoy es el libro más vendido de Francia en los doce meses posteriores
a su salida.
Calasso –y Adelphi–
tomó un camino opuesto y, como un cuerpo extraño a la época, apostó
especialmente por la narrativa centroeuropea de fines del siglo XIX hasta la Segunda Guerra
Mundial –y en “no ficción” por las obras completas de Nietzsche– antes que por
las diversas variantes del marxismo o del estructuralismo o de la novela
“experimental”, tan en boga en esos años. El tiempo le dio la razón, y Calasso, en
un ejercicio de autocomplacencia, no deja de mencionarlo sin cesar a lo largo del libro. No cabe duda
de que Adelphi, ya desde su primer libro en 1963 (las obras completas de
Büchner) construyó un gran catálogo narrativo. Flota, no obstante, la pregunta
por la tensión entre una editorial y su época. Otras editoriales que luego
también se volverían grandes y célebres, como la francesa Christian Bourgois
Editeur, por citar sólo un caso entre muchos otros, no siguieron ese camino, y
sus catálogos de principios de los 70 se nos vuelven hoy casi ilegibles
(¡Bourgois llegó a publicar en cuatro tomos el Tratado de economía marxista de Ernest Mandel!). Pero ya en los 80
abandonaron esa línea, volvieron a la ficción, y publicaron buena parte de la
mejor literatura actual y del siglo XIX. ¿Por qué? Porque estuvieron siempre
abiertas a la época, arriesgando en el presente, incluso en sus peores
desatinos. En cambio, Adelphi poco a poco se fue convirtiendo en lo que es hoy:
el museo del
buen gusto. Hace mucho que Adelphi no dice nada interesante sobre nuestra época
(y cuando lo pretende, apuesta por lo obvio, como traducir a Bolaño).
Las editoriales sirven para
intervenir en el presente, en el aquí y ahora, aun a riesgo de equivocarse.
Sirven para dejar una marca en nuestro tiempo, incluso cuando reeditan libros
escritos hace un siglo. Esa es la impronta del editor.
viernes, 27 de marzo de 2015
A ver: pensemos todos juntos en el siguiente problema que no es ni literario ni artístico
Publicado en el blog español
Verba volant scripta manent (https://scriptaverba.wordpress.com/)
de Bernat Ruiz Domènech,
el siguiente artículo, fechado el 26 de marzo pasado, retoma, desde una
perspectiva peninsular, la serie de entradas referidas a la baja de tarifas de
traducción por parte de las grandes multinacionales de España y presenta la
perspectiva de un futuro negro, que tarde o temprano puede llegar a alcanzarnos
a todos. Una última observación: acaso el tema de la calidad literaria de las
traducciones merecería unas cuantas aclaraciones por parte de quienes opinan en esta nota. O
hay un problema de redacción o en el caso de los autores citados se deja entender que el descenso de las tarifas
eliminaría a los buenos traductores españoles, dejando la tarea en manos de los
malos traductores latinoamericanos. Como dice el refrán: el que se quema con
leche, cuando ve una vaca llora.
Tras la senda de la deslocalización de la
traducción literaria
El pasado 10 de
febrero Penguin Random House en España comunicó a los traductores con los que
suele trabajar una bajada unilateral de las tarifas sin posibilidad de
negociación. Sin ser los primeros –RBA y Grupo Planeta llevan tiempo haciendo
cosas parecidas con sus colaboradores– sí han levantado la liebre de un
problema que va mucho más allá de una cuestión de tarifas y de un abuso de
posición dominante.
Los editores que sacrifican la
calidad de las traducciones se hacen un flaco favor a sí mismos y a sus
lectores pero en este artículo no me centraré en la calidad literaria sino en
las tendencias de la industria. La traducción literaria española está inserta
en una industria que hace tiempo que muestra una clara tendencia a deslocalizar
todos los servicios posibles. PRH y compañía no bajan las tarifas sólo porque
su tamaño y poder de coerción se lo permitan: pueden porque tienen
alternativas.
Según desvelaba recientemente la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores de España, la sucursal de Penguin Random House en Barcelona comunicó a los traductores con los que usualmente trabaja una reducción unilateral de tarifas: Susan Bernofsky, que aporta algo más de información que la propia ACE, lo cuenta así en su blog:
On February 10, 2015, Penguin Random House’s headquarters in Spain sent around an e-mail to all the translators whose work it publishes informing them that the rates paid for literary translations would be decreased starting on February 16, 2015. According to Carlos Fortea, president of ACE Traductores […], further correspondence with PRH representatives revealed that rates would be decreased between 6% and 15% depending on genre (fiction, nonfiction, etc.), and that the policy shift was non-negotiable.
Matilde Humarán, presidenta de la International Association of Professional Translators and Interpreters, también se opone a la exigencia de PRH porque dice que afectará a la calidad. Tal como indica en su carta de protesta en solidaridad con los traductores españoles:
The fact is that it takes many years to train and develop a translator who, in the end, contributes thousands of readers to your value chain, even creating new consumers from childhood. On the other hand, it might take only a few months to convince translators who are shown so little appreciation for their invaluable task to find work in another field with more reasonable prospects and remuneration
En ACE Traductores también ven la bajada unilateral de tarifas como un problema centrado en la calidad. Así reza el penúltimo párrafo de su comunicado:
Una política de bajas remuneraciones solamente puede redundar en un empeoramiento del producto que llega a las manos del lector. El profesional que cobra menos es un profesional que tiene que trabajar más horas para mantenerse, y eso solo conduce a un descenso de la calidad, al que los traductores nos negamos por razones éticas, profesionales y culturales.
Unir la remuneración a la calidad es un argumento comprensible pero se olvida que el español es un idioma hablado por más de cuatrocientos millones de personas. El mercado español de la traducción no comprende sólo España; en América Latina hay muchos y muy buenos traductores que trabajan a un precio sensiblemente menor que el peninsular. Los grandes grupos lo saben y tienen alternativas más baratas tal como se desprende de la lectura de este párrafo de un artículo aparecido en el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:
[…] una traductora peninsular que, por temor a represalias, pidió mantenerse en el anonimato, envió en forma privada al mail del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires el siguiente texto: “Con la compra de Alfaguara, Madrid envió a un ejecutivo a Barcelona. El tío, prepotente, ordenó bajar los costos un 10%. Encima, cuando vio las tarifas de los traductores de Barcelona opinó que se les había terminado el bien vivir. En Madrid se cobra menos y por tanto, amenazó a los de Barcelona con que, si no bajaban los precios, las traducciones se harían en Madrid. Unos aceptaron y otros no, pero al hombre le dio lo mismo porque bajó las tarifas por ‘decreto’. El próximo paso es que, si no bajamos la cabeza, las traducciones pasan a hacerse en Sudamérica”.
Bajen o no la cabeza, tarde o temprano la mayor parte de las traducciones pasarán a hacerse en América Latina. Las tarifas, en España, sólo podrán bajar hasta un punto por debajo del cual ya no será rentable ni siquiera encender el ordenador. Los traductores españoles, al menos muchos de ellos, pasarán a dedicarse a otra cosa porque con las tarifas de México, Colombia, Argentina o Chile apenas se puede vivir en España. Así de sencillo. Hace treinta años se deslocalizó la industria textil española y dejó de ser rentable fabricar la ropa aquí. Hace más de un lustro que los grandes grupos mandan buena parte de sus libros a imprimir a China. Dentro de poco esos grandes grupos mandarán sus traducciones a América Latina. Bueno, de hecho llevan mucho tiempo haciéndolo, aunque de una forma bastante peculiar, según cuenta Jorge Fondebrider[1], traductor argentino y editor del mencionado blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:
La práctica de traducir para España es, para los traductores latinoamericanos, muy vieja. Somos claramente más baratos. Mi propia experiencia se remonta a los últimos veinte años. Sistemáticamente he traducido basura (nunca buenos libros) para editoriales grandes, medianas y pequeñas, que me han pagado significativamente menos que a los colegas españoles. Por darte un caso, donde ustedes cobraban 12 euros la cuartilla, a mí me pagaban entre 8 y 7. La explicación que siempre tuve fue que, a pesar de todo el cuidado que puse para “sonar” español, tuvieron que invertir en correctores de estilo para españolizar mi traducción, como si los lectores españoles fueran idiotas y no pudieran leer otras variedades de la lengua. La cosa no se reduce al léxico, sino, lo que es mucho peor, a la prosodia. Y ahí he visto desdibujarse textos que, en ocasiones, me tomé el trabajo de hacer sonar como correspondía. Ahí hay otro problema, porque, muchas veces, para justificar su presencia, el corrector de estilo ha alterado la traducción introduciendo cambios innecesarios (“cara” por “rostro” y “rostro” por “cara”, “ir a comprar pan” por “ir a por pan” que no funciona en ningún otro lugar más que en España) y, en más de una oportunidad, errores que no cometí. Por esa razón, porque el nombre que aparece es el mío y no el del corrector o el del editor, desistí de seguir firmando con mi nombre y empecé a multiplicar los seudónimos.
