domingo, 12 de julio de 2009

Una investigación seria y necesaria


Gabriela Adamo y Valeria Añón vienen realizando una investigación para la Fundación TYPA a propósito de la traducción de libros argentinos. Muchas de las conclusiones de ese trabajo fueron ofrecidas personalmente en la primera reunión del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, el 24 de mayo de este año, cuando Gabriela tuvo a bien ser la primera oradora en nuestros encuentros. Posteriormente, el 2 de julio, hemos informado en este blog sobre la publicación del informe definitivo en www.typa.org.ar. Parte de las conclusiones fue publicada hoy, 12 de julio de 2009, en el suplemento Cultura del diario Perfil, de Buenos Aires. Se recomienda fervientemente su lectura tanto a los lectores argentinos como a los extranjeros.

Libros argentinos: ¿el mundo a sus pies?

Los libros, en tanto objetos que se compran y se venden, forman parte de un mercado mundial de bienes intelectuales. El mercado editorial puede ser entendido como un sistema en el que se cotizan e intercambian capitales literarios nacionales. Dentro de ese sistema, la traducción cumple un papel fundamental. En palabras de la crítica francesa Pascale Casanova, “la traducción es el mecanismo más eficaz de exportación e intercambio entre las distintas zonas lingüísticas del mundo”.
A lo largo de la historia editorial argentina, la promoción de la traducción de nuestros autores a otras lenguas –es decir, la difusión internacional del capital literario propio y la defensa de su lugar dentro del sistema literario global– ha ocupado una posición débil. Esto se debe a varios factores (históricos, culturales, económicos, políticos) que conducen a diversas y siempre interesantes especulaciones. A la vez, lleva a pensar en la necesidad de poner en práctica políticas que apoyen la difusión de los autores argentinos en el exterior. Pero antes de avanzar en estos campos, es necesario responder una pregunta básica: ¿qué lugar ocupa la Argentina en el contexto de la literatura internacional? Es decir, ¿qué libros se tradujeron, dónde, a qué idioma, cuándo, por quién, cómo, por qué montos? Aunque da la impresión de que es información básica, de fácil acceso, no es así. No sólo nuestro país sino la mayoría de las naciones (con las notables excepciones de pequeñas islas como Holanda, Finlandia o Cataluña) fallan a la hora de mostrar estadísticas de acceso sencillo en este rubro. Es por eso que la Fundación TyPA –que trabaja desde hace siete años en la promoción de la literatura argentina en el exterior–, gracias al apoyo de las secretarías de Exportación y de Industrias Culturales del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, puso en marcha una investigación que se propone precisamente eso: comenzar a relevar el viaje de los libros argentinos a otras lenguas. El informe, que fue presentado en la Feria del Libro de Buenos Aires y que desde mañana se puede bajar de la página de la Fundación TyPA (www.typa.org.ar) y de la del GCBA, ofrece datos concretos acerca de traducciones de libros de autor argentino (ficción y ensayo), en un período que se extiende de 2002 a 2008 y, también, una descripción completa del proceso editorial –el área de los foreign rights– que las hace posibles. Aquí presentamos una síntesis del estado de la cuestión.
El contexto internacional. El sistema editorial global se divide en varias capas de poder. La superior –y más activa– pertenece al complejo anglosajón: los Estados Unidos y Gran Bretaña. Paradójicamente, estos países no son los que más traducen. Al contrario: si, por ejemplo, el 40% de la producción editorial de Grecia está compuesta por libros traducidos de otras lenguas, en los Estados Unidos esa cifra apenas alcanza el 3%. Pero, al mismo tiempo, ingresar con un libro a una de estas “repúblicas anglófonas de letras” es algo altamente apreciado, tanto por los autores como por las editoriales. Al tratarse de los mercados más poderosos, es allí donde se puede ganar el prestigio máximo y, también, los mejores ingresos por derecho de autor. Algunos países económica y políticamente sólidos han puesto en práctica estrategias notables para aumentar su cuota de traducciones al inglés y a otras lenguas. El caso paradigmático es el de Francia, que desarrolla políticas culturales de amplio espectro y largo alcance desde hace más de un siglo, en una lucha por posicionar una lengua, una cultura, una idea de nación. Otro tanto hacen países “pequeños” como Holanda, algunos de Europa del Este (Polonia es un caso destacado) y comunidades autónomas y regiones como Cataluña y Galicia, que cifran en la traducción y difusión de su cultura una parte de sus proyectos sociales y políticos a nivel internacional. Ocurre que, entendido en todas sus implicancias, el proceso de traducción lingüística excede lo coyuntural o económico: implica la identidad, la cultura, la historia, la memoria. Si de cultura se trata, entonces, hacer viajar una literatura y una lengua a lo largo del mundo también es posicionarla y enriquecerla, alimentado el proceso de crecimiento político y social de una comunidad.

