Luego de mencionar lo que, desde su perspectiva, nos une y nos separa a españoles e hispanoamericanos, Andrés Ehrenhaus –escritor y traductor argentino radicado en España desde hace tres décadas, vicepresidente de ACEtt, y, por ello, sospechado de ser doble agente– lleva el debate hacia otro lugar, tratando, como dice, de orientarlo hacia una perspectiva más históricamente americana.
La cosa se pone seria
A medida que crece y se realimenta el debate sobre la lengua de la traducción y la panhispanidad del castellano, las variantes parecen aumentar de modo caleidoscópico y el campo de juego se expande hasta volverse vastísimo, tanto que a veces cuesta divisar un arco desde el otro, si de fóbal (o, si prefieren, fulbo) estuviéramos hablando. Nótese que digo arco y no portería, que a mí me sonó siempre a vivienda o despacho de encargado de edificio de vecinos, a pesar de que deba confesarme reo del peor de los pescados: en tiempos, y no demasiado lejanos, trabajé de desargentinizador de traducciones argentinas para alguna editorial española y domeñé los arcos en porterías. ¿Quién más idóneo –se debieron de preguntar retóricamente los sucesivos editores– para desargentinizar un texto argentino que un argentino no (del todo) desargentinizado? Curiosamente, este penoso ejercicio me deparó alguna sorpresa: mi trabajo, más que lexicográfico o prosódico, acabó siendo preposicional (y de tiempos verbales, pero eso merece un análisis más pormenorizado y riguroso).
Hasta entonces no había reparado en que lo que más nos separa, cuando redactamos nuestros textos a uno y otro lado del charco, son los regímenes preposicionales. Cosa que ilustra maravillosamente la anécdota del título de la película basada en el libro de Reynaldo Arenas, Antes que anochezca, hipercorregido por la distribuidora española hasta convertirlo en Antes de que anochezca, para subsanar así el craso error atribuido a la ignorancia del productor estadounidense, creo, y la subsiguiente incomodidad del público vernáculo. Por suerte, un crítico local advirtió a la distribuidora de la existencia de un libro cuyo título original era el "equivocado" y no el "correcto", y la atrocidad no llegó a multiplicarse por millones en los cerebros gugleados del espectro hispano.
Pero yo no iba a esto, sino a orientar una parte importante del debate hacia una perspectiva más históricamente americana. Es una lástima pero hay un número, el 12 (año 2008), de la revista de traductología TRANS, publicada por la Universidad de Málaga, que tiene un dossier que lleva por título, precisamente, "La traducción y la conformación de la identidad latinoamericana"; y digo lástima porque la revista tiene un sitio en la red (http://www.trans.uma.es/presentacion.html) en el que están colgados todos los números... hasta el 11. Supongo y espero que pronto puedan leerse online los siguientes. Ese dossier, dirigido por Georges L. Bastin, tiene varios méritos, uno de los cuales, y no el menor, es el de demostrar que en España (y me refiero aquí al ámbito de la traducción y su estudio o análisis) no todo son oídos sordos al rumor transatlántico; los otros méritos están en varios de sus artículos, uno de los cuales es, por ejemplo y sin ir más lejos, de Patricia Willson.
Bien, pues Bastin dice en su breve pero iluminadora introducción algunas cosas que me han dado que pensar, porque son tan obvias que uno a menudo las pasa por alto. Cito:
“Desde el momento mismo en que los americanos conocieron a Colón, late en las mentes y los corazones un ‘proyecto’ emancipador. Emancipación de la ‘madre patria’ pero también de un conflicto íntimo por la circunstancia del mestizaje racial, intelectual y afectivo del hombre americano. En efecto, la idiosincrasia americana se caracteriza en numerosos aspectos de la vida por un conflicto permanente entre etnocentrismo y apertura al extranjero. [...] La emancipación suramericana apeló a la valoración del ser americano frente a la metrópoli española y los demás centros de poder. Una valoración que derivó hacia un activismo sociopolítico y sociocultural sui generis con un denominador común: la traducción como herramienta de conformación de la identidad”.
Y cita, a su vez, un fragmento de Bassnett y Trivedi, que dicen que la traducción “...lejos de ser una actividad inocente y transparente, [...] está cargada de significación en todos los niveles; raramente, a lo mejor nunca, implica una relación de igualdad entre textos, autores o sistemas”.
Todo esto para insistir en algo que planteé varias entradas atrás, cual es la distinta perspectiva política que necesariamente tenemos de nuestra actividad traductores americanos y españoles, y que tal vez explique lo que a veces parece un diálogo de sordos (pero no lo es). Así, pues, y a modo de resumen, creo que la cuestión de la emancipación no es baladí en este debate. En otro de los artículos del mentado dossier (“Tradukzión y rrebelión ortográfika”), Gertrudis Payàs refiere algunos de los intentos de independencia ortográfica que, inspirados en la política soberanista del inglés americano de Webster o en las propuestas de Andrés Bello, se consumaron (y, paulatinamente, rebrote más o menos, consumieron) en Chile sobre todo a partir de la segunda mitad del s. XIX. Así como los planteos de Webster (“Let us then seize the present moment and establish a national language, as well as a national government”, proponía en 1789) acabaron imponiéndose y la traducción estadounidense puede considerarse emancipada de las imposiciones de la metrópoli, la de la América de cuño peninsular (con la honrosa excepción de Brasil) aún se debate, como este blog es testigo, entre la dependencia y la insubordinación.
Sólo una acotación para acabar: no entiendo la conciencia panhispánica de la traducción como una necesidad de estandarizar la lengua, sino más bien todo lo contrario. De ahí mi énfasis en el pan (del sánguche o sanguche, como prefieran).
No hay comentarios:
Publicar un comentario