La bajada de tarifas no es un problema eminentemente literario o artístico. Eso sólo es la punta del iceberg. Lo verdaderamente importante es la tendencia que hay tras esa bajada. Las editoriales que puedan van a seguir deslocalizando todas las actividades posibles a aquellos países donde encuentren el talento a un precio más barato que el peninsular. Ya lo están haciendo –y seguirán en ello con mayor empeño– las grandes editoriales que tratan su producto con mentalidad industrial pero no debería sorprendernos que a medio y largo plazo también lo hagan las medianas y pequeñas editoriales. Para los grandes es una cuestión de mejorar sus márgenes; para los pequeños puede tratarse de una cuestión de supervivencia.
La deslocalización del grueso de las traducciones llevará parejo la paulatina pérdida de la centralidad del dialecto peninsular en las industrias culturales hispanohablantes. Poco a poco se irá imponiendo una realidad que muchos editores españoles han negado y que es la pesadilla dela RAE :
las traducciones de allende los mares son tan buenas –o tan malas– como las
peninsulares y no necesitan ningún tratamiento castizo para ser aceptadas por
el poco más del 9% de hablantes del español que pueblan España. Porque ese es
otro tema: la edición en español está dominada por un dialecto que habla una
pequeña minoría del total de los hablantes. Los que se llenan la boca hablando
de “la lengua común” suelen referirse a su particular variante dialectal.
Si en su día fue imposible luchar contra la industria textil china, turca o tunecina porque a igual calidad sus costes eran imbatibles, a corto plazo no hay nada que hacer ante la deslocalización de las traducciones literarias. Clamar por la calidad literaria es estéril, hay quien puede hacerlo igual de bien a mejor precio; intentar darle una solución industrial es imposible, la traducción literaria es algo que (todavía) depende de seres humanos. Lo que pasa es que ya no es necesario que esos seres humanos trabajen desde la península a precios peninsulares. Tal como decimos en Catalunya, país con antigua tradición textil: la traducció té mala peça al teler.
Según desvelaba recientemente la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores de España, la sucursal de Penguin Random House en Barcelona comunicó a los traductores con los que usualmente trabaja una reducción unilateral de tarifas: Susan Bernofsky, que aporta algo más de información que la propia ACE, lo cuenta así en su blog:
On February 10, 2015, Penguin Random House’s headquarters in Spain sent around an e-mail to all the translators whose work it publishes informing them that the rates paid for literary translations would be decreased starting on February 16, 2015. According to Carlos Fortea, president of ACE Traductores […], further correspondence with PRH representatives revealed that rates would be decreased between 6% and 15% depending on genre (fiction, nonfiction, etc.), and that the policy shift was non-negotiable.
Matilde Humarán, presidenta de la International Association of Professional Translators and Interpreters, también se opone a la exigencia de PRH porque dice que afectará a la calidad. Tal como indica en su carta de protesta en solidaridad con los traductores españoles:
The fact is that it takes many years to train and develop a translator who, in the end, contributes thousands of readers to your value chain, even creating new consumers from childhood. On the other hand, it might take only a few months to convince translators who are shown so little appreciation for their invaluable task to find work in another field with more reasonable prospects and remuneration
En ACE Traductores también ven la bajada unilateral de tarifas como un problema centrado en la calidad. Así reza el penúltimo párrafo de su comunicado:
Una política de bajas remuneraciones solamente puede redundar en un empeoramiento del producto que llega a las manos del lector. El profesional que cobra menos es un profesional que tiene que trabajar más horas para mantenerse, y eso solo conduce a un descenso de la calidad, al que los traductores nos negamos por razones éticas, profesionales y culturales.
Unir la remuneración a la calidad es un argumento comprensible pero se olvida que el español es un idioma hablado por más de cuatrocientos millones de personas. El mercado español de la traducción no comprende sólo España; en América Latina hay muchos y muy buenos traductores que trabajan a un precio sensiblemente menor que el peninsular. Los grandes grupos lo saben y tienen alternativas más baratas tal como se desprende de la lectura de este párrafo de un artículo aparecido en el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:
[…] una traductora peninsular que, por temor a represalias, pidió mantenerse en el anonimato, envió en forma privada al mail del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires el siguiente texto: “Con la compra de Alfaguara, Madrid envió a un ejecutivo a Barcelona. El tío, prepotente, ordenó bajar los costos un 10%. Encima, cuando vio las tarifas de los traductores de Barcelona opinó que se les había terminado el bien vivir. En Madrid se cobra menos y por tanto, amenazó a los de Barcelona con que, si no bajaban los precios, las traducciones se harían en Madrid. Unos aceptaron y otros no, pero al hombre le dio lo mismo porque bajó las tarifas por ‘decreto’. El próximo paso es que, si no bajamos la cabeza, las traducciones pasan a hacerse en Sudamérica”.
Bajen o no la cabeza, tarde o temprano la mayor parte de las traducciones pasarán a hacerse en América Latina. Las tarifas, en España, sólo podrán bajar hasta un punto por debajo del cual ya no será rentable ni siquiera encender el ordenador. Los traductores españoles, al menos muchos de ellos, pasarán a dedicarse a otra cosa porque con las tarifas de México, Colombia, Argentina o Chile apenas se puede vivir en España. Así de sencillo. Hace treinta años se deslocalizó la industria textil española y dejó de ser rentable fabricar la ropa aquí. Hace más de un lustro que los grandes grupos mandan buena parte de sus libros a imprimir a China. Dentro de poco esos grandes grupos mandarán sus traducciones a América Latina. Bueno, de hecho llevan mucho tiempo haciéndolo, aunque de una forma bastante peculiar, según cuenta Jorge Fondebrider[1], traductor argentino y editor del mencionado blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:
La práctica de traducir para España es, para los traductores latinoamericanos, muy vieja. Somos claramente más baratos. Mi propia experiencia se remonta a los últimos veinte años. Sistemáticamente he traducido basura (nunca buenos libros) para editoriales grandes, medianas y pequeñas, que me han pagado significativamente menos que a los colegas españoles. Por darte un caso, donde ustedes cobraban 12 euros la cuartilla, a mí me pagaban entre 8 y 7. La explicación que siempre tuve fue que, a pesar de todo el cuidado que puse para “sonar” español, tuvieron que invertir en correctores de estilo para españolizar mi traducción, como si los lectores españoles fueran idiotas y no pudieran leer otras variedades de la lengua. La cosa no se reduce al léxico, sino, lo que es mucho peor, a la prosodia. Y ahí he visto desdibujarse textos que, en ocasiones, me tomé el trabajo de hacer sonar como correspondía. Ahí hay otro problema, porque, muchas veces, para justificar su presencia, el corrector de estilo ha alterado la traducción introduciendo cambios innecesarios (“cara” por “rostro” y “rostro” por “cara”, “ir a comprar pan” por “ir a por pan” que no funciona en ningún otro lugar más que en España) y, en más de una oportunidad, errores que no cometí. Por esa razón, porque el nombre que aparece es el mío y no el del corrector o el del editor, desistí de seguir firmando con mi nombre y empecé a multiplicar los seudónimos.