La lengua española
Según algunos estudios, en este momento reina una coyuntura positiva para el idioma español: en Europa, sólo ocho idiomas se dividen el 90% del mercado de la traducción, y el español es uno de ellos. En parte, esta circunstancia se inscribe en la coyuntura general que muestra un aumento en la cantidad general de traducciones en todo el mundo. Pero también viene acompañada por un cambio de actitud de parte de los actores principales: por primera vez en la historia, las agencias se dedican sistemáticamente a la venta de derechos y las editoriales más grandes abren departamentos de licencias. El éxito de algunas obras puntuales (Carlos Ruiz Zafón, Guillermo Martínez, el caso más reciente de Roberto Bolaño) funciona como un estímulo que catapulta toda la literatura de una determinada área lingüística. Sin embargo, no hay que olvidar que la producción en “lengua española” no es sólo la de la Península: se le suma todo el continente hispanoamericano. Sólo en México y en Argentina hay más de 4 mil editores registrados, que producen 30 mil títulos al año. Dentro del mapa global, América latina es una región con peso propio y una tradición literaria en que apoyarse. Aunque rezagada con respecto a Europa y América del Norte, se encuentra mejor posicionada que Africa o Australia. Tal vez, el problema más grave que enfrenta hoy en día sea su fragmentación. La falta de comunicación en el ámbito cultural es tan grande que hay que empezar casi de cero a construir canales de información, bases de datos, lugares de encuentro, incluso el interés en publicar mutuamente a nuestros autores. Hay aquí un desafío muy importante, tanto desde el punto de vista cultural y político como económico.

La Argentina
Es imposible pasar por alto que la industria editorial argentina parte de un lugar inicial lleno de oportunidades. Cuenta con un capital literario importante: basta con nombrar a Borges o a Cortázar para que los interlocutores extranjeros den una primera muestra de reconocimiento. Lo mismo sucede con la cultura local en general: la música popular, las librerías, el cosmopolitismo y, en los últimos años, el cine y el diseño son dimensiones que, aunque sea de manera vaga, suelen ser relacionadas con nuestro país y lo proveen, desde el inicio, de una imagen positiva vinculada a la creatividad y la “alta” cultura. Por otro lado, actualmente, la producción creativa está concentrada en los centros urbanos, que suelen reunir poder económico y creatividad, dos elementos fundamentales para la industria editorial. En la historia de la edición hay “ciudades literarias” por excelencia que, en palabras de Pascale Casanova, son aquellas que concentran el “crédito literario” de una nación; Buenos Aires parecería estar bien equipada para ser una de ellas (como demuestra su reciente elección para World Literature Capital en 2011). Sin embargo, la industria editorial argentina se desarrolla bajo una gran sombra tutelar: la de España. Ambos países están unidos por una relación de fuerzas cada vez más desigual. La competencia con España es un tema central, que cobra un peso especial en el tema que nos compete. Entre otras razones, porque los agentes y editores españoles se mueven con gran rapidez y eficacia, y no pasaron por alto el hecho de que hay muchos autores rentables en nuestro continente. Un ejemplo es el catálogo que la agencia de Carmen Balcells preparó para la Feria de Frankfurt de 2008: aprovechando el interés que, descontaban, despertaría la Argentina por ser invitada de honor en Frankfurt 2010, se concentró en la literatura de nuestro país, puso ese concepto en la tapa y presentó a 19 autores locales. Es llamativa, en general, la iniciativa y la velocidad que han demostrado los agentes y editores europeos a la hora de aprovechar esta coyuntura. Una consecuencia de estas circunstancias es que una buena parte del manejo de los derechos de traducción de los más destacados escritores argentinos va quedando en manos españolas (tanto de agencias como de editoriales). Esto no puede sernos indiferente, y por eso es hora de construir una relación crítica y activa con España.

