sábado, 28 de agosto de 2010

Rage, rage against the dying of the light




El siguiente texto, escrito por Andrés Ehrenhaus, recuerda a Mario Merlino exactamente a un año de su fallecimiento.




Nao entres tao depressa nessa noite escura

Hoy hace justo un año, en pleno verano europeo, Mario Merlino murió en Madrid. Decirlo, no sólo pensarlo, es todavía para muchos de los que lo conocimos una sorpresa inverosímil. Hay personas cuya vitalidad parece negar en sí misma la posibilidad de la muerte. Marito era de ésas. Por eso, quizás, hablar de él como si no estuviera, como si no pudiéramos volver a encontrarnos con él en cualquier momento, provoca un extraño pudor. Por eso preferimos, seguramente, creer que hay un error, una errata azarosa en la formulación de esa noticia que el tiempo, en lugar de convencernos de su certeza, debería ir ocupándose en corregir. De este lado del mostrador, la vida de un amigo es tanto y su muerte, tan poco... Si hasta lo decía el propio Chéspir en uno de sus tangos isabelinos:

Si a la sesión de dulces pensamientos
acuden remembranzas del pasado,
suspiro por los sueños que se fueron
e insisto en presentar viejos agravios.
Mis ojos secos lloran, afligidos
por los amigos que me hurtó la parca
y peno por amores que han prescrito
y por lo que gasté en quimeras vanas.
Y puedo lamentar las aflicciones
zanjadas, y sumar cada congoja
al triste saldo de los sinsabores
que, aunque pagué, vuelvo a pagar ahora.
Mas si entretanto pienso en ti, mi amigo,
recobro mi entereza y lo perdido.

Hoy, por ejemplo, tomando mate y con la entereza recobrada, me acordé de pronto de que cuando empecé a ir a Madrid hace siete u ocho años por asuntos asociativos, Marito me hacía a veces un hueco en ese piso caótico y luminoso de Belén 7, en pleno barrio de Chueca, en el que recibió estoico y nada marcial la noticia de que le habían concedido el Premio Nacional por traducir como nadie a Lobo Antunes. En la segunda o tercera visita yo había comprado por ahí por Conde Duque dos mates rusos de una edición promocional que hizo Amanda, maravillosos, como mamuschkas preñadas, y le regalé uno a Mario, junto con un termo, una bombilla y un paquete de yerba. Él tenía todo eso pero inutilizado e inutilizable, sobre todo la yerba, que era de tiempos de Casiodoro de la Reina o de antes, del Aretino y esos sonetos más que eróticos que Mario también había traducido como nadie. Después, por circunstancias de la vida, dejé de alojarme ahí y de cebar esos mates que Marito, pese a ser de Pringles, tomaba distraidamente, de la manera menos gaucha posible, y ya no supe del mate ruso nunca más.

Él, a su vez, me pasó entonces un manuscrito de poemas por si los publicábamos con Américo en Paradiso. Eran extraordinarios pero yo, lo juro, no lo sabía. ¿Lo sabía él? ¿Cómo va a saber uno cómo es lo que uno mismo escribe? Bastante tiene uno con escribirlo. El libro, Arte Cisoria, apareció poco después en España. Hay ahí un poema, el que lleva el Cinco, que es casi un himno, al menos para mí. ¿Para eso ha servido que Marito se fuera, para que yo aprendiera a leer el Cinco? Jodido consuelo. Sin embargo, en eso corpóreo que tiene la poesía, en eso carnal que tiene el lenguaje, en esa cualidad inasible, prensil, inmarcesible y corrompible a la vez que tienen las palabras, percibo la voluntad de Mario de quedarse en nosotros, de no dejarse ir del todo.

Hoy, revisando notas, tropecé (se dice así) con una entrevista que le había hecho en marzo de 2007 la revista del Eroski, ¡una cooperativa de supermercados!, y en la que Mario responde a una serie de preguntas muy básicas y otras no tanto sobre la traducción, la poesía, los talleres literarios, las lenguas. En un momento de esa entrevista, que está colgada en la red(http://revista.consumer.es/web/es/20070301/entrevista/71304.php), el entrevistador quiere saber por qué hay tantos sudamericanos (sic) que se dedican a la traducción. Marito, que era hijo de una maestra de primaria, contesta así de fácil: “En Argentina sentíamos un rechazo bastante fuerte a la imposición al español peninsular enfrentado al argentino pero, al mismo tiempo, en la escuela aprendimos el culto por el buen uso de la lengua. Había un énfasis por escribir y hablar correctamente, académicamente incluso. Esto en cierta manera nos hacía bilingües en nuestro propio idioma. Debíamos aprender las conjugaciones de los verbos que no eran nuestras, la segunda persona, el tú y vosotros, que para nosotros no existen. Luego aparte, en Secundaria, el inglés y el francés eran obligatorios. La lengua es un modo de entrar en la vida de la gente. Y eso, a un argentino, le gusta mucho.”

Es lo que le gustaba a Marito. Y nosotros lo extrañamos mucho.

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