La bajada de tarifas no es un problema eminentemente literario o artístico. Eso sólo es la punta del iceberg. Lo verdaderamente importante es la tendencia que hay tras esa bajada. Las editoriales que puedan van a seguir deslocalizando todas las actividades posibles a aquellos países donde encuentren el talento a un precio más barato que el peninsular. Ya lo están haciendo –y seguirán en ello con mayor empeño– las grandes editoriales que tratan su producto con mentalidad industrial pero no debería sorprendernos que a medio y largo plazo también lo hagan las medianas y pequeñas editoriales. Para los grandes es una cuestión de mejorar sus márgenes; para los pequeños puede tratarse de una cuestión de supervivencia.
La deslocalización del grueso de las traducciones llevará parejo la paulatina pérdida de la centralidad del dialecto peninsular en las industrias culturales hispanohablantes. Poco a poco se irá imponiendo una realidad que muchos editores españoles han negado y que es la pesadilla de
Si en su día fue imposible luchar contra la industria textil china, turca o tunecina porque a igual calidad sus costes eran imbatibles, a corto plazo no hay nada que hacer ante la deslocalización de las traducciones literarias. Clamar por la calidad literaria es estéril, hay quien puede hacerlo igual de bien a mejor precio; intentar darle una solución industrial es imposible, la traducción literaria es algo que (todavía) depende de seres humanos. Lo que pasa es que ya no es necesario que esos seres humanos trabajen desde la península a precios peninsulares. Tal como decimos en Catalunya, país con antigua tradición textil: la traducció té mala peça al teler.
Nota para picajosos: que yo vea las cosas de esta manera no implica que me gusten. La
deslocalización sucede a causa de las lógicas de un sistema que no comparto en
muchos de sus aspectos. Lo preferible sería pagar a todos los traductores las
mismas tarifas vivieran donde vivieran, pero mientras el precio del servicio lo
siga marcando quien lo contrata con el ojo puesto en quien lo presta, las cosas
no van a cambiar.
jueves, 26 de marzo de 2015
La probable etimología de "pipí cucú"
Alberto Olmedo |
Un premio pipí cucú
El alcalde era Valery
Giscard d´Estaing, luego presidente de Francia. El homenajeado, Carlos Monzón,
campeón mundial de box que debía agradecer la plaqueta que se le entregaba por
haber sido distinguido como mejor deportista del año. (El 17.06.1972 y el 29.09.1973
venció a Jean-Claude Bouttier). Tito Lectoure le había pedido que simplemente dijera merci beaucoup (mersi bocú). Cuenta el periodista Ernesto Cherquis Bialo que Monzón, aterrorizado por tener que hablar en francés, transformó la frase en pipí cucú. El galicismo acriollado a las trompadas no le pasó inadvertido al actor Alberto Olmedo, que comenzó a calificar de pipí cucú a personas, objetos o situaciones.
miércoles, 25 de marzo de 2015
Se publica en Ecuador una nueva traducción de la poesía de Pasternak
Mercedes Mafla (Latacunga, 1966), profesora de literatura de
la Pontificia
Universidad Católica del Ecuador y ensayista, publicó en la
revista Alkmene. Literatura y traducción
el siguiente artículo, que se apoya en la reciente traducción de Boris
Pasternak realizada por Katerina Ignatova.
Boris Pasternak en Quito
Katerina
Ignatova nació en la
Unión Soviética y fue educada para patinar sobre hielo, hacer
gimnasia olímpica, y celebrar, religiosamente, el día del astronauta. Sin embargo, en sus planes
de estudios literarios, Boris Pasternak nunca constó. Pero su madre, al igual
que miles de rusos, veneraba al poeta y lo conocía de memoria. Incluso quienes
lo odiaban políticamente lo leían en secreto. La opinión de Pablo Neruda, a
propósito de Pasternak, puede ser un referente de las contradicciones que
suscitaba el poeta en muchos intelectuales que profesaban su entusiasmo por el
comunismo. Con su tono de papa maledicente de las letras latinoamericanas,
Neruda confiesa, como quien le perdona la vida a un condenado: “Pasternak fue
un gran poeta crepuscular, de la intimidad metafísica, y políticamente un
honesto reaccionario que en la transformación de su patria no vio más lejos que
un sacristán luminoso. De todas maneras, los poemas de Pasternak me fueron
muchas veces recitados de memoria por los más severos críticos de su estatismo
político”.
García
Márquez, por su parte, al visitar por segunda vez el país, se sorprende de la
enorme popularidad de la que goza el poeta entre los intelectuales soviéticos:
“No hubo una conversación con escritores y artistas en la que no se evocara el
nombre de Pasternak, siempre sin escondrijos y con la admiración más
entusiasta. Pero nadie podía decir en realidad qué era lo que había pasado
antes para que fuera repudiado, ni qué había pasado después para que dejara de
serlo”.
Desconcierta
el comentario del escritor latinoamericano. ¿Qué había pasado para que
Pasternak se ganase el odio de las autoridades soviéticas? Todos lo sabemos:
escribió El doctor Zhivago, su
poesía no podía considerarse, en las décadas anteriores, “soviética”, ganó el
Premio Nobel, que no aceptó porque le habría costado un destierro que el poeta,
sabía, no podría soportar, y mantuvo inquebrantable su libertad interior en un
mundo diseñado para la muerte del arte entendido como manifestación individual.
No era poco por aquellos años. Era, más bien, un asunto de vida o muerte.
Resulta hipócrita desentenderse de la persecución en contra de Pasternak;
pero García Márquez y sus amigos prefieren mirar a otra parte. Quizá les haya
convenido olvidar hechos tan oprobiosos como los cinco años que Olga Ivínskaya,
el gran amor del poeta, fue recluida (acontecimiento que Pasternak entendió
siempre como una represalia en su contra) o la resolución de la Unión de Escritores, luego
del escándalo suscitado en la
URSS por la publicación, en Italia, de El doctor Zhivago, y en la que se dice,
entre otras cosas: “Apartado desde hace tiempo de la vida y del pueblo, esteta
engreído y decadente, B. Pasternak en el presente se ha desenmascarado a sí
mismo como enemigo de lo más sagrado para cada uno de nosotros, hombres soviéticos,
de la Gran Revolución
Socialista de Octubre y de sus inmortales ideas”.
La
relación de la madre de Ekaterina con Pasternak era muy diferente: el poeta
vivía con ella como una presencia cotidiana y un guía sabio. Un consuelo ante
las desventuras, como suelen ser los grandes poetas. Esta hermandad le fue
transmitida a su hija. Ekaterina recuerda que las constantes despedidas entre
ellas estaban acompañadas con los versos de “Estación”, uno de los primeros
poemas de Pasternak (es imposible imaginar a Rusia sin trenes). Ekaterina
repite los dos primeros versos en ruso. Según su traducción éstos dirían:
“Estación, la caja fuerte / de mis despedidas,encuentros y despedidas.” Su
madre fue por años régisseur, es
decir, se encargaba de la puesta en escena de las obras teatrales que se
presentaban en muchos lugares de la enorme Unión Soviética. También fue crítica
teatral. Ekaterina la recuerda como alguien que reconocía la verdad estética.
Solía acompañarla a las variadas funciones y viajó en su infancia a lugares tan
remotos como Siberia. Ver el mar, como lo hizo tantas veces en la niñez y
juventud, para ella es invocar al Pasternak de “Olas” (Segundo nacimiento, 1931) y repetir interiormente unos versos que
ahora se ha esmerado en traducir:
Aquí estará todo: lo
vivido
y lo que es aún mi vida.
Mis anhelos y mis
convicciones
y lo que vi al
despertar.
Delante de mí: las
olas del mar.
Son muchas. Su
recuento es impensable
Son una multitud y
fluyen en tono menor.
La marea las hornea
como wafles.
En
este poemario, y especialmente en el poema “Olas”, formado de trece partes,
Pasternak, según Ignatova, transita desde la poesía compleja a la sencilla. Y
en ella se percibe la tensión íntima del poeta que lucha por creer en un
proyecto ideológico, que de a poco se va volviendo aterradoramente peligroso.
