Continuando con la encuesta comenzada ayer, hoy es el turno de dos poetas, Ramón Cote, de Colombia, y Santiago Sylvester, de la Argentina.
Ramón Cote Baraibar (Cúcuta, Colombia, 1963) es poeta y profesor universitario. Licenciado en Historia del Arte por la Universidad Complutense, publicó los libros de poemas Poemas para una fosa común, (1984), Los fuegos olvidados, el confuso trazado de las fundaciones (1991), Poesía (1992), Informe del estado de los trenes en la antigua estación de Delicias (1992), Botella Papel (1998 y 2006). Colección privada (libro ganador del III Premio Casa de América, 2003), No todo es tuyo, olvido (2007) y Los fuegos obligados (2009). Es autor además de la antología Diez de ultramar, (Madrid, Colección Visor, 1992), que reúne a jóvenes poetas latinoamericanos. Su bibliografía se completa con los cuentos de Páginas de enmedio (2002), la biografía crítica Goya, el pincel de la sombra (2005).
1) ¿En qué reconocé una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Reconozco una buena traducción cuando le habla al mismo tiempo al oído y al sentido. Por es curioso que hay poemas que se dejan traducir bien, como el de la muerte del padre de Robert Lowell, traducido por Alberto Girri: todo fluye, se siente la construcción y se aprecia como nunca ese remate de la falta de una L en la lápida. Siguiendo lo anterior, hay otros poemas que se dejan traducir mal: volviendo a Lowell hay otros de él traducidos por Girri que no lo atrapan a uno, lo que sí sucede en inglés.
No sé cómo definirla pero me gusta cotejar las traducciones. Leer a Walcott en inglés y ver verso por verso como lo han hecho otros en español es una tarea deliciosa.
Quizás sea por el desconocimiento absoluto del polaco, creo que nos pasa a todos, que me siento más libre para responder a tu pregunta. Lees los poemas de la Szymborska o los de Zagajewski y los sientes como escritos en tu propio idioma. Ahí podría venir una primera definición: un poema que no te suene privado de algo. El trabajo hecho por Beltrán en México me parece maravilloso
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Le molestará mi neutralidad helvética, pero no me molesta ninguno. Por mi proximidad al español de España o al mexicano los siento muy cercanos. Quizás con el argentino se me dificulta un poco por el hecho de la acentuación en los verbos: preferís, andás, comés, etc. Le confieso que me los leo en mi idioma, o me los “traduzco” a mi idioma. Me pasó con los Poemas de amor de James Laughlin, que lo tengo en dos traducciones: una hecha por Esteban Moore, en Argentina, y, en España, por J Antonio Iglesias. En unos acierta uno y en otros, el otro.
Pero sigamos un momento en Argentina: para mi no hay en español traducción superior de los Cuatro Cuartetos de Eliot que la hecha por Juan Rodolfo Wilcock. ¿Les parecerá a los argentinos carente de argentinismos y quizás por eso nos gusta tanto a lectores de otras latitudes?¿Es que usar colombianismos, argentinismos o mexicanismos, por poner solo tres ejemplos, es lo único que diferencia a las traducciones hechas en distintos países? Creo a aventurar que no.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–En Colombia ha habido grandes traductores, no una escuela de traductores. Empezando del presente al pasado, te diré que Nicolás Suescún ha hecho algo maravilloso con Rimbaud y Yeats. William Ospina tiene una traducción en alejandrinos de todos los sonetos de Shakespeare. También Jose Manuel Arango tradujo con gran acierto a Emily Dickinson, William Carlos Williams y Whitman. Más atrás, a mediados de los cincuenta, Andrés Holguín publicó su Antología de la poesía francesa, con traducciones que van desde Joaquim Du Bellay pasando por unas versiones soberbias de Baudelaire, sin olvidar las de Blaise Cendrars. Otro caso fue el de Jaime Tello, quien tradujo, entre decenas de poetas norteamericanos e ingleses, La tierra estéril, de Eliot –que acaba de aparecer en Visor- y también los Cuatro cuartetos, inédito.
Santiago Sylvester (Salta, Argentina, 1942) vivió casi veinte años en Madrid y, actualmente, en Buenos Aires. Abogado de profesión, ha publicado doce libros de poesía: En estos días (Salta, La Flauta de Caña, 1963), El aire y su camino (Buenos Aires, Ismael Colombo, 1966), Esa frágil corona (Salta, División de Cultura de Salta, 1971), Palabra intencional (Salta, Ediciones del Tobogán, 1974), La realidad provisoria (1977), Libro de Viaje (Madrid, Libros de Estaciones, 1982), Perro de laboratorio (Buenos Aires, Corregidor, 1987), Entreacto. Poesía 1974-1989 (Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica,1990), Escenarios (Madrid, Ed. Verbum, 1993), Café Bretaña (Madrid, Visor, 1994), Antología poética (Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 1996), Número impar (Buenos Aires, Ediciones del Dock 1998), El punto más lejano (Madrid, Ave del Paraíso, 1999), Calles (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2004) y El reloj biológico (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2009) . Su bibliografía se completa con un libro de relatos, La prima carnal (Barcelona, Anagrama, 1986) y el libro de ensayos Oficio de lector (Córdoba, Alción, 2003). En 1998 realizó una edición crítica de La tierra natal y Lo íntimo, de Juana Manuela Gorriti; en 2000 publicó El gozante, antología de Manuel J. Castilla; y, en 2003, la antología Poesía del Noroeste Argentino. Siglo XX, publicada por el Fondo Nacional de las Artes. Dirige la colección de poesía Pez Náufrago, de Ediciones del Dock.
1) ¿En qué reconocé una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Buena traducción es la que consigue trasladar al idioma que leo (castellano) una emoción lingüística similar a la que produce el texto en el idioma de origen. Sin embargo, para saber si eso sucede habría que conocer bien el idioma original; y no veo cómo sería posible si se tratara, por ejemplo, de literatura alemana, húngara o de los países nórdicos, para no hablar de culturas más exóticas entre nosotros: coreana, indú o de las lenguas africanas. Parece entonces que hay que confiar en cierta práctica de lector y en algún conocimiento del género de que se trate. Y aceptar que si la traducción produce un cierto estado de alerta ya es suficiente.
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Creo que se refiere a los distintos argot del idioma: el lunfardo rioplatence, el cheli madrileño, o a la abundancia de mexicanismos, caribeñismos, etc. Y la respuesta sería que sí, me molesta un poco. La razón, creo, es porque ni uso mucho el argot de ningún sitio, ni me interesa mucho la literatura que sólo entiende una tribu, aunque sea la mía. En todo caso, prefiero que la pertenencia inevitable a un lugar, y a una variante de la cultura, venga dada por la prosodia, por ciertas expresiones y una manera de respirar el idioma, más que por el abuso de decoración lingüística.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Alberto Girri, cuando tradujo a Wallace Stevens y a Eliot. Enrique Revol, autor de dos antologías excelentes: una de la poesía norteamericana y otra de la inglesa (ver las piezas insuperables que logró con los poemas de Auden). Horacio Armani, cuando tradujo a Eugenio Montale. Aldo Pellegrini, cuando tradujo la poesía surrealista de habla francesa. Rodolfo Alonso como traductor de Pessoa. Lysandro Z. D. Galtier como traductor de Lubicz Milosz. Hay más: esas traducciones pertenecen a mi época de formación.
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