Fábulas de la traducción
Sólo había una palabra inmensa y sin revés
Palabra como un sol
Un día se rompió en fragmentos diminutos
Son las palabras del lenguaje que hablamos
Fragmentos que nunca se unirán
Espejos rotos donde el mundo se mira destrozado
Octavio Paz
La figura del peregrino traductor de la antigua China es remota en el tiempo pero exacta en su correspondencia con el Octavio Paz de Traducción: literatura y literalidad.* Él mismo, en otra parte, evoca las caravanas que salían desde Tun-huang ya por el siglo II, cargadas de traductores que irían a parar más allá de la llanura del Ganges, en busca de los manuscritos sagrados del sánscrito. La traducción era, para esa escuela de viajeros, una actividad necesaria y posible. Necesaria, porque sólo así podrían transmitirse las verdades eternas expresadas en otra lengua; posible, porque esas verdades eran universales y por tanto podían ser comprendidas en cualquier lengua por todos los hombres.
Convencido del carácter universal de la experiencia y de la capacidad del poeta para traducirla a ese “objeto verbal” que es el poema, Paz afirmó, en un momento en que estaba en boga pensar lo contrario, la necesidad y posibilidad de la traducción poética. Contra las somníferas escuelas de antropólogos y lingüistas del siglo XX, que proclamaban la imposibilidad de traducir de una lengua a otra –“cada lengua es un mundo y cada mundo es un paradigma inconmensurable ante cualquier otro”, etcétera–, esgrimió el contundente argumento de la demostración práctica –tradujo a más de cuarenta poetas. Asimismo, fue un excepcional teórico y desde su teoría –magra en volumen pero rica en ideas– defendió también el oficio del traductor de poesía.
En el ensayo Traducción: literatura y literalidad Paz se mueve hábilmente entre las supuestas paradojas a las que orilla la pregunta misma sobre la posibilidad de traducir y se enfrenta a la actitud moderna que concibe la tarea del traductor como un ejercicio trivial. Si los modernos, dice, piensan que cada texto es específico a un lugar y una época y que los individuos están inevitablemente “encerrados en su lengua”, aislados los unos de los otros, ¿por qué prolifera la traducción? Paz esquiva contradicciones de la mejor manera posible: las ofrece como respuesta. A la pregunta “¿por qué traducir?”, por ejemplo, ninguna solución como la que encierra la paradoja paciana: “[...] por una parte la traducción suprime las diferencias entre una lengua y otra; por la otra, las revela más plenamente”. Antes que declarar águila o sol, Paz prefiere dejar que la moneda gire en el aire, mostrando, en sus sucesivas vueltas, las dos caras en la esfera en movimiento.
Sin ignorarlas, Paz rechazó las tesis típicamente académicas que pregonaban la intraducibilidad porque partían, según él, de una concepción ingenua y equívoca: la de la traducción como literalidad. Nada más alejado de una operación literal, pensaba, que el oficio del traductor. Lejos de aquella concepción están también sus propias versiones de poemas en lengua extranjera: se conoce su traducción del "Soneto en ix" de Mallarmé; su aboli bibelot, espiral espirada; o las mordonnantes de Apollinaire: mordonantes, zumuertas, morzumbantes. Paz, sin ser literal, es siempre preciso.
Aunque en sus pasajes teóricos dialoga directamente con algunas voces de las aulas académicas, Paz está más cercano a ese otro enorme pensador que fue Walter Benjamin. Pero su cercanía es silenciosa. No queda claro si Paz leyó el ahora multicitado ensayo “La tarea del traductor”, aunque parece poco probable que ignorara su existencia, sobre todo por la cercanía de ambos a la poesía de Baudelaire. En cualquier caso, en los textos más significativos de Paz sobre este tema no hay una sola referencia a Benjamin, y esto sorprende porque el recorrido de ambos es paralelo. Benjamin y Paz reconocieron el quehacer del traductor como un ejercicio literario creativo donde el original se convertía necesariamente en otra cosa. “Así como una tangente sólo roza ligeramente al círculo en un punto [...] una traducción toca de forma sutil al original y sólo en un punto infinitamente pequeño del sentido, para después seguir su propia trayectoria...”, decía Benjamin. Ambos concibieron la traducción como una fuerza transformadora de los lenguajes, como una partera de la literatura.
La traducción poética, según Paz, es una “operación análoga a la creación poética, sólo que se despliega en el sentido inverso”. El poeta, dice, escoge palabras y forma un objeto –el poema– cuyas partes son inamovibles e insustituibles pero cuyo sentido es móvil. El traductor, a su vez, debe desmontar esa estructura fija, poner sus partes en movimiento y devolverlas al lenguaje, transformadas, pero con un sentido análogo al original. Mientras la materia prima del poeta es la experiencia y su problema consiste en trasladarla al lenguaje, la materia del traductor es el lenguaje mismo y su tarea es traducir –camino de ida y vuelta– una vivencia lingüística sin que se desvanezca la huella de la experiencia original. La imagen que evoca Benjamin es insuperable: “A diferencia de la obra literaria, la traducción no se encuentra en el centro del bosque del lenguaje, sino en sus afueras, mirando hacia el interior; desde ahí llama sin jamás entrar, esperando que desde algún lugar del bosque regrese el eco de su lengua y traiga consigo la reverberación de la obra en la lengua ajena.”
Si la materia prima del traductor es el lenguaje ya escrito, este último se nutre igualmente de la traducción. “Hay un incesante reflujo entre los dos –decía Paz–, una continua y mutua fecundación.” Benjamin señalaba, en este mismo sentido, que el error más grave del traductor es preservar el estado de su propio lenguaje en vez de permitir que el lenguaje extranjero entre en él, lo modifique y expanda. Los buenos traductores, pensaba, son aquellos que pueden encontrar la extranjería dentro de su misma lengua. La poesía de Paz es un ejemplo constante de esto. No sólo hay ecos de The Waste Land en “Piedra de sol”, en el sentido amplio de la influencia que T.S. Eliot pudo haber tenido en el estilo de Paz: el inglés de Eliot o William Carlos Williams o el francés de Apollinaire y Mallarmé son el español de Paz, a la vez que éste es el portugués de Haroldo de Campos y será quizá el mandarín de un escritor venidero.
Ahí, el verdadero carácter universal de Paz. La modernidad en la que nació –y nacimos– ya no admite verdades eternas ni sentidos últimos: la legitimidad de la traducción ya no descansa, como para los antiguos chinos, sobre una base sagrada. La universalidad de Paz reside en esa capacidad única del buen poeta y traductor de reunir en un poema, en cada versión y diversión, esos “Fragmentos que nunca se unirán/ Espejos rotos donde el mundo se mira destrozado”.
Nota:* Traducción: literatura y literalidad apareció por primera vez en 1971, aunque algunos de los textos que lo componen pertenecen a Puertas al campo (1966) y otros se volvieron a publicar después en El signo y el garabato (1973). Traducción empieza con un breve y denso ensayo sobre la traducción poética, y reúne poemas de Apollinaire, E.E. Cummings, John Donne y Mallarmé. Las ideas de Paz sobre el oficio del traductor también vuelven, quizá mejor trabajadas, en “Lectura y contemplación” (Sombras de obras, 1983). Sus traducciones completas están en Versiones y diversiones (primera edición, 1973; segunda, 1978, y tercera, 1995).
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