Quizá la tentativa de una poesía más clara sea la razón de las particulares
dificultades que encierra este largo poema en su traducción. Son las paradojas
del lenguaje. El proyecto de traducción le ha llevado años a Ekaterina
Ignatova, quien hizo en Ecuador su vida desde hace décadas y en donde se ha
dedicado a la enseñanza de literatura y lenguas. Es conocida la enorme
dificultad que implica traducir a Pasternak. Max Henríquez Ureña da pistas
sobre las razones: “suele valerse de la rima, lo mismo que de la aliteración,
para producir raros efectos de sonido […]y los que conocen el idioma ruso
señalan además en su poesía el empleo de formas de expresión arbitrarias que a
veces desarticulan la sintaxis […] la poesía de Pasternak propicia a las
elipsis violentas y a los retorcimientos de expresión”.
La selección antológica que prepara Ignatova es, desde
luego, subjetiva o emocional: treinta poemas amados y bien conocidos. La labor
está por concluirse y se sumará a un interés renovado en la poesía del gran
poeta ruso. El año anterior Visor publicó la última selección de
poemas de Pasternak titulada Días únicos. Antología poética, realizada por
José Mateo y Xénia Dyakonova.
Ekaterina
Ignatova publicó, años atrás, La
desconocida y otros poemas, Selección de poesía y prosa de Aleksandr Blok (Orogenia,
2009). Su traducción fue también el trabajo de años y el resultado de una
admiración que comparte con Pasternak. Quizá la traducción del aristocrático poeta del
simbolismo ruso haya sido una secreta y meticulosa preparación para emprender
su más ardua aventura: trasladar del basto y personalísimo ruso, al español, al
poeta tutelar, el asombroso Pasternak. Ella sugiere que la dificultad entre el
maestro (Blok) y el discípulo (Pasternak) es muy considerable. Blok es más
sencillo, afirma; Pasternak, arduo. Parecería extraño para un lector
extranjero, pues ambos tienden a lo diáfano; pero la secreta claridad de
Pasternak es exquisitamente elaborada (se me ha explicado, y lo presiento),
especialmente en su inasible musicalidad, imposible de trasladarse a otra lengua.
Alguien ha sugerido que para iniciarse en este misterio habría que escuchar a
Scriabin, amigo e inspirador de Pasternak. En efecto, he creído entrever
en la “fulgurante armonía del Prometeo” (en palabras del propio Pasternak, al
referirse a la obra sinfónica de su maestro) el aura misteriosa de la
naturaleza rusa y, al mismo tiempo, las sombras de lo humano en las ciudades
nacientes y amenazadas que también Pasternak enlazaría, jubilosa y
profundamente, en su poesía.
Pasternak
(diez años más joven) reconocía cuánto habían aprendido él y sus contemporáneos
de Blok. Apreciaba la importancia que éste le daba a la ciudad, la
trasfiguración de la prosa en su poesía, su “impetuosidad”; pero,
especialmente, su elaboración retórica del secreto. Así representa Pasternak,
en uno de sus libros autobiográficos, la simbiosis estilística entre el
espíritu de Blok y la circunstancia en la que ésta se escribió: “Adjetivos sin
sustantivos, predicados sin sujetos, un juego de escondite […] un proceder a
saltos. ¡Cómo se adaptaba este estilo al espíritu de la época, escondido,
secreto, clandestino, que apenas asomaba fuera de los sótanos, que se expresaba
con el lenguaje de los conspiradores, que tenía como protagonista a la ciudad
y, como acontecimiento, la calle!”.
Pero
no todos coincidían con Pasternak. En el Moscú de los albores del odio o la
revolución, Blok era ya presa escogida por los justicieros que se abrían camino
entre las trincheras de la Historia. Pasternak recuerda que una noche el
poeta debía realizar una serie de recitales poéticos. Maiakovski le advirtió
que un grupo contrario había preparado un “beneficio” para Blok, es decir “un
asalto, un verdadero escándalo”. Pasternak se propuso impedirlo, pero llegó
tarde. La turba de fanáticos (futuros censores y burócratas de la cultura)
habían acusado a Blok, en los peores términos, de infinidad de horrores y
especialmente de ser “anticuado y haber muerto interiormente” (¡Ay los
revolucionarios de todos los tiempos y su amor por“lo nuevo”!, ¡Como si hubiera
algo nuevo bajo el sol!). Blok, por su parte, aceptó calmadamente las
acusaciones y las corroboró. Meses después murió decepcionado del
bolcheviquismo, aunque sin todavía adivinar el horror que se avecinaba y que sí
alcanzó a Pasternak, a una pléyade de grandes artistas y a millones de rusos.
Pasternak, al igual que su amiga entrañable, la poeta Tsvetáyeva, le dedicó
algunos poemas a Blok. A continuación, el fragmento de uno de estos poemas de
Pasternak, traducido por Fernando Gutiérrez:
Pero cuando sobre una
gran capital
aparece con esa
herrumbre y púrpura el borde del cielo,
algo le sucederá al
gran Estado.
Se abatirá un huracán
sobre el país.
Blok veía en el cielo
estas señales.
El horizonte le
auguraba
una gran tormenta, mal
tiempo,
una tremenda
tempestad, un ciclón.
Blok esperaba esta
tempestad y sus sacudidas.
Sus rasgos encendidos,
con miedo y sed de
desenlace,
se han grabado en su
vida y sus versos.
Es probable que los escritores sigan diferenciándose entre sí
en el hecho de que unos creen en el lenguaje y otros desconfían de él. La
“simplificación” es borgiana y le sirve al maestro para diferenciar a los
clásicos de los románticos de todos los tiempos. Pasternak empieza, como suele
suceder (como le sucedió al propio Borges), siendo un desconfiado. A los veinte
y tres años publica El gemelo en las
nubes (era 1913). Años después calificará el título de pueril, hecho
“a imitación de las sabidurías cosmológicas que caracterizan los títulos de los
escritos simbolistas y los nombres de sus casas editoriales.” Había, para
entonces, abandonado su primer sueño, el de ser músico. Quiso serlo como
su madre, quien había sido una gran pianista, pero supo que no tenía el
suficiente oído. Más adelante desistirá también de la filosofía. Se sentía
tardío a la temprana edad en que publica su primer libro. No es de extrañar.
Pasternak proviene de una familia de artistas judíos. Su padre es un pintor
renombrado, cercano a Rilke y amigo y colaborador de Tolstoi (realizó, entre
otras, las ilustraciones de la novela Resurrección)
y, desde luego, cultor del trabajo entendido como una hazaña cotidiana, rasgo
que el hijo, convertido en poeta, emulará, incluso en los momentos de silencio
creativo que eran sustituidos por su trabajo (ampliamente alabado) como
traductor de los Sonetos, Hamlet, Romeo y Julieta, El Rey Lear,
entre otras obras de Shakespeare o del Fausto,
de Goethe.
Pasternak
confiesa que, en aquellos primeros años de poeta, “trataba de evitar la
teatralidad romántica”. Sin embargo, escribe sus primeros poemas bajo un gran
abedul que descansaba cerca del río. Lo hace a lo largo del verano. La imagen
es romántica, pero los versos aspiran a caminar a la par del presente que se
anuncia joven y prometedor. Pasternak hará un mea culpa años después, recordando la inevitable arrogancia:
“el sentido de la verdad, la modestia, y el reconocimiento, no estaban de moda
entre los jóvenes seguidores de las tendencias artísticas de izquierda, y eran
consideradas como una señal de sentimentalismo y debilidad. Lo frecuente era
arrugar la nariz, pavonearse, mostrarse insolente […] yo también seguía a los
demás”.
No
obstante la posterior autocrítica, Pasternak consiguió conmover a exigentes
lectores contemporáneos (“Los versos de ‘Éstación’: ‘Alargábase a veces el
horizonte en maniobras de lluvias traviesas’, gustaron a Bobrov”, cuenta) y se
convirtieron en himnos para muchos lectores futuros. Ekaterina Ignatova es fiel
a una costumbre que han asumido, desde el comienzo, sus antologías: empezar con
el poema “Febrero” cuyas dos primeras líneas, así como las dos líneas finales,
forman parte de una tradición popular entre los lectores rusos. La primavera
aparece como tópico del renacimiento, el temblor y la invocación. Transcribo la
traducción de Ignatova de las dos primeras líneas “tan citadas y tantas veces
interpretadas”: “Febrero. ¡Tomar la tinta y llorar! / Escribir de febrero
sollozando”. Y los versos finales: “Y mientras más casuales, más certeros / se
componen los versos a punta de sollozos”.