Un estado de la cuestión
Como decíamos al principio, para elaborar políticas públicas –privadas y estatales– que tengan en cuenta estos problemas y busquen posibles soluciones, es necesario saber dónde estamos parados. Para esta investigación se realizaron entrevistas en profundidad a editores, agentes y autores nacionales y extranjeros, y se relevó información ofrecida por distintos sitios web, bibliotecas e instituciones de promoción del libro en el exterior.
La primera conclusión que surge del trabajo es que, en el universo general de editoriales argentinas, el porcentaje de compañías que venden derechos de traducción con regularidad es, en efecto, muy minoritario. Sin embargo, los datos relevados por nuestro equipo muestran que en el período estudiado (2002-2008) se vendieron, por lo menos, 706 licencias de traducción para libros de autores argentinos. Entre los autores más traducidos hay nombres previsibles (Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Guillermo Martínez, Tomás Eloy Martínez) y otros cuyo prestigio no está necesariamente asociado a una alta capacidad de ventas en nuestro país (César Aira, Rodrigo Fresán, Marcelo Birmajer). También resulta llamativo el elevado número de traducciones de autores que en la Argentina tienen una repercusión modesta, como Elsa Osorio o Carlos María Domínguez, pero que han sabido llegar a un gran número de lectores en otros países.
En cuanto al género más traducido, destaca la novela, con un 71% de todas las traducciones. El país que más libros de autor argentino traduce es Francia, seguido muy de cerca por Alemania, Brasil e Italia. No obstante, un 30% de las traducciones de autores argentinos se hace a “otras lenguas” (son, en total, 44 idiomas diferentes entre los que se encuentran casos tan particulares como el estonio, el indonesio o el vietnamita).
Por el contrario –y en coherencia con la estructura del mercado editorial argentino en general–, el mercado vendedor está muy concentrado: tres grupos reúnen el 72% de los títulos traducidos. Es preciso hacer la salvedad de que esto no quiere decir que los tres grupos mencionados contabilicen, en efecto, este 72% de ingresos: los derechos de muchos autores (sobre todo, de los más conocidos y exitosos) suelen estar en manos de agentes internacionales, que les venden a las casas hispanoamericanas los derechos de publicación en lengua española, pero se reservan los derechos de traducción. Los ingresos por estas ventas, por lo tanto, son contabilizados como ganancias por las agencias literarias, no por las editoriales.
Por último, hay que tener en cuenta que la mayor parte de estas ventas argentinas se hizo “sola”, con escaso apoyo público y muy pocas inversiones de cualquier tipo. De hecho, los más de 700 libros vendidos que los editores argentinos perciben como algo muy marginal representan, en verdad, una quinta parte de los 3.500 ejemplares traducidos del holandés en el mismo período, un país que cuenta con uno de los mejores sistemas de estímulo y promoción del mundo. Viéndolo desde este punto de vista, no puede decirse que “no pasa nada” sino, al contrario, que los autores argentinos se han defendido muy bien y que, con políticas y estrategias adecuadas, nos encontramos ante un negocio potencial que resultará beneficioso para todos: autores y editores, pero también –y sobre todo– la cultura argentina en general.

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