Quizá
en el fragmento siguiente del poema “Festines”, también del primer poemario,
puedan sentirse, en español, algunos rasgos más audibles de los experimentos
futuristas del primer Pasternak. También usamos la traducción de Ignatova:
Pisos barridos. Sobre
el mantel, ni una migaja.
Como beso infantil,
tranquilamente respira el verso.
Y la Cenicienta corre, en
los días de suerte, en las carretas,
y cuando ya está sin
un cuarto, tan sólo corre a pie.
Será gracias a sus primeros poemarios que Pasternak conoce a
Maiakovski, poeta destinado a convertirse, para alivio de Pasternak, en el gran
poeta del estalinismo. Pero antes de las traiciones y los suicidios, los dos
poetas comparten una mutua admiración, aunque atravesada por una reconocida
distancia. Quizá por aquello de que el uno estaba destinado a convertirse en un
clásico (Pasternak, desde luego) y el otro viviría y moriría como un romántico.
O para decirlo en palabras del propio Maiakovski, dirigiéndose a su colega y
futuro antagonista: “¡Qué le vamos a hacer! Ciertamente somos
distintos. Usted ama el rayo en el cielo y yo en la plancha eléctrica”.
Graciosa manera de resumir un viejo asunto: aquel de la devoción por la novedad
que ya mencionamos. Se habla de la tendencia (especialmente latinoamericana) a
vivir presos del concepto de vanguardia o, lo que se está haciendo aún peor:
asociar la idea de vanguardia a lo ideológico por sobre lo estético. La
supuesta novedad es la cifra a la que apela cuanta literatura se inclina ante
el fetiche de la moda y hace loas a un presente que, así como parece no existir
con estabilidad para la física, tampoco existe, sino como una fatalidad o como
máscara ineludible, para el arte que apuesta por la trascendencia. El rayo en
la plancha ahora resulta un divertido anacronismo. Es el destino de tanta
“poesía nueva”. César Vallejo, auténtico innovador de la poesía en español y
admirador sincero de Pasternak y de Maiakovski, tenía, ya en 1926, gran
claridad sobre el conflicto:
Poesía nueva ha dado en
llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras “cinema, motor,
caballos de fuerza, avión, radio, jazz band, telegrafía de hilos”, y en
general, de todas las voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no
importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva […]
La poesía nueva a base de palabras o
metáforas nuevas se distingue por su pedantería de novedad y, en consecuencia,
por su complicación y barroquismo. La poesía nueva a base de sensibilidad nueva
es, al contrario, simple y humana y a primera vista se la tomaría por antigua,
o no atrae la atención sobre si es o no moderna.
Por alguna alquimia que la historia repite, poetas como
Maiakosvski terminan convirtiéndose en símbolos, en banderas de religiones y
promesas que no se cumplirán en este mundo imperfecto e infeliz. Pasternak se
aparta y más tarde confiesa, a propósito del poeta a quien admiró por sus
primeros poemas, pero al que: “No comprendía [por] su celo propagandístico, la
integración forzada de sí mismo y de sus compañeros en la conciencia social, la
manía asociativa y cooperativa, la sumisión a la voz de la actualidad”.
Pasternak romperá con Maiakovski porque su nombre seguía figurando en la
revista Lef, en la que había
declarado explícitamente que no quería escribir. Una pequeña trampa por la que
Maiakovski recibió, de su antiguo colega, una carta definitiva, y años más
tarde, un juicio implacable:
El último Maiakovski, a partir de Misterio
bufo, fue inaccesible para mí. No logro comprender esas pequeñas frases
temáticas de caligrafía toscamente rimadas, esa alambicada vacuidad, ese
revoltijo tan chato y artificioso de lugares comunes y perogrulladas expuestos
tan artificialmente. Éste, a mi entender, es un Maiakovski nulo, inexistente. Y
es extraño que se haya querido considerar revolucionario justamente a un
Maiakovski inexistente.
Pasternak
era valiente. Stalin había proclamado pocos años antes “dos frases célebres:
que la vida comenzaba a hacerse mejor, más alegre, y que Maiakovski había sido
y seguía siendo el mejor y más genial poeta de la época”. Pasternak, no
obstante, es compasivo con la muerte trágica de Maiakovski, aunque atribuye su
suicidio al orgullo. Le dedicará el poema “La muerte del poeta” (Segundo nacimiento, 1931). La lista de
muertes por mano propia es pavorosa en la Rusia de Stalin. Pasternak perderá a la querida y
admirada amiga Marina Tsvetáyeva, y a su amigo y también poeta Paolo Iashvili
cuyas muertes fueron para él, en sus palabras, “el mayor dolor de mi vida”.
La
debacle que conlleva la revolución rusa para el arte es incalculable.
Destruiría un espléndido renacimiento que no alcanzó a concretarse. No
obstante, en sus inicios hay en Pasternak, como en todos, una necesidad de
creer. En 1915 el poeta publica Por
encima de las barreras. Había vivido un año en los Urales. Ignatova ha
traducido uno de los más bellos poemas de aquella época: “Los Urales por vez
primera”. En él se siente la fuerza de la descomunal naturaleza, la inmensidad
de los bosques y las nieves y, a pesar de las dificultades insoslayables de la
lengua, se escucha la voz (siempre autobiográfica) de un hombre conmovido
religiosamente ante los misterios del mundo, un hombre que siente optimismo por
el destino de la Rusia
revolucionaria que se acerca:
Sin partera, en la
oscuridad, sin memoria,
sus manos tropezaban
contra la noche,
la roca de los Urales
bramaba y, cayendo muerta,
cegada por el dolor,
paría el amanecer.
Y quién sabe qué moles
y gigantes de bronce,
casualmente rozados,
se derribaban tronando.
Jadeaba el tren de
pasajeros. En alguna parte, espantados,
caían los fantasmas de
los pinos.
Casi
dos décadas después de aquella primera visita (en 1932), Pasternak regresó a
los Urales, invitado por el comité del lugar para apreciar las grandes obras
que se construían ahí. Todo había cambiado irremediablemente. Su hijo Yevgueni
Pasternak relata la experiencia del padre, quien confesó haberse sentido ante
las muestras de “la más vulgar de las estupideces humanas”, y añade:
Pasternak no pudo tomar contacto directo con
la realidad, aunque sí comprobó las monstruosas consecuencias de la
colectivización, el cinismo descarado de las autoridades. Todo ello puso a Pasternak
al borde de la postración. Pasternak mostró sin ambages su indignación a sus
anfitriones y regresó a Moscú antes de lo previsto. El enfurecido comité de
Sverdlovsk le exigió una compensación por los inútiles gastos que le había
ocasionado el poeta invitado.
En 1922 Pasternak había visto salir a su familia del país para
ya no regresar. Sólo él y su hermano Aleksandr permanecerán en Moscú. Es el año
en el que se publica el poemario Mi
hermana la vida (dedicado al poeta Lermontov) y es también el año de
su matrimonio con Yevguenia Vladímirovna Lurié. El Pasternak de este poemario
es del que Osip Mandelshtam dijo: “Leer los versos de Pasternak es limpiar la
garganta, / fortalecer la respiración, / renovar los pulmones: / versos como
estos pueden curar la tuberculosis”. Pasternak describió la experiencia de
escribirlo como un momento en el que “todo lo que fue nombrado y anotado, todo
lo querido y recordado se coloca por sí solo y hace su voluntad”. Marina
Tsvetáyeva dijo que de leerlo “nadie querrá siucidarse, y nadie querrá
fusilar”. “En ruso es un juego de palabras, ya que suicidarse y fusilar tienen
la misma raíz, con diferentes afijos”, me aclara Ekaterina Ignatova).
Pasternak
siguió escribiendo hasta el final, a pesar de interludios de doloroso silencio
y melancolía. En 1935 asiste al Congreso Internacional de Escritores
Antifascistas en París. Intenta ver a sus padres que se habían trasladado a
Londres, pero es imposible. Se halla profundamente deprimido. El insomnio lo
acosa. Ante los escritores pronuncia estas palabras que lo retratan de cuerpo
entero. En ellas se escucha el idealismo de su espíritu, su fe en el poder transformador
del arte y su apego a la libertad individual:
Yo comprendo que este congreso de escritores
tiene como meta organizarse para hacer resistencia al fascismo. Lo único que
podría decirles es ¡no se organicen! La organización del arte equivale a su
muerte. Lo único que importa es la independencia personal […] La poesía por siempre tendrá más altura que
los afamados Alpes y, al mismo tiempo, es ella la que está bajo nuestros pies,
en la hierba. La poesía es demasiado sencilla para ser tema de los debates en
las concentraciones; ella será siempre una función orgánica de la felicidad del
hombre con su divino lenguaje. Mientras más felicidad haya sobre la tierra, más
fácil será ser un artista.
A su regreso a la patria, le espera el “Gran terror”. En 1937
Stalin desoye los pedidos de Pasternak y envía a Mandelshtam a un campo de
concentración. Son años atroces, pero el movimiento no se detiene, como no lo
hace en el ritmo incesante de la poesía de Pasternak, enamorado de los otoños y
las primaveras. Como un niño bendecido, atraviesa un campo minado. ¿Quién le
perdona la vida? ¿Stalin, el Dios del cristianismo al que se acerca? Quizá su
misma poesía le permite seguir viviendo en el desierto espiritual que le rodea.
Él confiesa que se siente feliz de su obra recién a partir de lo que escribe en
los años 40. Son los años de la novela de
Zhivago y sus poemas, y de los poemarios En
los trenes de madrugada (1943) y Espacio
terrestre (1945), ambos recibidos muy mal por la crítica de su país. A
estas alturas, su fe en el paraíso diseñado por los demonios de Dostoievsky le
resulta lejana: “Ahora entiendo que detrás de todo lo que repugna, por su vacío
y su vulgaridad, no se esconde nada que lo ennoblezca o lo explique. Lo único
que existe es una mediocridad organizada y no hay que buscar nada más. Y si
antes yo no tenía miedo, a lo que me es ajeno, mucho menos ahora, que tengo las
cosas claras”.
En
1957 publica Cuando se desenfrena, su último poemario, junto a él
aparece Un intento de autobiografía. Nuevamente
Feltrinelli (el editor que hizo famoso a Pasternak al publicar El doctor Zhivago, hecho que le obligó a
salir del Partido Comunista Italiano) será quien difunda este libro del cual he
tomado numerosas referencias a propósito del pensamiento del poeta y sus
experiencias. En 1960, en Peredélkino (aldea de residencia de los escritores soviéticos)
muere Pasternak. El silencio de la prensa es total. Ni una palabra. En la
estación de Kiev, en Moscú, alguien cuelga en la pared un tímido anuncio
notificando su muerte. Así como en 1958 Pasternak fue expulsado “unánimemente”
de la Unión de
Escritores; en 1989 fue restablecido también “unánimemente”. “Nada de qué
extrañarse, ya que la literatura rusa está acostumbrada a las rehabilitaciones post morten”, sentencia Ekaterina, la
traductora.
En
uno de los poemas de Zhivago llamado “En Semana Santa”, Pasternak sigue, con
sus palabras, el vía crucis de su pueblo en la doliente procesión. Al finalizar
se asoma con serenidad y alborozo la luz de una madrugada purificadora. La Resurrección espera
ineludiblemente a los justos y a los poetas:
Sobre la multitud
de inválidos del atrio,
deja que se
derrame su nieve el mes de marzo,
como si un hombre
hubiese brotado en el espacio
y poseyera un
arca que hubiese destapado
y todo regalase,
hasta vaciarla.
Hasta el
amanecer se demoran los cantos
y, tras haber
llorado en abundancia,
llegan a los
solares que hay bajo el alumbrado,
de dentro de la
iglesia, en tono quedo y bajo,
los Salmos o la letra
consagrada.
Pero habrán de
callar, a medianoche, seres
y criaturas. En cuanto
salga el sol
y de la
primavera el eco reverbere,
será posible al fin
derrotar a la muerte
con el vigor de la Resurrección.
BIBLIOGRAFÍA
Ekaterina Ignatova,
”Pasternak en los espejos latinoamericanos”, (artículo inédito), 2011.
Boris Pasternak, La
infancia en Liuvers, El salvoconducto, Poesías
de Yuri Zhivago, Barcelona, 2000.
Boris Pasternak, “Estación”
en El gemelo en las nubes, 1913,
traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
Boris Pasternak, “Olas”, Segundo nacimiento, 1931, traducción
inédita de Ekaterina Ignatova.
Max Henríquez Ureña, De Rimbaud a Pasternak y Quasimodo,
México, Tezontle, 1960.
Boris Pasternak, Vida y poesía, Barcelona, Editorial
Noguer, 1963.
Boris Pasternak, “Febrero” en El gemelo en las nubes, 1913, traducción
inédita de Ekaterina Ignatova.
Boris Pasternak, “Festines”
en El gemelo en las nubes, 1913,
traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
César Vallejo, “Poesía
nueva”, Historia de la Literatura
Latinoamericana , Editorial Oveja Negra, Bogotá, 1984.
Boris Pasternak, “Los Urales
por vez primera” en Por encima de
las barreras, 1915, traducción inédita de Ekaterina Ignatova.
Osip Mandelstam, traducción
inédita de Ekaterina Ignatova.
Marina Tzvietaieva,
comentario traducido por Ekaterina Ignatova.
Traducción inédita de
Ekaterina Ignatova del discurso de Pasternak en París.
martes, 24 de marzo de 2015
El Quijote para gente ocupada que no tiene tiempo para usar el diccionario, aunque sea el de la RAE
Andrés Trapiello |
El
20 de marzo pasado, el diario El Comercio,
de Ecuador, reproduce la siguiente noticia distribuida por la agencia EFE. El
escritor español Andrés Trapiello
(1953) se suma así a los esfuerzos encabezados por el plagiario Arturo Pérez Reverte para hacer
comprensible el Quijote a los
votantes del PP. Muy probablemente, habrá alguien más que pronto ordene los
versos de Luis de Góngora para hacerlos comprensibles o que le ponga el acento
a “médulas” en el famoso soneto de Francisco de Quevedo, aunque ello implica
modificar el contenido para evitar el ripio.
Andrés Trapiello tradujo a castellano actual
Don Quijote de la Mancha
"Lanza
en astillero, adarga antigua" es "lanza ya olvidada, escudo
antiguo" en la "traducción" al castellano actual que el escritor
Andrés Trapiello ha hecho de Don Quijote
de la Mancha ,
una edición que saldrá a la venta en junio de 2015 y que prologa Mario
Vargas Llosa, informó hoy 20 de marzo a Efe Destino.
Trapiello,
autor, entre otras, de Al morir don
Quijote y El final de Sancho Panza y
otras suertes, ha vertido "íntegra y fielmente" la obra de Miguel
de Cervantes y el resultado, asegura el Nobel peruano, es que ha
"rejuvenecido", "sin dejar de ser ella misma, poniéndose al
alcance de muchos lectores".
Muchos
lectores, explican desde la editorial, "renuncian a leer" la obra
cumbre de las letras españolas y una de las más importantes de la literatura
mundial porque el texto, en el castellano que se hablaba hace 410 años,
"les resulta demasiado difícil".
La
obra de Cervantes "se ha rejuvenecido y actualizado (...) poniéndose al
alcance de muchos lectores a los que el esfuerzo de consultar las eruditas
notas a pie de página o los vocabularios antiguos, disuadían de leer la novela
de Cervantes de principio a fin", indica Vargas Llosa en el prólogo.
Ahora,
añade, "podrán hacerlo, disfrutar de ella y, acaso, sentirse incitados a
enfrentarse, con mejores armas intelectuales, al texto original".
La
nueva edición no reproduce la obra original sino que está adaptada al
castellano actual y añade notas a pie de página para aclarar los pasajes que
pueden resultar más oscuros, ya sea por la distancia histórica y de costumbres,
ya sea por una cuestión lingüística.
Así,
"en un lugar de la Mancha ,
de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de
los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor"
es ahora "en un lugar de la
Mancha , de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace
mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y
galgo corredor".
O el
párrafo "el resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para
las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba
con su vellori de lo más fino" es "el resto de ella lo concluían un
sayo de velarte negro y, para las fiestas, calzas de terciopelo con sus
pantuflos a juego, honrándose entre semana con un traje pardo de lo más
fino".
Don Quijote de la Mancha se estructura en
dos partes y su originalidad estriba en que es la primera obra genuinamente
desmitificadora de la tradición caballeresca y cortés por el tratamiento
burlesco que le da, además de iniciar la novela moderna y la polifónica.
Andrés
Trapiello es un experto cervantista, autor, entre otras, del ensayo Las vidas de Miguel de Cervantes (1993),
es Premio Nadal y Premio Nacional de la Crítica.
lunes, 23 de marzo de 2015
Considerando que los británicos se divierten barato, ya que estamos, nosotros, también
Los
errores de traducción son inevitables y, en oportunidades, difíciles de salvar.
Y dado que a los británicos les gustan estas trivia, BBC Mundo recogió a principios de este mes algunos de los
más célebres.
Los peores errores de traducción de la historia
Se estima que hay unos 7.000
idiomas diferentes en todo el mundo, y aunque el 90% de ellos son hablados
por menos de 100.000 personas y –según la Unesco – 2.500 se
encuentran en "peligro de extinción", todos son testimonios de la
increíble habilidad humana para la comunicación.
Pero
estas cifras también permiten imaginar el enorme potencial para la
incomunicación: ¿qué pasa cuándo queremos que un mensaje en nuestro idioma sea
comprendido en los otros 6.999?
A
continuación, algunos de los ejemplos más célebres recopilados por BBC Culture.
LOS INGENIEROS MARCIANOS
Cuando
el astrónomo italiano Giovanni Virginio Schiaparelli comenzó a
registrar en un mapa la superficie marciana en 1877, provocó sin querer un
malentendido de magnitudes galácticas.
El
director del observatorio Brera de Milán llamó "mar" y "continente" a
las áreas oscuras y claras en el mapa, y se refirió también a una serie de "canales" (del
italiano canali) que creyó observar
en la representación del planeta.
Desafortunadamente estos
canales llamaron la atención de sus colegas, y pronto surgió la teoría de que
habían sido creados por vida inteligente marciana.
Convencido
de que los canales eran reales, el astrónomo estadounidense Percival
Lowell describió cientos de ellos entre 1894 y 1895. En las siguientes dos
décadas publicó libros explicando que estos canales eran estructuras
artificiales para transportar agua construidas por brillantes ingenieros
marcianos.
Un
escritor influenciado por estas teorías incluso publicó un libro sobre vida
inteligente en el planeta.
Ahora
los astrónomos están de acuerdo en que no hay tales estructuras en Marte, y que
fueron un producto de la imaginación y de los errores de traducción.
DESEO CARNAL
El
expresidente estadounidense Jimmy Carter sabía cómo atraer la
atención de las masas. En un discurso pronunciado en Polonia en 1977, supuestamente
expresó deseos sexuales por el país entonces comunista.
O al
menos eso es lo que dijo su traductor. Al final resultó que lo que Carter quería
expresar su interés por conocer los "deseos para el futuro" de
los polacos.
Ganándose
un lugar en la historia, su traductor convirtió "esta mañana dejé
Estados Unidos" en "dejé Estados Unidos, para no volver
jamás".
Según
señaló la revista Time, incluso una
inocente frase sobre lo feliz que le hacía estar en Polonia se convirtió en
estar "feliz de ver las partes privadas de Polonia".
"LOS ENTERRAREMOS"
Ni
siquiera Google Translate pudo haber evitado un error que bajó la temperatura
varios grados durante la
Guerra Fría.
En
1956 el líder soviético Nikita Khrushchev supuestamente dijo que "enterraría" a
los embajadores occidentales presentes en un banquete en la embajada polaca en
Moscú.
La
frase se hizo eco en todos los medios y contribuyó a un mayor enfriamiento
entre las relaciones de la
Unión Soviética y Estados Unidos.
Pero
cuando fue puesta en contexto, la frase se parecía más a "aunque no
lo quieran, la historia está de nuestro lado. Los venceremos."
Con
ello quería dejar claro que el comunismo viviría más que el capitalismo, que
acabaría autodestruyéndose, como señala un pasaje del Manifiesto Comunista de
Karl Marx ("lo que la burguesía produce, sobre todo, son sus propios
enterradores").
INMUNIDAD DIPLOMÁTICA
Los
errores de traducción en las negociaciones siempre han causado controversia. La
confusión sobre el significado del término francés demander, que significa "pedir", provocó revuelo en las
conversaciones entre París y Washington en 1830.
Después
de que un secretario tradujese un mensaje para la Casa Blanca como "el
gobierno francés exige", cuando la frase decía en realidad "el
gobierno francés pide", al presidente de Estados Unidos no le gustó el
tono y congeló las negociaciones.
Cuando
el error fue aclarado las negociaciones continuaron.
Algunas
autoridades han sido acusadas de usar las diferencias del lenguaje en beneficio
propio. El tratado de Waitangi, un acuerdo entre la Corona Británica
y el pueblo Maorí de Nueva Zelanda, fue firmado por 500 líderes tribales en
1840.
Pero
las diferencias entre las versiones inglesa y maorí del tratado crearon
controversia, e incluso hubo muchos que consideraron el tratado un fraude.
EN PERSPECTIVA
Durante
la visita del presidente estadounidense Richard Nixon a China en 1972, el líder
del país asiático, Zhou Enlai, dijo que "era muy pronto todavía" para
evaluar las consecuencias de la Revolución Francesa.
Fue
alabado por sus sabias palabras, que se creyó reflejaban la filosofía china de
evaluar la historia a largo plazo; pero a la revolución a la que se refería era
a los eventos del Mayo Francés de 1968.
Según
el retirado diplomático estadounidense Charles W. Freeman Jr. –el intérprete de
Nixon durante el viaje– el comentario malinterpretado fue uno de esos "malentendidos
convenientes que nunca se corrigen".
Freeman
señaló que "no puedo explicar la confusión sobre los comentarios de Enlai
si no es en los términos de que contribuyó a reforzar el estereotipo de que los
hombres de Estado chinos son líderes con una amplia mirada en la historia que
piensan en términos más longevos que sus homólogos occidentales".
"Era
lo que la gente quería escuchar, así que cuajó". Explica Freeman.
viernes, 20 de marzo de 2015
Una vieja revista de libros, ahora en castellano
Ayer,
19 de marzo, Silvina Friera publicó
el siguiente artículo en el diario Página
12, donde se habla del lanzamiento de Review,
la versión argentina de la New York Review of Books. “La publicación sale
cada dos meses y trae una selección de los mejores artículos de la revista
estadounidense, considerada una referencia por la izquierda cultural
norteamericana, y textos escritos para la ocasión por autores
Con un interés vivo en los libros
El ensayo de ideas o su
pariente cercano, el texto periodístico de largo aliento y lectura, padece una
especie de proscripción desde que impera el prestigio de la brevedad a través
de las redes sociales. Quizá no venga mal recordar cómo empezó hace 52 años The New York Review of Books, una de las
revistas que más han contribuido, en el ámbito anglosajón, a la discusión
literaria, política, económica y social. Elizabeth Hardwick, integrante del
grupo de escritores y editores que impulsaron la publicación junto con Barbara
y Jason Epstein y Robert Lowell, denunció que proliferaban “articulitos
inofensivos” en las revistas culturales y calificó al periodismo literario de
entonces como víctima de una “lobotomía” y sin ningún “interés vivo en los
libros”. El primer número salió en febrero de 1963 con artículos firmados por
Mary McCarthy, W. H. Auden, Norman Mailer y Susan Sontag; y en sucesivos
números se añadirían las firmas de Truman Capote, Hannah Arendt, Gore Vidal y
Saul Bellow, entre otros escritores. Ya está en los kioscos del país Review. Revista de Libros, la versión
argentina de la emblemática publicación –que saldrá cada dos meses y tendrá una
tirada de 15 mil ejemplares–, dirigida por José Natanson y la contribución de
Ricardo Piglia y Juan Gabriel Tokatlian en el consejo editorial, con una
selección de los mejores artículos de la revista de la izquierda cultural
estadounidense y textos escritos para la ocasión por escritores argentinos y
latinoamericanos.
“Partimos del
diagnóstico de que la prensa cultural atraviesa una etapa de crisis, que es un
subproducto de la crisis general de los medios gráficos, pero que tiene su
especificidad, un estrés particular, consecuencia de la competencia digital que
a menudo lleva a los editores a adaptar los textos a lo que se supone son los
nuevos lenguajes, con el resultado de artículos que pierden extensión y
aparecen cada vez más intervenidos por recuadros y copetes, minibiografías,
fotos y frasecitas”, escribe Natanson en el primer editorial de la Review ,
que incluye artículos de Paul Krugman sobre la desigualdad en el siglo XXI –su
lectura de El capital en el siglo XXI
del economista francés Thomas Piketty–, un “trabajo comparativo” de Amartya Sen
entre India y China, una crónica de la mexicana Alma Guillermopietro acerca de
los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, una formidable lectura de
Piglia sobre Sarmiento, Escribir en Cuba en el siglo XXI, de Leonardo Padura,
un análisis del futuro de la clase media por el escritor Carlos Godoy y un
texto extraordinario de la narradora Joyce Carol Oates sobre Mike Tyson, entre
otros.
El principio del ensayo
de Oates, autora de esa joyita imperdible que es “Del Boxeo”, es una maravilla
para coleccionar. “La vida de un campeón de boxeo tras el retiro trae a la
memoria la frase de Karl Marx según la cual la historia se repite primero como
tragedia, después como farsa. Aun cuando el boxeador logre retirarse sin
recibir heridas de gravedad, no es improbable que los golpes reiterados en la
cabeza tengan a largo plazo consecuencias neurológicas, y que la agresión
acumulada de un entrenamiento arduo y de peleas ganadas con esfuerzo precipite
el deterioro natural debido al envejecimiento; y sin duda es probable que el
boxeador haya sido testigo de episodios muy desagradables en las vidas de otros
boxeadores, o que incluso los haya causado. Como alguna vez dijo Fritzie Zivic,
campeón de peso welter: ‘Estás boxeando, no estás tocando el piano’.”
Natanson cuenta a Página/12 que siempre leyó The New York Review of Books, por
Internet o en papel. “Aunque algunos artículos se publicaban sueltos en algunos
medios culturales argentinos, no había nadie que seleccionara y sistematizara
lo mejor de esa revista y a partir de ahí hiciera una publicación. Negociamos
los derechos y decidimos editarla. No pretendemos instalar un canon literario,
ni crear un programa de lectura ni ordenar el campo de la crítica literaria. Lo
que nos proponemos es más sencillo: elegir lo que nos parece mejor de la Review of Books y agregarle algunos textos
interesantes para el lector argentino y latinoamericano”, resume el director,
que cuenta con un equipo de editoras integrado por Jorgelina Núñez y Silvina
Cucchi, y un equipo de traductores con Ignacio Barbeito, Carlos Díaz Rocca,
Leonel Livchits y Dennis Peña a la cabeza. En los próximos números habrá
artículos de Naomi Klein sobre el cambio climático, de Timothy Garton Ash
acerca del libro de Robert Darnton sobre la historia de la censura, de Stephen
King por la novela El jilguero de
Donna Tartt, del Premio Nobel Orhan Pamuk sobre John Updike, de John Banville
sobre Kafka y de Sergio Ramírez sobre el canal de Nicaragua, entre otros.
“La idea es poner a
disposición del lector local un material que no está traducido al español
–plantea Natanson–. Una parte de la prensa cultural está muy tensionada por la
competencia con las redes sociales. Nosotros publicamos textos largos, de
cinco, seis o siete páginas. Sabemos que es una apuesta exótica, pero creemos
que hay un público interesado en este tipo de revista. El principal enemigo de
una publicación de calidad no es la plata sino el tiempo. El texto de Krugman
sobre Piketty tiene como 30 mil caracteres, te lleva un rato leerlo; es el
artículo que convirtió a Piketty en un fenómeno del pensamiento económico en el
mundo, porque cuando había sacado el libro en Francia pasó medio inadvertido.
Krugman escribió el artículo en la
Review y a partir
de ahí el libro de Piketty se convirtió en el libro de economía más importante
de las últimas décadas. Sabemos que vamos un poco a contramano, pero nos gusta
el desafío.”
jueves, 19 de marzo de 2015
De un libro a otro
El 16 de marzo pasado, el traductor cubano José Aníbal Campos publicó la siguiente
reflexión en El Trujamán.
De la precariedad de un oficio
¿En
qué otra profesión artesanal se ve uno tan a menudo obligado a pactar con su
mala conciencia cuando dice: «He acabado este trabajo»? No se me ocurre
ninguna. «Cerrar» una traducción, acabarla, es un acto tan inevitable,
necesario y fatal (notwendig) como temerario y, casi podría decirse, mendaz.
Una puerta que se cierra de golpe y que, con el cajón de aire que genera, abre
de pronto la ventana situada en el otro extremo, advirtiéndonos que hay
espacios que no admiten encierros definitivos, mucho menos el reservado a las
palabras.
Por
un lado el traductor, al «cerrar» un nuevo libro con un suspiro de alivio, sabe
que si pudiera contar con un plazo más cambiaría aún algunas cosas. Está seguro
al menos, si se trata de un libro complejo, de que ciertos pasajes merecerían
muchas más horas de reflexión o de búsqueda. Por otro lado, ese «cierre»
implica a la vez, aparte del alivio temporal, el levantamiento de un dique, la
liberación de las líquidas masas de palabras que irán ahora a inundar las
mentes de decenas, centenares o miles de lectores, cada uno con una visión
distinta del libro, en una nueva fase de filtrado que, como sabemos, nunca se
detiene.
Es
como el émbolo de una jeringuilla. El pulgar oprime el pistón e inocula el
último resto de líquido, pero esas aguas cobran vida propia en el cuerpo en el
que han sido inoculadas, se expanden, se funden con otros fluidos, pasan de un
cuerpo a otro, crean viscosidades, transparencias, iridiscencias, nuevos
colores, dan lugar a reacciones visibles, a espasmos, a risas, a vómitos o,
simplemente, dilatan las pupilas y propician el asombro. O el tedio. O el
disgusto. En fin, que inoculan nuevos estados, nuevas variables.
Un
carpintero trabaja con notoria ventaja. Acude a la casa del cliente, mide las
paredes donde quienes lo contratan desean colocar un mueble, escucha las
expectativas de la esposa, los anhelos de sus hijos o las manías del marido,
que quiere un rinconcito en el mueble donde colocar las llaves cuando llega del
trabajo.
Un
carpintero es un intermediario entre unos trozos de madera y unos anhelos casi
siempre bastante concretos. Un traductor es una entidad (también anhelante) que
ha de despojarse de sus propios deseos para mediar entre anhelos muchas veces
divergentes y vagos. Y sin derecho a visitas para encuestar a los potenciales
clientes. ¡Por suerte!
Pero,
en fin, el libro ha sido «acabado». Y llega entonces el momento cumbre, el
instante en el que la precariedad del oficio se vuelve más tangible, concreta,
numérica: ha llegado el momento de cuantificar las palabras, las líneas, los
caracteres y convertirlos en una factura. Y es en ese instante cuando el
traductor, casi un filósofo en pijama, comprende, con vértigo, el abismo del
tiempo. Y para no despeñarse en el agujero negro que se abre ante él, da unos
pasitos hasta su escritorio, titubea una o dos veces y termina aferrándose a
las páginas de un nuevo encargo: el libro siguiente.